miércoles, 21 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a Nuestra Señora de Guadalupe 161118



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un gravísimo ultraje contra Nuestra Señora de Guadalupe, llevado a cabo por un pastor evangélico. El mencionado “pastor” utilizó una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la mantuvo suspendida de una soga durante su “prédica” simulando un ahorcamiento y finalmente la arrojó al suelo, despedazando la imagen. El video en el que se puede ver el infamante ultraje a la Madre de Dios se puede ver en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por la gracia, don conseguido al altísimo precio de la Sangre Preciosísima del Redentor derramada en el altar de la cruz y en la cruz del altar, obtenemos algo que no podríamos jamás siquiera imaginar, si no nos fuera revelado: nos hace ser partícipes de la naturaleza divina[1]. Ahora bien, lo que estas palabras significan no pueden, en realidad, ni siquiera una vez revelado su significado, ser apreciado en su inmensidad, por el pensamiento. Se puede afirmar y decir, tal como se afirma y dice, gracias al Magisterio de la Iglesia Católica, que por este don de la gracia Dios eleva al alma por encima de todo ser y orden natural y al hacerla partícipe de su naturaleza infinita, la coloca en un estado divino, en el que el ser humano es colocado a la altura de la naturaleza divina, porque es hecho partícipe de ella. Todo esto puede y es debidamente expresado, con el pensamiento y con las formulaciones teológicas que corresponden, pero es algo tan pero tan inmensamente grande y divino, que no puede ser apreciado, ni siquiera mínimamente, por el corazón humano. Si los filósofos antiguos, pre-cristianos, se admiraban del hombre porque era capaz de contemplar las cosas divinas, ¿qué dirían si se hubieran anoticiado que el hombre, por la gracia, no sólo era capaz de contemplar las cosas divinas, sino que él mismo se convertía, por así decirlo, en Dios por participación? Y si la obra de la Creación –tanto visible como invisible- merece un elogio admirado por la perfección con la cual obró Dios, ¿qué puede decirse de la gracia, obra por la cual el hombre es elevado por encima de toda la Creación para asemejarse a su propio Creador, al participar de su naturaleza divina?

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Acerca del valor de la gracia divina, afirma San Agustín que “el justificarse con la gracia es cosa mayor que el cielo y la tierra y todas cuantas cosas se ven en el cielo y en la tierra”[2]. ¡Cuántos hombres, cegados por las cosas materiales, dedican sus vidas a obtenerlas, cuando estas cosas materiales, aun si fueran el universo entero, son poco más que polvo y barro en comparación con la gracia! Afirmándose en esto, Santo Tomás sostiene que la justificación de un alma por la gracia es obra mayor que la creación de cielos y tierra, es decir, que Dios obra con mayor majestad y poder cuando justifica a un pecador infundiéndole la gracia, que cuando creó el universo visible y el invisible. Dice así Santo Tomás: “Mayor obra es la justificación del pecador, que se termina al bien eterno de la gracia, que la creación del cielo y la tierra, que se termina al bien de la naturaleza mudable”[3].

