jueves, 28 de julio de 2016

Hora santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor a María Santísima


Hora santa y rezo del Santo Rosario meditado[1] en honor a María Santísima

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor, reparación y desagravio por el ultraje sufrido en una imagen suya. En la madrugada del 17 de julio, un grupo de desconocidos profanó una imagen de Nuestra Señora de los Suspiros en Cartagena, a unos 111 kilómetros al oeste de Santiago. Los vándalos hicieron pintadas obscenas con pintura verde y le cortaron los dedos a una de las manos de la imagen. La noticia relativa a tan infausto acontecimiento, puede verse en la siguiente dirección electrónica: https://www.aciprensa.com/noticias/profanan-con-pintas-obscenas-imagen-de-la-virgen-maria-32075/ Como en otras ocasiones, además de las reparaciones y desagravios, suplicamos a Jesús Eucaristía la gracia de la conversión, para nosotros, para nuestros seres queridos y para todo el mundo, especialmente para quienes cometen estos sacrilegios.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación. 

Oh Santa Madre de Dios, Guía victoriosa, nosotros, tus hijos, amparados por tu amor maternal y refugiados en tu Inmaculado Corazón, encendidos en el Amor de Dios que tú nos comunicas al estrecharnos entre tus brazos, te cantamos nuestras acciones de gracias. Tú, Madre Nuestra del cielo, eres la Mujer del Génesis (cfr. Gn 3, 15) que aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua, el maligno Dragón, el Enemigo de Dios, de la Santa Iglesia y de la raza humana creada a imagen y semejanza de Dios Trino; te cantamos a ti, que posees participada de la Trinidad, la omnipotencia divina y te suplicamos, por la Sangre de tu Hijo amado derramada en la Cruz, sé nuestra Protectora, ahora y siempre, para adorar y amar contigo al Hombre-Dios en la Eucaristía, en lo que nos resta de vivir en el tiempo, para luego seguir amándolo y adorándolo contigo en los cielos, por la eternidad. Oh Esposa Inmaculada del Cordero de Dios, líbranos de todos los males, protégenos del infernal enemigo, apártanos del pecado, sé nuestro refugio ahora y en la hora de la muerte, y ampáranos, Madre de Dios y Madre Nuestra, para que transportados en tus fuertes y cálidos brazos maternales, seamos llevados de las angustias y tristezas de esta vida terrena a los gozos celestiales, la contemplación de Dios Trino y el Cordero. Amén.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Santa Madre de Dios, que en tu seno purísimo concebiste, por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al Hijo de Dios encarnado, enviado por Dios Padre para nuestra salvación. Así, oh Madre Nuestra Santísima, te convertiste en el Primer Sagrario y Sagrario Viviente, que alojaba en su interior al Dios que es la Vida Increada y que vive por los siglos; te saludamos, Madre Purísima, porque con tu “Sí” a la voluntad tres veces santa del Padre (cfr. Lc 1, 38), alojaste en seno virginal a la Luz eterna que proviene de la Luz eterna, Cristo Jesús y le diste nutrición y le tejiste un cuerpo de carne y sangre, dándole de tu substancia materna y haciendo visible al Dios Invisible, para luego darlo a luz como Pan Vivo bajado del cielo, como Maná Verdadero que alimenta a las almas con la misma substancia divina en su peregrinar a la Jerusalén celestial. Te saludamos y te veneramos a ti, que has generado la Luz indecible, la Luz Increada, Cristo Jesús; te saludamos y veneramos a ti, oh Diamante Preciosísimo de los cielos, que a diferencia de las piedras opacas que rechazan la luz del sol, los corazones de los hombres, tú, en cambio, como Diamante celestial y como Roca cristalina y purísima que eres, alojaste en tu seno virginal a la Luz eterna de Luz eterna, el Verbo de Dios, lo encerraste y protegiste en tu útero materno por nueve meses, dando alimento al que es Alimento de las almas y tejiendo un cuerpo humano, con tu substancia materna, al Dios que alimenta