Imagen de la representación blasfema de la Última Cena,
a cargo del hombre travestido de mujer que se hace llamar "Sethlas".
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el gravísimo ultraje cometido
contra Nuestro Señor Jesucristo, nuevamente por un hombre travestido de mujer –llamado
comúnmente “drag queen”- durante el Carnaval de febrero de 2018 en Palmas de
Gran Canaria. El susodicho personaje había ya ofendido a Nuestro Señor y a María
Santísima el año anterior, y este año, ha vuelto a repetir su ofensa. La información
pertinente a esta burla sacrílega se encuentra en la siguiente dirección
electrónica:
Además de reparar por esta ofensa,
pediremos por nuestra conversión, por nuestros seres queridos, por el mundo
entero y por quienes cometieron este sacrilegio.
Canto
inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado (Misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Cuando
se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque, Jesús le mostró su
Sagrado Corazón, el cual aparecía envuelto en llamas. Estas llamas no
corresponden a ningún fuego material o terreno: son las llamas del Fuego de
Divino Amor, el Espíritu Santo. El Amor de Dios penetra tan profundamente el
Corazón de Jesús, que lo vuelve en un Corazón incandescente, que ilumina con la
luz de este fuego y que enciende en este Divino Amor a todo aquel que entra en
contacto con Él. Impregnado y compenetrado de tal manera con este Divino Fuego,
el Corazón de Jesús se convierte en un sola cosa con él, de la misma manera a
como el carbón, puesto al contacto con las llamas, deja de ser carbón, para
convertirse en brasa incandescente. El Corazón de Jesús es esta brasa
incandescente, que arde con las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo y
quiere comunicar de este mismo fuego a los corazones humanos. Este Fuego Santo,
el Espíritu de Dios, es el que Jesús ha venido a traer a la tierra y quiere
verlo ya encendido: “He venido a la tierra a traer fuego, ¡y cómo quisiera ya
verlo ardiendo!” (Lc 12, 49).
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El corazón humano, manchado por el pecado original y sin la
gracia de Dios en él, se puede comparar a un carbón. Como el carbón, el corazón
del hombre sin Dios es oscuro –no tiene la luz de Dios-, frío –no posee el
calor del Divino Amor-, y su consistencia es dura –al no poseer la divina
caridad, es indiferente frente al sufrimiento de su prójimo-. Es este corazón
del hombre, oscuro, frío, endurecido por el pecado, al cual el Sagrado Corazón
de Jesús quiere encenderlo en llamas, en las llamas del Divino Amor. Cuando Jesús
dice en el Evangelio: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya
verlo ardiendo!”, se refiere, por un lado, al Fuego de Amor de su Sagrado
Corazón; por otro, se refiere al corazón del hombre, al cual quiere comunicarle
de sus Llamas de Amor para así convertirlo, a imitación suya, de carbón en
brasa incandescente; de corazón oscuro y frío, en un corazón que, ardiendo en
el Fuego del Divino Amor, sea como una brasa encendida que ilumine el mundo y
las almas con la luz de Dios y transmita al mundo el calor del Amor del Corazón
único de Dios, el Corazón de Jesús. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones, oscuros y fríos como el
carbón, se conviertan en otras tantas brasas incandescentes, al contacto con el
Fuego del Divino Amor que envuelve el Sagrado Corazón de Jesús!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús se le apareció a
Santa Margarita y le mostró su Corazón Divino, envuelto en las llamas del
Divino Amor. Contemplando la escena de la aparición, no podemos dejar de
admirar el amor demostrado por Jesús a Santa Margarita, desde el momento en que
fue la elegida, la predilecta de su Amor, para que fuera la destinataria de la
nueva devoción. Sin embargo, podemos decir que, con nosotros –que estamos a
siglos de distancia de la santidad de Santa Margarita-, en cada Misa, Jesús
muestra un amor infinitamente más grande que el demostrado a Santa Margarita. En
efecto, a Santa Margarita solo se le apareció y le mostró su Sagrado Corazón,
en cambio a nosotros, en la Santa Misa, no nos muestra visiblemente su Sagrado
Corazón, como a ella, pero a cambio, nos lo concede, vivo, palpitante,
glorioso, envuelto en las llamas del Divino Amor, oculto a los ojos del cuerpo
pero visibles a los ojos del alma, en la Eucaristía. En cada Eucaristía está
contenido el Sagrado Corazón de Jesús, esa Divina Brasa que arde sin consumirse
–como la zarza ardiente que vio Moisés- en el Fuego del Amor del Padre y el
Hijo, el Espíritu Santo. Y esto de manera tal que, cualquiera que comulgue en
estado de gracia, con fe, con devoción y sobre todo con amor y adoración, podrá
comprobar que su pobre corazón, seco, duro, frío y oscuro como el carbón, se
convierte, al contacto con siquiera una pequeñísima chispa del Corazón de Jesús,
en una brasa ardiente, incandescente, que arde en el Amor Divino. El deseo de
