miércoles, 28 de febrero de 2018

Hora Santa en reparación por burla sacrílega a Nuestro Señor por parte de un travestido en Las Palmas España 020218



Imagen de la representación blasfema de la Última Cena,
a cargo del hombre travestido de mujer que se hace llamar "Sethlas".

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el gravísimo ultraje cometido contra Nuestro Señor Jesucristo, nuevamente por un hombre travestido de mujer –llamado comúnmente “drag queen”- durante el Carnaval de febrero de 2018 en Palmas de Gran Canaria. El susodicho personaje había ya ofendido a Nuestro Señor y a María Santísima el año anterior, y este año, ha vuelto a repetir su ofensa. La información pertinente a esta burla sacrílega se encuentra en la siguiente dirección electrónica:


Además de reparar por esta ofensa, pediremos por nuestra conversión, por nuestros seres queridos, por el mundo entero y por quienes cometieron este sacrilegio.
Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (Misterios a elección). Primer Misterio.

         Meditación.

Cuando se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque, Jesús le mostró su Sagrado Corazón, el cual aparecía envuelto en llamas. Estas llamas no corresponden a ningún fuego material o terreno: son las llamas del Fuego de Divino Amor, el Espíritu Santo. El Amor de Dios penetra tan profundamente el Corazón de Jesús, que lo vuelve en un Corazón incandescente, que ilumina con la luz de este fuego y que enciende en este Divino Amor a todo aquel que entra en contacto con Él. Impregnado y compenetrado de tal manera con este Divino Fuego, el Corazón de Jesús se convierte en un sola cosa con él, de la misma manera a como el carbón, puesto al contacto con las llamas, deja de ser carbón, para convertirse en brasa incandescente. El Corazón de Jesús es esta brasa incandescente, que arde con las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo y quiere comunicar de este mismo fuego a los corazones humanos. Este Fuego Santo, el Espíritu de Dios, es el que Jesús ha venido a traer a la tierra y quiere verlo ya encendido: “He venido a la tierra a traer fuego, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49).

