viernes, 24 de noviembre de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a Iglesia Católica en Argentina 071117


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de una iglesia en Argentina –la Parroquia Nuestra Señora del Rosario, perteneciente al Arzobispado de Paraná-, la cual fue cubierta en sus paredes con lemas favorables al aborto y ofensivos contra Dios. La información acerca del lamentable hecho se puede encontrar en el siguiente enlace:
         Nos unimos de esta manera al pedido del Arzobispado de Paraná, de “elevar una oración en desagravio”: “Por su parte y a en su cuenta de Twitter, la oficina de prensa del Arzobispado de Paraná señaló: “Repudiamos lo sucedido en la Iglesia parroquial de Crespo. Invitamos a elevar una oración en desagravio por tales hechos””. Al mismo tiempo, pedimos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de quienes cometieron este acto, y por el mundo entero.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

El alma que, en la tierra, reconoce el misterio de la Cruz, consigue luego en el cielo el premio de su redención. Es decir, aquel que, en la tierra, contempla a Jesucristo, el Hombre-Dios, crucificado, es luego glorificado en el Reino de los cielos. Esto significa que el conocimiento del “misterio escondido por los siglos”, la Cruz redentora del Salvador, le corresponde el premio de la eterna bienaventuranza[1]. La contemplación del Cordero en la Cruz, cubierto de su propia Sangre, que brota de sus heridas abiertas; coronado de espinas; clavado al madero por tres gruesos clavos de hierro; humillado; blasfemado y aparentemente vencido, conduce a la visión gloriosa del Cordero “como degollado” en los cielos, el Cordero que es “la Lámpara de la Jerusalén celestial”, ante quien los ángeles y santos se postran en adoración exclamando con gozo inefable: “Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo”. La contemplación de la Cruz conduce a la visión beatífica; la contemplación, en el tiempo, de la Sangre de la Cruz conduce a la contemplación, en la eternidad, de la gloria del Cordero.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los cristianos deberíamos no solo esforzarnos cada vez más por “alcanzar el conocimiento de la Cruz”[2], sino que deberíamos hacer de la Cruz –y por lo tanto, de la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Sacrificio de la Cruz- el centro de nuestras vidas. Nuestras vidas, nuestro ser, todo lo que somos y tenemos, debería girar en torno a la Cruz. La Cruz –y la Eucaristía- deberían ser, para nosotros, como el astro sol para los planetas: así como los planetas giran alrededor del sol, en una armoniosa danza dispuesta por el Creador de todas las cosas, así nuestras almas deberían girar en torno a la Cruz -y en torno a la Santa Misa-. La razón es que la Cruz –Cristo en la Cruz- es el Camino hacia el Padre: “Yo Soy el Camino” (Jn 14, 6). Jesús crucificado en el Calvario, Jesús crucificado en el altar eucarístico, Nuevo Calvario del Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia Católica, es el Camino para aquello que es infinitamente más grande y hermoso que los cielos infinitos y hermosos: el seno de Dios Padre. Y a su vez, el camino para llegar a Cristo crucificado, no es el del temor servil, el de la sumisión forzada por el miedo a un tirano déspota, sino el del amor, porque, ¿quién puede tener miedo de un hombre que se nos muestra crucificado, cubierto de heridas sangrantes, coronado de espinas, humillado, agonizante? El modo de llegar a Cristo crucificado es el del amor, pero no el amor humano, que no puede, por sí mismo, entrever ni amar el misterio del Hombre-Dios, sino el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. Quien se acerca a la Cruz y se postra ante el Cordero “como degollado”, lo hace con piedad y con temor filial, pero lo hace, ante todo, movido por el Amor de Dios, el Divino Amor del Padre y del Hijo. Postrarse ante la Cruz, movido por este Divino Amor, es ya una garantía de que Dios nos ama tanto, que no quiere esperar a la vida eterna para darnos su amor, sino que quiere darnos de ese Amor Divino ya, desde esta vida terrena, y lo hace a través de la Cruz de Jesús.