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al contemplar la Creación, con su orden y hermosura que se despliegan ante nuestros ojos provocando sólo admiración y estupor por la Sabiduría Divina y por el Amor Divino manifestados en ella, no se puede dejar de considerar que la perfección de la naturaleza humana y angélica son cosas menores en comparación con la gracia divina. Si en la Creación del universo visible e invisible Dios despliega su Sabiduría y su Amor, por medio de la gracia Dios manifiesta su Divina Misericordia y su Omnipotencia, las cuales se despliegan por encima de todas sus obras, sobre todo entendimiento creado, sobre el hombre mismo y sobre los espíritus angélicos. Por esta razón, afirma Santo Tomás que es aquí –en la gracia- donde Dios despliega máximamente su omnipotencia[4], además de su piedad, su misericordia, su bondad y su liberalidad. La gracia es un don tan inmensamente grande, que es superior al alma espiritual y a la condición misma de ser hombre, incluso considerando al hombre como imagen de Dios. En efecto, Santo Tomás afirma que la gracia es más excelente que el alma misma[5] y esto considerando que el alma es imagen de Dios, porque por la gracia, más que imagen de Dios, el hombre se convierte en Dios por participación. En el mismo sentido, San Agustín afirma que “es mejor ser justo que ser hombre”, porque ser hombre es ser creatura de Dios, en tanto que ser justo es ser hijo de Dios y Dios por participación.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La consideración de la grandeza inconmensurable de la gracia debe llevar al cristiano a reflexionar acerca de qué es lo que recibe, cuando recibe la gracia –como también qué es lo que pierde, cuando pierde la gracia-. De parte de Dios, no puede haber dádiva más grande[6], porque por la gracia el alma se vuelve capaz de alojar, en su corazón, a las Tres Divinas Personas de la Trinidad; se convierte en hijo adoptivo de Dios; se hace heredero del Reino y, mucho más que esto, se convierte en Dios por participación. Si un hombre ávido de dinero, se encontrara de la noche a la mañana ser el poseedor y el dueño de innumerables minas de oro y plata, no cabría en sí de la alegría, aun siendo esta mundana y pecaminosa por tratarse de solo cosas materiales y porque el hombre no debe poner su contento en ellas, sino en los bienes del cielo, ¡cuánto más contento debería expresar el alma del cristiano, que sabiéndose pecador y por lo tanto merecedor del infierno y reo de la Justicia Divina, por mérito y obra de la gracia cambia su suerte y pasa a ser, de pecador a justo, de merecedor del castigo divino a beneficiario de la Misericordia Divina; de creatura pecadora a hija adoptiva de Dios; de no poseer ningún bien espiritualmente hablando, solo males, a ser declarada heredera del Reino de los cielos; de ser simple creatura a ser hija adoptiva de Dios! Si los que se desviven por los bienes del mundo, que son polvo y arena frente a la gracia, descubrieran el inestimable valor de la misma, lo dejarían todo y todo lo estimarían por nada, con tal de adquirir, conservar y acrecentar la gracia en sus almas.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santo Tomás de Aquino afirma que la más minúscula gracia es más valiosa que todos los bienes de la naturaleza: “El bien de la gracia de uno es mayor que el bien de la naturaleza de todo el universo”[7]. En el mismo sentido se expresa San Agustín cuando dice: “La gracia de Dios se aventaja, no sólo a todas las estrellas y a todos los cielos, sino también a todos los ángeles”[8]. En el Eclesiástico se dice, también en el mismo sentido, cuando prefiere un justo a mil que no lo son, porque vale más un alma con gracia, que un mundo de hombres y ángeles sin ella. De estas consideraciones se sigue que, si un hombre en gracia se puede considerar el ser más afortunado del universo, aquel que desprecia la gracia o no la tiene en consideración, puede considerarse de la misma manera como el más desgraciado de todos, porque perdido el valor de la gracia, el hombre concentra todos sus esfuerzos en obtener bienes materiales los cuales, comparados con la gracia, son menos que arena y polvo. En este sentido y siguiendo a Santo Tomás se expresa un autor, Cayetano: “Ten delante de tus ojos siempre, de día y de noche, que el bien de la gracia de uno es mejor que el bien de la naturaleza de todo el universo, para que continuamente veas qué condenación amenaza a quien no hace caso ni pondera tan gran bien que le ofrecen”. Comentando esto, dice el P. Nieremberg que “justamente merece ser condenado quien desprecia tal don –la gracia-, por ser ofrecido por Dios y por ser tan grande y por despreciarle por tan poco como los bienes perecederos de la tierra”[9]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que seamos capaces de apreciar el bien inestimable de la gracia, al punto de despreciar todos los bienes de la tierra!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, 16.
[2] Tract. 72 in Joan; cit. Nieremberg, o. c.
[3] 1, 2, q. 113, art. 9, in Corp.; cit Nieremberg, o. c.
[4] L. c., sed cont.
[5] 2, 2, q. 23, art. 3.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] 1, 2, q. 113, art. 9, ad. 2.
[8] Lib. 2, Ad Bonif., cap. 6.
[9] Cfr. Nieremberg, Aprecio, 21.