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El corazón humano, manchado por el pecado original y sin la gracia de Dios en él, se puede comparar a un carbón. Como el carbón, el corazón del hombre sin Dios es oscuro –no tiene la luz de Dios-, frío –no posee el calor del Divino Amor-, y su consistencia es dura –al no poseer la divina caridad, es indiferente frente al sufrimiento de su prójimo-. Es este corazón del hombre, oscuro, frío, endurecido por el pecado, al cual el Sagrado Corazón de Jesús quiere encenderlo en llamas, en las llamas del Divino Amor. Cuando Jesús dice en el Evangelio: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!”, se refiere, por un lado, al Fuego de Amor de su Sagrado Corazón; por otro, se refiere al corazón del hombre, al cual quiere comunicarle de sus Llamas de Amor para así convertirlo, a imitación suya, de carbón en brasa incandescente; de corazón oscuro y frío, en un corazón que, ardiendo en el Fuego del Divino Amor, sea como una brasa encendida que ilumine el mundo y las almas con la luz de Dios y transmita al mundo el calor del Amor del Corazón único de Dios, el Corazón de Jesús. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones, oscuros y fríos como el carbón, se conviertan en otras tantas brasas incandescentes, al contacto con el Fuego del Divino Amor que envuelve el Sagrado Corazón de Jesús!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús se le apareció a Santa Margarita y le mostró su Corazón Divino, envuelto en las llamas del Divino Amor. Contemplando la escena de la aparición, no podemos dejar de admirar el amor demostrado por Jesús a Santa Margarita, desde el momento en que fue la elegida, la predilecta de su Amor, para que fuera la destinataria de la nueva devoción. Sin embargo, podemos decir que, con nosotros –que estamos a siglos de distancia de la santidad de Santa Margarita-, en cada Misa, Jesús muestra un amor infinitamente más grande que el demostrado a Santa Margarita. En efecto, a Santa Margarita solo se le apareció y le mostró su Sagrado Corazón, en cambio a nosotros, en la Santa Misa, no nos muestra visiblemente su Sagrado Corazón, como a ella, pero a cambio, nos lo concede, vivo, palpitante, glorioso, envuelto en las llamas del Divino Amor, oculto a los ojos del cuerpo pero visibles a los ojos del alma, en la Eucaristía. En cada Eucaristía está contenido el Sagrado Corazón de Jesús, esa Divina Brasa que arde sin consumirse –como la zarza ardiente que vio Moisés- en el Fuego del Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Y esto de manera tal que, cualquiera que comulgue en estado de gracia, con fe, con devoción y sobre todo con amor y adoración, podrá comprobar que su pobre corazón, seco, duro, frío y oscuro como el carbón, se convierte, al contacto con siquiera una pequeñísima chispa del Corazón de Jesús, en una brasa ardiente, incandescente, que arde en el Amor Divino. El deseo de Jesús de incendiar la tierra con el fuego que Él ha venido a traer del cielo se ve plenamente cumplido cuando, por la Eucaristía, comunica al alma fiel las llamas de  Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, incendiándolo con el Fuego de Dios, el Espíritu Santo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Quien contemple al Sagrado Corazón envuelto en el Fuego del Espíritu Santo, puede inclinarse a pensar que, recibiendo el Fuego del Divino Amor contenido en la Eucaristía, todo será dulzura, goces y amor embriagante del espíritu. Sin embargo, quien esto así piense, está equivocado, porque Jesús no promete estos divinos consuelos, al menos no para esta vida. Sí para la otra vida, pero no para esta vida. Para esta vida, Jesús promete la participación en las penas y dolores de su amarga Pasión y Muerte en cruz, pero las alegrías y gozos de la Resurrección están reservados para la vida eterna. Por otra parte, si un alma deseara comulgar –siempre en estado de gracia, obviamente-, solo para experimentar los gozos, alegrías y dulzuras que efectivamente comunica el Corazón de Jesús al donar el Espíritu Santo, estaría dejando de lado al mismo Dios y lo estaría intercambiando por sus dones. Es esto lo que afirma Tomás de Kempis cuando afirma que a Jesús debemos buscarlo y amarlo por Él mismo, por lo que Él es, y no por los consuelos que Él da[1]. Quien busca a Dios por sus consuelos y no por lo que Él es en sí mismo, erra en la vida espiritual, dice Santa Teresa de Ávila. Es verdad que Jesús da, junto con su Corazón Eucarístico, la alegría, el amor y la paz del Espíritu Santo, pero si lo buscamos por eso, entonces quiere decir que nos interesan más la alegría, el amor y la paz del Espíritu Santo concedidos por el Corazón de Jesús, y no el Corazón de Jesús por sí mismo. Para no errar en el camino espiritual, debemos desear, en primer lugar, participar de la Pasión y Muerte de Jesús; debemos desear, verdaderamente, participar en cuerpo y alma del Via Crucis de Jesús; debemos desear beber del Cáliz amargo de su Pasión, ser coronados de espinas, experimentar sus mismas penas y dolores –en la medida y grado que sean de su Divina Voluntad- y unirnos a Él, en cuerpo y espíritu, a su oración en el Huerto, a la flagelación, a la crucifixión. Solo si participamos –místicamente- de la Pasión del Corazón de Jesús en esta vida terrena, gozaremos de las alegrías eternas del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico en el Reino de los cielos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En una de las apariciones, Jesús le dijo a Santa Margarita: “Mi Divino Corazón contiene (…) las gracias suficientes para separar a las almas del abismo de eterna perdición”[2]. Estas palabras de Jesús no hacen sino confirmar lo dicho por Él en el Evangelio: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino es por Mí” (Jn 14, 6). Es imposible la salvación eterna si no es Jesús quien nos salva y Jesús está Presente, en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y con su Sagrado Corazón encendido en el Divino Amor, en la Eucaristía. Ser devotos del Sagrado Corazón y amarlo y adorarlo en la Eucaristía, no es entonces una cuestión secundaria en la vida espiritual de un católico: del amor y la devoción eucarística dependen nada menos que la eterna salvación del alma. En el Corazón de Jesús, donado en su integridad en cada comunión eucarística, se encuentran absolutamente todas las gracias que el alma necesita para no condenarse y para salvar su alma. Quien se aleja del Corazón Eucarístico de Jesús, se aleja del Único camino de salvación y de la salvación en sí misma que es la Eucaristía. Muchos creen que ser devotos del Corazón de Jesús y que adorar o no adorar la Eucaristía, son cuestiones de menor importancia para la vida personal y que esas cosas están reservadas para quienes, por tradición, o por propia decisión, eligieron esta devoción. Sin embargo, ser devotos del Sagrado Corazón –y adorar la Eucaristía, en donde está palpitante y vivo este Sagrado Corazón- es una cuestión, literalmente, de vida o de muerte eternas. Quien es devoto del Sagrado Corazón y lo adora en la Eucaristía, recibe las gracias suficientes para su eterna salvación; quien por indiferencia, desamor, frialdad, pereza corporal y espiritual, deja de lado esta devoción y también la adoración eucarística, pierde la única fuente de gracias necesarias para su salvación y se encamina directamente al abismo de la eterna perdición, según las palabras de Jesús. De esto se sigue que la mayor desgracia para una persona en esta vida es alejarse del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, así como la mayor dicha en esta vida es amar, adorar y postrarse ante Jesús Eucaristía.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. La imitación de Cristo, 11, 2.
[2] Cfr. Primera Revelación Principal del Sagrado Corazón de Jesús, 27 de diciembre de 1673.