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Cruz de Jesús porta un doble carácter[3]: es signo de ignominia, porque es la muerte más humillante que pueda hombre alguno experimentar, pero también de gloria, porque en la Cruz se manifiesta en su esplendor la gloria de Dios; es signo debilidad, porque quien está crucificado aparece a los ojos de los demás, como vencido por sus enemigos, pero también de fuerza divina, porque en la Cruz Dios demuestra su omnipotencia, venciendo a la muerte al dar su vida divina, venciendo al pecado al donar su gracia, y venciendo al Demonio y al Infierno entero al aplastar la cabeza del Dragón infernal; es signo de esclavo, porque eran los esclavos los que morían crucificados, pero es signo del rey, porque el que reina desde el madero es Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores; es signo de dolor, porque no hay muerte más dolorosa que la crucifixión, pero es signo de alegría eterna, porque Cristo Dios en la Cruz convierte, con su omnipotencia, al dolor en alegría, al destruir para siempre las tinieblas que esclavizaban al hombre y al concederle el perdón divino y la gracia de la divina filiación; es signo del poder del pecado, que tiene tanta fuerza como para dar muerte al Hombre-Dios, pero al mismo tiempo, es signo de santidad, porque Quien muere en la Cruz es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, que es la Santidad Increada en sí misma, la misma santidad que es comunicada al hombre por la Sangre Preciosísima que brota de las heridas abiertas del Cordero. ¡Misterio de la Cruz!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Cruz es la manifestación de la Verdad divina en todo su esplendor, porque Quien está crucificado es el Hijo de Dios, la Sabiduría del Padre, la Verdad Increada, encarnada en Jesús de Nazareth. Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” y es por eso que quien contempla a Cristo en la Cruz, contempla la Verdad Absoluta de Dios. Quien se aleja de la Cruz, se interna en las tinieblas del error, de la apostasía, de la ignorancia, de la herejía, porque fuera de la Cruz, que ilumina al mundo con la luz de Cristo, que es la luz de Dios, está el Príncipe de las tinieblas, que es “el Padre de la mentira”. El mundo está bajo el poder del maligno y es por eso que el mundo sin Dios está asentado sobre la mentira del Padre de la mentira, Satanás, y es la razón por la cual el mundo y los que son del mundo y no de Dios, odian a la Cruz, que manifiesta a los hombres el esplendor de la Verdad Divina. Quien quiera estar en la Verdad de Dios y no en la falsedad y el error del Padre de la mentira, el Ángel caído, debe postrarse ante la Cruz y adorar la Verdad encarnada y crucificada, Cristo Jesús y después de adorar al Señor en la Cruz, debe subir con Él para ser crucificado con Él[4]. En la Cruz, Cristo Jesús, Verdad de Dios, ilumina las almas con la luz de su Ser divino trinitario y disipa las “tinieblas y sombras de muerte” en las que el hombre vive inmerso. El “espíritu de la verdad y el espíritu del error” (cfr. 1 Jn 4, 4-6) se diferencian y se separan entre sí por la Cruz: quien adora a Cristo crucificado –quien adora a Cristo Eucaristía- está en la Verdad; quien se aleja de la Cruz y de la Eucaristía, se aleja de la Verdad de Dios Trino y es envuelto en la falsedad, el error, la apostasía y la ignorancia del mundo y de los suyos: “(…) el que no es de Dios no escucha a los que son de Dios” (cfr. 1 Jn 4, 4-6). Los que se apartan del mundo y se acercan a la Cruz, salen de las tinieblas y se acercan al misterio de Dios, “oculto por los siglos” y revelado a los hombres por Cristo Jesús crucificado, muerto y resucitado. ¡La Cruz es signo, al mismo tiempo, de derrota de la falsedad y de triunfo y victoria de Dios sobre las tinieblas del hombre y del Ángel caído!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Además de revelar la Verdad de Dios, la Cruz revela el Amor de Dios[5], porque Jesucristo, que es la Misericordia Divina encarnada, junto al Padre, dona el Espíritu Santo, el Amor de Dios, por medio de la Sangre que brota de su Corazón traspasado. Es por esto que, quien se acerca a la Cruz y se postra ante el Redentor, besando con amor y piedad sus pies crucificados, recibe sobre sí la Sangre Preciosísima del Redentor, que cae sobre el alma y el corazón de los que adoran la Cruz. En un sentido totalmente opuesto al del Pueblo Elegido, que pedía que la Sangre del Redentor “cayera sobre ellos” –“¡Que caiga sobre nosotros su Sangre!”[6]-, el Nuevo Pueblo de Dios, postrado ante la Cruz, también hace la misma petición, pero con la intención de verse purificado de su malicia, al tiempo que santificado por la Sangre del Cordero: “¡Que caiga sobre nosotros su Sangre; que su Sangre caiga sobre nuestros corazones y sobre nuestras almas, para que, purificados del pecado por esta Sangre Preciosísima, seamos colmados de toda gracia y bendición!”. La Cruz entonces no solo revela el Amor de Dios, sino que lo dona por medio de la Sangre Preciosísima del Cordero y el alma, en acción de gracias, debe postrarse ante el Hombre-Dios crucificado y ofrecerle el humilde homenaje de su amor y de su adoración. De esta manera vemos cómo la Cruz es misterio de Amor, del Amor de un Dios que, para mendigar el mísero amor de su creatura predilecta, el hombre, no duda en dejarse crucificar, llevado por este mismo Amor suyo al hombre, Amor que es Eterno, Infinito, incomprensible, inagotable.

           Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré”.

        




[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, 158.
[2] Cfr. Casel, o. c., 158.
[3] Cfr. Casel, o. c., 159.
[4] Cfr. Casel, o. c., 161.
[5] Cfr. Casel, o. c., 161.
[6] Cfr. Mt 27, 25.

martes, 21 de noviembre de 2017

La Adoración Eucarística, un anticipo en la tierra de la felicidad eterna del Cielo



(Homilía en ocasión del quinto aniversario del Oratorio de Adoración Eucarística Perpetua "Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, de Villa Alberdi, Tucumán)

         Cuando los católicos nos referimos a la Eucaristía, tenemos tendencia a hablar de la misma como si fuera “algo”; es decir, tenemos tendencia a reducirla a “una cosa”. Por supuesto, algo sagrado, una cosa sagrado, pero no deja de ser algo o una cosa. Nos dejamos llevar más por los sentidos, que por lo que nuestra Fe católica nos enseña. Los sentidos nos dicen que la Eucaristía es un poco de pan sin levadura, de forma circular, que ha sido bendecido en una ceremonia religiosa y que por eso merece un trato especial. Por lo general, nos quedamos con esta idea. Y mucho más, cuando comulgamos distraída o mecánicamente: el sentido del gusto nos confirma lo que –erróneamente- hemos deducido por el sentido de la vista: la Eucaristía sabe a pan sin levadura, tiene el gusto de pan sin levadura. Para colmo de males, acostumbrados como estamos en esta sociedad hedonista, la Comunión Eucarística no sabe a manjar, ni mucho menos. Tiene el sabor de un poco de pan sin levadura, sin sal, desabrida. Y cuando el sacerdote manipula la Hostia consagrada, también recibe la misma sensación de parte de su sentido táctil: la Eucaristía, al ser tocada por las manos consagradas del sacerdote, tiene la textura de un poco de pan sin levadura.
         Este hecho, el dejarnos llevar por lo que vemos y sentimos y por lo que nuestra débil razón humana nos dice, contribuye a que le demos a la Eucaristía la característica de “algo” y contribuye también a que miles de católicos, literalmente, abandonen la Comunión Eucarística y ni se les ocurra siquiera hacer Adoración Eucarística.
         Otro modo de aproximación que tenemos los católicos, hacia la Eucaristía, además del de los sentidos, es el existencial o emocional: es decir, nos acercamos a la Eucaristía porque “no nos queda otro camino”, o porque “necesito ayuda”, o porque “tengo que salir de este problema”. En este caso, la Eucaristía se nos presenta como “algo” que da solución –más tarde o más temprano, según los casos- a un problema existencial, afectivo, emocional, financiero, etc.
         El enfoque de los sentidos y el enfoque emocional y existencial de la Eucaristía coinciden en una cosa: ambos ven a la Eucaristía como “algo”, “algo” que está ahí, “algo” que puede solucionar el problema real o imaginario que me aqueja.