las almas con la substancia divina en el Pan Eucarístico, para luego irradiar sobre el mundo la Luz eterna que proviene de la Luz eterna, Cristo Jesús. Te saludamos a ti, Madre del Amor hermoso, de cuyo seno inmaculado nació, en el tiempo, un Hijo engendrado en la eternidad en el seno purísimo del Padre. Te saludamos a Ti, Esposa Inmaculada, Rosa Mística, que al cabo de nueve meses diste milagrosa y virginalmente a luz a Aquel que es la Luz Eterna e Increada, y que con su luz divina iluminó a quienes vivíamos “en tinieblas y en sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 79), ahuyentando estas sombras, los ángeles caídos, quitándonos la muerte del alma, el pecado, y comunicándonos su vida eterna por la fe, la gracia y la verdad.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Santa Madre de Dios, Virgen Purísima, Inmaculada, tú eres el milagro proclamado por los ángeles; tú eres el Sagrario viviente de Dios encarnado, hecho hombre sin dejar de ser Dios; Madre siempre Virgen, Dios te salve, porque eres tan hermosa, pura, límpida y Llena de la gracia y del Amor de Dios, que el mismo Dios Hijo, al encarnarse y venir a este valle de lágrimas proveniente del seno del eterno Padre, encontró en ti, oh Madre amantísima, el Divino Amor que en ti inhabita desde tu Concepción Inmaculada y es por eso que, a pesar de provenir del seno eterno del Padre, en donde vivía en el Amor de Dios, no encontró diferencias entre el Amor con el que era amado por el Padre desde la eternidad, y el amor con el cual tú lo recibiste desde el primer instante de su gloriosa Encarnación, porque el mismo Amor del Padre, el Espíritu Santo, era el Amor de tu Inmaculado Corazón y con el que tú, oh Virgen Santa y Pura, lo amabas desde siempre. Dios te salve, escala celestial por la cual Dios Hijo bajó del cielo a esta tierra, y por la que los hombres alcanzan a la Puerta (cfr. Jn 10, 9) que conduce al Padre en el Amor de Dios, Cristo Jesús. Dios te salve, Madre y Virgen, Huerto cerrado en el que Dios encuentra sus complacencias; Dios te salve, Madre Purísima, Madre siempre Virgen, que dijiste “Sí” a la voluntad del Padre, y así te convertiste en el Puente que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios; Dios te salve, Sagrario viviente y Tabernáculo sagrado del Dios Altísimo, que custodiaste con amor inefable en tu seno virginal al Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Hostia Inmaculada que habría de ser dada a los hombres para derramar sobre ellos el Divino Amor. Dios te salve, Rosa Mística de la cual sale el fruto tus entrañas virginales, Cristo Jesús, nuestro Dios en la Eucaristía. Dios te salve, Maestra de Adoradores Eucarísticos, que adoraste a tu Hijo desde la Encarnación; lo adoraste toda su vida; lo adoraste en la cima del Calvario, en la Santa Cruz, y lo adoras y continuarás adorándolo por los siglos sin fin en el Reino de los cielos. Dios te salve, Relámpago que alcanzas nuestras almas, herida gimiente de los demonios, tú iluminas nuestra oscuridad al darnos la luz de tu seno virgen, Cristo Jesús, por Quien se nos dona la vida eterna y el Divino Amor.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Santa Madre de Dios, Dios te salve; tú eres la Causa de nuestra alegría, porque de ti salió, milagrosa y virginalmente, la Luz del mundo, que ilumina y alegra nuestras almas, Cristo Jesús. Dios te salve, Virgen y Madre, porque permaneciendo Virgen antes, durante y después del parto, generaste la Luz Increada, Cristo Jesús, y la revestiste con la carne y la sangre de tus entrañas maternales, para que tu Hijo pudiera donarse a los hombres como “Pan de Vida eterna” (cfr. Jn 6, 35), como “Maná verdadero” (cfr. Jn 6, 32), como “Pan Vivo bajado del cielo” (cfr. Jn 6, 51), que alimenta con la substancia divina y vivifica con la vida del Ser trinitario a quien lo recibe con fe y con amor en la Eucaristía. Dios te salve, templo predilecto del Espíritu Santo, Custodia y Sagrario