jueves, 22 de febrero de 2018

Hora Santa en reparación por gravísimo insulto a María Santísima y al Apóstol Santiago para Carnaval en España 140218



Este es Carlos Santiago, infame ofensor de la Virgen
y por quien debemos rezar.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un brutal insulto proferido contra María Santísima y el Apóstol Santiago en Santiago de Compostela, España, el 14 de febrero de 2018. El insulto, uno de los más graves y brutales de que se tenga memoria, fue proferido públicamente con ocasión de los pregones de Carnaval, por parte del escritor y dramaturgo gallego Carlos Santiago. La bajeza de los insultos fue tal, que numerosas familias se retiraron inmediatamente del lugar. Entre otras blasfemias, el mencionado escritor afirmó que llamar “p***” a la Virgen María es algo “normal” y que debería ser enseñado a los niños. Los informes periodísticos acerca de tan execrable suceso se encuentran en los siguientes enlaces electrónicos:



Además de la reparación, nos solidarizamos con el Arzobispado de Santiago de Compostela, desde donde se manifestó el “profundo sentimiento de disgusto y dolor” por tan aberrante hecho. Pedimos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de todo el mundo y, especialmente, por el autor de este intolerable sacrilegio y ofensa a la Madre de Dios y Madre Nuestra, Carlos Santiago.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima es Madre de Dios y también es Nuestra Madre, y a Ella le suplicamos que nos una a su Inmaculado Corazón, de manera tal que obtengamos la gracia de la perfecta contrición del corazón. Con esta gracia, el alma prefiere “morir antes que pecar”, porque percibe, por la luz divina que le es infundida de lo alto, no solo la fealdad y malicia extrema del pecado -que como mancha oscura espiritual invade el alma, la oscurece y la envuelve en tinieblas, alejándola de Dios-, sino que le hace ver la hermosura incomparable de la vida de Dios en el alma y así, deseando asemejarse a su Madre celestial, se propone despreciarlo todo, incluida la vida terrena, antes que perder el estado de gracia santificante. A María Santísima, Medianera de todas las gracias, le imploramos la gracia de un rechazo profundo al pecado y un amor tan grande a la vida de la gracia, que seamos capaces de elegir siempre la muerte temporal, antes que perder la vida eterna por medio del pecado. Sin este horror al pecado y sin el deseo vivo y ardiente de imitar a Aquel que es la Gracia Increada, el Hijo de María, Jesús de Nazareth, de nada nos serviría el haber nacido.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Madre de Dios, la Virgen Santísima, engendró en su seno purísimo al Hijo del Eterno Padre, convirtiéndose así en Sagrario y Tabernáculo Viviente más precioso que el oro. Al engendrar, por obra del Espíritu Santo, al Verbo de Dios, que asumió a su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, la Virgen se convirtió también en Nuestra Señora de la Eucaristía, porque alojó en su seno, cual hermosísima Custodia Viviente, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Desde la Encarnación y aun antes, desde su Inmaculada Concepción, la Virgen es Nuestra Señora de la Eucaristía, porque fue concebida sin mancha de pecado original para ser el Tabernario y Sagrario Viviente del Hijo de Dios Encarnado. Concebida sin mancha para ser la Madre de su Hijo Dios, la Virgen está tan unida a su Hijo, que es imposible pensar en María, sin pensar en Jesús, así como es imposible pensar en Jesús, sin pensar en María. Es por esto que, donde está la Virgen, está Jesús, y donde está Jesús, está la Virgen. Allí donde llega la Madre, llega su Hijo y allí donde está el Hijo, está la Madre. Quien acude a la Madre, acude al Hijo; quien se confía a la Virgen, a Cristo se confía; quien se consagra al Inmaculado Corazón de María, se consagra al Sagrado Corazón de Jesús, porque ambos Corazones están íntima y estrechamente unidos por el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Quien adora al Hijo Presente en Persona en la Eucaristía, venera a la Madre Presente al pie del sagrario; quien desea comulgar a Jesús Eucaristía y recibirlo con todo el amor del que es capaz, es porque la Madre le ha hecho partícipe del infinito y eterno Amor a Jesús, contenido en su Inmaculado Corazón.