         La cosa cambia radicalmente cuando dejamos de contemplar la Eucaristía con nuestros sentidos y con el limitado alcance de la razón, y cuando la dejamos de contemplar como un mero medio para alcanzar un fin, que es la solución a los problemas, y comenzamos a contemplarla con los ojos, no del cuerpo, sino del alma, y con la luz, no eléctrica, sino la luz de la Fe. Cuando esto hacemos, vemos la Eucaristía con todo el esplendor de su maravillosa e inimaginable realidad; cuando contemplamos la Eucaristía con los ojos de la Fe católica, que es la Fe del Credo, la Fe de los Apóstoles, la Fe de la Iglesia de dos mil años, la Fe que se inicia con la Encarnación del Verbo, con la Última Cena y con el Sacrificio en Cruz de Jesús, el alma solo puede caer postrada de rodillas ante aquello que jamás habría osado siquiera imaginar: vista con la luz de la Fe, la Eucaristía NO ES pan, aunque parece serlo por el gusto y por los sentidos; la Eucaristía NO ES un medio en el que busco la solución de mis problemas; la Eucaristía NO ES una “cosa”; la Eucaristía es “ALGUIEN” y un “alguien” de quien jamás podríamos siquiera imaginar que estuviera Presente, tal como lo está en el Cielo, rodeado de ángeles y santos que se postran en su adoración. Vista con la luz de la Fe, la Eucaristía es Jesús de Nazareth, el Hijo eterno del Padre, que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virgen de María, que murió en la cruz para salvarnos y conducirnos al Cielo. Vista con la luz de la Fe, la Eucaristía es un misterio inefable del Amor de Dios, porque es el mismo Dios, en la Persona del Hijo, que está oculto en apariencia de pan, para brindarnos su Amor, para mendigar nuestro pobre y mísero amor. Vista con la luz de la Fe, la Eucaristía es el Cordero de Dios, que con la luz de su divinidad alumbra la Jerusalén celestial y que viene a nuestras vidas para iluminar, con su gracia, las tinieblas y sombras de muerte en las que vivimos inmersos y no nos damos cuenta. Con la luz de la Fe, la Eucaristía es “Alguien”, es Dios Hijo, que viene a nuestras vidas, en apariencia de pan, para algo muchísimo más grande que solucionar nuestros problemas, del orden que sea: viene para darnos su Amor, el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Y esto es un motivo para adorar la Eucaristía todo el día, todos los días que nos quedan de la vida terrena, para luego continuar adorando al Cordero, en el Reino de los cielos, por toda la eternidad.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe México 251017


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el ultraje sufrido por una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe a manos de una mujer. En los siguientes enlaces se encuentra la información relativa a tan penoso caso:
Según las agencias de noticias, el ultraje a la Madre de Dios consistió en que una mujer destruyó la imagen de la Virgen de Guadalupe en catedral de Tampico, en México. En reparación y homenaje a Nuestra Señora de Guadalupe, basaremos nuestras meditaciones en la imagen que, milagrosamente, la Virgen estampara en la tilma de Juan Diego. Además de reparar este sacrilegio, pediremos también por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de quien cometió el ultraje, y la del mundo entero.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.        