martes, 20 de noviembre de 2018

La Eucaristía es el Emanuel, Dios con nosotros



(Homilía en ocasión de la Santa Misa en acción de gracias por un nuevo aniversario del Oratorio de Adoración Eucarística Perpetua de la Parroquia San José, de Alberdi, Tucumán, Argentina)

         En el Evangelio, Jesús hace una promesa, la de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). Jesús no hace promesas en vano y la forma en que cumple esta promesa es la Eucaristía, es decir, la Eucaristía es el modo en el que Jesús cumple su promesa de estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Por eso la Eucaristía puede ser llamada, con toda propiedad, el “Emanuel”, porque Emanuel significa “Dios con nosotros” (Mt 1, 23). Ahora bien, esta presencia de Jesús con nosotros es especialísima, porque no se trata de una presencia meramente moral, como sucede, por ejemplo, cuando una persona desea estar en un lugar, pero está físicamente presente en otro lugar. Aquí, en la Eucaristía, Jesús está real y verdaderamente presente, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con su Ser divino trinitario y con su Humanidad glorificada. Jesús en la Eucaristía se encuentra con su mismo Cuerpo glorificado y con su mismo Ser divino trinitario, tal como se encuentra en el cielo, con la única diferencia que, en el cielo, los ángeles y los santos que se postran en su Presencia en adoración perpetua, lo contemplan cara a cara, mientras que nosotros aquí, en la tierra, lo contemplamos sólo con los ojos de la fe, pero no con los ojos del cuerpo. Contemplar la Eucaristía y adorarla es el equivalente, para nosotros, a la visión beatífica de la que gozan en el cielo los ángeles y los santos, por eso no puede haber experiencia más gozosa y alegre que la adoración eucarística, porque es estar delante del Cordero de Dios. La Eucaristía “es Jesús, oculto bajo las especies del pan, pero real y físicamente presente en la Hostia consagrada, de modo que Él mora, habita entre nosotros”[1], cumpliendo así su promesa de quedarse con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
         No hay don más grande que la Eucaristía; Dios no puede hacer más por nosotros que la Eucaristía; no sabe ya más qué hacer por nosotros, que no esté ya hecho en la Eucaristía; Dios es omnipotente, pero no puede hacer más por nosotros que estar en la Eucaristía, para desde allí comunicarnos su Amor. Así dice San Agustín: “Aún cuando Dios es Todopoderoso, es incapaz de dar más –porque en la Eucaristía se da todo Él, con su Ser divino trinitario y con todo el Amor de su Sagrado Corazón-; aún cuando es Sabiduría Suprema, no sabe cómo dar más –porque no tiene ya más para dar, porque en la Eucaristía se da todo Él, sin reservarse nada para sí-; aún cuando es inmensamente rico, no tiene más que dar –porque en la Eucaristía nos da toda la riqueza de su Ser divino trinitario-”[2].
         ¿Y para qué se queda Jesús en la Eucaristía? No sólo para hacernos compañía en este valle de lágrimas que es esta vida terrena, llena de tribulaciones, dolores, persecuciones y pruebas; no sólo para hacernos milagros en nuestras vidas –milagros que no somos ni siquiera capaces de imaginar-; sino que se queda, ante todo, para darnos todo Él mismo, sin reservarse nada, con su Ser divino trinitario y con todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Como dice San Pedro Julián Eymard, en la Eucaristía lo encontramos todo, incluidos los milagros: “Encontraréis todo en la Eucaristía; la palabra de ánimo, la ciencia y los milagros. Sí: también los milagros”[3]. Pero sobre todo, en la Eucaristía encontramos a Dios mismo en Persona y eso es lo que hace de la Eucaristía el tesoro más valioso de la Iglesia, un tesoro ante el cual los cielos eternos palidecen y empequeñecen, porque el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, es tan inmensamente majestuoso, que ni todos los cielos eternos pueden contenerlo. Por esta razón, para un fiel católico, tener la oportunidad de hacer adoración eucarística en un oratorio dedicado especialmente para ese fin, es anticipar, ya desde la tierra, la alegría sin fin que experimentan los bienaventurados en el cielo.