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al pie de la cruz, acompañando a su Hijo que agoniza en su dolor redentor, la Virgen ama y repara con su amor el frío desamor de los hombres hacia Dios; un desamor tan grande, capaz de crucificar a Dios Hijo encarnado. Al pie del altar eucarístico, acompañando a su Hijo que renueva de modo incruento y sacramental su sacrificio del Calvario, sacrificio por el cual entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz, para nuestra salvación, la Virgen ama y repara, con el amor de su Inmaculado Corazón, el frío desentendimiento de los hijos de Dios, que asisten a la Santa Misa como quien asiste a un espectáculo teatral, con la misma indiferencia como quien observa a través de la ventana la lluvia caer. Al pie de la custodia, en la que está expuesta la Sagrada Eucaristía, la Santísima Virgen, de rodillas ante la Presencia sacramental de su Hijo Jesús, ama, adora y repara, por los continuos ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales es ofendido diariamente el Santísimo Sacramento del altar, principalmente por parte de aquellos hijos predilectos del Corazón de su Hijo, los consagrados. Consagrémonos al Inmaculado Corazón, para participar, junto con Ella, de sus continuos actos de amor, adoración, reparación y desagravio que los hombres infligimos continuamente al Cordero de Dios, Jesús, Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Queremos reparar por tantas ofensas que recibe a diario Jesús en la Eucaristía, pero solo podremos hacerlo si nos consagramos al Inmaculado Corazón de María. Es decir, solo desde dentro del Corazón de la Madre, que arde en el Fuego del Divino Amor, podremos reparar adecuadamente y como Jesús Eucaristía lo merece, todas las ofensas que recibe a cada instante en su Prisión de Amor. La humanidad parece haber olvidado a Dios, al Dios Verdadero, Dios Uno y Trino, y su Mesías, Cristo Jesús, que está entre nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”, como Él lo había prometido, en la Santa Eucaristía. Sin embargo, la humanidad lo ha olvidado y lo ha reemplazado por un falso dios, un dios construido a la medida de sí mismo, un dios que es el hombre mismo. La humanidad ha dejado al Cordero de Dios abandonado en el sagrario; lo ha desplazado del trono de su corazón y se ha entronizado a sí misma, porque ha convertido al hombre en su propio dios. Los hombres han abandonado al Hombre-Dios Jesucristo, oculto en la apariencia de pan del Santísimo Sacramento del Altar y se ha construido un dios a su medida, que es el propio hombre. Así, los Mandamientos de Dios, que son los mismos Mandamientos dados a través de Jesucristo, han quedado en el olvido y han sido reemplazados por un solo mandamiento, dictado por el hombre para sí mismo: “Hago lo que quiero”. Pero Dios Padre quiere que los hombres abandonen este camino de perdición y regresen a su Hijo, Único Camino de salvación y la Salvación en sí misma y el único modo de regresar a Dios Hijo es por medio del Corazón de la Madre. Quien se consagra al Corazón de la Madre ama y adora al Hijo, que vive en ese Corazón Inmaculado, en el que inhabita el Espíritu Santo y además de reparar por el desamor de sus hermanos, se convierte en un instrumento del Divino Amor por medio del cual los hombres, dejando de lado el falso dios, se postren en adoración al Único y Verdadero Dios, Jesús Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Postrados ante la cruz del Señor y ante el sagrario y puesto que en ambos lugares se encuentra siempre María Santísima –donde está el Hijo está la Madre-, al tiempo que adoramos al Hijo, le suplicamos a María Santísima que interceda ante su Hijo Jesús para que recibamos de sus manos maternales la gracia de la perfecta contrición del corazón. Así, nuestro corazón, renovado y purificado por la gracia santificante, tendrá horror del pecado y un amor intenso a la vida de la gracia. Recibiendo de María Virgen el bálsamo refrescante de la gracia de Jesús, las heridas de nuestros corazones sanarán y, de corazones endurecidos por el pecado y fríos por la falta del Divino Amor en ellos, se convertirán en otras tantas brasas ardientes, que ardiendo en el Fuego del Espíritu Santo, iluminarán el mundo oscurecido por las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, y comunicarán a nuestros hermanos el calor del Amor de Dios, en medio del frío glacial que se ha abatido en un mundo que cada vez se aleja más y más de la fuente de calor espiritual, Dios y el Amor de su Corazón trinitario. “Oh María, Nuestra Señora de la Eucaristía, enséñanos a amar a tu Hijo, Jesús Eucaristía, Presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Tú, que llevaste en tus entrañas purísimas el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, danos del amor de tu Inmaculado Corazón, para que al recibir la Eucaristía por la Sagrada Comunión, seamos capaces de amar a Jesús con el mismo amor con el que lo amas tú. Amén”.  