viviente, más precioso que el oro, que custodiaste en tu seno inmaculado durante nueve meses, la Carne y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, para darlo al mundo en Belén, Casa de Pan, como Pan celestial que dona a las almas la vida, el amor, la luz, la fuerza y la sabiduría de Dios. Dios te salve, Madre de Dios siempre Virgen, concebida Inmaculada Concepción, Llena del Espíritu Santo y Plena de gracia, porque estabas destinada en el tiempo a ser la Morada terrena del Dios Eterno que vive en el Reino de los cielos; Dios te salve, Madre siempre Virgen, Dios Padre te creó como su Hija predilecta; Dios Hijo te eligió por Madre amantísima; Dios Espíritu Santo te desposó como Esposa Inmaculada; Dios te salve, Madre de Dios y Virgen Purísima, que eras, eres y serás siempre Virgen, Flor predilecta de la Trinidad, en quien el Dios trinitario se recrea y se alegra, a quien los ángeles aclaman como misterio de la indecible Sabiduría y como su Reina y Señora; Dios te salve, Madre de los hombres, que los adoptaste al pie de la cruz para amarlos y llevarlos al cielo refugiados en tu Inmaculado Corazón; Dios te salve, Jardín florecido y Huerto cerrado que alegra a la Trinidad, tú eres la Mujer del Calvario (cfr. Jn 19, 27) que, por don de Jesús, te convertiste en nuestra amadísima Madre celestial; Dios te salve, Madre y Virgen, de cuyo seno purísimo e inmaculado nació, en el tiempo, Dios Hijo, tres veces santo, que resplandece en la eternidad como Sabiduría del Padre e impronta de su imagen.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Oh Santa Madre de Dios, que nos diste al fruto de tu seno, Aquel que es, que era y que será, “el alfa y el omega, el principio y el fin” (cfr. Ap 1, 8), Dios Hijo encarnado, para que adquiriendo un Cuerpo tejido por ti en tus entrañas virginales, ofrendara ese Cuerpo sacratísimo muriendo por nosotros en la cruz; Dios te salve, porque gracias a ti, que lo revestiste en tu seno virginal, con tu carne y sangre materna, se hizo visible a nuestro ojos mortales el Dios tres veces santo, el que es Invisible y Espíritu Puro, y así se manifestó a los hombres como Dios hecho Niño en Belén, como Dios crucificado en el Calvario y como Dios glorioso y resucitado en el Pan del Altar, la Sagrada Eucaristía. Dios te salve, Virgen y Madre de Dios que resplandeces con la gloria divina, tú eres la “Mujer del Apocalipsis” (cfr. 12, 1ss) toda revestida de sol, con la luna a los pies y una corona de estrellas en la cabeza; tú eres la Mujer que con alas de águila, la Gracia y la Verdad de Dios Trino, huyes al desierto para poner a tu Hijo Jesús a salvo del Dragón; tú eres la Mujer del Apocalipsis que proteges a tus hijos por nacer de los modernos Herodes, los abortistas, que “buscan a los niños para matarlos” (cfr. Mt 2, 1-2, 11-15); tú eres la Mujer del Apocalipsis que proteges a tus hijos adoptivos, los nacidos “del agua y del Espíritu” (cfr. Jn  3, 5) en el bautismo, de quienes los persiguen para matarlos por odio a la fe, por el solo hecho de que llevan en la frente la señal de la Santa Cruz, el signo del Cordero “como degollado” (cfr. Ap 5, 6), que con su Sangre derramada en el Calvario derrotó para siempre a nuestros tres grandes enemigos, el Demonio, el pecado y la muerte. Dios te salve, Virgen Purísima, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, tus hijos, te veneramos, te ensalzamos, te bendecimos y te damos gracias, y te pedimos perdón y reparamos por quienes no reconocen en ti a la Virgen y Madre de Dios, por quienes no te reconocen en tu gloriosa Asunción, por quienes profieren horribles blasfemas contra tu Inmaculado Corazón y contra el Sagrado Corazón de Jesús y te pedimos, para todos los hombres, la gracia de la conversión perfecta del corazón, de manera tal que, adorando al Cordero de Dios en la Eucaristía, continuemos adorándolo por los siglos sin fin en el Reino de los cielos. Amén.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.






