Inicio: Ingresamos
en el Oratorio y pedimos la asistencia de Nuestra Madre del cielo, la Virgen
María, y de nuestros ángeles custodios, para que nos ayuden en esta Hora Santa que
realizamos en tiempo de Adviento. El mundo trata de distraernos, de llevarnos
por caminos contrarios a los de Dios; el mundo busca hacernos creer que
Adviento y Navidad son tiempos de distracción, de diversión, de compras, de
olvido de Dios. El mundo quiere hacernos creer que la Navidad es sucumbir a la
glotonería y a la diversión sin freno. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación
por quienes caerán en los engaños del mundo, y le pedimos a la Virgen el
verdadero espíritu de Adviento, espíritu de oración, de penitencia, de obras de
misericordia, de espera alegre del Mesías que vendrá para Navidad escondido en
la naturaleza de un Niño recién nacido.
Canto inicial: “Anhelos del Mesías”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
con los cuales Él es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión
de los pobres pecadores. Amén”.
Meditación
Jesús,
en el Antiguo Testamento, los justos del Pueblo Elegido esperaban con ansias tu
Venida. Ellos conocían las Escrituras y los profetas y anhelaban fervientemente
su cumplimiento, el cumplimiento de las profecías que anunciaban el hecho más
grande y maravilloso que le pudiera acontecer a la humanidad toda, la
Encarnación del Verbo de Dios. los justos y los profetas del Antiguo Testamento
anhelaban tu Venida, oh Rey Mesías, porque se daban cuenta que este mundo, sin
Ti, es un erial, un desierto ardiente, un paraje desolado, una morada de
bestias; se daban cuenta que este mundo sin Ti, es un valle de tinieblas y de
sombras de muerte, lleno de peligros y de amenazas mortales, y por eso clamaban
por tu Venida, porque al venir a este mundo, lo habrías de iluminar con la luz
de tu Ser divino, luz que es al mismo tiempo Vida y Amor eternos. También
nosotros, igual que los que te esperaban con ansias en el Antiguo Testamento,
esperamos con ansias la Navidad, el tiempo de la Iglesia en el cual, por el
misterio de la liturgia, habrás de renovar tu Nacimiento virginal en una gruta
de Belén. Junto a los hombres y mujeres que en la Antigüedad te esperaban,
también nosotros te esperamos con fe y con amor, oh Rey Mesías, que vienes a
nosotros revestido de Niño sin dejar de ser el Dios omnipotente y de toda
majestad que eres desde los siglos sin fin. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
Tú que fuiste engendrado “entre esplendores sagrados” desde la eternidad en el
seno eterno del Padre; Tú que eres Dios tres veces Santo, ante los ángeles y
santos del cielo se postran en adoración y no pueden hacer otra cosa que cantar
de alegría y exultar de gozo ante la visión de tu infinita majestad; cuando
viniste a este mundo, ya antes de nacer, conociste el rechazo, la frialdad y la
indiferencia de los hombres, porque “no había lugar” en los albergues para tu
Madre encinta de Ti y para San José, tu padre adoptivo y debido a esta razón,
tu Madre y San José debieron ir a las afueras de Belén, a una pobre y oscura
gruta. Jesús, estos albergues, con grandes y cómodos aposentos, con música y
calor de fuego, con abundantes alimentos y bebidas, llenos de gentes que comen,
beben y ríen despreocupadamente, pero que no tienen lugar para que entres Tú,
que vienes traído por tu Madre, son figura de los corazones soberbios que, en
su necio orgullo, creen no tener necesidad de Ti; estos albergues son, oh Jesús,
la figura de los pobres hombres que se aferran a los bienes materiales y a los
placeres de este mundo, olvidándose de la vida eterna y del juicio particular
que habrán de recibir el día de su muerte. Ten piedad de ellos, Jesús, por el
amor del Inmaculado Corazón de María; no les tengas en cuenta este pecado y dales
la gracia de la conversión. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
desde el seno de Dios Padre viniste a esta tierra, a encarnarte en el seno de
la Virgen Madre. Viniste en un noche helada, prefiguración de los corazones
oscuros y helados de los hombres, vacíos del Amor Divino. Elegiste para tu
Nacimiento, Tú, que eres el Creador del universo, una pobre, fría y oscura
gruta, gruta que tu Madre tuvo que limpiar para que sea más digna para tu
llegada, porque estaba llena del estiércol de los animales, porque era un
refugio del buey y del asno. Jesús, esa cueva de Belén, así de fría, oscura y
pobre, y toda manchada, es una figura del corazón del hombre sin tu gracia: es
frío, porque no tiene tu amor; es oscuro, porque no tiene tu luz; es pobre,
porque no tiene la riqueza de tu divinidad, y está manchada, porque el pecado
es la mancha espiritual que ennegrece el corazón. Jesús, haz que tu Madre, así
como preparó la gruta, limpiándola, para que Tú nacieras en un lugar digno, haz
que sea también la Virgen quien prepare nuestros corazones; haz que Ella, que
es la Mediadora de todas las gracias, nos consiga de Ti todas las gracias que
necesitamos, para que nuestros corazones sean como la cueva de Belén, limpia
por la acción de María y tu gracia. Amén.
