jueves, 22 de mayo de 2014

Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento de la Confirmación


         Inicio: ingresamos en el Oratorio, nos postramos ante Jesús Eucaristía, Rey de cielos y tierra. Adoramos a Jesús, Hombre-Dios, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Sacramento de la Eucaristía, y pedimos la asistencia de María Santísima, para que guíe nuestra adoración y la lleve a los pies del Cordero de Dios, que reina majestuoso, con su Cuerpo glorioso y resucitado, en la Eucaristía y en los cielos. Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento de la Confirmación.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canción inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Meditación

         Jesús, por el Sacramento de la Confirmación, conseguido gracias al precio de tu sacrificio en la cruz, recibimos con mayor plenitud la Presencia del Espíritu Santo, Espíritu que es Fuego, Fuego que es Amor, Fuego de Amor que enciende nuestras almas en el Ardor Divino, Ardor que abrasa y quema en el amor de Dios, Fuego que es Don del Padre y del Hijo, Fuego que arde sin consumir, Fuego que consume sin arder, Fuego cuyo ardor es dulzor, Fuego cuyo dulzura es Amor Divino, Fuego que inunda al alma con la ternura y la dulzura de un Dios que es el Amor en sí mismo, Fuego que es Amor en Acto Puro, Fuego que es Amor Substancial, Fuego que es un océano de Amor, océano sin fondo y sin playas, sin límites, infinito y eterno, que se dona todo Sí mismo a la creatura, como Tercera Persona, como Persona-Amor de la Trinidad, Fuego que se dona sin reservas en el Sacramento de la Confirmación, para que la creatura se goce en Él y solo en Él, en el Amor substancial que une al Padre y al Hijo en la eternidad, y en Él encuentre todo su contento, todo su gozo, toda su alegría, toda su dicha, y solo en Él y en nadie más que en Él, en el Don de dones, se deleite, en esta vida y en el Reino de los cielos. Por eso el alma que recibe el Sacramento de la Confirmación puede considerarse la más afortunada del Universo y nada ni nadie puede aventajarla en dicha ni fortuna, porque recibe el Fuego del Ardor Divino, el Espíritu Santo. Por este don del Amor del Padre y del Hijo, que con sus ardientes llamas envuelve tu Sagrado Corazón Eucarístico, te agradecemos, te bendecimos, te alabamos y adoramos, oh Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, en el tiempo y en la eternidad. Amén.


Hora Santa en acción de gracias por el 
Sacramento de la Confirmación
Parte 1
         Silencio para meditar.

         Jesús, el Espíritu Santo que recibimos en el Sacramento de la Confirmación es Fuego que abrasa el alma y la incendia en los ardores abrasadores del Amor de Dios; feliz el alma que recibe de Ti y del Padre el Soplo Ígneo que la convierte en carbón incandescente, en brasa ardiente que resplandece con las llamas divinas del Fuego Santo del Amor Trinitario; feliz el alma que recibe el Sacramento de la Confirmación, porque esa alma se ve convertida, de negro carbón, frío y duro, en brasa ardiente, luminosa, que brilla e irradia el calor del Amor de la Santísima Trinidad; feliz el alma que recibe el Sacramento de la Confirmación, porque si antes de la confirmación era algo así como una parva de hierba seca, luego de la Confirmación, las llamas del Espíritu Ígneo la convierten en una nueva zarza ardiente, que arde sin consumirse, que se consume en las llamas del Amor Divino, porque son llamas que no solo no provocan dolor, sino dulzura, ternura y goce celestial y purísimo de tal intensidad y magnitud, que el alma que tiene la dicha de experimentarlas nada desea ni nada más quiere, sino vivir eternamente en ese Amor. Jesús, te damos gracias por el Sacramento de la Confirmación, porque por él recibimos con mayor intensidad al Amor de Dios, el Espíritu Santo, el Amor que Tú y el Padre se espiran mutuamente desde la eternidad y del cual nos hacen partícipes en el tiempo a nosotros, míseras creaturas, y por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos, te alabamos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

     Jesús, en la Última Cena, soplaste sobre el pan y el vino el Espíritu Santo, convirtiéndolos en tu Cuerpo y tu Sangre y llenándolos del Espíritu Santo, y así se los diste a los bienaventurados apóstoles para que, consumiendo el Pan Vivo bajado del cielo y bebiendo el cáliz de la Alianza Nueva y Eterna, fueran llenados del Espíritu Santo, que es Fuego Santo que enciende al alma en el Amor de Dios; Jesús, de la misma manera, en el Sacramento de la Confirmación, Tú soplas sobre el alma tu Espíritu Santo, y así el alma recibe como una Lluvia de Fuego Sagrado, una lluvia de Fuego Divino que, procediendo del Padre y de Ti, oh Verbo de Dios humanado, lo envuelve con sus llamas divinas y lo convierte en una tea ardiente cuyas llamas se elevan hasta el cielo, asombrando a los ángeles; Jesús, en el Sacramento de la Confirmación, Tú soplas sobre el alma al Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, cuyo resplandor ilumina al alma que así deja de ser tinieblas para convertirse en luz divina por participación, porque por la gracia participa de tu luz, de tu fuego y de tu amor; Jesús, en el Sacramento de la Confirmación, el alma recibe de Ti y del Padre el Soplo Ígneo, el Fuego Santo, el Espíritu que une al Padre y al Hijo en la eternidad en el Amor substancial, y de esta manera, el Padre une al alma, por el Hijo, en el Espíritu, es decir, en el Amor, a sí mismo; en otras palabras, el Sacramento de la Confirmación, lejos de ser un frío acto ritualista, vacío de sentimientos, de afectos y de amor, constituye una de las más grandes muestras del amor personal del Padre por la persona humana que recibe el Sacramento de la Confirmación, porque recibe, por su Hijo Unigénito, Jesucristo, al Amor substancial, a la Persona-Amor de la Trinidad, a la Persona que los une en el Amor, al Padre y al Hijo, en la eternidad, y lo recibe, el que se confirma, como Don de dones, como un don personal, como algo propio, personal, como algo que le pertenece, para su deleite y dicha sin fin. El que se confirma recibe el Amor de Dios, oh Jesús, como regalo Personal del Padre y del Hijo. Jesús, el Sacramento de la confirmación es una muestra tan grande del Amor del Padre, que las creaturas, necias y miserables, lo desprecian, lo ultrajan, lo pisotean, lo olvidan prontamente y lo reemplazan por las cosas del mundo. Jesús, queremos reparar por las veces en que nosotros mismos hemos menospreciado y ultrajado el Sacramento de la Confirmación, y queremos también darte gracias por este Sacramento, porque por él recibimos con mayor intensidad al Amor de Dios, el Espíritu Santo, el Amor que Tú y el Padre se espiran mutuamente desde la eternidad y del cual nos hacen partícipes en el tiempo a nosotros, míseras creaturas, y por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos, te alabamos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.