         Aunque los pueblos mesoamericanos eran paganos, antes de la Conquista española y su posterior evangelización, veneraban sin embargo, en el cerro Tepeyac, donde se apareció la Madre de Dios, a una deidad femenina benigna, a la que llamaban “Tonantzin” (que quiere decir Nuestra Madrecita). Este hecho, sumado a la gracia de la conversión conferida por Dios, ayudó a que fuera aceptada y amada la Virgen, cuando en el mismo cerro Tepeyac se apareció como Madre de Dios y Madre nuestra[1]. El nombre con el que la Virgen se dio a conocer, revela su Inmaculada Concepción, la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo, y su condición de virginidad perpetua: “Siempre Virgen Santa María de Guadalupe”. El nombre “Guadalupe” es la continuación de la evangelización que, guiados por el Espíritu Santo, los Conquistadores españoles habían comenzado desde el descubrimiento del continente, e indica lo que habría de ser la característica del Descubrimiento y la Evangelización del Nuevo Continente: la fusión de razas bajo el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, por intermedio de su Madre, Nuestra Señora de Guadalupe.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la tilma, la Virgen aparece con el cabello suelto, cuyo significado entre los aztecas es la virginidad, lo cual corresponde al doble privilegio que la Santísima Trinidad le concedió a María, el ser Virgen –porque concibió al Verbo de Dios no por obra humana sino por obra de Dios Espíritu Santo, enviado por Dios Padre-y, al mismo tiempo, su condición de ser Madre de Dios, esto es, de Dios Hijo que, procediendo por generación eterna del seno del Padre, se encarna en las entrañas virginales de María para, sin dejar de ser Dios, asumir nuestra naturaleza humana. El rostro de la Virgen en la tilma es “moreno, ovalado y en actitud de profunda oración”[2]. Ya en su rostro la Virgen se presenta no solo como Madre de españoles e indígenas, sino como Madre celestial de los descendientes de los españoles e indígenas, los mestizos, los criollos, los hispanoamericanos, por cuyas venas corren, mezcladas por el designio de Amor de Dios, la sangre española y la sangre americana. El semblante de la Virgen es suave, “dulce, fresco, amable”, y junto al “amor y ternura”, refleja “además una gran fortaleza”. La actitud de oración de la Virgen es una característica suya pues fue concebida como Inmaculada Concepción, para ser Hija predilecta de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, por lo que su vida toda, desde la creación de su cuerpo y alma benditos, está orientada a Dios Trino y sólo en Él se explica la Virgen, y esto es un ejemplo para nosotros, de cómo nosotros debemos también, como la Virgen, orar en todo tiempo. La dulzura maternal y la fortaleza del rostro de María se derivan, precisamente, de su estado de continua y profunda oración. Esta oración está también indicada en la tilma en la posición de las manos, juntas, unidas una con la otra, en señal de recogimiento y de unión profunda de mente y corazón con Dios Trino. En las manos se destaca el hecho de que, mientras la derecha es “más blanca y estilizada, la izquierda es morena y más llena”, lo que simboliza la unión de las razas españolas y americanas, unión producida por el designio de Dios, en su Amor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la milagrosa tilma, la Virgen aparece en estado de gravidez, lo cual se constata “por la forma aumentada del abdomen, donde se destaca una mayor prominencia vertical que transversal, corresponde a un embarazo casi en su última etapa”[3]. La gravidez de la Virgen también señalada en la tilma se constata también por el cinto, que “se localiza arriba del vientre”. Se dispone de manera tal que “cae en dos extremos trapezoidales que en el mundo náhuatl representaban el fin de un ciclo y el nacimiento de una nueva era”. En este caso, se representa el inicio de una Nueva Era para la humanidad, señalada por el fruto virginal de María, el Niño que Ella porta en sus entrañas: con el Niño de la Virgen se inicia una Nueva y Definitiva Era, la Era de los hijos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica, nacidos del seno mismo de Dios por la gracia santificante. La Nueva Era, que se inicia “tanto para el viejo como para el nuevo mundo”, es la conversión de las almas, por la gracia de Jesucristo, y el ingreso por el bautismo sacramental, al Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia Católica, de todo un continente, bautismo que es la puerta abierta y el anticipo de la eterna bienaventuranza en los cielos, en la otra vida.