Un Padre Nuestro, Tres Ave Marías y Gloria para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo también por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco y por las benditas almas del Purgatorio.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




domingo, 18 de febrero de 2018

Hora Santa en reparación por misa profanada con carnaval y cura travestido en Alemania 160218



         
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación de una Misa en Alemania, profanación que consistió en la celebración (sic) de un espectáculo carnavalesco no solo en el interior de la Iglesia –lo cual es ya una profanación del templo-, sino dentro de la celebración de la Santa Misa. Si cabe, un agravante más: el sacerdote, travestido de mujer. El increíble ultraje a la Santa Misa puede encontrarse en los siguientes enlaces:



         Canto inicial: “Cristianos, venid; cristianos llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.



         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

         Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         La Santa Misa es un misterio sobrenatural, es decir, es una realidad celestial que, por ser celestial, sobrepasa infinitamente la capacidad de la inteligencia, sea angélica o humana. Es un misterio divino, cuyo centro es la Persona divina de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios. Puesto que Cristo es Dios, Él es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino y es la razón por la cual la misa es un misterio de eternidad, que se despliega en el tiempo, ante nuestros ojos, sobre el altar eucarístico. Por la Misa, el Hombre-Dios Jesucristo, que en cuanto Dios es Eterno y en cuanto Hombre es nacido en el tiempo en el seno virgen de María, se hace Presente como Sacerdote, como Altar y como Víctima. Cristo es Sacerdote Sumo y Eterno porque es Él quien, a través del sacerdocio ministerial, en el momento en que este pronuncia las palabras de la consagración del pan y del vino, les concede el poder divino que obran el milagro de la Transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Jesús es Víctima porque, por la Encarnación, adquiere una naturaleza humana la cual, santificada al contacto con su divinidad, en el momento mismo de la Encarnación, será ofrecida por Él en el altar de la cruz y por la Iglesia Santa, cada vez, en cada Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz. Cristo es Altar, porque es en Él, Ara Santa, en donde se realiza la consumación perfectísima del Sacrificio de la Nueva Ley, la ofrenda del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Cordero de Dios, a la Trinidad, por nuestra salvación.

         Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         En Semana Santa, la Iglesia recuerda a Nuestro Señor en su Pasión: la Última Cena, la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio ministerial, la traición de Judas, la oración en el Huerto de los Olivos, el apresamiento, el juicio inicuo, su condena a muerte, su flagelación, el Via Crucis, su Muerte en Cruz. La Semana Santa es el momento propicio, por lo tanto, para recordar a Nuestro Señor en su Pasión de Amor por todos y cada uno de nosotros. Sin embargo y aunque no se limite a un recuerdo piadoso, porque es en cierta manera una participación de la Iglesia en la Pasión del Señor es, en su esencia, un recuerdo de su Pasión. Hay un lugar y un momento en donde el cristiano, como miembro vivo del Cuerpo Místico del Hombre-Dios Jesucristo, puede unirse, de manera tal, a la Pasión de Jesús, que mucho más que recordarla, puede vivirla y este lugar y momento es la Santa Misa. La Santa Misa es mucho más que recordar la Pasión: es el modo de unirnos a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. La razón por la cual en la Santa Misa podemos unirnos a la Pasión es que la Santa Misa es el mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo y único Sacrifico del Señor Jesús realizado en el Monte Calvario, el Viernes Santo, hace dos mil años. Asistir a la Santa Misa es como estar presentes en el momento mismo de la crucifixión del Señor. En la Santa Misa se contiene la Pasión de Jesucristo, porque a través del misterio de la liturgia eucarística, sobre el altar eucarístico, delante de nuestros ojos –aunque invisible a los ojos y sentidos corporales- se desarrolla el drama de la Pasión, porque se actualiza y se hace presente la ofrenda que el Rey de reyes y Señor de señores, Cristo Jesús, hizo de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Calvario, el Viernes Santo. Por medio de la Santa Misa podemos, más que simplemente recordar la Pasión, unirnos a la Pasión salvadora de Nuestro Señor Jesucristo.


"Solo a Dios adorarás" (Deut 6, 13; Mt 4, 10). No adorarás al Demonio y mucho menos en el templo del Único y Verdadero Dios, Jesucristo.


Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La Misa es un misterio y esto quiere decir que se trata de algo desconocido para nosotros, que se encuentra oculto e invisible para los ojos del cuerpo y los sentidos corporales. Es un misterio sobrenatural, que consiste en que el Señor Jesús está Presente en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, así como estuvo Presente en Persona con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en el Viernes Santo, en el Monte Calvario. La Misa es un misterio, pero no de este mundo, porque no se puede comparar a nada de este mundo. En el mundo terreno hay muchas cosas misteriosas –desconocidas- para nosotros, pero que pueden ser alcanzadas por la razón y explicadas por esta, una vez que son conocidos, por los sentidos. Por ejemplo, una isla oculta en un lugar perdido del mar: eso es un misterio –algo desconocido- para nosotros, pero en cuanto esa isla se descubre, deja de ser un misterio, porque una isla pertenece a nuestra vida natural y puede ser comprendida por nuestra razón. No sucede así con la Santa Misa, porque aun después de ser percibida por los sentidos en sus elementos externos –el altar, el pan, el vino, el sacerdote, las palabras de la consagración-, continúa siendo un misterio, algo desconocido, para nuestra razón, porque es un misterio que no pertenece al orden natural, al mundo terreno, sino que es un misterio que se origina en el seno mismo de Dios Uno y Trino. Por eso se le llama misterio sobrenatural, porque no pertenece a la naturaleza creada, como por ejemplo, la unión del cuerpo con el alma o la existencia de los relámpagos. Es el misterio de una Presencia que no depende de nuestra imaginación, ni de nuestra fe, porque se trata de la Presencia real, viva, gloriosa, de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. En la Misa, Jesús está realmente, sobre el altar, en la Eucaristía y no simplemente en nuestro pensamiento o imaginación. De hecho, en la Misa puede haber muchos ateos, que no creen en la existencia de Cristo Dios, pero eso no hace que Jesús deje de estar Presente con su Cuerpo y su Sangre, más allá de que los que participan de la Misa crean en Él o no. Por este motivo la Misa no se puede entender -y mucho menos vivir- con la sola razón humana siendo absolutamente necesario que los ojos del alma estén iluminados con la luz de la fe, pero no de cualquier fe, sino la Fe de la Iglesia Católica, la misma fe de hace más de dos mil años.

Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.


         Meditación.
La Misa es un sacrificio, un sacrificio perfectísimo y santo, con el cual los hombres podemos adorar a Dios, pedirle perdón por nuestros pecados, darle gracias e impetrar favores y todo esto porque se trata del sacrificio del Hombre-Dios Jesucristo. Este sacrificio es de valor infinito porque es el sacrificio de la cruz, el sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza. En la Misa se verifica lo mismo que en la cruz, en el Calvario, el Viernes Santo: la inmolación de Cristo, que es la separación del Cuerpo de la Sangre. Esta separación sacrificial del Cuerpo de la Sangre de Cristo, verificada en la Cruz del Calvario, está significada por la doble consagración por separado de las ofrendas del pan y del vino. En la Última Cena –la Primera Misa- Nuestro Señor Jesucristo determinó que se consagraran, por separado, el pan y el vino, para que así se significara la separación que se verifica en la cruz, del Cuerpo y la Sangre del Señor. Por medio de las palabras de la consagración, pronunciadas distintamente sobre el pan y el vino, el Verbo del Padre obra, con su virtud divina, a través de la débil voz del sacerdote, para que las substancias del pan y del vino se conviertan en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios. Por esta acción real del Verbo de Dios, que le da la fuerza de la omnipotencia divina a las palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, se encuentran sobre el altar, delante de nuestros ojos, el mismo Cuerpo del Cordero, ofrecido en la cruz el Viernes Santo, y la misma Sangre del Hijo de Dios, derramada desde la cruz sobre la tierra del Calvario. Solo que ahora el Cuerpo se entrega en la Eucaristía y la Sangre se derrama sobre el Cáliz.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por ser un misterio sobrenatural, que sobrepasa nuestra capacidad de razonamiento –no significa que sea irracional, sino supra-racional-, en la Santa Misa hay una realidad espiritual, celestial, invisible, imposible de ser captada por los sentidos corporales. Se trata de una presencia invisible, la Presencia de Jesús en la cruz. Siendo el mismo y único sacrificio del Calvario, sobre el altar eucarístico desciende, mística y misteriosamente, desde los cielos eternos, el Señor Jesucristo, Dios Eterno, el Sumo Pontífice de la Nueva Alianza, que es al mismo tiempo la Víctima perfectísima y definitiva y el Ara Santa de la Alianza Nueva y Eterna, que abroga los sacrificios de la Antigua Ley. En la Santa Misa, Jesús está Presente en el altar, no al modo en que lo puede estar en una imagen, ni tampoco está en nuestra mente, corazón o imaginación: está de modo real, personal, aunque incruento y sacramental, pero no por eso, menos real y personal. De modo invisible, en la Santa Misa se lleva actualiza, por la liturgia eucarística, el santo sacrificio de la cruz y por esta razón, aunque no lo veamos con los ojos del cuerpo, sí podemos ver, con los ojos del alma iluminados por la Santa Fe de la Iglesia Católica, al Cordero de Dios que, sobre el altar eucarístico, ofrece para nuestra salvación su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad, y la plenitud del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, envuelto en las llamas del Divino Amor e inflamado en el Fuego del Espíritu Santo para que, recibiendo en estado de gracia su Sagrado Corazón Eucarístico, nuestras pobres almas se incendien en el Fuego del Amor de Dios.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.