[1] Cfr. Stefano Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Ediciones del Alcázar, La Plata 2016, 13.
[2] Cfr. Manelli, o. c., 13.
[3] Cfr. Manelli, o. c., 14.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por altar macabro en Italia 161118



Una imagen del horroroso y macabro altar erigido en la Basílica Santa Maria Assunta
en Gallarate, Milán, Italia, el pasado 11 de Noviembre de 2018. 
Feo, siniestro e indigno, son los adjetivos que se nos vienen en mente al contemplar tan horrible altar.



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la construcción de un siniestro altar en Italia el 11 de Noviembre de 2018. Dicho altar consta de 120 (ciento veinte) cabezas cortadas y fue construido en la Basílica de Santa Maria Assunta en Gallarate, cerca de Milán, Italia. Muchos –entre los que nos contamos nosotros- han calificado a este macabro altar como “satánico”. Consideramos este altar una ofensa a la majestad y hermosura de Dios Uno y Trino; como un lugar indigno para celebrar la Sagrada Eucaristía y además como un ensalzamiento blasfemo del mal.  La noticia relativa a tan triste suceso se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Se llama “gracia de Cristo” –la que Él nos adquirió al precio de su Sangre Preciosísima en la Cruz- a “aquellos dones y favores de que era indigna y privada nuestra naturaleza por el pecado y que nunca fueron debidos ni pueden serlo a naturaleza alguna, y por ellos se alcanza la eterna bienaventuranza”[1]. En algunas ocasiones, se llama “gracia” a los auxilios con los que Dios nos previene, infundiéndonos, por ejemplo, pensamientos santos y ayudándonos para que hagamos alguna buena obra y es la denominada “gracia actual”. En otras ocasiones, significa un don y una cualidad permanente de Dios en el alma con la cual se hace agradable a Sí, amiga e hija suya; es la “gracia habitual”, porque persevera en el alma como los otros hábitos. No hay ningún santo que no haya subido al Cielo sin la ayuda de estas dos gracias. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que por tu intercesión logremos la gracia de pensamientos santos y puros como los de tu Hijo y seamos capaces de obrar siempre obras de misericordia, para así ganarnos el Cielo!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Tanto la gracia actual como la habitual, fueron conseguidas para nosotros -que, como dijimos, éramos indignos de recibirlas y jamás podríamos siquiera imaginar que podríamos algún día recibirla- al altísimo precio de la Sangre Preciosísima de Nuestro Señor Jesucristo, derramada en el altar de la Cruz y en la Cruz del altar, en cada Santa Misa. Para darnos una idea aproximada del valor de la gracia, podemos tomar ejemplos materiales[2]. Así, por ejemplo, la gracia habitual –la que permanece en el alma de modo habitual, como un hábito- es como una túnica de tela púrpura, finísimamente bordada con hilos de oro, regalada por el rey a su hijo amado, para que anduviese con ella vestido y con ella representara la altísima condición de ser hijo muy amado del rey y heredero de todas sus inmensas riquezas. La gracia actual se puede comparar a los consejos, advertencias, auxilios que este mismo rey diese a su hijo para que no solo no cometiera jamás obra de ningún grado de malicia, ni siquiera el más pequeño, sino para que, ante todo, fuera capaz de hacer grandes obras, nobilísimas, dignas de su grande dignidad de ser hijo del rey. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca perdamos el don de la gracia habitual y que por la gracia actual, seamos capaces de hacer obras meritorias para el Cielo, a fin de algún día adorar contigo al Cordero de Dios en los cielos!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia habitual puede ejemplificarse también de otra manera: con la salud y hermosura del cuerpo; es decir, así como es agradable un cuerpo que está sano y es hermoso –en sí mismo, en cuanto que es creación de Dios, es decir, que su hermosura no viene por la edad, sino por ser perfecta creación de Dios-, así la gracia habitual es como si a un enfermo, que además de la enfermedad tiene atrofiados sus miembros por una prolongada parálisis, le fuera concedida, de forma repentina, la salud total y una admirable hermosura del rostro y de todo el cuerpo[3]. La gracia actual, a su vez, serían como los consejos que da el médico prudente, para que esta persona, así recobrada su salud y hermosura del cuerpo, los conservara permanentemente. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, auxílianos, para que siempre conservemos y aumentemos, en nuestros corazones, la gracia de Dios que embellece nuestras almas!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia habitual es algo tan grandiosamente maravilloso, que no nos alcanzarán las eternidades para dar gracias a Dios por habérnosla concedido. En efecto, la gracia habitual o permanente nos concede el ser hijos adoptivos de Dios, al hacernos ser partícipes de la naturaleza divina y de la filiación divina del Hijo de Dios. Esto quiere decir que la gracia habitual nos adopta como hijos, pero no al modo como el hombre adopta a un hijo –al cual ama como si fuera propio-, sino que nos hacer ser hijos ontológicamente, esto es, haciéndonos participar de la filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde toda la eternidad. La gracia actual, en consecuencia, está dirigida a conservar y afianzar cada vez más esta relación filial con Dios, por medio de los consejos, luces y auxilios divinos, con los cuales no solo evitamos las ocasiones de pecado, sino que obramos meritoriamente para conservar y acrecentar la gracia habitual. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, infunde en nosotros un gran amor a la gracia divina, para que por las buenas obras la conservemos siempre, hasta el último aliento de vida!