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Hay un detalle central en la tilma, y es “una flor de cuatro pétalos, llamada Nahui Ollin: es el símbolo principal en la imagen de la Virgen, a la vez que es el máximo símbolo nátuahl y representa la presencia de Dios, la plenitud, el centro del espacio y del tiempo”[4]. Al aplicarla a la Virgen de Guadalupe, la flor indica que Ella es la Llena de gracia y por lo tanto, Morada Santa de la Trinidad, al tiempo que, como Inmaculada Concepción e inhabitada por el Espíritu Santo, la Virgen representa la humanidad en la que habita la plenitud de Dios. La flor marca el lugar donde se encuentra Nuestro Señor Jesucristo, y es aquí en donde la flor puede ser aplicada a Él, que en cuanto Dios, es lo que la flor simboliza: el alfa y el omega, el principio y el fin, el centro del espacio y del tiempo, aunque también de la eternidad, puesto que Jesucristo, siendo Dios, es la misma eternidad, es la eternidad en sí misma; Él es Dios Increado, Eterno, Inmutable, Perfectísimo; por Él fueron creadas todas las cosas; Jesucristo, el Fruto de María Virgen, es el centro de la historia humana y del universo, tanto visible como invisible, puesto que es Rey de los hombres y Rey de los ángeles; Él es el Triunfador en el leño santo de la Cruz; Él es el Redentor de la humanidad, salvada y redimida al precio de su Sangre brotada de su Cuerpo flagelado, llagado y crucificado. En cuanto Dios, es la plenitud de toda gracia y perfección; nada hay en Él que sea impuro, ni siquiera imperfecto; es el Dios de toda gracia, majestad y honra; ante Él se postran los ángeles y santos en adoración perpetua, en los cielos, y también en la tierra, en su Iglesia, en su Presencia Eucarística. Por esta razón, la flor de cuatro pétalos o Nahi Ollin, es el símbolo de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, que viene a nuestras vidas y a nuestra historia humana por el Portal de eternidad que es Nuestra Señora de Guadalupe, María Santísima.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Virgen aparece en la tilma tal como la descripción del Apocalipsis, demostrando así que Ella es “la mujer revestida de sol”: está “rodeada de rayos dorados que le forman un halo luminoso o aura”[5]. La razón por la cual la Virgen es “la Mujer revestida de sol” de la que habla el Apocalipsis, es su especialísima relación con la Santísima Trinidad: Ella es la Hija predilecta del Padre, y por eso el Padre la crea Inmaculada y Llena de gracia; Ella es la Esposa de Dios Espíritu Santo, y por eso el Espíritu Santo mora en Ella; Ella es la Madre de Dios Hijo, que es el “Sol de justicia” y por eso la que irradia es la luz de su Hijo, y también la del Padre y la del Espíritu Santo. Está revestida de sol porque es la Madre de Dios Hijo, el “Sol que nace de lo alto” y que viene a iluminarnos a nosotros, que vivimos inmersos “en tinieblas y sombras de muerte”, esto es, vivimos inmersos en el pecado, la muerte y los ángeles caídos, y Jesús, el Sol naciente, nos libera de las tinieblas con la luz de su gracia. La Virgen es la “Mujer revestida de sol” porque es “la Madre de la luz, del Sol, del Niño Sol, del Dios verdadero, ella lo hace descender hacia el “centro de la luna” (la palabra México en nátuahl son “Metz – xic – co” que significan “en el centro de la luna”) para que allí nazca, alumbre y dé vida”. Es decir, la luna estaría simbolizando tanto a la Virgen, en cuanto fecundidad divina, porque da a luz al Sol de justicia, Jesucristo, como también a México, en cuanto Nación elegida por Dios para que, por la aparición de la Virgen, nazcan a la vida de la fe los hijos de Dios (de hecho, luego de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, se convirtieron más de ocho millones de nativos). La luna, símbolo de fecundidad, nacimiento y vida, está a los pies de la Virgen, además, porque Ella es Reina de cielos y tierra, y así indica su majestad sobre el universo creado. Por último, un ángel, que en ademán de volar, está “a los pies de la Guadalupana”. Las alas son como de águila, asimétricas y muy coloridas, y los tonos son parecidos a los del pájaro mexicano tzinitzcan que Juan Diego recordó, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe. Sus manos sostienen el extremo izquierdo de la túnica de la Virgen y el derecho del manto. El hecho de que el ángel esté a los pies de la Virgen, indica su condición de ser la Virgen Reina de los ángeles y que estos se encuentran a su servicio.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “La Guadalupana”.






[1] https://www.aciprensa.com/recursos/interpretacion-de-la-imagen-de-la-virgen-de-guadalupe-1081
[2] Cfr. https://www.aciprensa.com/recursos/interpretacion-de-la-imagen-de-la-virgen-de-guadalupe-1081
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena de Sevilla 121017


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por el ultraje sufrido por la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena en Sevilla, España. En esta ocasión, la imagen de la Madre de Dios ha sido ultrajada al ser usada vilmente para promocionar un musical. La información relativa a este lamentable ataque contra Nuestra Madre del cielo, se encuentra en el siguiente enlace:
         Como siempre lo hacemos, pediremos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la del mundo entero, y la de quienes perpetraron este vil ataque contra Nuestra Madre celestial.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

En la Encarnación del Verbo, el Espíritu Santo “cubre con su sombra” a la Madre de Dios, siempre Virgen, para que el Verbo Eterno del Padre, encarnándose, encuentre una morada más preciosa que el oro, en el seno de la Virgen Madre. Así como la divinidad estaba en el Arca y en el Templo en el Antiguo Testamento, ahora, esta misma divinidad, revelada como Dios Uno y Trino, se encarna en la Persona del Hijo en la Nueva Arca, el seno virginal de María Santísima, e inhabita en el Nuevo Templo, la mente, el alma, el cuerpo y el Corazón Inmaculados y Purísimos de la Madre de Dios. El Pueblo Elegido poseía el Arca, que era solo figura del Arca Nueva y definitiva, una Custodia viviente, más preciosa que el oro y la plata, la Virgen Santísima, porque en Ella inhabitaba el Amor de Dios, el Espíritu Santo, por quien el Verbo Eterno del Padre se encarnó en su seno. El Pueblo Elegido adoraba a Dios Uno en el templo, pero ese templo era la figura del Nuevo Templo, un Templo Purísimo, colmado de la gracia y del amor de Dios, la Virgen Santísima, que alojaba en su seno virginal al Hijo de Dios encarnado, que tomando carne y sangre de su Madre amantísima, habría de subir algún día a la Cruz, para ofrecer su Cuerpo y su Sangre para la salvación de los hombres.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Arcángel Gabriel anuncia a la Virgen Santísima que ha sido elegida, por su pureza, por su humildad y por ser la Llena de gracia, para ser la Madre del Dios Altísimo, el Dios Verdadero por quien se vive. El Hijo que ha de nacer de sus entrañas purísimas –pues María es Virgen, no conoce amor de hombre alguno, y su concepción viene del Espíritu Santo- habrá de “heredar el trono de David y reinará sobre la casa de Jacob para siempre” (Lc 1, 32-33); es decir, será el Rey mesiánico, que librará a los hombres de la triple esclavitud a la que hasta entonces estaban sometidos: la esclavitud del Demonio, del pecado y de la muerte. Los habrá de librar al precio de su Sangre en la Cruz cuando, ya adulto, entregue su Vida en rescate por la humanidad. El hecho de que sea “la sombra del Altísimo” la que cubrirá a María y engendrará en su seno purísimo a este Mesías Redentor, indica que no hay amor alguno, sino que se trata de la intervención misma de Dios Uno y Trino: Dios Padre envía a Dios Hijo por medio de Dios Espíritu Santo, para que, encarnándose en el seno virgen de María, adquiera Él, que es Espíritu Purísimo en cuanto que es Dios, un Cuerpo al cual inmolar en la Cruz y dar de alimento, junto con Sangre, como bebida, para la salvación de los hombres. Con su Venida desde el seno eterno del Padre, traído por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y alojado en el seno purísimo de María Virgen, el Redentor, Jesús de Nazareth, Dios Hijo encarnado, ha cumplido de una vez y para siempre las expectativas, no solo de Israel, sino de toda la humanidad. Porque Jesús no es un mesías terreno, que habrá de liberar al Israel terreno de un opresor terreno; Jesús es el Mesías de Dios, que habrá de librar a la humanidad, manifestándose primero al Pueblo Elegido y a través de él a todos los hombres, de las esclavitudes verdaderamente espirituales, que son mucho más duras y penosas que las terrenas, las esclavitudes a las que el Ángel caído somete a la humanidad desde el pecado original de Adán y Eva.