Silencio
para meditar.
Jesús,
Tú elegiste para venir a este mundo, el ser recibido por un matrimonio santo,
formado por la Virgen María y por San José, su esposo casto y cuando naciste,
el matrimonio santo se convirtió en una familia santa, la Sagrada Familia.
Jesús, Tú quisiste ser acunado en brazos de una Madre mujer y quisiste ser
socorrido por un padre varón; de esta manera, enalteciste a la familia humana
con la santidad que viene de Ti, Dios tres veces Santo. Al ser tu deseo el
nacer en una familia formada por mujer y varón y por un hijo, nos quieres hacer
ver que la familia humana, creada por Ti y santificada por Ti, es una sola y
única y está formada por la esposa-madre-mujer, por el esposo-padre-varón y que
los hijos que nacen de esta unión nupcial son fruto del amor esponsal. Jesús,
te pedimos por la multitud de niños que ven negado este derecho, el derecho a
nacer en el seno de una familia, como fruto del amor de los esposos y no como
consecuencia de la fría manipulación de laboratorio; Jesús, te pedimos por los
niños que son congelados en tubos de ensayo antes de nacer; te pedimos por los
que son desechados; te pedimos por los que son implantados en “vientres de
alquiler”; te pedimos por todos estos niños, porque ven violentado el derecho
de todo niño de vivir, de ser concebido como fruto del amor esponsal, de nacer
en el seno de una familia, de ser educado por una madre-mujer y un padre-varón.
Te pedimos también por quienes constituyen familias contrarias al orden
natural, contrarias al orden creado por Ti, avasallando así el derecho que
tienes como Dios de que sea respetada tu Voluntad expresada en la naturaleza
humana. Haz que los hombres entiendan que hay un solo modelo de familia posible,
la Sagrada Familia de Nazareth. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús,
cuando naciste en Belén, fuiste adorado por los ángeles y los pastores:
mientras los ángeles entonaban cánticos de alabanza y glorificaban a Dios por
su inmensa bondad, los pastores se postraban ante tu Presencia, adorándote, porque
unos y otros reconocían tu divinidad, oculta en la humanidad de un Niño recién
nacido. Los ángeles y los pastores veían en Ti, oh Jesús, no a un niño más
entre tantos otros, sino al Dios de majestad inefable escondido, oculto, en el
cuerpo de un Niño, y por eso se alegraban y cantaban por tu Nacimiento. Te
pedimos, oh Jesús, que enciendas nuestros corazones con el mismo amor de
ángeles y pastores, para que también nosotros, que esperamos anhelantes la
Navidad, te cantemos y te adoramos en el misterio de tu Nacimiento. Amén.
Meditación final
Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, te pedimos que aceptes nuestra humilde adoración
en reparación de tu Santo Nombre y en acción de gracias por tu Encarnación y
Nacimiento. Acepta cada latido de
nuestros corazones, une nuestros latidos a los de tu Sacratísimo Corazón y a
los del Inmaculado Corazón de María, y por los méritos de tu Pasión y por los
dolores de tu Madre, haz que se salve un alma por cada latido nuestro unido a
los vuestros. Tú eres el Dueño y el Señor de la historia y vienes a nosotros no
en el esplendor de tu majestad y poder, sino en la humildad de nuestra
naturaleza, desvalido como un Niño recién nacido. Acepta la humilde ofrenda de
nuestros pobres corazones, como si fueran otras tantas grutas de Belén para
que, por intercesión de María Santísima, te dignes a nacer en ellos, para que
seas la alegría y el gozo de nuestras vidas, en el tiempo y en la eternidad.
Amén.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias
con los cuales Él es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión
de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Los cielos, la tierra, y el mismo
Señor Dios”.