Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje sufrido por una
imagen del Sagrado Corazón a manos de integrantes izquierdistas de Black Lives
Matter en Phoenix, EE. UU. Para mayores detalles acerca del lamentable hecho,
consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Sin
la gracia de Dios, nada somos y de nada tenemos para enorgullecernos, salvo el
pecado y la desdicha que éste trae. De nada bueno podemos enorgullecernos, pues
todo lo bueno y santo que podamos tener, se lo debemos a Dios y su gracia.
Recibimos el mismo ser de Dios y recibimos dones y pensamientos sobrenaturales
que no son debidos a nuestra naturaleza humana y por eso somos indignos de
tales dones y mercedes[1]. Si
tenemos algo bueno, es Dios la causa y por eso de nada tenemos para gloriarnos,
sino es en la Cruz de Cristo, Fuente de toda gracia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Aunque
tuviéramos la santidad de San Pablo, afirma un autor[2],
si Dios apartara su mano de nosotros y nos dejara de asistir, caeríamos desde
lo más alto del Cielo, a lo más profundo del Infierno. Que nos sirva de lección
lo que le pasó al Ángel caído: nadie pudo estar más alto que el primer ángel y
no fue él quien se puso en ese estado, sino Dios y una vez producida la
rebelión, Dios le suspendió todos sus auxilios y fue así que el Ángel cayó a lo
más profundo del Infierno.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Hay
caídas semejantes a lo largo de la historia, por eso no podemos confiarnos en
nuestras propias fuerzas, sino en Dios, que es quien nos sustenta y nos da
buenos y santos deseos y, si Él cesara de ayudarnos, nos perderíamos
irremediablemente. Por esta razón, no hay motivos para ensoberbecernos por nada
bueno y santo que tengamos, ya que si algo bueno y santo hay en nosotros,
proviene de Dios y por esto es de Él y sólo de Él la gloria; de nosotros, sólo
hay mal y confusión[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
San
Agustín dice: “Abriste, Señor, mis ojos y me alumbraste y vi que el hombre no
se debe gloriar delante de Ti, porque si alguna cosa tiene buena, grande o
pequeña, es don tuyo y nuestro no es sino el pecado: ¿pues de dónde se gloría
el hombre? Si de lo malo, no es gloria, sino miseria; y si de lo bueno se
quiere gloriar, es ajeno; porque tuyo es el bien, Señor y a Ti se te ha de dar
la gloria”[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Es
por esta razón que debemos conocernos y humillarnos y desconfiar de nosotros,
pero al mismo tiempo, debemos confiar mucho y cada vez más en Dios. Elevemos,
desde lo más profundo del corazón, clamores, súplicas y plegarias, que
traspasen los cielos, pues necesitamos de la gracia de Dios para toda obra y
pensamiento buenos y santos[5]. Así
lo hacían los grandes santos, pidiendo luz y acierto para dar con el camino del
Cielo. Por ejemplo, David, decía: “Muéstrame, Señor, tus caminos y enséñame tus
sendas” (Sal 24); y también: “Haz que
conozca el camino que debo andar” (Sal
142). Imitemos a los santos y pidamos a Dios que nos muestre el camino al Cielo
y Él nos indicará cuál es: Cristo Jesús, Nuestro Señor, con su Cruz a cuestas,
camino del Calvario.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al Cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 372.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 372.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 372.
[4] Soliloq. 15.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 373.