Inicio: ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un gravísimo
ultraje contra Nuestra Señora de Guadalupe, llevado a cabo por un pastor
evangélico. El mencionado “pastor” utilizó una imagen de Nuestra Señora de
Guadalupe, la mantuvo suspendida de una soga durante su “prédica” simulando un
ahorcamiento y finalmente la arrojó al suelo, despedazando la imagen. El video
en el que se puede ver el infamante ultraje a la Madre de Dios se puede ver en
el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por
la gracia, don conseguido al altísimo precio de la Sangre Preciosísima del
Redentor derramada en el altar de la cruz y en la cruz del altar, obtenemos
algo que no podríamos jamás siquiera imaginar, si no nos fuera revelado: nos
hace ser partícipes de la naturaleza divina[1].
Ahora bien, lo que estas palabras significan no pueden, en realidad, ni
siquiera una vez revelado su significado, ser apreciado en su inmensidad, por
el pensamiento. Se puede afirmar y decir, tal como se afirma y dice, gracias al
Magisterio de la Iglesia Católica, que por este don de la gracia Dios eleva al
alma por encima de todo ser y orden natural y al hacerla partícipe de su
naturaleza infinita, la coloca en un estado divino, en el que el ser humano es
colocado a la altura de la naturaleza divina, porque es hecho partícipe de
ella. Todo esto puede y es debidamente expresado, con el pensamiento y con las
formulaciones teológicas que corresponden, pero es algo tan pero tan
inmensamente grande y divino, que no puede ser apreciado, ni siquiera
mínimamente, por el corazón humano. Si los filósofos antiguos, pre-cristianos,
se admiraban del hombre porque era capaz de contemplar las cosas divinas, ¿qué
dirían si se hubieran anoticiado que el hombre, por la gracia, no sólo era
capaz de contemplar las cosas divinas, sino que él mismo se convertía, por así
decirlo, en Dios por participación? Y si la obra de la Creación –tanto visible
como invisible- merece un elogio admirado por la perfección con la cual obró
Dios, ¿qué puede decirse de la gracia, obra por la cual el hombre es elevado
por encima de toda la Creación para asemejarse a su propio Creador, al
participar de su naturaleza divina?
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Acerca
del valor de la gracia divina, afirma San Agustín que “el justificarse con la
gracia es cosa mayor que el cielo y la tierra y todas cuantas cosas se ven en
el cielo y en la tierra”[2].
¡Cuántos hombres, cegados por las cosas materiales, dedican sus vidas a
obtenerlas, cuando estas cosas materiales, aun si fueran el universo entero,
son poco más que polvo y barro en comparación con la gracia! Afirmándose en
esto, Santo Tomás sostiene que la justificación de un alma por la gracia es
obra mayor que la creación de cielos y tierra, es decir, que Dios obra con
mayor majestad y poder cuando justifica a un pecador infundiéndole la gracia,
que cuando creó el universo visible y el invisible. Dice así Santo Tomás: “Mayor
obra es la justificación del pecador, que se termina al bien eterno de la
gracia, que la creación del cielo y la tierra, que se termina al bien de la
naturaleza mudable”[3].
