viernes, 31 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por el accionar de las sectas destructivas de personas y familias 310519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el daño, muchas veces irreparable, que ocasionan las sectas destructivas, en personas y familias enteras.

Canto inicial: “Adorote devote, latens Deitas”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         ¿Qué habrían dicho y experimentado los justos y santos del Antiguo Testamento, si Dios se les hubiera aparecido en persona –mejor dicho, en su Trinidad de Personas? Con toda seguridad, habrían exultado de gozo, se habrían postrado ante Dios Trino y hubieran incluso muerto, literalmente hablando, de dicha y felicidad. Ahora bien, ¿qué sucede con nosotros, los cristianos del siglo XXI, para quienes si bien Dios no se nos aparece visiblemente, sí en cambio se nos aparece, en la Persona del Hijo, invisible, oculto en la Eucaristía? ¿No deberíamos acaso también nosotros postrarnos ante la Eucaristía y exultar de gozo y alegría por tan grande e inmerecido don?

         Silencio.  

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         Uno de los deleites del hombre es el comer, ya que el comer –moderadamente- es algo necesario para conservar la vida y por eso trae dicha el comer, porque comiendo, conservamos la vida. El pecado en el comer está en la gula, es decir, en el comer manjares excesivamente costosos, o bien en comer demasiado o comer sin necesidad. Esta necesidad de alimentar el cuerpo, se presenta también con el alma, pues el alma también necesita ser alimentada. Ahora bien, existe un manjar, una comida exquisita, de origen celestial, que es un don de Dios para el alma y este manjar es la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús derramada en la cruz. Si alimentamos nuestro cuerpo y muchas veces nos deleitamos con manjares terrenos, con mucha mayor razón debemos alimentar nuestra alma, con el manjar celestial, la Sagrada Eucaristía.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         Dios Uno y Trino tiene tanto amor de caridad para con nosotros, sus hijos adoptivos, que nos da en alimento nada menos que a la Segunda Persona de la Trinidad, en la comunión eucarística y esto no solo una vez, sino millones de veces[1], todos los días, todo el día, a lo largo y ancho del mundo, en cada lugar en el que se celebra la Santa Misa. ¿No deberíamos prorrumpir en exclamaciones de asombro y de gratitud y corresponder con amor a tanto amor demostrado por Dios para con nuestras pobres y míseras almas? Si Dios se decide a donarse todo Sí mismo en cada Eucaristía, decidámonos, de una vez por todas, a ser de Dios y sólo de Dios única y exclusivamente. En una sola Eucaristía, Dios se nos entrega todo Él mismo, en una sola comunión, por eso es que debemos preguntarnos la razón por la cual demoramos esta entrega de todo nuestro ser, sin reserva alguna, también en cada comunión eucarística. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que ya no seamos más de nosotros mismos, sino que seamos de Dios Trino, única, total y eternamente!

          Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

La única Iglesia en el mundo que tiene el poder de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, es la Santa Iglesia Católica, por medio de sus sacerdotes ministeriales. Y esto sucede, millones de veces a lo largo y ancho del mundo, todos los días, a pesar de la falta de santidad de muchos de estos sacerdotes ministeriales. Aun si estos sacerdotes no son santos y cometen muchos pecados[2], no por eso deja la Santa Iglesia de proporcionarnos el alimento celestial, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Debemos rezar mucho por los sacerdotes ministeriales y dar gracias a Dios por su entrega, pues por ellos viene a nosotros el Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía.

 Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

         Los seres humanos tributan honra y gloria a quienes, de entre los seres humanos, están encumbrados en altos puestos de poder. Ahora bien, ni el más poderoso de todos los hombres, tiene el poder de hacer lo que hace un simple sacerdote rural, esto es, convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Si tributamos honor y gloria a los hombres que tienen poder –poder que, de todas maneras, viene de lo alto, según lo revela Nuestro Señor a Poncio Pilato: “No tendrías poder sobre Mí si no te hubiera sido dado de lo alto”-, entonces tributemos respeto y honor a quienes, por orden de Dios y siguiendo sus palabras y a pesar de sus pecados y defectos personales –los hay de todo tipo, incluso herejes, adúlteros, blasfemos y cismáticos-, convierten todos los días las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. A pesar de la indignidad de muchos de sus sacerdotes, Dios no los desestima; antes bien, se sirve de ellos para alimentar a sus hijos adoptivos muy amados, los bautizados en la Iglesia Católica y esto es un motivo más para dar gracias y hacer actos de amor y de adoración ante Jesús Sacramentado.

