jueves, 28 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por libro blasfemo editado en España 270219



         Inicio: Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la obra ofensiva y blasfema hacia Santa Teresa de Ávila del autor Ray Loriga. La información pertinente se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

La excelsitud de la gracia viene, según la opinión de numerosos doctores eclesiásticos[1], del hecho de que por la misma el alma participa de la naturaleza divina, lo cual equivale a decir que participa de la bondad y de la santidad de Dios Uno y Trino. Pero además de esto y precisamente, por participar de la naturaleza divina, el alma adquiere una animadversión y un rechazo por el pecado, que son tantos más fuertes, cuanto más intensa es esta participación. Esto se debe a que Dios es la Santidad Increada en sí misma; Él es la Bondad Increada en sí misma; Él es el Amor Increado en sí mismo y por esto, rechaza el pecado y la malicia y el odio a todo lo santo que el pecado lleva implícito en sí mismo. Los santos participaron con gran intensidad de la naturaleza divina y lucharon por no solo mantenerse en la gracia, sino por acrecentar su nivel de gracia y por eso rechazaban profundamente el pecado. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, implora para nosotros el don de apreciar la gracia y detestar el pecado!

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los santos se hicieron santos, no por sí mismos, porque esto es imposible: es decir, la naturaleza humana no solo no es santa en sí misma sino que, creada en gracia en los primeros padres, cayó en el pecado original, perdiendo la gracia para sí y para toda la humanidad. Lo que hizo que los santos fueran santos –y por eso gozan en la eternidad de las bienaventuranzas divinas- es que, precisamente, adquirieron algo que no tenían, la gracia santificante, la cual los hizo santos, al hacerlos partícipes de la santidad de Dios. Muchos piensan, erróneamente, que el hombre es, por naturaleza, una “chispa” de la divinidad, una parte de Dios que, al morir, se reintegra a la naturaleza divina, que sería la suya por correspondencia. Sin embargo, esto es un grave error, porque el hombre no es santo por naturaleza y además su naturaleza está contaminada por el pecado original: para ser como Dios, el hombre necesita de la gracia santificante que, por un lado, le quita el pecado y, por otro, lo hace partícipe de la naturaleza y de la santidad divina, asemejándolo a Dios.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia, por ser participación de la divina santidad y de la santa impecabilidad y sacrosanta bondad de Dios, hace al hombre que la posee, santo y bueno, siendo la raíz de toda obra santa y buena[2]. Sin la gracia, no hay hombres santos; sin la gracia, el hombre es “nada más pecado”; sin la gracia, no hay santidad alguna y ni siquiera la más mínima bondad; sin la gracia, no hay obras meritorias que hagan ganar el cielo. Sin la gracia no hay santos y con la gracia, hasta el más empedernido pecador se convierte en el más grande santo, porque la gracia quita el pecado y santifica el alma con la misma santidad divina. Sólo la gracia hace que las obras realizadas tengan mérito para la salvación eterna del alma; por esta razón, no basta con simplemente no hacer obras malas; incluso, no basta con obrar obras buenas, pero sin la gracia, porque las obras buenas sin la gracia no hacen al alma merecedora del cielo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que permanezcamos siempre en la gracia de Dios, para que las obras realizadas nos granjeen el cielo y la eterna bienaventuranza!

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santo Tomás de Aquino afirma que la participación de la naturaleza divina era por la semejanza en la bondad de Dios[3]. Esto explica que los santos tuvieran, en su vida terrena, una caridad que supera infinitamente a la bondad humana. La caridad de los santos, lejos de ser mera filantropía –esto es, amor simplemente humano-, era un reflejo, por medio de sus obras, de su participación en la bondad divina por medio de la gracia. Es la gracia la que explica no solo la magnificencia, sino la bondad divina presentes y características en las obras de todos los santos. Sin la gracia, el obrar humano, por bueno que sea, es solo buen obrar, reducido a filantropía. Por la gracia, el santo se convierte en un instrumento en las manos de Dios para que Dios obre con su bondad en medio del mundo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca obremos sin la gracia y que la gracia sea la que santifique nuestras obras, por modestas y humildes que sean!