Hora Santa en acción de gracias por el 
Sacramento de la Confirmación
Parte 2

         Silencio para meditar.

         Jesús, por el Sacramento de la Confirmación, recibimos la Dulce Paloma del Espíritu Santo, que por la gracia santificante, convierte a nuestros míseros corazones en un luminoso y ardiente nido en el cual quiere reposar para llenarnos de su Presencia, de su Luz, de su Ardor Santo, de su Amor, de su Dulzura, de sus Siete Sagrados Dones; esta Dulce Paloma del Espíritu Santo sobrevuela sobre nuestros corazones en el Sacramento de la Confirmación buscando anidar en ellos, para reposar en ellos y entonar suaves cantos de amor, los cantos de amor de un Dios enamorado de su creatura. Pero, ¡oh misterio de iniquidad jamás visto, que horroriza a los cielos!, la creatura, en vez de exultar de gozo y postrarse en acción de gracias por tan inmerecido don, el Sacramento de la Confirmación, he aquí que lo desprecia y lo ultraja, y ahuyenta al Espíritu Santo con sus crímenes y abominaciones, al punto de convertir su corazón, de luminoso nido, en tenebrosa y babeante cueva de serpientes, en donde moran las más siniestras alimañas -serpientes, arañas, alacranes y escorpiones-, y las más fieras bestias, más sedientas de sangre y violencia que el oso y el león, pero no se trata de creaturas de este mundo, sino ángeles caídos, demonios, que convierten el corazón del hombre en su hábitat para, si no media un milagro, arrastrarlo consigo al abismo de donde no se sale, al abismo en donde no hay redención, al abismo en donde el fuego no es el del Espíritu Santo y sí arde y sí quema el cuerpo y el alma y sí duele y para siempre. Jesús, queremos reparar por las ingratitudes nuestras y las de nuestros hermanos hacia el Sacramento de la Confirmación, y agradecerte por este don de tu Amor, y alabarte, bendecirte, darte gracias, y adorarte, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar

         Jesús, el Sacramento de la Confirmación nos convierte en soldados de Cristo porque nos concede tu misma fuerza, para combatir contra los tres grandes enemigos de nuestra eterna salvación: el demonio, el mundo y la carne; Jesús, Tú nos das al Espíritu Santo, para que con sus Siete Sagrados Dones seamos capaces de combatir y derrotar a los enemigos que buscan nuestra eterna perdición. Por el Sacramento de la Confirmación recibimos el Don de Sabiduría, don mediante el cual conocemos las cosas y el mundo con un conocimiento participado al conocimiento de Dios, es decir, conocemos el las cosas y el mundo a la luz de Dios, pero muchos cristianos, olvidando el Sacramento de la Confirmación, conocen y viven en el mundo guiados por las tinieblas de su razón y no según la luz de Dios; por el Sacramento de la Confirmación recibimos el don de la Inteligencia, según el cual comprendemos la Palabra de Dios y profundizamos la Palabra revelada, pero muchos cristianos prefieren las palabras humanas a la Palabra de Dios; por el don de Consejo, nuestra conciencia recibe una luz más fuerte para elegir lo bueno y rechazar lo malo, pero muchos cristianos, descuidan a tal punto este don recibido en el Sacramento de la Confirmación, que sus conciencias se oscurecen en un grado en el que se vuelven incapaces de distinguir entre lo bueno y lo malo; por el Sacramento recibimos el don de la Fortaleza, que es una fuerza sobrenatural, la misma fuerza de Jesús, que nos permite superar las tentaciones del mundo y del demonio y las concupiscencias de la carne, pero muchos cristianos, olvidando lo recibido el día maravilloso en el que fueron confirmados y sellados con el sello del Espíritu Santo, ceden a todo tipo de tentaciones y se dejan arrastrar por todo tipo de concupiscencias, convirtiendo sus cuerpos, de templos del Espíritu Santo, en cuevas de Asmodeo, el demonio de la impureza; por el Sacramento de la Confirmación recibimos del don de Ciencia, mediante el cual conocemos a las creaturas en su verdadero valor en relación a Dios, que es su Creador, pero muchos cristianos, olvidando y oscureciendo este don recibido el día de su Confirmación, utilizan a las creaturas en provecho propio, como si fueran cosas, y es así como se aprovechan de sus hermanos, esclavizándolos, tiranizándolos, apropiándose indebidamente de sus cosas y de sus cuerpos y, cuando ya no les son más de utilidad, les quitan la vida, y todo por haber perdido, culpablemente, el don de Ciencia; en el Sacramento de la Confirmación recibimos del don de Piedad, don por el cual nuestro corazón se llena de ternura filial hacia Dios, haciéndole exclamar: “Abba”, es decir, “Padre muy amado”, y por este don nuestro corazón se llena de amor fraterno hacia los seres humanos, a quienes se los ve como hijos de un mismo Padre Dios, pero muchos cristianos, oscureciendo y olvidando este don, se olvidan de Dios, cayendo en el ateísmo o en el agnosticismo y, en relación a los hombres, caen en el más duro materialismo y utilitarismo, puesto que sin Dios, el hombre se vuelve “lobo del hombre”; sin Dios, el hombre se vuelve el más cruel depredador del propio hombre y esto sucede con los cristianos que olvidan el don de Ciencia que recibieron el día que se confirmaron: se convierten en chacales y aves de rapiña para sus prójimos; por el Sacramento de la Confirmación, recibimos el don del Temor de Dios, don que es en realidad un incremento del don del amor de hijo, porque el alma siente aumentar su amor como hijo hacia Dios Padre, y es tanto el amor de hijo que experimenta hacia Dios, que el solo hecho de pensar en cometer un pecado le provoca una contrición del corazón tan perfecta, que siente triturársele el corazón de tanto dolor, porque es tanto el amor que siente hacia Dios como su Padre, que se siente incapaz de ofenderlo siquiera con la más mínima imperfección y es tanta la contrición por sus pecados, que desearía morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, y desea crecer cada vez más y más en el amor perfecto de la caridad, pero muchos cristianos, habiendo olvidado este maravilloso don recibido el día de su Confirmación, no temen a Dios, no lo aman como a su Padre muy amado, y lo ofenden de continuo, sin preocuparse en lo más mínimo por las ofensas y así continúan y así pasan sus días y sus vidas terrenas, de ofensas en ofensas, hasta que sus días terrenos terminan y deben presentarse ante Dios y es ahí cuando se dan cuenta que el don del Temor de Dios, que habían recibido en el Sacramento de la Confirmación, y que ellos despreciaron, ya no lo pueden recuperar más, porque ya no pueden amar a Dios como Padre, y ahora deben comparecer ante Dios como Justo Juez y deben enfrentarse a su Divina Justicia y pasar por su Ira Divina, porque no quisieron aprovechar el Día de la Divina Misericordia. Jesús, ten piedad de nosotros, de nuestros seres queridos y del mundo entero, y por tu Divina Misericordia, y por los Dolores el Inmaculado Corazón de María, renueva en todos nosotros el Santo Temor de Dios, y todos los dones que recibimos el día santo de nuestra Confirmación, de manera que hagamos rendir, para tu mayor gloria y salvación de las almas, toda la gracia y todo el Amor que nos donaste con el sello del Espíritu Santo. Amén.

         Silencio para meditar.

Meditación final

Jesús, en cuanto Hombre y en cuanto Dios, Tú espiras el Espíritu Santo, junto al Padre; lo espiras en el altar eucarístico, el altar del sacrificio y llenas el pan y el vino de Ti y del Espíritu, los llenas de Ti y de Fuego, para que comamos y bebamos tu Cuerpo y tu Sangre, y con tu Cuerpo y tu Sangre, el Fuego del Amor de Dios, y así en la Mesa del Altar comemos y bebemos Pan y Fuego, Sangre y Fuego, Vino y Fuego, y comemos el Pan Eucarístico, que arde en las llamas del Fuego Santo, el Espíritu de Dios, el mismo Espíritu que nos infundes, junto con el Padre, en el Sacramento de la Confirmación. Jesús, haz que la Virgen María, inhabitada por el Espíritu Santo desde su Inmaculada Concepción, no permita que olvidemos y menospreciemos al Espíritu y sus siete sagrados dones, recibidos en la Confirmación; antes bien, que sea María Santísima, Esposa del Espíritu Santo, quien avive las llamas que recibimos en nuestra Confirmación, para que nuestros corazones sean como brasas incandescentes, que ardan y resplandezcan en medio de las tinieblas del mundo, con la Luz del Fuego del Amor de Dios, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

  Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canción final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

Hoy quiero cantarte, Señora de los Ángeles
Dm        Am     E        E7
Reina soberana, Madre celestial,
Am           A7        Dm                Am
yo soy una alondra que ha puesto en Ti su nido
Dm           Am        E         Am
viendo tu hermosura te deja su cantar.

(coro)
C                  F       G       C
Luz de la mañana, María, templo y cuna
E7           Am      D      F      E7
mar de toda gracia, fuego, nieve y flor,
C                       F          E7
puerta siempre abierta, rosa sin espinas
Dm           Am    F      E7   Am
yo te doy mi vida, soy tu trovador.