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “El Ángel vino de los cielos”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 177.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 178.

jueves, 30 de mayo de 2019

Hora Santa en acción de gracias por la Presencia de Cristo Dios en la Eucaristía 300519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en acción de gracias por el don de inmensa grandeza que significan la Presencia del Cuerpo y del Alma de Cristo Dios en la Eucaristía.

Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Afirma un autor[1] que en la Eucaristía se encuentran maravillas imposibles siquiera de ser imaginadas. Una de ellas es la presencia del Alma Santísima de Cristo “con toda su substancia y potencias, que se constituyen presentes con tan poderosa acción como fue su creación. A esto se le agrega, además, la unión hipostática –es decir, personal, en la Persona divina del Hijo de Dios-, que se constituye allí, como efecto de la omnipotencia divina; consiguientemente en este Sacramento se encuentra también, con particular presencia personal, el Verbo de Dios y juntamente la naturaleza divina y, por concomitancia o circumicessio, el Padre y el Espíritu Santo”.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

Sostiene el mismo autor[2] que en la Eucaristía “se pone el Cuerpo de Cristo en los accidentes del pan, con un modo propio de las cosas espirituales, lo cual es algo antes ni visto ni pensado, esto es, que un cuerpo –el Cuerpo de Cristo- esté como un espíritu. El Cuerpo de Cristo, en la Eucaristía, con toda su cantidad y calidades, se eleva por virtud divina sobre la condición de las cosas corporales y recibe un modo de estar espiritual. De esta manera, está todo en toda la Hostia y todo en cada parte, así como lo está el ángel en el espacio que ocupa y así como está el alma racional en el cuerpo al que da vida”. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que aprovechemos cada migaja de este Pan celestial, pues en cada migaja está todo Cristo!

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

A esto se le agrega, continúa este autor[3], el hecho de que “todos los miembros y partes de Cristo están allí sin confusión, porque aunque todas están en un punto, cada una tiene su propio temperamento, su unión, su conexión, su orden y toda su interna disposición, la cual no depende de respeto alguno de lugar”. Es decir, en toda la Hostia y en cada una de las partes de la Hostia, se encuentra todo el Cuerpo de Cristo, en armonía total y absoluta y sin faltar ninguna de sus partes, de manera tal que cuando comulgamos la Eucaristía, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que ante el prodigio de la Presencia del Cuerpo de Cristo en la Hostia consagrada, seamos capaces de postrarnos ante Él y darle toda la adoración y el amor que se merece!

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

A esto se le agrega el “multiplicarse del Cuerpo de Cristo debajo de unas mismas especies, o también, la presencia multiplicada que se realiza en la consagración, pues en cada Eucaristía está todo el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de Cristo no sólo está todo en toda la Hostia junta y todo en cada parte unida, sino aun en las desunidas queda, con un cierto modo de inmensidad respecto de aquel espacio de los accidentes; porque aunque fueran inmensos y se dividieran infinitamente, en todos y en cada uno dividido estuviera Cristo, a la manera que Dios está en un cuerpo y estará en cada parte de él dividida, plena y totalmente”[4]. Para decirlo con un ejemplo: así como la imagen está toda entera en el espejo sano y está toda entera en cada fragmento cuando el espejo se rompe, así está toda entera la presencia del Cuerpo de Cristo en la Hostia, sea que esta se encuentra entera o fragmentada: estará todo entero en cada fragmento, por pequeño que sea.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

         El alma racional está “toda en todo el cuerpo y toda en cada parte; pero no está en cada parte plena y totalmente como en el todo; por lo cual cortando una parte del cuerpo, no se puede conservar en ella el alma; pero el Cuerpo de Cristo está tan milagrosamente en la Hostia, que en cada parte de ella está completa y totalmente, y tan perfectamente como en toda la Hostia, no dependiendo la presencia que tiene en  una parte de las otras partes vecinas, sino en todas está cumplida, total y perfectamente. Así, por más que dividan la Hostia, permanece en cada parte igualmente; lo cual no tiene otra substancia, por espiritual que sea, sino sólo Dios mismo, que es inmenso”[5].