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La excelencia de la gracia, por la cual el alma participa de la santidad divina, es la mayor excelencia de todas. Es decir, es ya un don sobremanera excelso todo lo que la gracia comunica: el ser sobre toda naturaleza; el ser el mayor de los milagros; el participar del Ser divino; el comunicar al alma el Ser de Dios, intelectualísimo y purísimo; el ser la raíz, la causa y el derecho de la bienaventuranza; pero mucho más que todo es ser santidad de Dios, por hacer al alma partícipe de la santidad y bondad infinitas de Dios, porque tampoco en Dios hay cosa mayor que su santidad. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, no permitas que el mundo, con sus vanos atractivos, nos aparte de lo más excelente que podemos poseer, el don de la gracia santificante y ayúdanos a desear perder la vida terrena antes que perder la gracia!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Joan Martínez Ripald, Tract. de Gratia, disp. 2, sect. 2; cit. en Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., Cap. 11, 1, nota 1, 73.
[2] Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., Cap. 11, 1, 74.
[3] 3 p., q. 3, art. 4, ad. 3.

lunes, 25 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por ultraje y profanación de templo católico en Turín, Italia 240119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por la profanación ocurrida en la iglesia parroquial de los Santos Gervasio y Protasio en la localidad de Nona, en Turín, Italia, el mes de febrero de 2019. La profanación consistió en una inaceptable y del todo inadecuada danza tribal africana llevada a cabo en el interior del templo parroquial. Para mayor información, les dejamos el siguiente enlace, en donde se contempla, en el video, tan lamentable escena, que nunca debió tener lugar:


Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          La comunión eucarística es un don tan grande, que el alma, luego de comulgar, debe realizar la acción de gracias correspondiente, so pena de perder muchos dones y gracias que se dan en estos momentos de íntima comunión de vida y amor con Jesús. Un compañero del Padre Pío de Pietralcina[1] contó que un día fue a confesarse con el santo, acusándose, entre otras cosas, de que había omitido la acción de gracias en la Santa Misa, por causa de obligaciones con su ministerio sacerdotal. El Padre Pío se puso muy serio y dijo con voz firme: “Tengamos cuidado que el no-poder no sea el no-querer. ¡La acción de gracias la debes hacer siempre, si no lo pagarás caro!”. Aprendamos de los santos y demos a la acción de gracias, luego de la comunión eucarística, el tiempo que se merece.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Si no hacemos acción de gracias luego de la comunión eucarística, no debemos pensar que el perjudicado es Jesús. ¡Somos nosotros y nada más que nosotros! Jesús le dijo a Santa Faustina Kowalska que la mayoría de las veces, cuando ingresaba en un alma por la comunión eucarística, debía retirarse sin haber podido dejar sus dones y gracias, porque el alma estaba totalmente distraída, sin prestar atención a su Presencia en el corazón. Cuando comulgamos, debemos tomar conciencia que, si nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, por la gracia, nuestro corazón se convierte en sagrario viviente de Jesús Eucaristía. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, no permitas que dejemos solo a tu Hijo e intercede para que no desaprovechemos el momento que tenemos para estar íntimamente unidos al Sagrado Corazón Eucarístico!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          ¿Qué diríamos si supiéramos el caso de dos personas que se aman y que, cuando se encuentran, una de ellas, en vez de declararle su amor a quien dice que ama, se pone sin embargo a hablar con los transeúntes, o a decir cosas banales, sin sentido? Es lo que sucede cuando Jesús, que está enamorado de nosotros –y nosotros deberíamos estarlo de Él- ingresa en nuestra alma por la comunión eucarística: Él está deseoso de tener unos minutos de íntima comunión de vida y amor con el alma, pero lamentablemente, nos comportamos fríamente ante su Presencia eucarística y la prueba es que no hacemos acción de gracias y no aprovechamos el momento especialísimo de gracia que es su Presencia personal en nuestros corazones. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, no permitas que dejemos marchar a Jesús con las manos llenas y haz que hagamos acción de gracias, para que Jesús pueda derramar sobre nuestras almas el océano infinito de su Amor misericordioso!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