(2)
Salve surco abierto donde Dios se siembra
te eligió por Madre, Cristo el Redentor,
salve esclava y Reina, Virgen Nazarena

casa, paz, y abrazo para el pecador.

viernes, 16 de mayo de 2014

Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento de la Eucaristía


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento de la Eucaristía, razón de ser de nuestras vidas.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

  Meditación

         Jesús, la Eucaristía es el Pan Vivo bajado del cielo; es el Verdadero Maná, no como el que comieron los israelitas en el desierto y murieron, sino el verdadero, porque el que se alimenta de este maná celestial, aunque muera, vivirá, porque aunque muera en esta vida terrena, vivirá eternamente, porque la Eucaristía contiene la substancia divina, que es fuente de Vida y de Gloria divina inagotables. Quien se alimenta de este Pan super-substancial en esta vida, posee ya en germen la vida eterna, aun viviendo en el tiempo, porque la Eucaristía contiene al Dios Eterno, al Dios que es la eternidad en sí misma. Cuando nos alimentamos con el Verdadero Maná, la Eucaristía, no comemos un pan bendecido en una ceremonia religiosa; nos alimentamos con la substancia misma divina, la substancia del Hombre-Dios Jesucristo, la cual nos hace partícipe de su divinidad y de su eternidad; comulgar es comenzar ya a vivir, en el peregrinar de esta vida temporal, un poco de la vida eterna y celestial que nos espera al traspasar el umbral de la muerte terrena. Te damos gracias, oh Jesús, Hombre-Dios, porque al precio de tu Vida y de tu Sangre en la cruz, nos conseguiste el Alimento celestial, el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, que nos alimenta con el manjar de ángeles, la substancia divina, que nos concede la Vida eterna en anticipo y sin ningún mérito de nuestra parte, solo gracias al Amor de tu Sagrado Corazón. Amén.





         Silencio para meditar.

         Jesús, la Eucaristía es la Carne del Cordero ofrecida en el Santo Sacrificio de la Cruz para la salvación de la humanidad. Es el sacrificio prefigurado en el sacrificio del hijo de Abraham; en el sacrificio de Elías, cuando hizo bajar fuego del cielo que consumió la ofrenda del holocausto, y en el sacrificio del cordero de la Alianza de la cena pascual de los hebreos. En el sacrificio de Abraham estaba prefigurada la Eucaristía, porque el Patriarca inmolaba a su unigénito inocente ofrendándolo a Dios Padre, y la Eucaristía es la ofrenda de Cristo, el Unigénito del Padre, el Cordero Inocente, que se inmola en el ara de la cruz y en el altar eucarístico, para la salvación del mundo; el sacrificio de Elías prefiguraba la Eucaristía, porque el profeta, desafiando a los sacerdotes de Baal, los derrotó haciendo descender fuego del cielo, fuego sagrado que consumió la ofrenda colocada en el altar del holocausto, convirtiendo la materia muerta de la ofrenda en humo que se elevaba hasta el cielo, como signo de que el sacrificio pertenecía a Dios, y en la Eucaristía el sacerdote ministerial, prefigurado en Elías, invoca al Espíritu Santo por la fórmula de consagración y el Espíritu Santo desciende desde el cielo como Fuego Sagrado que consume la materia muerta del pan y del vino y la transubstancia en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y así la Eucaristía se convierte en el sacrificio que se eleva desde el altar del sacrificio como suave aroma de agradable fragancia hasta el trono de la majestad de Dios; por último, el cordero pascual de los hebreos era también figura de la Eucaristía, porque así como para los hebreos la cena pascual consistía en comer carne de cordero asada, acompañada de una copa de vino, además de pan y de hierbas amargas, no sin antes haber pintado los dinteles y las jambas de las puertas de sus casas con la sangre del cordero pascual para que el ángel exterminador no les hiciera nada, así también para nosotros, los cristianos, la Eucaristía es la verdadera Cena Pascual, en la que comemos Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, acompañada con Pan de Vida eterna y con Vino de la Alianza Nueva y Eterna, además de las hierbas amargas de la tribulación, condimento que no puede faltar en la mesa de los verdaderos hijos de Dios, y en vez de pintar los dinteles y las jambas de las puertas, teñimos nuestros labios con la Sangre del Cordero de Dios, Sangre que bebemos del Cáliz del altar eucarístico. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias y te bendecimos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, la Eucaristía parece un pan, pero no lo es. A los ojos del cuerpo, a los sentidos corporales, a la luz de la razón humana, parece un poco de pan, tiene el sabor y el color del pan, que merece veneración por haber sido bendecido en una ceremonia religiosa. Pero la Fe de la Santa Iglesia Católica nos dice algo muy distinto: sobre el pan inerte, material, que se deposita sobre el altar eucarístico, en el momento en el que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración sucede algo que es solo visible a los ojos de la fe, iluminados por la luz del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración: “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre”, esas palabras sirven de vehículo para que el Espíritu Santo, con el resplandor de miles de ardientes soles, descienda como lluvia de Fuego que cae del cielo, un Fuego no material, sino inmaterial, celestial, espiritual, divino; es el Fuego del Amor Divino, el Espíritu Santo, que transubstancia la materia sin vida del pan material para convertirlo en el Pan de Vida eterna, convirtiendo la substancia del pan material e inerte en la substancia del Cuerpo glorioso del Hijo de Dios, convirtiendo al pan sin vida en el Pan Vivo del altar eucarístico, el altar del sacrificio, Pan que parece pan pero que no más pan, porque ya no contiene la substancia del pan, sino que contiene la substancia divina del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo. El pan material, hecho de harina de trigo y agua, da vida solo en sentido figurado, puesto que impide la inanición por un período breve de tiempo y solo para esta vida temporal; en cambio, el Pan de Vida eterna, contiene en sí mismo la substancia divina del Cordero de Dios, que alimenta al alma no solo impidiéndole morir, sino que al concederle la Vida eterna de Dios Uno y Trino, le concede la vida divina ya desde ahora por participación, para luego otorgarle en la otra vida la vida divina en su totalidad, en su plenitud, por siglos sin fin, introduciendo a la creatura en un mar de felicidad, de alegría, de gozo y de dicha que ni siquiera son posibles de imaginar. Por este don del Amor de tu infinita misericordia, oh Jesús Eucaristía, te damos gracias, te bendecimos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.




         Silencio para meditar.