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 176.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 176.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 176.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 177.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 177.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por ataque incendiario contra parroquia católica en Irlanda 270519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ataque incendiario sufrido por una parroquia católica en Irlanda. La información completa acerca de tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         La obra de la Santa Misa, por medio de la cual se efectúa el Milagro de los milagros, es la mayor obra que jamás Dios pueda haber realizado y no hubo, no hay ni habrá obra mayor que esta. En efecto, en este milagro, afirma un autor[1], “perecen totalmente las substancias del pan y del vino”, hecho para el cual se necesita más potencia que para trastocar toda la naturaleza, lo cual da un indicio de que esta obra –la transubstanciación- es de origen divino y no humano ni angélico. En la consagración, se produce la falta de las substancias del pan y del vino y a partir de esta nada, se produce al mismo tiempo la conversión de estas substancias en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús y para esto, es necesario un poder infinito, un poder que sólo la Iglesia, por delegación del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, puede llevar a cabo, a través del poder divino participado de este Sumo Sacerdote a los sacerdotes ministeriales.

          Silencio.  

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         La conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús en el altar eucarístico es un milagro de mayor potencia que el de un ángel que tuviera el poder de trastornar los cielos y la tierra[2]. En efecto, por más poderoso que sea un ángel, no tiene poder para aniquilar ni siquiera un átomo o una molécula de pan. El ángel, por poderoso que sea, no puede, porque no tiene el poder, hacer lo que hace la Iglesia Católica por medio de sus sacerdotes ministeriales, convertir las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero. Y esto porque el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo hizo partícipes de su poder sacerdotal a los sacerdotes ministeriales y no a los ángeles, de manera que ninguno de estos espíritus, por poderosos que sean, pueden obrar el milagro de la transubstanciación.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         En la consagración, además de desaparecer las substancias del pan y del vino, se produce la aparición de las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor, para lo cual es necesario también una virtud de potencia infinita. Todo esto sucede, por obra del poder de Dios, en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, pues es allí en donde se confecciona el admirabilísimo Sacramento del altar.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

         Dentro del prodigio de la transubstanciación, esto es, la conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en la Sangre de Cristo, hay otro hecho que maravilla al alma que este milagro contempla y es el de perseverar los accidentes del pan sin sujeto ninguno ni substancia que los sustente[3], porque las substancias del pan y del vino ya no están, por virtud de la consagración. Es decir, no hay substancia creada, la del pan y del vino, que sustente los accidentes –forma, sabor, olor, etc.- de los mismos y sin embargo, estos subsisten y esto no puede suceder sino es por la acción de la omnipotencia divina. Cuando comulgamos, percibimos por los sentidos, por ejemplo, el sabor del pan y del vino, pero ya no están las substancias del pan y del vino, por lo que estos accidentes persisten por obra de la divina omnipotencia.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

         Con respecto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, suceden también cosas maravillosas y admirables, como que esté el Cuerpo de Cristo en una Hostia consagrada y en tantas Hostias como sean las que se consagren en el mundo, siendo que se trata del mismo Cuerpo y de la misma Sangre que están, gloriosos y resucitados, así en la Eucaristía, como en el cielo. Es decir, Cristo Dios “no está menos verdadera y real y substancialmente en los accidentes de pan y vino, que está en el trono de su majestad a la diestra de Dios Padre”[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que seamos siempre capaces de admirar el Milagro de los milagros, la transubstanciación, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús!