¡Cuántas almas, inmersas en el mundo, darían lo que no tienen, por recibir un rato de atención de sus ídolos mundanos! ¡Cuántos suspiran aunque sea por una mísera mirada de compasión de parte de sus ídolos del mundo y cuando estos consienten en hacerlo, se deshacen en acción de gracias y se consideran los más afortunados del mundo! Y sin embargo, nosotros, los católicos, que tenemos la inmensa dicha, no conocida por ninguna otra religión, de que el mismísimo Dios de cielos y tierra venga a nuestras míseras almas por la comunión eucarística, cuando Él viene, deseoso de abrasarnos en las llamas de Amor de su Sagrado Corazón, en vez de amarlo y adorarlo, postrándonos interior y exteriormente ante su Presencia eucarística, lo dejamos solo y abandonado, como si nunca lo hubiéramos recibido. No seamos tan desagradecidos para con nuestro Dios y hagamos la acción de gracias que Él se merece, abriendo nuestros pobres corazones de par en par a Jesús Eucaristía.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los santos se santificaron todos, sin excepción, por su gran amor a la Eucaristía. No sólo la adoraban exteriormente, haciendo genuflexión ante la Eucaristía y orando de rodillas ante Jesús Sacramentado, sino que lo amaban y adoraban cuando Jesús Eucaristía ingresaba en sus corazones por la comunión eucarística. Un autor se pregunta si no nos encontramos lejos de los ejemplos de los santos, cuando después de comulgar, o no hacemos acción de gracias, o hacemos una acción de gracias apurada, superficial, en la que no vemos la hora de que termine para ocuparnos de nuestros asuntos. Este mismo autor recuerda una advertencia de Santa Teresa de Ávila, la gran doctora de la Iglesia, quien decía que “Jesús devuelve el céntuplo de la recepción (en el corazón) que se le hace”, aunque la misma santa nos advierte que también es verdad que seremos responsables al céntuplo de nuestra falta de recepción. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, no permitas que seamos necios y tardos de entendimiento, y ayúdanos y enséñanos a hacer acción de gracias para que así el Señor encienda en nuestros corazones la Llama de su Divino Amor!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 71.

sábado, 23 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por misas profanadas con ritos mundanos 140219



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por las misas que son profanadas con ritos de origen mundano. En el siguiente enlace podemos encontrar una ampliación del tema al que nos referimos:


         Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Cuando se pierde la gracia, el alma sufre dos clases de daños: uno presente y otro futuro[1]. El daño presente es el mismo perder la gracia, que en sí es digna de gran estima, ya que eleva a la creatura a un estado purísimo, sobrenatural, divino, celestial, al hacerla partícipe de la naturaleza del mismo Dios. El daño futuro que se sufre es la pérdida de la bienaventuranza, a la cual se tiene derecho por la misma gracia y esta pérdida es infinitamente más grave y dolorosa que cualquier pérdida terrena. Para que nos demos una idea de la grandeza de la gracia, es necesario que meditemos acerca de lo que dice el Evangelista San Juan: “seremos semejantes a Dios, porque le veremos como es en Sí”. Sin embargo, el alma no debe esperar el pasar a la otra vida, puesto que ya en esta vida terrena, por la gracia, participa de la naturaleza divina y en este sentido, se hace semejante a Dios ya en esta vida. La otra grandeza de la gracia consiste en que, en la otra vida, al contemplar a Dios, “seremos semejantes a Él”; pero ya desde esta vida, por la gracia, el alma adquiere cierta semejanza con Dios en su pensar, en su querer y en su obrar y esto es algo que se ve de forma patente en los santos.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La gracia es llamada también “bienaventuranza” y quien la posee puede ser llamado, con toda razón, “bienaventurado”, aun cuando no lo sea todavía en el grado en el que se experimenta la bienaventuranza en la otra vida, en la vida eterna[2]. La razón por la que recibe este nombre es que por ella, el alma se hace partícipe de la naturaleza divina y, en cierto sentido, posee al Ser divino trinitario y la bienaventuranza es precisamente esto, total posesión de Dios Trino y también usufructo, por así decirlo, de este Dios Trino. El alma bienaventurada –y, por extensión, el alma en gracia- poseen a Dios Uno y Trino y se alegran por esta posesión, que es para su goce y disfrute personal. Por la bienaventuranza se usufructúan todos los atributos divinos y todas las infinitas perfecciones del Ser divino trinitario; por lo tanto, lo mismo ocurre por la gracia en esta vida, con la diferencia que en esta vida el alma lo hace limitadamente, mientras que en la otra, el usufructo de las divinas perfecciones es sin límite.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por la bienaventuranza, el alma se hace semejante a Dios y goza de las infinitas perfecciones y atributos divinos, del mismo modo a como Dios las goza[3]. Es decir, aunque las infinitas perfecciones sean de Dios y sólo de Dios, porque sólo a Él le corresponde ser infinitamente perfecto en todo, el usufructo y el gozo de las mismas es común con Dios, con lo cual los hombres experimentan el “ser como dioses”, porque se hacen Dios por participación. Así llaman en la otra vida a los bienaventurados los santos y también la Escritura y de la misma manera, con los límites de esta vida terrena, a aquellos que están en estado de gracia, por el hecho de que ya tienen derecho, por la gracia presente, a la bienaventuranza futura[4].