[1] Las meditaciones están adaptadas e inspiradas en el Himno Akathistos, antiguo himno de alabanza contemplativa a la Theotokos, la Madre de Dios, la Virgen Madre.

viernes, 15 de julio de 2016

Hora Santa en honor a la Preciosísima Sangre de Jesús


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor a la Preciosísima Sangre de Jesús.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.        

La Sangre de Jesús es la Sangre del Cordero de Dios, derramada en el altar sacrosanto de la cruz y vertida cada vez en el cáliz del altar eucarístico, por la Santa Misa. La Sangre de Jesús contiene la divinidad, porque es la Sangre del Hombre-Dios, de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, y es por esto que la Sangre de Jesús es Preciosísima, porque lleva en sí al Espíritu de Dios, y es por esto que, cuando la Sangre del Cordero cae sobre el alma y el corazón del hombre, le quita sus pecados y le concede al mismo tiempo la vida divina y el Divino Amor. Desde el Corazón traspasado de Jesús, su Sangre Preciosísima se derrama, sobreabundante, para caer en las almas y los corazones de los hombres. La Sangre del Cordero, que brota del Corazón traspasado de Jesús, es una fuente de bendición imposible de apreciar para el Cuerpo Místico que es la Iglesia: fortalece a los mártires, ilumina a los confesores, inspira a las vírgenes, socorre a quien está en peligro, alivia a los afligidos, da consuelo celestial en las penas, concede la esperanza al penitente, consuela al moribundo con la promesa de la vida eterna, da paz y ternura divina a los corazones, libra a las almas del purgatorio y derrota a los demonios, alejándolos de las vidas y los hogares de los cristianos. Es por eso que nosotros, anhelantes de esta Sangre mil veces bendita, decimos: “¡Que caiga tu Sangre sobre nosotros, Cordero de Dios, para que esta Sangre nos quite los pecados, nos llene de tu gracia y nos colme con tu Amor Divino!”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Sangre de Jesús brota de su Cabeza coronada de espinas. El Rey del cielo, Dios Hijo, coronado con la gloria divina por el Padre desde la eternidad, al engendrarlo eternamente en su seno, es coronado por los hombres malvados con una corona formada por duras, gruesas, filosas y punzantes espinas, que desgarran su cuero cabelludo, le provocan un dolor lancinante y le hacen brotar ríos de Sangre Preciosísima, roja, brillante, pura, que al igual que los torrentes cristalinos de montaña, que caen en cascada hermoseando el cerro, desciende por su frente, sus ojos, sus pómulos, su nariz, su boca, sus oídos, otorgando a la Santa Faz del Redentor un color rojizo, que apenas deja entrever la luz de sus ojos. La Sangre que brota del cuero cabelludo limpia nuestros pecados de pensamiento, al tiempo que nos concede los pensamientos de Jesús, los mismos pensamientos que tiene Él coronado de espinas. La Sangre que cubre sus oídos y su boca, quita nuestros pecados de la lengua, con los cuales mentimos y calumniamos y difamamos a nuestros prójimos, sepultándolos con la lengua y prestando oídos a la calumnia, al tiempo que nos concede la gracia de desear escuchar sólo el dulce sonido de su voz de Pastor Eterno. La Sangre que cubre sus ojos, borra nuestros pecados cometidos con la vista, los pecados por los cuales vemos el mundo con los ojos de la concupiscencia y de la perversión, al tiempo que nos concede su mirada, la mirada inocente y pura del Cordero de Dios. La Sangre que cubre sus mejillas y la piel de su Divino Rostro, quita los pecados de sensualidad, los pecados del placer carnal, los pecados cometidos por el deseo desordenado de satisfacer las pasiones del cuerpo, al tiempo que nos concede su pureza y su castidad, la pureza y la castidad del Hombre-Dios, manifestaciones, en virtudes humanas, de la pureza inmaculada del Ser divino trinitario. ¡Sangre Preciosísima de Jesús, cúbreme, inunda mi alma y mi corazón, dame la pureza, la santidad y el Amor del Cordero de Dios!