Querido Jesús Eucaristía, Tú eres el Dios del
sagrario, Tú eres el Dios de majestad infinita, Tú eres el Dios Viviente, que vives
eternamente por los siglos, que te has quedado en la Eucaristía para
acompañarnos, para consolarnos en nuestras penas, para alegrarte con nosotros
en nuestras alegrías, para darnos de tu amor infinito. Venimos a postrarnos
ante Ti, para ofrecerte el homenaje de nuestro pobre corazón. Nos arrodillamos
ante tu Presencia sacramental y te adoramos, uniéndonos desde la tierra a los
ángeles y santos que te adoran en los cielos.
Oración inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
Meditación:
Jesús, Tú dijiste en el Evangelio: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz
cada día y me siga”. Nosotros queremos seguirte, porque queremos caminar
contigo por el camino de la Cruz, el único camino que lleva al cielo, pero
necesitamos que nos ilumines, con la luz de tu gracia, para que no nos
desviemos por los anchos caminos que conducen a la perdición.
Necesitamos
de tu luz, Jesús, porque el mundo nos engaña, porque nos muestra otros caminos
que no son el tuyo. El mundo nos enseña caminos que parecen buenos a primera
vista, porque todo el mundo hace lo que quiere, pero luego estos caminos se
muestran como falsos porque solo dejan amargura y dolor en el alma.
Jesús,
Vencedor del demonio y del pecado, el mundo nos enseña que cada uno puede hacer
lo que quiera, pero Tú en el Huerto de los Olivos, nos enseñaste que primero
está la Voluntad de Dios, y luego la nuestra, cuando dijiste: “Padre, si
quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Enséñanos
a cumplir tu voluntad, porque tu voluntad siempre es santa, y enséñanos también
a no hacer caso nunca a nuestra propia voluntad, porque si así lo hacemos, con
seguridad extraviaremos el camino de la salvación.
Jesús,
Dios de infinita misericordia, el mundo enseña la impureza, la falta de pudor y
de vergüenza, con bailes y música indecentes; el mundo hace pasar por bueno a
todo lo que atenta contra la pureza y la castidad, llamando bueno a lo malo y
malo a lo bueno, pero Tú nos enseñas en el Evangelio que solo los puros de
corazón verán a Dios. ¡Enséñanos a mantenernos puros de alma y de cuerpo, para
que algún día entremos en el Reino de los cielos!
Jesús,
Cordero de Dios, el mundo enseña que no importa lo que digan los padres y los
maestros, y las personas mayores, y que si ellos se oponen a lo que queremos,
hay que contestar mal y ser desobedientes; pero Tú nos enseñas en el cuarto
Mandamiento: “Honrarás Padre y Madre”. ¡Enséñanos a amar a nuestros padres y
mayores, honrándolos con el homenaje de nuestra obediencia por amor!
Jesús,
Dios del amor y de la paz, el mundo nos enseña a vivir buscando el placer, sin
hacer nada, sin esforzarnos, sin querer ayudar a quien lo necesita, y nos
enseña a buscar la propia comodidad antes que nada, pero Tú en el Evangelio nos
enseñas que el camino al cielo está hecho de obras buenas, porque a los que se
salven, les dirás: “Venid a Mí, benditos, porque tuve hambre y sed, y estaba
enfermo y preso, y ustedes me ayudaron”. ¡Enséñanos a obrar la misericordia
ayudando al prójimo por amor a Ti!
Jesús,
Dios bendito, el mundo enseña a ser rencorosos, a guardar el enojo y a devolver
“ojo por ojo y diente por diente”, y así todos los hombres viven cada día más
en la violencia y en el odio del hermano contra el hermano, pero Tú en el
Evangelio nos enseñas a “amar al enemigo”, a “perdonar setenta veces siete”,
que quiere decir “siempre”, y a “amar al prójimo como a uno mismo”. ¡Enséñanos
a no devolver nunca mal por mal, sino a vivir tu ley, la ley del amor y de la
caridad, perdonando a quienes nos ofenden y haciendo el bien a quien nos hace
el mal!
Jesús,
Dios del sagrario, el mundo nos dice que esta vida es para disfrutar de los
sentidos y para pasarla bien, siendo egoístas y malos con todos, pero Tú nos
enseñas con tu sacrificio en Cruz que esta vida es una prueba que hay que pasar
para llegar a la vida eterna, y que para eso es necesario que nos alimentemos
de tu Cuerpo y de tu Sangre: “El que coma de este pan, aunque muera, vivirá,
porque Yo le daré la vida eterna”.
Peticiones:
A cada intención respondemos: “Por
el amor que le tienes a tu Mamá, la Virgen, escúchanos Jesús”.
-Jesús, te pedimos por los niños y jóvenes que no te
conocen, para que a través de nuestros buenos actos lleguen al conocimiento de
tu amor.
-Jesús, te pedimos por todos los cristianos, y por nosotros
mismos, para que no seamos ciegos al Amor de tu Corazón, que se nos brinda en
cada Eucaristía.
-Jesús, ayúdanos a amarte cada vez en la Eucaristía, para
que no te abandonemos por los ídolos de nuestro mundo, el fútbol, la música,
internet, la televisión.
-Jesús, que sepamos vencer en nosotros la tentación
demoníaca de la violencia, del egoísmo, de la pereza y del desamor.
-Jesús, haz que tomemos conciencia sobre qué quiere decir
ser “hijos de Dios”, para que iluminemos el mundo con la luz de tu Amor.
Oración de despedida: Querido
Jesús Eucaristía, te damos gracias porque nos has llamado a adorarte, porque
estar delante de Ti es como estar de modo anticipado en el cielo. Ahora regresamos
a nuestras tareas habituales, con el compromiso de dar a nuestro prójimo aunque
sea una pequeña parte del inmenso amor que recibimos de tu Sagrado Corazón
Eucarístico. Haz que tu Mamá, la Virgen María, nos ayude a ser santos y a
reflejar, con nuestros actos, tu bondad y tu amor.
Oración final:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no
creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).