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Entre los hombres, se considera que es afortunado aquel que, aun no siendo poseedor o dueño de la totalidad de la hacienda, sin embargo puede gozar y disfrutar de los bienes que esta produce[5]. Es decir, poco importa que no se tenga el dominio de una gran hacienda, siempre y cuando se tenga seguro el fruto y el uso gozoso de la misma. Es por esta razón que, entre los hombres, se consideran afortunados aquellos que tienen el usufructo perpetuo de la hacienda, aun cuando no sean sus propietarios. Si esto es así, entonces se comprende qué dicha inmensa, sin límites, es tener tanto la posesión de la divinidad y el derecho al usufructo de sus perfecciones, como sucede con los bienaventurados en la otras vida y con los que están en gracia, en esta vida terrena. En efecto, aunque los bienaventurados no tienen el dominio de la infinidad e inmensidad de Dios, tienen sí el fruto de ellas y el derecho a gozar de los atributos divinos, en lo cual nos da Dios cuanto nos puede dar, fuera de ser Dios. Estas consideraciones deben conducirnos a estimar y apreciar el don de la gracia como el tesoro más valioso que seamos capaces de poseer en esta vida.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por lo tanto, debemos desear la gracia con no menor afecto de cuanto deseamos la bienaventuranza, pues la gracia es medio, raíz y derecho de la bienaventuranza: sin gracia no hay bienaventuranza y toda bienaventuranza se obtiene por la gracia[6]. Si el deseo de la bienaventuranza es entrañable, vehemente, continuo y necesario, del mismo modo debe ser el deseo de la gracia, cordialísimo, eficacísimo, perpetuo y necesario. Un filósofo[7] dijo: “¿En qué es en lo que se yerra? En que como todos desean la vida bienaventurada, tienen en lugar suyo los medios; y así, mientras más la pretenden, más la huyen”. El equívoco está en que los malos yerran el camino buscando la bienaventuranza no por la gracia y virtud, sino por los medios que no la consiguen. Pero si alguien busca la bienaventuranza por la gracia, no puede errar, porque es su único y seguro medio y por esto mismo debe ser deseada únicamente la gracia, por la excelencia que contiene y a la que conduce. La gracia, entonces, nos da derecho a la bienaventuranza de la gloria eterna y por eso mismo debemos procurarla, aun a costa de la propia sangre y vida[8].

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 70.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c., 72.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] Cfr. Séneca, ep. 44.
[8] Cfr. Nieremberg, o. c., 72.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Hora Santa en reparación por robo sacrílego de Hostias consagradas en Jaén, España 190219