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al
contemplar la Creación, con su orden y hermosura que se despliegan ante
nuestros ojos provocando sólo admiración y estupor por la Sabiduría Divina y
por el Amor Divino manifestados en ella, no se puede dejar de considerar que la
perfección de la naturaleza humana y angélica son cosas menores en comparación
con la gracia divina. Si en la Creación del universo visible e invisible Dios
despliega su Sabiduría y su Amor, por medio de la gracia Dios manifiesta su
Divina Misericordia y su Omnipotencia, las cuales se despliegan por encima de
todas sus obras, sobre todo entendimiento creado, sobre el hombre mismo y sobre
los espíritus angélicos. Por esta razón, afirma Santo Tomás que es aquí –en la
gracia- donde Dios despliega máximamente su omnipotencia[4],
además de su piedad, su misericordia, su bondad y su liberalidad. La gracia es
un don tan inmensamente grande, que es superior al alma espiritual y a la
condición misma de ser hombre, incluso considerando al hombre como imagen de
Dios. En efecto, Santo Tomás afirma que la gracia es más excelente que el alma
misma[5] y
esto considerando que el alma es imagen de Dios, porque por la gracia, más que
imagen de Dios, el hombre se convierte en Dios por participación. En el mismo
sentido, San Agustín afirma que “es mejor ser justo que ser hombre”, porque ser
hombre es ser creatura de Dios, en tanto que ser justo es ser hijo de Dios y
Dios por participación.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
consideración de la grandeza inconmensurable de la gracia debe llevar al
cristiano a reflexionar acerca de qué es lo que recibe, cuando recibe la gracia
–como también qué es lo que pierde, cuando pierde la gracia-. De parte de Dios,
no puede haber dádiva más grande[6],
porque por la gracia el alma se vuelve capaz de alojar, en su corazón, a las
Tres Divinas Personas de la Trinidad; se convierte en hijo adoptivo de Dios; se
hace heredero del Reino y, mucho más que esto, se convierte en Dios por
participación. Si un hombre ávido de dinero, se encontrara de la noche a la
mañana ser el poseedor y el dueño de innumerables minas de oro y plata, no
cabría en sí de la alegría, aun siendo esta mundana y pecaminosa por tratarse
de solo cosas materiales y porque el hombre no debe poner su contento en ellas,
sino en los bienes del cielo, ¡cuánto más contento debería expresar el alma del
cristiano, que sabiéndose pecador y por lo tanto merecedor del infierno y reo
de la Justicia Divina, por mérito y obra de la gracia cambia su suerte y pasa a
ser, de pecador a justo, de merecedor del castigo divino a beneficiario de la
Misericordia Divina; de creatura pecadora a hija adoptiva de Dios; de no poseer
ningún bien espiritualmente hablando, solo males, a ser declarada heredera del
Reino de los cielos; de ser simple creatura a ser hija adoptiva de Dios! Si los
que se desviven por los bienes del mundo, que son polvo y arena frente a la
gracia, descubrieran el inestimable valor de la misma, lo dejarían todo y todo
lo estimarían por nada, con tal de adquirir, conservar y acrecentar la gracia
en sus almas.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Santo
Tomás de Aquino afirma que la más minúscula gracia es más valiosa que todos los
bienes de la naturaleza: “El bien de la gracia de uno es mayor que el bien de
la naturaleza de todo el universo”[7]. En
el mismo sentido se expresa San Agustín cuando dice: “La gracia de Dios se
aventaja, no sólo a todas las estrellas y a todos los cielos, sino también a
todos los ángeles”[8].
En el Eclesiástico se dice, también en el mismo sentido, cuando prefiere un
justo a mil que no lo son, porque vale más un alma con gracia, que un mundo de
hombres y ángeles sin ella. De estas consideraciones se sigue que, si un hombre
en gracia se puede considerar el ser más afortunado del universo, aquel que
desprecia la gracia o no la tiene en consideración, puede considerarse de la
misma manera como el más desgraciado de todos, porque perdido el valor de la
gracia, el hombre concentra todos sus esfuerzos en obtener bienes materiales
los cuales, comparados con la gracia, son menos que arena y polvo. En este
sentido y siguiendo a Santo Tomás se expresa un autor, Cayetano: “Ten delante
de tus ojos siempre, de día y de noche, que el bien de la gracia de uno es
mejor que el bien de la naturaleza de todo el universo, para que continuamente
veas qué condenación amenaza a quien no hace caso ni pondera tan gran bien que
le ofrecen”. Comentando esto, dice el P. Nieremberg que “justamente merece ser
condenado quien desprecia tal don –la gracia-, por ser ofrecido por Dios y por
ser tan grande y por despreciarle por tan poco como los bienes perecederos de
la tierra”[9]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que seamos
capaces de apreciar el bien inestimable de la gracia, al punto de despreciar
todos los bienes de la tierra!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, 16.
[2] Tract. 72 in Joan; cit. Nieremberg, o. c.
[3] 1, 2, q. 113, art. 9, in Corp.; cit Nieremberg, o. c.
[4] L. c., sed cont.
[5] 2, 2, q. 23, art. 3.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[7] 1, 2, q. 113, art. 9, ad. 2.
[8] Lib. 2, Ad Bonif., cap. 6.
[9] Cfr. Nieremberg, Aprecio, 21.