         Jesús, la Eucaristía es la Carne, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Dios, porque la Eucaristía contiene a tu Sagrado Corazón Eucarístico, que arde en las llamas del Amor Divino, y ese Amor Divino quiere propagarse al contacto con los corazones que lo reciben, con fe y con amor, en cada comunión eucarística. Pero sucede que muchos corazones se asemejan a una losa sepulcral: son corazones duros, fríos, oscuros, que no son capaces de percibir en lo más mínimo el ardor de las llamas del Amor Divino que envuelven a tu Sagrado Corazón, que late en la Eucaristía deseoso de comunicar esas llamas que lo abrasan. Por este motivo, oh Jesús, te pedimos que hagas que tu Madre convierta nuestros corazones de piedra, fríos e indiferentes, en otros tantos corazones que sean como la hierba seca, que al contacto con las llamas que incendian tu Corazón Eucarístico, nos veamos también nosotros encendidos en el Amor de Dios, y así seamos capaces de adorarte y amarte con tu mismo Amor, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, la Eucaristía es tu Carne y tu Sangre entregadas en el ara de la cruz para la salvación del mundo. Tú dijiste que quien “no comiera tu Carne y bebiera tu Sangre”, no tendría vida eterna. Los judíos se escandalizaban diciendo: “¿Cómo puede darnos este hombre dar a comer su carne?”, porque pensaban materialmente y con su sola razón humana, y no tenían ante sí tu misterio pascual de muerte y resurrección, misterio que se actualiza a través de la liturgia eucarística y llega hasta nosotros a través del tiempo y del espacio, a veintiún siglos de distancia, para hacernos co-espectadores y partícipes de tu sacrificio redentor en la cruz. Por la Eucaristía, verdaderamente nos das a comer tu Cuerpo y nos das a beber tu Sangre, glorificados por el Espíritu, al haber pasado ya por la tribulación de la Pasión y al haber sido glorificados en la Resurrección. Cuando comulgamos, por lo tanto, comemos tu Cuerpo y bebemos tu Sangre glorificados por el Espíritu, es decir, comulgamos tu Cuerpo y tu Sangre llenos de la gloria, de la vida, de la luz y del Amor del Ser trinitario de Dios Uno y Trino y por eso mismo somos hechos partícipes de la vida misma de la Trinidad, vida que es eterna y como es eterna es perfecta y como es perfecta es Amor en Acto Puro de Ser. Al comulgar, comemos tu Carne y tu Sangre glorificados, plenos del Amor de Dios y así nosotros, que somos seres mortales y carnales, en cada comunión eucarística hecha en gracia y recibida con fe y con amor, nos volvemos cada vez más espirituales, al ser hechos partícipes de tu Espíritu de Amor. Por este misterio del Amor de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús, Cordero de Dios, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Meditación final

Virgen María, tú que por designio divino, fuiste la Elegida, por tu Pureza Inmaculada, para ser la Custodia Viviente del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Hijo Jesús en la Encarnación, concédenos la gracia de poder transmitir a nuestros hermanos, por medio de obras de amor y misericordia, todo el amor que recibimos de tu Hijo Jesús en cada comunión eucarística. Amén.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “El trece de mayo en Cova de Iría”.

domingo, 11 de mayo de 2014

Hora Santa en honor, reparación y desagravio a la Santísima Trinidad, autora de la Santa Misa, por la "misa negra satánica " en Harvard


         Inicio: la Santa Misa es el acto de adoración más grandioso y sublime que podemos los hombres tributar a Dios Uno y Trino. No existe algo más grandioso y majestuoso que la Santa Misa, acto con el cual los seres humanos podamos agradar a Dios. Es el máximo culto de adoración, de acción de gracias, de petición y de satisfacción por nuestros pecados, que los cristianos podemos brindar a Dios. Es por este motivo que, el atentar contra la Santa Misa, con actos sacrílegos y blasfemos como la “misa negra satánica” -programada para el lunes 12 de mayo de 2014 a horas 20.30 (en Boston, EE.UU.), en la Universidad Harvard, por parte de la secta satánica “Templo Satánico”, tal como ha sido publicado por diversos medios de comunicación-, significa atentar contra las bases mismas de la religión católica y contra el fundamento mismo de la Santa Iglesia Católica. Es por este motivo que, como integrantes de la Iglesia Católica, no podemos permanecer de brazos cruzados y es así que ofrecemos esta Hora Santa y el Rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por este gravísimo ultraje público realizado contra lo más sagrado de nuestra Religión Católica. La Santa Misa no es un mero oficio religioso: es la renovación incruenta, sacramental, del Santo Sacrificio del Calvario, de modo que asistir a la Santa Misa es asistir al Santo Sacrificio de la Cruz. Y atentar contra la Santa Misa, es atentar contra el Santo Sacrificio de la Cruz. Queremos agregar que no se trata de un “estado paranoico”, tal como falsamente calificaron a la defensa contra la misa negra satánica los sectarios de la secta Templo Satánico. Lejos de esto, el concepto mismo de “misa negra satánica”, implica en sí mismo, de modo inescindible, la agresión a la Eucaristía; en otras palabras, es impensable un misa negra satánica sin el ultraje explícito y directo -de modos tan execrables que avergüenza la sola mención- a la Eucaristía, que su ausencia haría que se hablara de otra cosa y no de misa negra satánica. Por lo tanto, repudiamos con todas nuestras fuerzas esta horrible agresión contra lo más sagrado de nuestra religión católica, la Santa Misa, por parte de la secta satánica “Templo Satánico”, al tiempo que advertimos a las autoridades universitarias de la Universidad de Harvard que una cosa es “libertad religiosa” y otra cosa muy distinta es la agresión, lisa y llana, contra una religión y una Iglesia, en este caso, la Católica y reclamamos que retiren la autorización equívocamente concedida a tan ultrajante "evento". Por último, puesto que la Santa Misa es obra de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, ofrecemos esta Hora Santa en honor a la Santísima Trinidad y en reparación y desagravio por las ofensas y ultrajes que, de realizarse esta misa negra satánica, habrá de recibir la Augustísima y Beatísima Trinidad. También esta Hora Santa es en honor y desagravio a María Santísima, cooperadora indispensable en la realización de la Santa Misa.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor, reparación y desagravio a la Santísima Trinidad, autora de la Santa Misa, por la "misa negra satánica" en Harvard
(Parte 1)

