Inicio: Ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la obra ofensiva y blasfema
hacia Santa Teresa de Ávila del autor Ray Loriga. La información pertinente se
encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La
excelsitud de la gracia viene, según la opinión de numerosos doctores
eclesiásticos[1],
del hecho de que por la misma el alma participa de la naturaleza divina, lo
cual equivale a decir que participa de la bondad y de la santidad de Dios Uno y
Trino. Pero además de esto y precisamente, por participar de la naturaleza divina,
el alma adquiere una animadversión y un rechazo por el pecado, que son tantos
más fuertes, cuanto más intensa es esta participación. Esto se debe a que Dios
es la Santidad Increada en sí misma; Él es la Bondad Increada en sí misma; Él
es el Amor Increado en sí mismo y por esto, rechaza el pecado y la malicia y el
odio a todo lo santo que el pecado lleva implícito en sí mismo. Los santos
participaron con gran intensidad de la naturaleza divina y lucharon por no solo
mantenerse en la gracia, sino por acrecentar su nivel de gracia y por eso
rechazaban profundamente el pecado. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, implora para nosotros el don de apreciar la gracia y
detestar el pecado!
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los
santos se hicieron santos, no por sí mismos, porque esto es imposible: es
decir, la naturaleza humana no solo no es santa en sí misma sino que, creada en
gracia en los primeros padres, cayó en el pecado original, perdiendo la gracia
para sí y para toda la humanidad. Lo que hizo que los santos fueran santos –y por
eso gozan en la eternidad de las bienaventuranzas divinas- es que,
precisamente, adquirieron algo que no tenían, la gracia santificante, la cual los
hizo santos, al hacerlos partícipes de la santidad de Dios. Muchos piensan,
erróneamente, que el hombre es, por naturaleza, una “chispa” de la divinidad,
una parte de Dios que, al morir, se reintegra a la naturaleza divina, que sería
la suya por correspondencia. Sin embargo, esto es un grave error, porque el
hombre no es santo por naturaleza y además su naturaleza está contaminada por
el pecado original: para ser como Dios, el hombre necesita de la gracia
santificante que, por un lado, le quita el pecado y, por otro, lo hace
partícipe de la naturaleza y de la santidad divina, asemejándolo a Dios.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia, por ser participación de la divina santidad y de la santa impecabilidad
y sacrosanta bondad de Dios, hace al hombre que la posee, santo y bueno, siendo
la raíz de toda obra santa y buena[2]. Sin
la gracia, no hay hombres santos; sin la gracia, el hombre es “nada más pecado”;
sin la gracia, no hay santidad alguna y ni siquiera la más mínima bondad; sin
la gracia, no hay obras meritorias que hagan ganar el cielo. Sin la gracia no
hay santos y con la gracia, hasta el más empedernido pecador se convierte en el
más grande santo, porque la gracia quita el pecado y santifica el alma con la
misma santidad divina. Sólo la gracia hace que las obras realizadas tengan
mérito para la salvación eterna del alma; por esta razón, no basta con
simplemente no hacer obras malas; incluso, no basta con obrar obras buenas,
pero sin la gracia, porque las obras buenas sin la gracia no hacen al alma
merecedora del cielo. ¡Nuestra Señora de
la Eucaristía, que permanezcamos siempre en la gracia de Dios, para que las
obras realizadas nos granjeen el cielo y la eterna bienaventuranza!
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Santo
Tomás de Aquino afirma que la participación de la naturaleza divina era por la
semejanza en la bondad de Dios[3].
Esto explica que los santos tuvieran, en su vida terrena, una caridad que
supera infinitamente a la bondad humana. La caridad de los santos, lejos de ser
mera filantropía –esto es, amor simplemente humano-, era un reflejo, por medio
de sus obras, de su participación en la bondad divina por medio de la gracia. Es
la gracia la que explica no solo la magnificencia, sino la bondad divina
presentes y características en las obras de todos los santos. Sin la gracia, el
obrar humano, por bueno que sea, es solo buen obrar, reducido a filantropía. Por
la gracia, el santo se convierte en un instrumento en las manos de Dios para
que Dios obre con su bondad en medio del mundo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca obremos sin la gracia y que
la gracia sea la que santifique nuestras obras, por modestas y humildes que
sean!
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
excelencia de la gracia, por la cual el alma participa de la santidad divina,
es la mayor excelencia de todas. Es decir, es ya un don sobremanera excelso todo
lo que la gracia comunica: el ser sobre toda naturaleza; el ser el mayor de los
milagros; el participar del Ser divino; el comunicar al alma el Ser de Dios,
intelectualísimo y purísimo; el ser la raíz, la causa y el derecho de la
bienaventuranza; pero mucho más que todo es ser santidad de Dios, por hacer al
alma partícipe de la santidad y bondad infinitas de Dios, porque tampoco en
Dios hay cosa mayor que su santidad. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, no permitas que el mundo, con sus vanos atractivos,
nos aparte de lo más excelente que podemos poseer, el don de la gracia
santificante y ayúdanos a desear perder la vida terrena antes que perder la
gracia!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Joan Martínez Ripald, Tract.
de Gratia, disp. 2, sect. 2; cit. en Juan
Eusebio Nieremberg, Aprecio y
estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., Cap. 11, 1,
nota 1, 73.
[2] Juan
Eusebio Nieremberg, Aprecio y
estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., Cap. 11, 1,
74.
[3] 3 p., q. 3, art. 4, ad. 3.