viernes, 16 de febrero de 2018

Hora Santa en reparación por demolición de iglesia en Alemania 100118



Demolición de la Catedral de Immerth, Alemania, 10 de Enero de 2018.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la demolición de una maravillosa iglesia en Alemania, llevada a cabo para dar lugar a una mina de lignito. La triste noticia puede ser consultada en el siguiente sitio electrónico:


Canto inicial: “Cristianos, venid; cristianos llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

         Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Jesucristo no es un hombre más entre tantos; tampoco es un profeta, ni un hombre santo, en quien la gracia santificante obró de manera particular en él, uniéndolo de manera perfecta con Dios[1] y tampoco es el más santo entre todos los santos: Jesucristo es el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo Eterno del Padre, que “es Dios” (cfr. Jn 1, 1ss) y que está en el seno del Padre, junto a Dios, desde la eternidad y que con el Padre recibe una misma adoración y gloria; Él es la Santidad Increada, es la Gloria divina Increada; es el Dador del Espíritu, junto al Padre, y es el que, llevado por el Espíritu Santo, esto es, el Amor de Dios, se encarna en el seno virgen de María para nacer en Belén, Casa de Pan, como Niño Dios. Es el Cordero de Dios que ofrece su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en el Santo Sacrificio de la Cruz, en el Calvario, el Viernes Santo y continúa ofreciéndolo cada vez, por medio del Santo Sacrificio del Altar, el Nuevo Calvario, por la liturgia eucarística. Si Jesucristo fuera solo un hombre, aun cuando fuera el más santo entre los santos, la Eucaristía sería solo un poco de pan bendecido y nada más, y no podríamos adorarla, ni tampoco podríamos recibir, por la comunión eucarística, al Autor de la gracia y la Gracia Increada en sí misma, el Verbo de Dios encarnado.

         Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Algunos teólogos suponen, de modo erróneo, que se puede deducir con rigor lógico la existencia de la Encarnación. Esto no es posible, por tratarse de un misterio sobrenatural absoluto que comienza incluso antes de la Encarnación del Verbo y es la constitución íntima de Dios como Uno en Naturaleza y Trino en Personas. Como dicen algunos autores, “la idea de la Encarnación del Verbo trasciende de tal manera el orden natural y racional, que no se da en este orden –natural y racional- ni una motivación suficiente para su actuación, ni una imagen proporcionada para su esencia, dese el momento en que se trata de un misterio en el sentido más estricto de la palabra”[2]. En otras palabras, quiere decir que el misterio de Jesús en cuanto Hombre-Dios es inalcanzable, tanto para la inteligencia angélica como para la humana. Y una vez revelado, permanece siendo un misterio, desde el momento en que la Persona de Jesús de Nazareth es el Verbo Eterno del Padre que une a su Persona divina –hipostáticamente- a la naturaleza humana de Jesús, resultando por dicha unión hipostática las características particulares y exclusivas de Jesús de Nazareth: santidad, plenitud de gracia, ciencia, visión beatífica. Jesús de Nazareth es el Hombre-Dios; es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada. Es sumamente importante para nuestra fe eucarística hacer estas consideraciones acerca de Jesús de Nazareth, por cuanto todo lo que de Él se dice, se traslada luego a la Eucaristía, porque la Eucaristía es el mismo Verbo de Dios que, por la Encarnación, aparecía oculto en su divinidad a través de la naturaleza humana, mientras que la Eucaristía es ese mismo Verbo de Dios, que prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar y que permanece oculto en su divinidad, esta vez, bajo la apariencia de pan.

Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         A Jesús de Nazareth, Hombre-Dios, le pertenece el nombre de “Cristo” o “Ungido” por excelencia, y esta unción la recibe la humanidad santísima de Cristo, en el momento de la Encarnación en el seno purísimo de María, al ser derramado sobre su humanidad el Espíritu Santo, por parte del Padre y del Hijo. Jesús de Nazareth, Sacerdote, Profeta y Rey, no es ungido con un aceite bendecido: en su humanidad habita la plenitud de la divinidad del Verbo, que está unido substancialmente a esta humanidad y que vive en ella corporalmente[3]. Es a esto a lo que la Sagrada Escritura se refiere cuando dice: “En Cristo habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9) y es esta inhabitación de la plenitud de la divinidad en Cristo, lo que hace que los Apóstoles lo adoren, postrándose ante Él, como lo relata el Evangelio en numerosas oportunidades, y es lo que justifica que la Iglesia se postre, de igual manera, en adoración, ante la Eucaristía, puesto que la Eucaristía es el mismo Cristo, en quien inhabita corporalmente la divinidad, quien se encuentra en el Santísimo Sacramento del Altar. Por eso mismo, la Iglesia que adora a Cristo Eucaristía en el altar, adora al mismo Cordero que está en el trono de Dios, en el Reino de los cielos.

Silencio para meditar.

         Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

La divinidad del Verbo es la que actúa como bálsamo que, con su fuerza divina vivificadora penetra en la humanidad de Cristo, convirtiéndolo en el Ungido por excelencia, y lo hace de manera tal de poder Él ejercitar sobre nosotros, los hombres, su misma fuerza divina vivificante y colmarnos con sus perfumes. Cuando los Padres de la Iglesia afirman que Cristo fue ungido por el Espíritu Santo, quieren significar que el Espíritu Santo, desde el Verbo del cual procede, desciende sobre la humanidad de Cristo y, como efusión o perfume exquisito del ungüento que es el Verbo mismo, unge y perfuma la humanidad santísima a Él –el Hijo de Dios- unida[4]. Aunque la fuente de la unción puede ser, propiamente hablando, el Padre, porque es el Padre quien comunica al Hijo la dignidad y la naturaleza divina, que es la que unge la humanidad asunta en la Persona divina del Verbo. Esta unción colma a la humanidad con la plenitud de la divinidad y la ensalza a tal punto, que coloca a esta humanidad en el trono mismo de Dios, en donde es sostenida por una Persona divina –la Segunda de la Trinidad-, constituyéndose esta humanidad de Cristo en sujeto digno de adoración como Dios mismo. Es esta humanidad santísima del Verbo, colmada con la plenitud de la divinidad, la que se encuentra, oculta a los ojos corporales, bajo apariencia de pan, en la Eucaristía y es la razón por la cual la Iglesia, así como se postra y adora la Humanidad Santísima del Cordero, así también se postra y adora a esta Humanidad Santísima, contenida en la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cristo es el Ungido y el ungüento con el cual su humanidad santísima es ungida es la divinidad que, brotando del Ser trinitario divino, sumerge a la creatura –la humanidad de Cristo- en Dios y lo convierte en un hombre no solo meramente divinizado, sino que lo convierte en el verdadero Hombre-Dios. Éste es el misterio del Cristo por excelencia, del Cristo que es ungido no solo por la efusión del Espíritu Santo, sino ante todo, y primariamente, por la unión personal con el principio del Espíritu –el Hijo y el Padre-. La unción divina es parte constitutiva de su esencia y esto hace que, en consecuencia, Cristo sea “Ungido” y “Hombre-Dios” y que ambos términos signifiquen la misma y única cosa. “Cristo” y “Hombre-Dios” expresan el misterio incomprensible, sublime, escondido en la persona de Jesús, de ser, Jesús de Nazareth, el Verbo Eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. El nombre de Jesús caracteriza a la persona –divina- según la función que debe ejercitar sobre la tierra en beneficio de los hombres; la función de Salvador la ejerce en cuanto su constitución teándrica de Jesús –es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios- y es la razón por la cual doblamos las rodillas ante el único nombre dado para nuestra salvación, Jesús de Nazareth. El nombre de Cristo le corresponde en cuanto es ungido con la plenitud de la divinidad, divinidad que de Él se propaga a todos aquellos que, por la unión con Cristo –por la fe, por el amor, por la gracia-, se convierten en “Cristos” y en “un solo Cristo con Él”. Es la razón por la cual, quien comulga a Cristo Eucaristía, recibe de Él la plenitud de la divinidad, el Espíritu Santo de Dios.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.





Cfr. Francesco Saverio Pancheri, Il mistero di Cristo, Edizioni Messaggero Padova, Padua 1984, 2.
[2]  Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Il mistero del cristianesimo, en Saverio, Il mistero di Cristo, 42.
[3] Cfr. Scheeben, ibidem.
[4] Scheeben, ibidem.