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia, por lo tanto, es un don altísimo, una cualidad inestimable, frente a la cual, la inmensidad del universo material, con todas sus inimaginables riquezas y hermosuras, queda reducido a poco menos que polvo, puesto que la gracia nos hace ser hijos adoptivos de Dios y herederos de su reino. Por la gracia, la creatura humana es levantada a un ser sobrenatural y grado divino, que comparte la naturaleza, no ya con un ángel, lo cual sería una cosa altísima para esa naturaleza, sino con el mismísimo Dios Uno y Trino. Por la gracia, el alma trasciende y es ensalzada por encima de todo ser y de toda perfección natural y hace, a quien la posee, participante de la naturaleza misma de Dios Trino, de manera tal que Dios Trino viene a hacer morada en dicha alma, enriqueciéndola Dios con hermosísimos resplandores de santidad[4]. El alma en gracia es como el grano de mostaza que, siendo pequeño, se convierte en un gran arbusto al que van a hacer nido los pájaros del cielo: el grano convertido en arbusto es el alma que, sin la gracia, es como el grano pequeñísimo, mientras que con la gracia, alcanza la grandeza de la naturaleza divina, al ser hecho partícipe de la misma; a su vez, los pájaros del cielo que van a hacer nido en el grano devenido en gran arbusto, son tres, porque Tres son las Divinas Personas de la Santísima Trinidad que, por la gracia, van a inhabitar en el alma del justo, esto es, del hombre viador que vive en estado de gracia. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones sean, por la gracia, el arbusto al que van a hacer morada los pájaros del cielo, esto es, las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad!