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Sangre brota del Cuerpo herido del Redentor, a causa de los durísimos golpes recibidos a lo largo de su Pasión: puñetazos, puntapiés, flagelos, clavos de hierro, corona de espinas. La presión ejercida sobre el Cuerpo sacratísimo del Redentor por parte de los golpes y el desgarro y laceración de los flagelos y las espinas, convierten a la Humanidad Santísima de Jesús en una surgente viva de Sangre roja, rutilante, que brota de continuo por todo su Cuerpo lacerado y magullado, tiñéndolo con diversas tonalidades de rojo, conforme la Sangre Preciosísima del Redentor se va secando y coagulando en algunas partes, mientras en otras surge fresca y rutilante. Son los golpes, los flagelos y las espinas, productos de las manos de los hombres, las fuerzas ciegas y brutas que desgarran y laceran la Humanidad Santísima de Jesús, haciendo que brote su Sangre por toda la extensión de su Cuerpo. Pero hay una fuerza, infinitamente más poderosa que los golpes y los flagelos, que es la que hace brotar la Sangre del Cuerpo todo del Redentor, y es el Divino Amor que inhabita en su Sagrado Corazón. Es el Amor de Jesús el que lo lleva a sufrir, sin una sola queja que pueda escucharse de sus labios, los fortísimos golpes, los crudelísimos flagelos, el dolor lacerante de la corona de espinas, el dolor quemante de los clavos que atenazan duramente al madero sus manos y sus pies.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús es “la Vid Verdadera” (Jn 15, 1) que da un fruto exquisito, del cual se obtiene un vino que jamás los hombres han probado antes de Él, un vino que los embriaga con la alegría y el amor mismo de Dios, un vino que los hace vivir con una vida nueva, una vida superior a la vida misma de los ángeles, porque es la vida de Dios Uno y Trino, un vino que les concede, ya aquí, desde la tierra, en germen, la misma vida de Dios, la vida eterna, la vida perfectísima, inacabable en su extensión, perfectísima en su divina plenitud, un vino dulcísimo, exquisito, que deleita a los mismos ángeles, arrobándolos en el éxtasis y en el amor de Dios. Al igual que sucede con una vid terrena, que al ser triturada en la vendimia se obtiene de ella el fruto de la vi, un vino nuevo, así Jesucristo, Vid Verdadera, es triturado en la vendimia de la Pasión, y de sus llagas abiertas y florecientes de roja sangre, y de su costado perforado por la lanza, se obtiene un Vino Nuevo, un Vino con el que el Padre celebra, en el Banquete celestial de la Santa Misa, el pacto de la Nueva Alianza, la Alianza Nueva y Eterna, sellada con la Sangre del Cordero de Dios, el Vino de la Vid Verdadera. Y así como en un banquete terreno, el vino de mejor calidad se sirve en una boda para acompañar los manjares más exquisitos y selectos que deleitan el paladar y homenajean a los esponsales y sus invitados, así el Vino de esta Vid Verdadera que es Cristo Jesús, la Sangre de su Corazón Sacratísimo, es servido por el Padre en el Banquete celestial, la Santa Misa, para acompañar los manjares más exquisitos, manjares que no se encuentran en lugar alguno de la tierra y que deleitan con su exquisitez a los hombres invitados a las Bodas del Cordero con su Iglesia Esposa, y estos manjares que acompañan al Vino, que es la Sangre del Redentor, servida en el Cáliz del altar eucarístico, son la Carne de Cordero, la Divina Eucaristía, y el Pan de Vida Eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado, glorioso y lleno de la vida divina en la Hostia consagrada. Así, el Padre nos deleita y nos sirve el manjar –a nosotros, que somos sus hijos pródigos- que embriaga al alma con el Amor de Dios, la Alegría divina y la Vida trinitaria: el Pan Vivo bajado del cielo, la Carne del Cordero de Dios, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Cristo Jesús. ¡Oh Dios Padre, te damos gracias y te adoramos, por invitarnos a tu Banquete celestial, la Santa Misa! ¡Oh Dios Hijo, te damos gracias y te adoramos, porque te nos donas como Pan celestial, como Carne de Cordero y como Vino de la Eterna Alianza, en el manjar eucarístico! ¡Oh Dios Espíritu Santo, te damos gracias y te adoramos, porque te derramas todo entero en nuestros míseros corazones, cuando bebemos el Vino que te contiene, el Vino obtenido en la vendimia de la Pasión, el Vino de la Vid Verdadera, Cristo Jesús!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Afirma un santo que Dios invita a comer de su Pan y a beber de su Vino; que los invita, a todos los hombres, a comer su Cuerpo, que es el Pan que alimenta con la Vida eterna, y a beber su Sangre, que es el Vino que diviniza el alma, y esto porque Dios Hijo ha “mezclado de manera admirable su Sangre con la divinidad, para nuestra salvación”[1]. Porque esta Preciosísima Sangre contiene la divinidad, quien la bebe, se ve purificado de sus manchas y llagas, se enriquece en su pobreza y, al circular esta divina Sangre por sus venas, recibe la Vida misma de Jesús, que es la Vida eterna, y cuando esta Sangre desciende a su pobre corazón humano, ve convertido su corazón en el mismo Corazón de Jesús. ¡Madre mía, María Santísima, que caiga esta Sangre sobre nuestros corazones y los purifique y llena de la Vida de tu Hijo Jesús, la vida misma de Dios Trino, y nos colme con el Amor de Dios, el Espíritu Santo!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





