Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el acto vandálico sufrido por el grupo escultórico que representaba a Nuestra Señora de Fátima y a los tres Pastorcitos en Kentucky, EE. UU. Para mayor información acerca de este lamentable hecho, consultar el siguiente enlace:
https://religionlavozlibre.blogspot.com/2020/08/la-estatua-de-nuestra-senora-de-fatima.html
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Afirma un autor que, en virtud de su maternidad
divina, cuando recibimos a Jesús, sobre todo en la Eucaristía, también la
recibimos a la Virgen, al menos implícitamente, por cuanto la Virgen es Madre
de Dios Hijo encarnado: “Si pensamos que Jesús, fruto del seno inmaculado de
María, es todo el amor, toda la dulzura, toda la intimidad, toda la riqueza,
toda la vida de María, al recibirle no podemos dejar de recibir también a quien
por los vínculos del sumo amor, además de los de la carne y la sangre, forma
una cosa única, un solo todo con Jesús, siempre e indisolublemente, “apoyada en
su Amado” (Cant 8, 5)”[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Así como los rasgos de la madre se encuentran, en
cierta medida, en los rasgos del hijo, así sucede entre la Virgen y Jesús: “La
ausencia de todo pecado en María, su virginidad, su ternura, su dulzura, el
amor de María y hasta los mismos rasgos de la cara celestial de María, todo lo
encontramos en Jesús, ya que la humanidad santísima asumida por el Verbo es
toda y sólo ella la humanidad de María, por el misterio inefable de la
Concepción virginal, obrada por el Espíritu Santo, que convirtió a María en
Madre de Jesús, consagrándola eternamente Virgen intacta y esplendente en alma
y cuerpo”[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
San Alberto Magno escribe así acerca de la relación
entre Cristo-Eucaristía y la Virgen: “La Eucaristía crea los impulsos de amor
angélico y posee la eficacia singular de poner en las almas un instinto sagrado
de ternura hacia la Reina de los Ángeles. Ella nos ha dado la Carne de su
Carne, los huesos de sus huesos y continúa dándonos en la Eucaristía este dulce
y virginal manjar celestial”. Es por esto que, cuando recibimos a Jesús
Eucaristía, en cierta manera, implícita e indirectamente, recibimos también a
María, en cuanto es la Madre de Dios Hijo encarnado.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la generación eterna del Verbo, en el seno de la
Trinidad, el Padre se da todo al Hijo, quien es así llamado “Espejo del Padre”;
de manera análoga, en la generación temporal del mismo Verbo, en el seno de humanidad,
la Madre Divina se da toda al Hijo, a su Jesús, “la flor virginal de la Madre”,
como dice Pío XII y el Hijo, a su vez, se da todo a la Madre, asimilándose a
Ella y haciéndola “toda deificada”, como afirma San Damián[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Afirma un autor que “San Pedro Julián Eymard, el santo
que era todo amor a la Eucaristía, afirmaba que ya en esta tierra, después de
la Ascensión de Jesús al cielo, la Beata Virgen “vivía en el Santísimo
Sacramento, vivía de él” y, por eso, a él le gustaba llamarla “Nuestra Señora
del Santísimo Sacramento”. Y San Pío de Pietralcina decía a veces a sus hijos
espirituales: “Pero, ¿no veis a Nuestra Señora siempre junto al Sagrario? Y ¿cómo
Ella podría no estar, Ella que en el Calvario, Corredentora universal, estaba “junto
a la Cruz de Jesús” (Jn 19, 25)?”[4]. Por
esta razón, cuando vayamos a adorar a Jesús Eucaristía, no olvidemos de venerar
y saludar, con amor filial, a la Virgen que está junto al Sagrario, Nuestra
Señora de la Eucaristía.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.