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Meditación

Te adoramos y te bendecimos, Dios Uno y Trino, Tri-Unidad Divina, Trinidad de Personas Divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, iguales en divinidad, en poder, en majestad, en honor; Te adoramos y bendecimos, oh Bienaventurada Trinidad, misterio absoluto sobrenatural, que sobrepasa absolutamente toda capacidad de nuestra razón natural y toda capacidad de la creatura angélica, tan grande es tu inmensa majestad y tu misterio inaudito y celestial; Te alabamos y Te adoramos, oh Santísima y augustísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, Tres Personas Divinas en un solo Dios Verdadero, iguales en naturaleza divina, poseedoras las Tres Personas de un mismo Ser divino Trinitario, distintas realmente una Persona de la otra, y todas son iguales en majestad, honor, poder, divinidad, y gloria celestial. Te adoramos, te bendecimos y te glorificamos, oh beatísima y augustísima Trinidad, porque tu existencia es para nosotros un misterio de fe absoluto, imposible absolutamente de conocer, si no nos hubiera sido revelado desde lo alto[1], porque la intimidad de tu Ser como Trinidad Santa es un misterio completamente inaccesible a la sola razón humana y si lo conocemos, es porque tu Sabiduría y tu Bondad infinitas, manifestadas en la Encarnación de Dios Hijo y en el envío del Espíritu Santo, nos lo han revelado; de otra manera, habría sido imposible conocer tu existencia como Dios Uno y Trino. Por este misterio de tu existencia y de tu revelación en el Hombre-Dios Jesucristo, que nos envió el Espíritu Santo, el Amor Divino en Pentecostés, para que inflamara nuestros corazones y los incendiara con las llamas del Fuego de tu Amor Santo, llamas que arden y envuelven al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te damos gracias, y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te adoramos, oh Dios Padre, Principio sin Principio de la Augustísima Trinidad, Primera Persona de la Santísima y Beatísima Trinidad. Padre, Tú pronuncias eternamente la Palabra y esta Palabra eternamente pronunciada por Ti es el Verbo, tu Hijo, y es tan perfecta que pone en tu interior a otra Persona, tu Hijo, la Palabra, en la que te revelas y te comunicas a ella[2]; Padre, Tú amas a esta Persona, el Verbo, tu Hijo, con amor substancial, el Espíritu Santo, que es el mismo amor con el que nos amas a nosotros cuando estamos en gracia[3]. Tu amor por nosotros llega al extremo de depositar en nuestras almas tu propio Espíritu, al tiempo que por medio de tu Hijo, llegamos a conocerte[4]. Padre, Tú nos creaste, hemos salido de tus amorosas manos creadoras, pero no te contentas con nuestra creación: quieres que te conozcamos y te amemos, como te conoce tu Hijo, el Verbo, la Palabra eternamente pronunciada por Ti, y quieres que te amemos como te ama el Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Santísima Trinidad, y para ello nos das a tu Hijo en la Eucaristía y tu Hijo en la Eucaristía nos sopla el Espíritu Santo, que enciende nuestros corazones en el Amor Divino, y así podemos conocerte y amarte, oh Padre Eterno, como te conoce Jesús y como te ama el Espíritu Santo. Tú has enviado a tu Hijo, la Palabra eternamente pronunciada por Ti, oh Padre, para que nosotros, míseras creaturas, fuéramos capaces, por medio de la comunión eucarística, de glorificarte con honor infinito y por esto te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te damos gracias, y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te adoramos, oh Dios Hijo, Verbo de Dios humanado, Palabra eternamente pronunciada, Hombre-Dios, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios, para que los hombres nos hiciéramos Dios por participación. Oh Dios, Jesucristo, desde el primer instante de tu Encarnación, te encontrabas en estado de glorificación y, por lo tanto, en la más perfecta santidad[5], porque Tú eres Dios Hijo encarnado. Oh Verbo de Dios encarnado, Tú poseías, desde el primer instante de tu Encarnación, la plenitud de la gloria que el Padre te había comunicado desde la eternidad y sin embargo, por un milagro de tu incomprensible e inabarcable amor eterno por nosotros, renunciaste libremente a la manifestación visible de la gloria de tu Sacratísimo y Purísimo Cuerpo, de manera de hacer posible tu Pasión[6]; en efecto, si no hubieras renunciado a la gloria que te correspondía por tu condición de Hijo de Dios, tu Cuerpo glorificado, tal como se manifestó por breves instantes en el Tabor y tal como se manifestó luego en la Resurrección, no habrías podido sufrir la Pasión y así no podrías haber demostrado cómo el infinito y eterno Amor que te consumía desde la eternidad y el cual estabas ansioso por derramarlo sobre nuestras almas desde tu Corazón, llegaba hasta el extremo de la locura de la Cruz; era necesario que tu Corazón fuera traspasado por la lanza en la Cruz, para que las llamas del Amor eterno que te abrasaban con ardor, pudieran salir con el Agua y la Sangre, pero para eso, debías renunciar a la manifestación visible de tu gloria, y es así que renunciaste a la gloria de tu Cuerpo y de esta manera te hiciste capaz de sufrir la Pasión, de sufrir infinitamente por nuestra salvación, para poder abrir las entrañas de tu Misericordia, tu Corazón traspasado y entregar tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma, tu Divinidad, en la Cruz y en la Eucaristía, para donar, junto a Dios Padre, al Espíritu Santo, al Amor Divino, y poder encender nuestras almas en el Fuego Santo del Amor de Dios. Tu Encarnación y todo tu misterio pascual de Muerte y Resurrección, tenía este objetivo, el don del Amor de Dios, cumpliendo así el designio del Padre: que regresáramos a Él uniéndonos por el Espíritu a tu Cuerpo sacramentado. Así, por la comunión eucarística, el Espíritu nos une a tu Cuerpo eucarístico, oh Jesús y por tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, oh Jesús, somos llevados al Padre, cumpliéndose de esta manera tu promesa de conducirnos al Padre: “Nadie va al Padre si no por Mí” (Jn 14, 6). Por este misterio del Amor infinito de tu Sagrado Corazón, te adoramos, te bendecimos, te damos gracias, oh Dios Hijo y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía. Amén.


Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor, reparación y desagravio a la Santísima Trinidad, autora de la Santa Misa, por la "misa negra satánica" en Harvard
(Parte 2)

         Silencio para meditar.

         Te adoramos, oh Dios Espíritu Santo, Persona-Amor de la Santísima Trinidad, Amor Divino espirado recíprocamente por las Personas del Padre y del Hijo[7]; Te adoramos, Amor del Padre y del Hijo, Don de dones, por quien somos adoptados como hijos por Dios, por la vía del Amor, porque no somos hijos de Dios por naturaleza, sino que Dios nos adopta por amor, enviándonos a Ti, Persona del Amor, Espíritu Santo, para que nos adoptes como hijos; te adoramos, oh Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, porque sobrevuelas sobre el altar eucarístico en cada Santa Misa, obrando el prodigio que asombra a cielos y tierra, convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; Te adoramos, oh Espíritu Santo, porque así como Elías hizo descender fuego del cielo, fuego que consumió la ofrenda en el altar del holocausto, así también Tú, oh Fuego del Amor Divino, desciendes desde el cielo sobre el altar eucarístico, cada vez que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración, realizando la transubstanciación y convirtiendo el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, obrando para nosotros el milagro que asombra a cielos y tierra, el Milagro de los milagros, la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan que es la Carne del Cordero de Dios, un Pan que por fuera parece pan pero que contiene al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que arde en las llamas del Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios, Fuego que se transmite y se comunica a todo aquel que lo recibe en la comunión eucarística con un corazón contrito y humillado. Por todo esto, oh Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, cuyas ardientes llamas envuelven al Corazón de Jesús, que late al ritmo del Amor de Dios, oh Persona-Amor de la Santísima Trinidad, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te damos gracias, y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te adoramos, oh Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, porque en tu infinita Sabiduría y en tu Amor Eterno, creaste para Ti una creatura, la más Pura y Hermosa que jamás hayan contemplado cielos y tierra, la Virgen María, para que sirviera de Tabernáculo Viviente, de Sagrario Purísimo y de Custodia Bellísima para que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y venir a esta tierra, a este valle de lágrimas y al venir, fuera recibido por un Amor Santo y Puro, el mismo Amor Santo y Puro en el que vivía en el seno del Padre Eterno en los cielos, porque la Virgen, por un prodigio admirable, era al mismo tiempo Virgen y Madre y estaba inhabitada por el Espíritu Santo, el Amor Divino, de modo que el Verbo de Dios, al encarnarse, no extrañó  en ningún momento al Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, porque la Virgen Madre estaba inhabitada por el Amor Divino, gracias a que Ella, por los méritos de la Pasión de su Hijo, había sido creada sin mancha alguna del pecado original y había sido concebida, además de Inmaculada Concepción, como la Llena de Gracia. Por eso la Virgen, es la Roca cristalina, el Diamante celestial, que se mantuvo Virgen antes, durante y después del parto virginal y milagroso, comportándose como el cristal cuando lo atraviesa un rayo de sol: así como el cristal permanece intacto antes, durante y después de ser atravesado por el rayo de sol, así la Virgen permaneció y permanece Virgen, por toda la eternidad, antes, durante y después del parto virginal y milagroso del Hijo de Dios. La Virgen es como un Diamante celestial porque, al igual que una roca cristalina, que atrapa la luz para luego irradiarla, sin sufrir ella detrimento alguno en su integridad, así la Virgen, recibió en su seno virginal a la Luz Eterna, Cristo Jesús, el Verbo Eterno del Padre, lo retuvo durante nueve meses, y luego lo dio al mundo como Pan de Vida eterna, para la salvación de los hombres. Y como la Virgen es modelo de la Iglesia, este prodigio se renueva, actualiza y prolonga en cada Santa Misa, cuando el sacerdote ministerial, pronunciando las palabras de la consagración, atrae sobre el seno de la Iglesia a la Luz Eterna, el Verbo de Dios, para que la Santa Madre Iglesia conciba, por el poder del Espíritu, al Hijo de Dios encarnado, Jesús, Pan de Vida eterna, y lo dé al mundo como Pan Vivo bajado del cielo, para la salvación de los hombres. Por este misterio de tu amor insondable, oh Santísima y beatísima Trinidad, te damos gracias, te bendecimos, te adoramos y te glorificamos y te ofrecemos, por medio de las manos y del Inmaculado Corazón de María, el don más preciado que tenemos en el cielo y en la tierra, la Divina Eucaristía. Amén.