Jesús de incendiar la tierra con el fuego que Él ha venido a traer del cielo se
ve plenamente cumplido cuando, por la Eucaristía, comunica al alma fiel las
llamas de Amor de su Sagrado Corazón
Eucarístico, incendiándolo con el Fuego de Dios, el Espíritu Santo.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Quien contemple al Sagrado
Corazón envuelto en el Fuego del Espíritu Santo, puede inclinarse a pensar que,
recibiendo el Fuego del Divino Amor contenido en la Eucaristía, todo será
dulzura, goces y amor embriagante del espíritu. Sin embargo, quien esto así
piense, está equivocado, porque Jesús no promete estos divinos consuelos, al
menos no para esta vida. Sí para la otra vida, pero no para esta vida. Para
esta vida, Jesús promete la participación en las penas y dolores de su amarga
Pasión y Muerte en cruz, pero las alegrías y gozos de la Resurrección están
reservados para la vida eterna. Por otra parte, si un alma deseara comulgar –siempre
en estado de gracia, obviamente-, solo para experimentar los gozos, alegrías y
dulzuras que efectivamente comunica el Corazón de Jesús al donar el Espíritu
Santo, estaría dejando de lado al mismo Dios y lo estaría intercambiando por
sus dones. Es esto lo que afirma Tomás de Kempis cuando afirma que a Jesús
debemos buscarlo y amarlo por Él mismo, por lo que Él es, y no por los consuelos
que Él da[1]. Quien busca a Dios por
sus consuelos y no por lo que Él es en sí mismo, erra en la vida espiritual,
dice Santa Teresa de Ávila. Es verdad que Jesús da, junto con su Corazón
Eucarístico, la alegría, el amor y la paz del Espíritu Santo, pero si lo
buscamos por eso, entonces quiere decir que nos interesan más la alegría, el
amor y la paz del Espíritu Santo concedidos por el Corazón de Jesús, y no el
Corazón de Jesús por sí mismo. Para no errar en el camino espiritual, debemos
desear, en primer lugar, participar de la Pasión y Muerte de Jesús; debemos
desear, verdaderamente, participar en cuerpo y alma del Via Crucis de Jesús;
debemos desear beber del Cáliz amargo de su Pasión, ser coronados de espinas,
experimentar sus mismas penas y dolores –en la medida y grado que sean de su
Divina Voluntad- y unirnos a Él, en cuerpo y espíritu, a su oración en el
Huerto, a la flagelación, a la crucifixión. Solo si participamos –místicamente-
de la Pasión del Corazón de Jesús en esta vida terrena, gozaremos de las
alegrías eternas del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico en el Reino de los
cielos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En una de las
apariciones, Jesús le dijo a Santa Margarita: “Mi Divino Corazón contiene (…)
las gracias suficientes para separar a las almas del abismo de eterna perdición”[2]. Estas palabras de Jesús
no hacen sino confirmar lo dicho por Él en el Evangelio: “Yo Soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino es por Mí” (Jn 14, 6). Es imposible la
salvación eterna si no es Jesús quien nos salva y Jesús está Presente, en
Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y con su Sagrado Corazón
encendido en el Divino Amor, en la Eucaristía. Ser devotos del Sagrado Corazón
y amarlo y adorarlo en la Eucaristía, no es entonces una cuestión secundaria en
la vida espiritual de un católico: del amor y la devoción eucarística dependen
nada menos que la eterna salvación del alma. En el Corazón de Jesús, donado en
su integridad en cada comunión eucarística, se encuentran absolutamente todas
las gracias que el alma necesita para no condenarse y para salvar su alma. Quien
se aleja del Corazón Eucarístico de Jesús, se aleja del Único camino de
salvación y de la salvación en sí misma que es la Eucaristía. Muchos creen que
ser devotos del Corazón de Jesús y que adorar o no adorar la Eucaristía, son
cuestiones de menor importancia para la vida personal y que esas cosas están
reservadas para quienes, por tradición, o por propia decisión, eligieron esta
devoción. Sin embargo, ser devotos del Sagrado Corazón –y adorar la Eucaristía,
en donde está palpitante y vivo este Sagrado Corazón- es una cuestión,
literalmente, de vida o de muerte eternas. Quien es devoto del Sagrado Corazón
y lo adora en la Eucaristía, recibe las gracias suficientes para su eterna
salvación; quien por indiferencia, desamor, frialdad, pereza corporal y
espiritual, deja de lado esta devoción y también la adoración eucarística,
pierde la única fuente de gracias necesarias para su salvación y se encamina directamente
al abismo de la eterna perdición, según las palabras de Jesús. De esto se sigue
que la mayor desgracia para una persona en esta vida es alejarse del Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, así como la mayor dicha en esta vida es amar, adorar y
postrarse ante Jesús Eucaristía.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. La imitación de Cristo, 11, 2.
[2] Cfr. Primera Revelación Principal del Sagrado Corazón de Jesús,
27 de diciembre de 1673.