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 14.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, o. c.
[4] Cfr. Nieremberg, o. c.




jueves, 15 de noviembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje al Hombre-Dios Jesucristo en San Francisco 141118



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el horrendo ultraje cometido contra la Persona Santísima de Nuestro Señor Jesucristo por parte de una comunidad LGBTI en San Francisco, EE. UU. La infame ofensa, llevada a cabo el 01 de Noviembre de 2018, consistió en una irrespetuosa parodia del Redentor de la humanidad, en la que se competía, entre burlas y excentricidades, para elegir al Jesús más “sensual”. A esta irrespetuosa y blasfemia parodia la llaman “Hunky Jesus” y la organizan todos los años. Se trata por lo tanto de una dolorosa ofensa anti-cristiana cargada de ignorancia, grosería, fealdad, agresión e irrespeto a la fe de los demás, pero sobre todo, es una ofensa incalificable contra el Verbo de Dios Encarnado, Jesús de Nazareth. El video y la información pertinente a tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente sitio:


Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Santísima Virgen María fue el instrumento elegido por la Trinidad la causa instrumental esencial[1], es decir, el medio a través del cual el Verbo de Dios se encarnó para venir, desde la eternidad del seno del Padre en el que inhabitaba, a nuestro tiempo y a nuestra historia. La Santísima Virgen fue adornada con dones y virtudes excelentísimas, jamás dados ni antes ni después a creatura alguna, ni siquiera a los más poderosos ángeles, debido a que estaba predestinada a ser la Madre de Dios, permaneciendo siempre Virgen. El ingreso del Verbo de Dios Encarnado es precedido por el majestuoso y augusto saludo del Arcángel Gabriel a María Santísima: “No temas, María. El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y te cubrirá la sombra del Altísimo. Aquél que nacerá será llamado santo e Hijo de Dios” (Lc 1, 30-35). En el Anuncio, el Ángel revela, al mismo tiempo, la virginidad de María y su condición de Madre de Dios: en efecto, la Encarnación se produce no por obra humana, sino por “la sombra del Altísimo”, “el Espíritu Santo”, que “descenderá sobre Ella”, haciéndola concebir al Hijo de Dios encarnado. Al encarnarse el Verbo por obra del Espíritu Santo, la Virgen permanece Virgen, al tiempo que se convierte en la Madre de Dios Hijo hecho hombre.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Según Santo Tomás, el Anuncio realizado por el Arcángel a la Santísima Virgen era necesario por múltiples motivos: por el orden natural de las cosas –los hijos de los hombres nacen de sus madres y el Verbo de Dios, al encarnarse, debía nacer de una madre-; por el testimonio del misterio que la Virgen habría de darnos –en efecto, la Virgen, con su ser y con su vida, es un testimonio viviente y perfectísimo de la Encarnación del Verbo-; por el obsequio de la voluntad que Ella habría de prestar a Dios –la Encarnación del Verbo no se habría llevado a cabo si la Virgen hubiera dicho “no” a la voluntad de Dios-; y finalmente, porque por medio de la Encarnación, se habría de llevar a cabo el matrimonio místico y la unión esponsal entre Cristo y la naturaleza humana. La Virgen, con su “Sí”  a la voluntad de Dios, lo dio en nombre de todo el género humano. Ahora bien, esta Encarnación del Verbo se prolonga en el misterio eucarístico, por medio de la transubstanciación y la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Como hijos adoptivos de Dios y como hijos de la Virgen, nosotros debemos contemplar el misterio de la Encarnación y, a imitación de la Virgen, dar nuestro “Sí” a la voluntad de Dios, quien quiso venir a nuestro mundo por medio de la Virgen Madre y quiere prolongar su Encarnación viniendo a nuestro tiempo por medio de la Eucaristía.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Arcángel saluda a la Virgen, le anuncia el misterio y espera su asentimiento. La Virgen, destinataria del mensaje que indicaba el inicio de la salvación para humanidad, había sido ya elegida y predestinada para su excelsa misión y para eso es que la había preservado del pecado original, concibiéndola sin la mancha de la malicia cometida por Adán y Eva y no solo, sino también concibiéndola, además de Inmaculada, como Llena de gracia, esto es, inhabitada por el Espíritu Santo. Aquella que debía ser la futura Madre de Dios le fue concedida la gracia de estar libre de todo pecado, a fin de que en Ella inhabitara el Espíritu Santo, el Divino Amor, y así el Verbo fuera recibido en la tierra, en el seno de la Virgen Madre, con el mismo Amor con el que era amado en los cielos, en el seno del Padre Eterno, desde toda la eternidad. Al igual que la Virgen, la Iglesia concibe, en su seno purísimo, el altar eucarístico y por obra del Espíritu Santo, al Verbo de Dios, que así prolonga su Encarnación en el tiempo y en la historia de los hombres, de modo que los hombres de todos los tiempos tengan acceso a su gracia, su luz y su amor divinos.

         Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el Anuncio del Ángel se revela la doble condición de la Virgen, la de ser Virgen y Madre al mismo tiempo, y también se revela la doble naturaleza de Jesús, la de ser Hijo de Dios y Hombre perfecto al mismo tiempo. En efecto, la Virgen –que es Virgen antes, durante y después del parto-, permanece como tal desde el momento en que en la concepción del Hijo de Dios no interviene hombre alguno, siendo la Encarnación obra exclusiva del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es Virgen antes del parto y lo es también durante el parto, pues Jesús nace milagrosamente, y permanece Virgen por la eternidad, porque es imposible que la Virgen no sea fiel a su Esposo, el Espíritu Santo. Al mismo tiempo que se revela su virginidad, se revela también su maternidad divina, porque lo que la convierte a la Virgen en Madre es la Encarnación del Verbo, obra del Espíritu Santo y como es obra de Dios y no del hombre, y puesto que el que se encarna es Dios Hijo, la Virgen se convierte, en el momento mismo de la Anunciación, en Madre de Dios. La doble naturaleza de Cristo también queda evidenciada en el Anuncio del Arcángel: en efecto, Quien se encarna por obra del Espíritu Santo es la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Dios, engendrado, no creado, que procede eternamente del seno del Padre y por esto mismo, es Dios Omnisciente y Omnipotente. Al mismo tiempo se revela su naturaleza humana, porque precisamente, lo que asume en la unidad de su Persona divina, hipostáticamente, es el Cuerpo y el Alma purísimos de Jesús de Nazareth, creados por Dios Trino en el instante mismo de la Encarnación. La Anunciación revela así, el inefable misterio de la Virgen y Madre de Dios y de la Encarnación del Logos del Eterno Padre, Cristo Jesús.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El inefable misterio de la Virgen Madre de Dios y de su Hijo, Dios hecho carne, se continúa, se prolonga y se perpetúa por el misterio de la liturgia eucarística: así como la Virgen concibe por obra del Espíritu Santo al Hijo de Dios en su seno purísimo, dándolo luego a luz como el Niño Dios, así la Santa Madre Iglesia concibe, en su seno virginal y purísimo, el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo, al mismo Hijo de Dios que, por la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, prolonga su Encarnación en el seno de la Virgen Madre, en el seno de la Santa Madre Iglesia, quien da a luz al Cordero como Pan Vivo bajado del cielo. Y así como la Virgen es también Madre de Dios y por el Espíritu Santo concibe en sus entrañas purísimas al Verbo de Dios con su Cuerpo y su Sangre, así la Iglesia Santa, que es Virgen porque no conoce otro Esposo que Cristo y que es Madre porque engendra al Cristo Eucarístico, concibe en sus entrañas purísimas, el altar eucarístico, al mismo Verbo de Dios que, con su Cuerpo y su Sangre, se entrega en el don de sí mismo en el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Si el Ángel le anuncia a la Virgen que será la Madre de Dios, el cual habrá de morar en su seno por obra del Espíritu Santo, la Santa Madre Iglesia, cuando ostenta la Eucaristía y dice: “Éste es el Cordero de Dios”, nos anuncia a nosotros que el Hijo de Dios ha bajado del cielo por obra del Espíritu Santo, sobre el altar eucarístico, para venir a morar en nuestros corazones. Por lo tanto, pidamos la gracia de comulgar la Eucaristía con el mismo amor inefable con el que la Virgen dijo “Sí” a la Encarnación del Verbo.
         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. 172.