[1] Procopio de Gaza, Comentario sobre el libro de los Proverbios, Cap. 9: PG 87, 1, 1299-1303.

lunes, 4 de julio de 2016

Hora Santa en reparación por la profanación de la Virgen de los Desamparados en España y Perú.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación y desagravio por los ultrajes contra la Madre de Dios, sufridos recientemente en España y Perú. La información correspondiente se puede ver en los siguientes sitios: http://infovaticana.com/2016/06/13/lobby-gay-vuelve-atacar-los-catolicos/; https://www.aciprensa.com/noticias/fotos-y-video-marcha-gay-en-peru-se-burla-de-virgen-maria-que-bendice-a-congresistas-31588/ Como de costumbre, pedimos nuestra propia conversión y la de nuestros hermanos, que cometieron estos ultrajes a María Santísima.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

         La Madre de Dios es la Mujer del Génesis (cfr. Gn 3, 15), que junto con su descendencia se enfrenta y vence a la Serpiente Antigua y su prole, los hijos de las tinieblas. La Virgen Santísima aplasta a la Serpiente en la cabeza, donde anida su orgullo y su irracional soberbia demoníaca, que le llevan a pretender igualarse a Dios. María, porque fue hecha partícipe de la divina omnipotencia aplasta con su delicado pie femenino, la cabeza orgullosa y soberbia de la Serpiente, derrotándola y dejándola vencida, así como una serpiente terrena, cuando su cabeza es aplastada, pierde toda fuerza y vigor y no puede ya amenazar más con su veneno mortal. Aunque la acecha en su calcañal, la Mujer del Génesis triunfa sobre la Serpiente Antigua –llamada Diablo o Satanás- porque la Virgen participa del poder y fortaleza divina de su Hijo Dios. Puesto que la Virgen es tipo perfecto y acabado de la Iglesia, también la Iglesia de Dios, Esposa del Verbo, triunfa sobre la Serpiente, que la acecha en su calcañal, es decir, en sus integrantes humanos, buscando inocular en los hombres de la Iglesia el veneno de la duda, el error, la herejía, el cisma y la apostasía; pero al igual que la Mujer del Génesis, la Iglesia, asistida por la fuerza y el poder del Espíritu Santo, aplasta sin piedad la cabeza de esa hidra venenosa que es el error de negar la divinidad de Jesús y su Presencia real en la Eucaristía. ¡Oh María, Madre mía, aumenta mi fe en tu Hijo, Jesús Eucaristía!

          Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Madre de Dios es la Mujer al pie de la Cruz (cfr. Jn 19, 25-30); es la Mujer a la que Jesús nos dejó como Madre celestial; es la Mujer que, con su Corazón Inmaculado atravesado por una espada de dolor, ofrece sin embargo, no solo sin la más pequeña queja, sino con todo el Amor de su Purísimo Corazón, a su Hijo al Padre por la salvación de los hombres y el perdón de sus pecados. Así la Virgen Dolorosa, ofreciendo el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de su Hijo en la cruz y ofreciéndose a sí misma al Padre también como víctima, es tipo perfecto y acabado de la Iglesia que, en el Santo Sacrificio del Altar, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, ofrece al Padre el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo de María Virgen, Cristo Jesús en la Eucaristía, que se inmola por el perdón de los pecados de los hombres e implora por su eterna salvación. La Virgen Dolorosa, de pie al lado de la cruz, ofreciendo con todo su Amor a su Hijo Jesús, es el tipo perfecto de la Iglesia que, por medio del sacerdocio ministerial, ofrece a Dios Trino la Eucaristía en la Santa Misa, renovación sacramental del Sacrificio del Calvario. ¡Oh Madre mía, Virgen Santísima, que yo sepa ofrecerme en la Santa Misa, contigo y con Jesús, por la salvación del mundo!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Madre de Dios es la Mujer del Apocalipsis (cfr. Ap 12, 1ss), que lleva en sus brazos a su Hijo, Dios Niño y huye al desierto para ponerlo a salvo de la furia deicida del Dragón, el Príncipe de los ángeles rebeldes y apóstatas. En el Apocalipsis se relata que a la Mujer “se le dieron dos alas para que volara al desierto” para así poner a salvo a su Hijo, puesto que el Dragón pretendía ahogarlo en el río que brotó de sus fauces: esa Mujer es la Virgen internándose en el desierto, huyendo de Herodes y sus esbirros que, con furia demoníaca, buscan “matar al Niño” (cfr. Mt 2, 13). Huye la Madre de Dios, con las alas de águila, esto es, la Sabiduría y el Amor de Dios, custodiando entre sus brazos y estrechando contra su Corazón Inmaculado a Aquel que ama más que su propia vida, su Hijo amado, Rey de reyes y Señor de señores, amenazado de muerte por un rey terreno, temeroso de ser destronado por un Niño, un Niño que no es un niño más entre tantos, sino que es Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios. Pero la Virgen es tipo perfecto y acabado de la Iglesia y por eso mismo, en la Mujer que huye con su Hijo al desierto para salvarlo de la furia deicida de los hombres aliados con el Ángel rebelde, está anticipada y prefigurada también la Iglesia, Esposa fiel del Cordero que, a lo largo de los siglos, en la historia humana, será perseguida en sus santos y mártires por este mismo Ángel rebelde, que buscará destruir al Fruto de sus entrañas virginales -el altar eucarístico-, Jesús Eucaristía. La Virgen que huye al desierto prefigura a la Iglesia Militante que peregrina en el desierto de la historia y el mundo y es perseguida por los enemigos de la Fe y de Dios, los cuales, azuzados por el Dragón, quieren en todo tiempo y lugar hacer desaparecer al Hijo de Dios, encarnado en Belén y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y al igual que la Virgen, a quien le fueron dadas las alas de águila, la Sabiduría y el Amor de Dios, así también la Iglesia Militante, con la Sabiduría y el Amor divinos que resplandecen en su Magisterio bimilenario, custodia con celo y ardor lo más valioso que posee, la Eucaristía, Jesús, el Hijo de Dios. ¡Oh María, Madre mía, que nunca abandonemos la fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Madre de Dios es la Mujer del Apocalipsis “toda revestida de sol, con una corona de doce estrellas en la cabeza y con la luna bajo sus pies” (cfr. Ap 12, 1ss), y así la Virgen, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, representa y anticipa a la Iglesia que es la Esposa del Cordero, la Iglesia Santa, Pura e Inmaculada que, Triunfante, resplandece en los cielos eternos con la gloria celestial. La Virgen es la Mujer revestida de sol porque el sol representa a su Hijo Jesús, Sol de justicia, Gracia Increada y Gloria eterna del Padre, que al encarnarse en el seno virgen de María y siendo Él la Luz Eterna e Increada (cfr. Jn 8, 12), convierte a la Virgen Santísima en un Diamante celestial que irradia al mundo la Luz Divina, Cristo Jesús. La Virgen es como un Diamante celestial porque así como un diamante, roca cristalina, atrapa la luz y la encierra dentro de sí para luego irradiarla al exterior, de la misma manera la Virgen Purísima, con su “Sí” a la Voluntad del Padre (cfr. Lc 1, 38), atrapó en su seno purísimo a la Luz de la gloria eterna, Cristo Jesús y la irradió al mundo al término de su gestación, siendo la causa de que el mundo, que habitaba en “sombras y tinieblas de muerte” (cfr. Lc 1, 67-79), fuera iluminado con la luz divina viva y vivificante, su Hijo Jesús. De la misma manera, así como la Virgen resplandece en los cielos por estar revestida con la gloria de su Hijo Jesús, así la Iglesia, Esposa del Cordero, resplandece en la tierra ante las naciones con la luz de la Verdad, Cristo Jesús, que desde la Eucaristía ilumina las almas con la luz de su gracia. Y así la Iglesia, al igual que María, que como un Diamante celestial irradió al mundo la Luz de Dios, del mismo modo, por la Iglesia, desde el altar eucarístico, se irradia sobre el mundo la Luz Eterna, Jesús Eucaristía. ¡Oh Madre de Dios, Reina del cielo, que nuestra fe en la Presencia real de Jesús Eucaristía sea límpida y transparente como tu Inmaculado Corazón!

         Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Madre de Dios, la Virgen Santísima, representa a la Iglesia, la Esposa Inmaculada del Cordero Inmaculado. Ella es la Virgen que, descripta por los místicos[1][1], está cubierta de la gloria de Dios; Ella es la Esposa Inmaculada ante la cual huyen las sombras; Ella es la Madre de Dios, la Virgen Purísima, la Inmaculada, la Llena de gracia, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Llena del Amor y de la Gracia de Dios; Ella es Aquella Mujer, la Madre de Dios, que se sienta en un trono de inmensa gloria y a cuyo Hijo, el Cordero de Dios, adoran y alaban los ángeles y bienaventurados en los cielos (cfr. Ap 4, 1-2); Ella es la Madre siempre Virgen, que fue Virgen antes del parto, durante el parto y que continúa y continuará siendo Virgen, después del parto, por los siglos sin fin. Ella es la Hija amada del Padre y la Esposa del Hijo, por cuyo Hijo, el Cordero, que derramó su Sangre en la Cruz y la derrama cada vez en el cáliz eucarístico en la Santa Misa, han sido redimidas todas las naciones de la tierra del poder del Dragón. A Ella, y a su Hijo Dios, les pertenecen todas las naciones de la tierra, por haber dado por la redención y rescate de la esclavitud del Demonio, el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios en la cruz[2]. Ella es la que está sentada en un trono, al lado del trono de Dios y del trono del Cordero, porque Ella es la Madre de Dios[3]. Ella es la Mujer Virgen y Madre fecundísima a cuyas órdenes y del Cordero combaten Miguel y sus ángeles contra el Dragón, la Serpiente Antigua, obteniendo la Mujer, Madre de Dios y prefiguración de la Iglesia, el más rotundo triunfo y la más resonante victoria sobre la Serpiente, la cual fue arrojada de los cielos, “cayendo como un rayo” (cfr. Lc 10, 18). ¡Oh Madre del cielo, María Santísima, nosotros tus hijos pequeños, te rogamos, cúbrenos con tu manto, llévanos entre tus brazos, refúgianos en tu Inmaculado Corazón!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

 Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.





[1] Cfr. Francisco Palau, Mis relaciones con la Hija de Dios, en Josefa Pastora Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1978, 59.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.