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús es el “vástago del tronco de Jesé y retoño de sus raíces”, sobre el que “reposará el Espíritu de Yahveh” (Is 11, 1-2). Con Él llega una nueva edad para la humanidad, la época del “Hijo del hombre” (Dn 7, 12), esto es, de Dios hecho hombre, que nace como hijo de hombre, como Niño, sin dejar de ser Dios, para que los hombres, por su gracia santificante que les comunicará con su sacrificio en cruz, se conviertan en Dios por participación: “Dios se hace hombre para que los hombres se hagan Dios”. Con la Encarnación del Verbo, se hacen realidad las promesas dirigidas por Yahvéh  a la Hija de Sión –la humanidad enera-: “¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti y ha alejado a tus enemigos. ¡Yahveh, rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!” (Sof  3, 14-15). Yahveh se ha encarnado, en la Persona del Hijo, en seno virginal de María, y esa es la causa de la alegría para toda la humanidad.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El saludo del Arcángel Gabriel a María es un saludo que se caracteriza por la alegría: “¡Alégrate, Llena de gracia…!” y la razón de esta alegría es doble: por un lado, porque Quien la saluda es Dios, que es “Alegría infinita”, la Alegría Increada en sí misma, la Alegría celestial, sobrenatural, desconocida para los hombres; por otro lado, porque el anuncio del Ángel contiene en sí mismo la causa de la alegría, tanto para la Virgen, como para la humanidad entera: el Dios de majestad infinita la ha elegido a Ella para ser morada de Dios Hijo encarnado, el cual, con su sacrificio en cruz, devolverá la verdadera alegría a los hombres, al borrar el pecado de sus almas, al derrotar al Demonio y a la muerte para siempre, causas de tristeza, en esta vida y en la otra. El saludo del Arcángel no se traduce como “Ave”, sino como “Alégrate”, con lo que el inicio del plan de redención de la Santísima Trinidad, es un anuncio que comienza con alegría en la tierra y finalizará luego con la alegría celestial de los bienaventurados en los cielos. Esta es la razón por la cual el Ave María es considerada como una invitación a la alegría, pero no a la alegría mundana, sino a la Alegría de Dios, porque Él es la Alegría Increada y porque lo que se anuncia en el Ave María es que el Dios de la Alegría se ha encarnado en el seno virgen de María para perdonarnos los pecados, concedernos la gracia de la filiación divina y conducirnos al Reino de los cielos en la otra vida.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La expresión “Jaire” (cfr. Lc 1, 28) es un saludo griego, pero no es, de ninguna manera, un saludo meramente convencional o puramente formal. La expresión utilizada por el Arcángel posee una connotación profunda y solemne, la cual está dada por la magnitud del Anuncio que el Arcángel realiza a María de parte de Dios: el motivo de la alegría –sobrenatural, celestial, divina, no humana ni angélica, sino divina- es que, por un lado, la Virgen ha sido elegida, por su Pureza Inmaculada y por su humildad, para ser la Virgen y Madre de Dios Hijo encarnado; por otro, la alegría está dada por este hecho: que Dios Padre, eligiendo a María como a su Hija predilecta, envía a su Hijo Dios, por el Espíritu Santo, a encarnarse en el seno virgen de María, para que el Dios Espíritu Puro e Invisible y que habita en una luz inaccesible, en las entrañas purísimas y virginales, asumiendo una naturaleza humana, sea visible a los ojos de los hombres, como Dios Niño, esto es, que adquiera un Cuerpo material, sin dejar de ser Dios Espíritu Puro, y que de esta manera, aun habitando en la luz inaccesible, comience a inhabitar en las entraña purísimas de la Virgen, y todo para obtener un Cuerpo Purísimo que habría de ser ofrecido un día, en el Altar del Calvario, la Santa Cruz, para la salvación del mundo, Cuerpo y también su Sangre que continuarían siendo ofrecidos, por el misterio de la liturgia eucarística, en el Altar del Nuevo Calvario, el altar eucarístico de la Santa Misa, donándose como Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. Esta es la razón por la cual el saludo del Arcángel no es meramente formal, sino que invita a una alegría sobrenatural, que lleva al alma, que contempla el misterio con la luz de la Fe católica, a alegrarse sobremanera, no con la alegría humana y mucho menos mundana, sino con la alegría misma de Dios, con Dios, que es “Alegría infinita”, al decir de los santos[1].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día la veré, en célica armonía”.






[1] Cfr. Santa Teresa de los Andes, Escritos.