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 174.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 175.
[3] Cfr. Nieremberg, 175.
[4] Cfr. Nieremberg, 175.

martes, 28 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por ataque vandálico a iglesia católica en Ontario, Canadá 270519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ataque vandálico sufrido por una iglesia parroquial en Ontario, Canadá. La información sobre tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Adorote devote, latens Deitas”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Recibir la Eucaristía por la comunión sacramental no es recibir un trocito de pan consagrado en una ceremonia religiosa: es recibir al mismo Hijo de Dios encarnado en el seno purísimo de María por obra del Espíritu Santo, que continúa y prolonga su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, también por obra del Espíritu Santo. Si el Ángel le anunció a María que el Verbo habría de encarnarse y ante estas palabras y el “Sí” de María el Verbo se encarnó, de manera análoga, al pronunciar el sacerdote ministerial las palabras de la consagración, el Verbo continúa y prolonga su Encarnación, al convertirse la substancia del pan en su Cuerpo y la del vino en su Sangre. Por esta razón, la comunión eucarística no debe ser nunca ni distraída, ni mecánica, ni ausente, sino que debe consistir en un acto de amor y de adoración a Dios Hijo encarnado que quiere ser entronizado en nuestros corazones.

          Silencio.   

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         La Eucaristía es el manjar celestial, exquisito, delicioso, imposible de ser encontrado en la tierra, porque su origen es celestial, sobrenatural, divino y es el manjar con el cual Dios alimenta a sus hijos más pequeños, a aquellos que, a pesar de su indigencia y miseria, Él se digna adoptarlos, movido por su Amor Misericordioso[1]. En el Salmo 110, el Profeta David habla de este alimento que da Dios a sus hijos pequeños, que le temen, lo adoran y lo reverencian, diciendo que “las obras de Dios son grandiosas y exquisitas para todos sus quereres”; luego, añade que esta obra de Dios es “alabanza y magnificencia”, porque nada hay que Dios no haga que no lo haga con perfección, alabanza y magnificencia. La Eucaristía se encuentra, pues, en el culmen y en la cima de las obras de Dios, magníficas, excelentes, excelsas y maravillosas, aunque diciendo esto nada decimos, porque no existen palabras en idioma alguno que pueda expresar la excelencia de la Eucaristía, el manjar con el que Dios alimenta a sus hijos.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

Ahora bien, el hecho de que un hijo adoptivo de Dios pueda alimentarse con manjar tan exquisito y delicioso, la Sagrada Eucaristía, supuso para Dios un gran coste[2], porque para que eso sucediera, para que sus hijos pudieran alimentarse con la leche que es la Sangre del Cordero, tuvo Dios Padre que disponer que su Hijo muriese en la Cruz. Y antes de esto y para complacer el pedido de su Padre, hubo el Hijo de Dios de anonadarse a Sí mismo, ya que siendo Él omnipotente, se hizo la nada misma, al asumir en su Divina Persona de Hijo la naturaleza humana, tan inferior a la divina. Al comulgar, entonces, humillémonos ante nuestro Dios, Presente en la Eucaristía, doblando nuestras rodillas y abriendo de par en par las puertas de nuestros corazones, en memoria y agradecimiento por su anonadamiento, obra que inició su misterio pascual de muerte y resurrección.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

Otra obra grandiosa que hizo nuestro Dios, gracias a la cual lo podemos tomar como alimento en la Sagrada Eucaristía, es que siendo Él el Dios omnipotente, Señor del cielo y de la tierra y Rey de reyes y siendo Él la Vida Increada y la Causa Primera de toda vida participada, hubiese de morir en muerte humillante de cruz, derramando hasta la última gota de su Sangre Preciosísima[3]. Éste es otro motivo que tenemos para humillarnos ante su Presencia Eucarística: que siendo la Vida Increada, murió en cruz para derrotar a la muerte y así concedernos la Vida Eterna, su vida misma divina de Dios Trino.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Dios hace obras grandiosas y la obra más grandiosa de todas sus obras grandiosas es la Eucaristía, el alimento celestial con el cual alimenta a sus hijos adoptivos. Para que sus pequeños hijos puedan recibir tan exquisito manjar celestial, Dios obra, en el altar eucarístico, el Milagro de los milagros, el Milagro más grande de todos sus milagros grandes; el Milagro que no puede ser superado por ningún milagro; el Milagro en el cual Dios Trino empeña toda su Omnipotencia, toda su Sabiduría y todo su Amor: la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús[4]. Al comulgar, entonces, recordemos que la Eucaristía no es un trocito de pan bendecido: es el Hijo de Dios que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, para alimentarnos con el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico y, como muestra de agradecimiento, postrémonos de rodillas ante su Presencia Eucarística y démosle todo el amor del que seamos capaces de dar.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 174.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 174.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 175.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 174.