martes, 28 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por ataque vandálico a iglesia católica en Ontario, Canadá 270519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ataque vandálico sufrido por una iglesia parroquial en Ontario, Canadá. La información sobre tan lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Adorote devote, latens Deitas”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Recibir la Eucaristía por la comunión sacramental no es recibir un trocito de pan consagrado en una ceremonia religiosa: es recibir al mismo Hijo de Dios encarnado en el seno purísimo de María por obra del Espíritu Santo, que continúa y prolonga su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, también por obra del Espíritu Santo. Si el Ángel le anunció a María que el Verbo habría de encarnarse y ante estas palabras y el “Sí” de María el Verbo se encarnó, de manera análoga, al pronunciar el sacerdote ministerial las palabras de la consagración, el Verbo continúa y prolonga su Encarnación, al convertirse la substancia del pan en su Cuerpo y la del vino en su Sangre. Por esta razón, la comunión eucarística no debe ser nunca ni distraída, ni mecánica, ni ausente, sino que debe consistir en un acto de amor y de adoración a Dios Hijo encarnado que quiere ser entronizado en nuestros corazones.

          Silencio.   

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         La Eucaristía es el manjar celestial, exquisito, delicioso, imposible de ser encontrado en la tierra, porque su origen es celestial, sobrenatural, divino y es el manjar con el cual Dios alimenta a sus hijos más pequeños, a aquellos que, a pesar de su indigencia y miseria, Él se digna adoptarlos, movido por su Amor Misericordioso[1]. En el Salmo 110, el Profeta David habla de este alimento que da Dios a sus hijos pequeños, que le temen, lo adoran y lo reverencian, diciendo que “las obras de Dios son grandiosas y exquisitas para todos sus quereres”; luego, añade que esta obra de Dios es “alabanza y magnificencia”, porque nada hay que Dios no haga que no lo haga con perfección, alabanza y magnificencia. La Eucaristía se encuentra, pues, en el culmen y en la cima de las obras de Dios, magníficas, excelentes, excelsas y maravillosas, aunque diciendo esto nada decimos, porque no existen palabras en idioma alguno que pueda expresar la excelencia de la Eucaristía, el manjar con el que Dios alimenta a sus hijos.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

Ahora bien, el hecho de que un hijo adoptivo de Dios pueda alimentarse con manjar tan exquisito y delicioso, la Sagrada Eucaristía, supuso para Dios un gran coste[2], porque para que eso sucediera, para que sus hijos pudieran alimentarse con la leche que es la Sangre del Cordero, tuvo Dios Padre que disponer que su Hijo muriese en la Cruz. Y antes de esto y para complacer el pedido de su Padre, hubo el Hijo de Dios de anonadarse a Sí mismo, ya que siendo Él omnipotente, se hizo la nada misma, al asumir en su Divina Persona de Hijo la naturaleza humana, tan inferior a la divina. Al comulgar, entonces, humillémonos ante nuestro Dios, Presente en la Eucaristía, doblando nuestras rodillas y abriendo de par en par las puertas de nuestros corazones, en memoria y agradecimiento por su anonadamiento, obra que inició su misterio pascual de muerte y resurrección.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

Otra obra grandiosa que hizo nuestro Dios, gracias a la cual lo podemos tomar como alimento en la Sagrada Eucaristía, es que siendo Él el Dios omnipotente, Señor del cielo y de la tierra y Rey de reyes y siendo Él la Vida Increada y la Causa Primera de toda vida participada, hubiese de morir en muerte humillante de cruz, derramando hasta la última gota de su Sangre Preciosísima[3]. Éste es otro motivo que tenemos para humillarnos ante su Presencia Eucarística: que siendo la Vida Increada, murió en cruz para derrotar a la muerte y así concedernos la Vida Eterna, su vida misma divina de Dios Trino.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Dios hace obras grandiosas y la obra más grandiosa de todas sus obras grandiosas es la Eucaristía, el alimento celestial con el cual alimenta a sus hijos adoptivos. Para que sus pequeños hijos puedan recibir tan exquisito manjar celestial, Dios obra, en el altar eucarístico, el Milagro de los milagros, el Milagro más grande de todos sus milagros grandes; el Milagro que no puede ser superado por ningún milagro; el Milagro en el cual Dios Trino empeña toda su Omnipotencia, toda su Sabiduría y todo su Amor: la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús[4]. Al comulgar, entonces, recordemos que la Eucaristía no es un trocito de pan bendecido: es el Hijo de Dios que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, para alimentarnos con el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico y, como muestra de agradecimiento, postrémonos de rodillas ante su Presencia Eucarística y démosle todo el amor del que seamos capaces de dar.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 174.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 174.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 175.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 174.

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