El Santísimo Sacramento del altar profanado en Jaén, España.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación y desagravio por el robo sacrílego de Hostias consagradas ocurrido en la Parroquia Santa Isabel de Jaén, España. Según consta en los reportes de lo sucedido, el sacerdote descubrió que habían robado el viril con la Hostia Consagrada así como un portaviático que contenía cuatro formas consagradas para celiacos, pudiéndose encontrar solamente unos trozos destrozados del Santísimo Sacramento y el viril, donde este se custodia, doblado en el jardín. Del portaviático ni de las otras formas se sabe dónde están ni que se han hecho con ellas. Nos unimos al pedido de oración y desagravio realizados por el Párroco del lugar. La información sobre el lamentable suceso se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Sin la gracia, nuestras obras humanas no tienen valor salvífico, pero cuando son hechas estas mismas obras en estado de gracia, las mismas obras, por pequeñas e insignificantes que sean, merecen una gloria eterna[1]. Esto, porque por la gracia nuestras obras se unen a las obras de Cristo, que tienen por sí mismas un valor eterno e infinito. El valor de la gracia radica en que no solo nos hace partícipes del Ser divino trinitario y de la Pasión del Hombre-Dios Jesucristo, sino que nos dispone a unirnos con Él en la gloria. Por esta razón es que la Escritura dice: “Ahora somos hijos de Dios y no se ha descubierto aun lo que seremos porque cuando se descubriere, hemos de ser semejantes, porque lo veremos como es en Sí” (1 Jn 3). Como si dijera: Por la gracia somos hijos de Dios, lo cual, aunque es una dignidad incomparable, no se agota allí todo el bien que la gracia puede causar; cuando se descubra en toda su fuerza, entonces seremos semejantes a Dios, porque le veremos y le gozaremos como es en Sí. Es decir, la gracia nos dispone para esto, para contemplar a Dios Trino en Sí mismo y a gozarnos y alegrarnos en esta contemplación, por toda la eternidad. Por un pequeño trabajo hecho en gracia en esta vida, la gracia nos obtiene una eternidad de felicidad.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por la excelencia de la gracia, nos volvemos como “una sola sangre con Dios”[2], ya que por ella participamos de su banquete no como sirvientes sino como hijos y no comemos las migajas que caen de la mesa, sino que nos servimos del manjar principal, la Carne del Cordero. Si entre los hombres se considera un gran honor el ser invitados por el rey a su mesa y a comer de sus mismos manjares, aun cuando no se comparta la sangre; ¡cuánta mayor grandeza demuestra la gracia, que nos hace uno con Dios y nos permite alimentarnos de su Cuerpo y su Sangre! No hay dignidad más grande que la gracia, porque todo lo que no es ser Dios, es inferior a ella y ella es la segunda en dignidad después de la Gracia divina, Increada[3]. Tan grande es la gracia que, comunicada, es la dignidad más cercana a Dios y si no fuese comunicada, sino substancial, sería el mismo Dios –porque Él es la Gracia Increada-. De esta manera, por la gracia comunicada, el alma se vuelve Dios por participación.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         También, del mismo modo a como sucede en la tierra, que al heredero del rey se le llama afortunado o bienaventurado, aun no poseyendo la totalidad de las riquezas de su padre el rey, así también al alma que posee la gracia se la llama “bienaventurada” o “afortunada”, porque por la gracia tiene el justo derecho a la herencia del Reino de los cielos[4]. Pero todavía puede decirse que es infinitamente más afortunado que el más afortunado de los herederos de la tierra, porque mientras estos últimos heredarán a la muerte del padre bienes materiales, que son perecederos, como las tierras del reino, el justo hereda un bien imperecedero, como es el Reino de los cielos, además de que su Padre jamás habrá de morir sino que, como es la Vida Increada en sí misma, vive desde siempre y para siempre. Además, el justo, por la gracia, se hace dueño de algo infinitamente más valioso que el Reino de los cielos y es el poder poseer, como algo suyo, propio, de su propiedad, al Rey de los cielos y tierra, Jesús Eucaristía.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ponderando cuán inestimable sea este título de “bienaventurado” –como lo llama el rey David en Salmos 1-, San Ambrosio dice así: “¿Qué renombre se puede dar mayor al hombre que aquel que aun al mismo Dios no se puede atribuir mayor, según el Apóstol, que le llama “bienaventurado” y “solo poderoso y Rey de reyes y Señor de señores?”[5]. El ser rey, es muy poco para Dios y por esto no se dice de Él que es solamente “Señor”, sino “Señor de señores”; también el ser poderoso es muy poco para Dios y por eso no se le dice “poderoso” a secas, sino que se le dice: “sólo poderoso”, o sea “el único poderoso”; ahora bien, el ser bienaventurado, sí le corresponde a Dios por sí mismo y por eso sólo se dice: “bienaventurado”. Con todo esto, este renombre, que es tan admirable y que le es únicamente por sí mismo correspondiente a Dios, se comunica también al que tiene gracia, como cosa muy cercana y allegada a Dios, y como siendo ya de estado y de orden divino[6]. De esto se aprecia el valor inestimable que tiene la gracia, que el justo recibe un nombre que, por sí mismo, sólo le corresponde a Dios.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Sin embargo, a pesar de esto, ¡qué poca estima tienen los hombres de la gracia! Imaginemos, por un instante, a un hombre al que le fuera concedido ser el rey de un vastísimo y riquísimo imperio y que este hombre, de la noche a la mañana y sin motivo válido alguno, renunciara a su investidura real, arrojara la corona de su cabeza y el cetro de las manos y en lugar de las vestiduras reales comenzase a vestir con andrajos, además de andar descuidado en su higiene y por lo tanto maloliente y se decidiese a andar así por las calles, siendo visto por todos y por todos siendo conocida la situación en la que voluntariamente se puso. ¿Se puede decir que en esa persona hay algo de cordura?[7] De manera análoga sucede con el pecador que, por propia voluntad, se atreve a perder la gracia, perdiendo con ello el derecho al Reino de los cielos, despojándose voluntariamente de su condición de hijo de Dios y heredero del Reino, revistiéndose ignominiosamente con las vestiduras del pecado, deshaciéndose de todo bien y llenándose de toda abominación y suciedad y esto, delante de Dios y de los ángeles. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca cometamos la insensatez de dejar el don de la gracia por la nada y malicia del pecado!

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano de Sevilla, s. d., 68.
[2] Cfr. Nieremberg, o. c., 68.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[5] Ambr. in Psalm. 2.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem.