sábado, 25 de abril de 2020

Hora Santa pidiendo a la Santísima Trinidad el cese de la pandemia del coronavirus y por la reanudación de la Santa Misa y la Adoración Eucarística 240420



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado para pedir a Dios Uno y Trino por el cese de la pandemia provocada por el coronavirus y también por el regreso de la Adoración Eucarística Perpetua a todos los oratorios alrededor del mundo.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

El sacerdote ministerial, debido a que participa del sacerdocio del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, es que tiene poder de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del mismo Jesús, que además de Sacerdote, es Altar y Víctima. Si no hubiera sacerdote ministerial, no habría la Misa, que es la renovación incruenta y sacramental del sacrificio del Calvario; tampoco habría Santa Comunión, ni la Presencia real, verdadera y substancial de Jesucristo en la Eucaristía y el sagrario[1].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El sacerdocio no es una profesión y por lo tanto el sacerdote no es un profesional: el sacerdote debe ser “otro Cristo”, porque si bien todo cristiano debe asemejarse a Cristo, esto es mucho más imperativo para el sacerdote que para el laico. El sacerdote ministerial es “hombre de Dios” (2 Tim 3, 17), en contraposición al “hombre mundano” y por esto mismo, el sacerdote debe poseer “el dulce perfume de Cristo” y no los hedores del mundo. Tan grande es la dignidad del sacerdote, al haber sido llamado por Dios –“Nadie se arrogue tal dignidad, sino el llamado por Dios”[2]-, que no puede enturbiar su ser y su persona con las vanidades del mundo exterior: el sacerdote sólo debe buscar la gloria de Dios y la salvación de las almas, porque para eso ha sido llamado, elegido de entre muchos.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando Dios elige a un alma para que ejerza el sacerdocio ministerial, lo separa de todos los demás –“Escogido para el Evangelio”-, lo signa con un carácter sagrado que dura para toda la eternidad -el sacerdote es “sacerdote para siempre”[3]- y lo reviste del más grande poder divino que pueda recibir creatura alguna, ya que su poder es superior al poder divino utilizado en la Creación de los universos visible e invisible, puesto que el poder que recibe -participado del Sacerdocio de Cristo Jesús- el sacerdote es el de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. El sacerdote ministerial es elegido para “ofrecer dones y sacrificios por los pecadores”[4], pero principalmente, para alimentar al Nuevo Pueblo de Dios con el manjar del cielo, la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Con la Ordenación Sagrada -afirma un autor- el sacerdote queda consagrado en el alma y en el cuerpo[5]. Se convierte en un ser todo sagrado, configurado con Jesús Sacerdote. Por eso, el sacerdote es la verdadera prolongación de Jesús; participa de la misma vocación y ministerio de Jesús, está en persona de Jesús en los actos más importantes de la Redención universal (culto divino y evangelización); está llamado a reproducir en su vida la vida entera de Jesús, vida que es sobrenatural y por lo tanto, virginal -Dios es la Pureza Increada en sí misma-, pobre -con la pobreza de la Cruz- y crucificada -sin la Cruz de Cristo, el sacerdote pierde su esencia y su razón de ser. Por esta conformación con Jesús es “para los gentiles ministro de Cristo” (Rom 15, 16), guía y maestro de las almas (Mt 28, 20)[6].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Con respecto al sacerdote y al sacerdocio, San Gregorio Niceno escribe: “El que ayer estaba mezclado entre el pueblo, se convierte en su maestro, en su superior, en doctor de las cosas santas y cabeza de los sagrados misterios”. Esto ocurre por obra del Espíritu Santo, según San Juan Crisóstomo, porque “no es un hombre, no es un ángel, no es un arcángel, no es una potencia creada, sino que es el Espíritu Santo el que inviste el sacerdocio”[7].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 133.
[2] Heb 5, 4.
[3] Heb 5, 6.
[4] Heb 5, 1-2.
[5] Cfr. ibidem, 133.
[6] Cfr. ibidem, 134.
[7] Cfr. ibidem, 134.