         Meditación final

         Oh Augustísima y adorabilísima Trinidad, Dios Uno y Trino, Dios de majestad infinita, Dios de asombrosa hermosura; Dios de bondad infinita; Dios, ante quien los ángeles y santos en el cielo enmudecen de asombro al contemplar la inmensidad inabarcable de tu majestad, de tus maravillas, dichas, alegrías y felicidades sin fin; Dios, ante quien no hay palabras que puedan si quiera comenzar a describir en lo más mínimo tus increíbles perfecciones, ternuras, bondades, que emanan de tu Ser divino trinitario en cascadas y torrentes inagotables por eternidades de eternidades, y a todas y cada  una nos las reservas para todos y cada uno de nosotros. Oh Dios Uno y Trino, te hemos ofrecido esta Hora Santa en tu honor y en reparación y desagravio por tantos ultrajes que recibes de nosotros y de nuestros hermanos, creaturas ciegas, necias y desagradecidas. Te pedimos perdón y reparamos por tantos y tantos ultrajes y sacrilegios cometidos contra tu infinita bondad; por tanta malicia demostrada contra Ti, sobre todo la demostrada en la realización de la Santa Misa, tu obra más grandiosa, y te suplicamos, por tu infinita misericordia, que tengas compasión de nosotros, de nuestros seres queridos y del mundo entero, y sobre todo de aquellos que se encuentran en estado de eterna condenación, aquellos que ha pergeñado el horrible sacrilegio, la misa negra satánica. No les tengas en cuenta este sacrilegio, porque “no saben lo que hacen”, y perdónales, por el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y por la intercesión, los méritos y los dolores del Inmaculado Corazón de María. Amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
        
Oración de Adoración a la Santísima Trinidad

Adoración al Padre Eterno.
Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria.
Oración
Os adoro, oh Padre eterno, con toda la corte celestial, por mi Dios y Señor, y os doy infinitas gracias en nombre de la Santísima Virgen, vuestra Hija muy amada, por todos los dones y privilegios con que la adornasteis, especialmente por aquel poder con que la enaltecisteis en su gloriosa Asunción a los cielos.



Oración al Hijo
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Oración
Os adoro, oh eterno Hijo, con toda la corte celestial por mi Dios, Señor y Redentor, y os rindo gracias infinitas en nombre de la santísima Virgen, vuestra muy amada Madre, por todos los dones y privilegios con que la adornasteis, especialmente por aquella suma sabiduría con que la ilustrasteis en su gloriosa Asunción al cielo.

 Adoración al Espíritu Santo
Padre nuestro, Avemaría y Gloria
Oración
Os adoro, Espíritu Santo paráclito, por mi Dios y Señor, y os doy infinitas gracias con toda la corte celestial en nombre de la santísima Virgen, vuestra amantísima Esposa por todos los dones y privilegios con que la adornasteis, especialmente por aquella perfectísima y divina caridad con que inflamasteis su santísimo y purísimo corazón en el acto de su gloriosísima Asunción al cielo; y humildemente os suplico en nombre de vuestra inmaculada Esposa, me otorguéis la gracia de perdonarme todos los gravísimos pecados que he cometido desde el primer instante en que pude pecar; hasta el presente, de los cuales me duelo infinitamente, con propósito de morir antes que volver mas a ofender a vuestra divina Majestad; y por los altísimos méritos y eficacísima protección de vuestra amantísima Esposa os suplico me concedais á mí y a N. el preciosísimo don de vuestra gracia y divino amor, otorgándome aquellas luces y particulares auxilios con los cuales vuestra eterna Providencia ha predeterminado salvarme, y conducirme a sí.

Oración a la Santísima Virgen
Os reconozco y os venero, oh Virgen santísima, Reina de los cielos, Señora y Patrona del universo, como a Hija del eterno Padre, Madre de su dilectísimo Hijo, y Esposa amantísima del Espíritu Santo; y postrado a los pies de vuestra gran Majestad con la mayor humildad os suplico por aquella divina caridad; de que fuisteis sumamente llena en vuestra Asunción al cielo, que me hagáis la singular gracia y misericordia de ponerme bajo vuestra segurísima y fidelísima protección, y de recibirme en el número de aquellos felicísimos y afortunados siervos que lleváis esculpidos en vuestro virginal pecho. Dignaos, oh Madre y Señora mía clementísima, aceptar mi miserable corazón, mi memoria, mi voluntad, y demás potencias y sentidos míos interiores y exteriores; aceptad mis ojos, mis oídos, mi boca, mis manos y mis pies, regidlos conforme al beneplácito de vuestro Hijo, a fin de que con todos sus movimientos tenga intención de tributaros gloria infinita. Y por aquella sabiduría con que os iluminó vuestro amantísimo Hijo, os ruego y suplico me alcancéis luz y claridad para conocerme bien a mí mismo, mi nada, y particularmente mis pecados, para odiarlos y detestarlos siempre, y alcanzadme además luz para conocer las asechanzas del enemigo infernal y sus combates ocultos y manifiestos. Especialmente, piadosísima Madre mía, os suplico la gracia… (mencionar).

         Canto final: “Venid y vamos todos, con flores a María”.




[1] La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los ‘misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto’ (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios de la gracia divina, Editorial Herder, Barcelona 1964, 85.
[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 175.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem, 176.
[5] Cfr. Scheeben, ibidem, 347.
[6] Cfr. Scheeben, ibidem, 475.
[7] Cfr. Scheeben, ibidem, 115.