viernes, 24 de abril de 2020

Hora Santa en reparación por interrupción de la Adoración Eucarística con ocasión del coronavirus 190420



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la interrupción de la Adoración Perpetua en un oratorio, por parte de la fuerza pública, con el pretexto de la pandemia ocasionada por el coronavirus. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:


Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

La Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía es un hecho tan grandioso, tan majestuoso, tan sublime, que debe ser expresado, al menos mínimamente, cuando de liturgia se habla. Por ejemplo, no se deben escatimar recursos, aun cuando la iglesia sea pobre, en recursos para obtener elementos litúrgicos como por ejemplo un cáliz, que sean de material noble, como el oro o la plata. Aun así, con todo lo que se pueda demostrar visiblemente, con toda la majestuosidad terrenal posible, todo será incapaz de demostrar el sublime misterio que encierra la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el Evangelio, María Magdalena realiza un gesto que, al menos desde el punto de vista humano, intenta reflejar la majestuosidad de la Persona de Jesús, la Segunda de la Santísima Trinidad, encarnada en una naturaleza humana. Según relata el Evangelio, María Magdalena se acercó a Jesús “con un frasco de alabastro, con un perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza” (Mt 26, 7). Por esta razón, e imitando a María Magdalena, es que la Iglesia rodea de perfume los sagrarios, por medio de la profusión de flores, cuya fragancia imita el perfume de nardos derramado por María Magdalena a los pies de Jesús.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el cuidado de adornar y perfumar los sagrarios, nadie ha superado a los santos. San Alfonso María de Ligorio cantaba así su alegría por las flores que rodean y perfuman los sagrarios, al tiempo que se consumen enteramente por Jesús: “¡Flores, felices vosotras, que noche y día junto a mi Jesús siempre estáis! Quedaos con Él y nunca os vayáis mientras a vosotras no os deje la vida”[1].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Otra anécdota nos refleja el cuidado que tienen las almas piadosas para con el sagrario que alberga a Jesús. Cuando el Arzobispo de Turín quiso entrar un día en la casa de la “Pequeña Casa de la Divina Providencia”, la encontró tan limpia y con el altar y el sagrario tan adornados y perfumados por las flores, que preguntó a San José Cottolengo: “¿Qué fiesta se celebra hoy?”. El santo le respondió: “Hoy no hay ninguna fiesta especial que celebremos porque aquí, en la Iglesia, siempre estamos de fiesta”[2], haciendo referencia a la Presencia de Jesús en la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Una forma sencilla que tenemos para exteriorizar nuestro amor por Jesús Eucaristía, es el de colocar flores, permanentemente, a los pies del sagrario y del altar. Este gesto de llevar una flor para Jesús Eucaristía podrá constituir un gasto semanal, pero el mismo se verá recompensado por Jesús “al céntuplo” y si es hecho con amor, será devuelto con el Amor mismo de Dios. Al respecto, San Agustín nos recuerda una costumbre piadosa de su tiempo: después de la Santa Misa, los fieles se disputaban las flores del altar, las llevaban a casa y allí las conservaban como reliquias, porque habían estado en el altar junto a Jesús, presentes en su Divino Sacrificio[3]. Y Santa Francisca Chantal, que llevaba siempre flores frescas a Jesús en el sagrario, apenas comenzaban a marchitarse, las recogía y las llevaba a su celda, por la misma razón: habían estado a los pies del Cordero de Dios. Aprendamos de los santos y los imitemos, en cuanto nos sea posible.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 126.
[2] Cfr. 126.
[3] Cfr. 127.

sábado, 18 de abril de 2020

Hora Santa en reparación por profanación eucarística con ocasión de pandemia por coronavirus 180420



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el sacrilegio eucarístico que significa dar la Sagrada Eucaristía envuelta en un saco plástico, con la excusa de evitar el contagio frente a la actual pandemia del coronavirus. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:


Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

          Recibir la Sagrada Eucaristía es un acto sobrenatural y por lo tanto, celestial y sublime, que debe estar precedido y acompañado no sólo por la piedad, el fervor y el amor -todas cualidades del espíritu-, sino también por la decencia, la pulcritud y la modestia exteriores. Aunque la Comunión sacramental se asemeja externamente a la alimentación ordinaria -en efecto, visto sin la fe, parece que la persona sólo está ingiriendo un poco de pan-, se trata de un acto eminentemente espiritual, por el cual el alma hace ingresar al corazón a Dios Hijo en Persona, presente real, verdadera y substancialmente en la Eucaristía.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Por esta razón, los santos han recomendado siempre, con el ejemplo y con la palabra, una compostura que roza en lo angélico en cuanto a comulgar se trata[1]. Así, por ejemplo, antes de comulgar, utilizaban sacramentales como el agua bendita, signándose previamente y haciendo una genuflexión piadosa, como signo externo de la adoración interna llevada a cabo en el corazón. De esta manera, acompañaban con la predisposición del cuerpo, la recepción del Dios de la Eucaristía, Jesús Sacramentado, uniéndose al mismo tiempo con los ángeles y santos que adoran a Cristo Eucaristía, el Cordero de Dios, noche y día, sin descanso.

          Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Los santos siempre se han caracterizado por su amor a la Eucaristía; de hecho, es imposible concebir un santo si no tiene amor a Jesús Eucaristía. Este amor nace de la participación a la gracia, en el corazón y por esto mismo, es eminentemente sobrenatural, espiritual e interior, pero no por esto se debe descuidar la compostura exterior. Cuando San Francisco de Sales veía a alguien entrar en la Iglesia, signarse, hacer la genuflexión y rezar ante el sagrario, decía: “Lo mismo hacen los ángeles y los santos en el Cielo”[2].

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Una vez, un príncipe de la corte de Escocia dijo a un amigo suyo: “Si quieres ver cómo rezan los ángeles en el Cielo, ve a la Iglesia y mira a la reina Margarita cómo reza con sus hijos ante el altar”. El Beato Luis Guanella les recordaba, a los que comulgaban con prisa y sin devoción, lo siguiente: “La Iglesia no puede convertirse en un pasillo, ni en un patio, ni en una calle, ni en una plaza”[3]. A su vez, San Vicente de Paúl recomendaba no hacer ante el Santísimo ciertas genuflexiones de “marionetas”, que es lo que hacen muchos cuando, ante el Santísimo, en vez de hacer la genuflexión completa, con la rodilla tocando el suelo, se limitan a hacer una brevísima genuflexión incompleta, que más asemeja a un tropiezo en la calle que a una verdadera genuflexión.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Una anécdota de San Felipe Neri -del tiempo en el que se usaban sombreros- nos sirve para reflexionar acerca de la compostura, reverencia y adoración que debemos tener para cuando nos encontramos ante Jesús Eucaristía: un día, el santo detuvo repentinamente a un fiel que pasaba de prisa ante la Iglesia y le preguntó: “¡Señor! ¿qué es ese clavo que está ahí en vuestro sombrero?”. El fiel se quitó el sombrero, lo miró y no encontró ningún clavo. Entonces San Felipe Neri le dijo: “Perdón, me pareció haber visto un clavo que estaba clavando el sombrero a vuestra cabeza, porque no os habéis descubierto al pasar por delante de la Iglesia”. El fiel comprendió lo que el santo le quería decir y desde entonces no dejó de descubrirse al pasar por delante de la Iglesia[4]. Si esto es así, que no se diga de nosotros, entonces, que tenemos clavos en las rodillas, que nos impidan arrodillarnos ante Jesús Eucaristía.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico; Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 124.
[2] Cfr. ibidem, 125.
[3] Cfr. ibidem, 125.
[4] Cfr. ibidem, 125.