Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación y desagravio por quienes tienen el sacrílego hábito de
blasfemar. Utilizaremos para estas meditaciones el libro del P. Gobbi[1].
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Jesús está en la Eucaristía, con su
Cuerpo glorioso, tal como está en el cielo, ante los bienaventurados. Su
Presencia es real, verdadera y substancial, y Él se queda en la prisión de
amor, el sagrario, para ser visitado por aquellos por quienes dio su vida en la
Cruz, los bautizados. Sin embargo, en vez de visitas, amor y adoración, su
Presencia Eucarística se ve rodeada de indiferencia, vacío e ingratitud. Aun
así, su Sagrado Corazón se estremece de gratitud y de amor cuando uno de sus
hijos va a postrarse ante sus pies en el sagrario.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un
Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Jesús procede del Padre desde la
eternidad, pero en el tiempo nació, al haberse encarnado por obra del Espíritu
Santo, del seno de María Virgen. Jesús nació de María Virgen en Belén, Casa de
Pan, para entregarse como Pan de Vida eterna y continúa su oblación y entrega
en cada Eucaristía, porque prolonga su Encarnación en la Hostia consagrada, por
obra del Espíritu Santo, en cada Santa Misa, convirtiendo al altar en un Nuevo
Belén, en una nueva Casa de Pan, adonde pueden acudir los hijos de Dios en
busca del Verdadero Maná bajado del cielo.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
La Virgen es la Madre del Santísimo Sacramento
y ha llegado a serlo por su “Sí” al designio amoroso de salvación del Padre:
por su asentimiento al plan salvífico de la Trinidad, la Virgen posibilitó que
el Verbo bajara a su seno virginal, llevado por el Espíritu Santo. Así, la
Virgen es Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios, dándole de su
naturaleza humana para permitir que el Verbo, la Segunda Persona de la
Trinidad, se encarnara en su seno purísimo.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un
Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
La Virgen es Madre de la Encarnación y
es Madre también de la Redención, la cual se efectúa desde el momento de su
Encarnación hasta el momento de su muerte en Cruz, donde Jesús pudo llevar a
cabo lo que como Dios en Sí mismo no podía: sufrir, padecer agonía, morir de
muerte dolorosísima, ofreciéndose al Padre como oblación perfecta y pura, dando
también a la Divina Justicia una reparación digna y justa.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un
Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
En la Cruz, en el Sacrificio del
Calvario –que se renueva de modo incruento y sacramental en cada Santa Misa-,
Jesús ha sufrido por todos nosotros, redimiéndonos del pecado y dándonos la
posibilidad de recibir la Vida Divina, perdida para todos en el momento del
primer pecado, cometido por los primeros padres, Adán y Eva. Desde el descenso
mismo hasta el seno virginal de María, hasta su elevación en la Cruz, Jesús
ama, obra, ruega, sufre y se inmola, en una perenne acción sacerdotal, acción
redentora llevada a cabo en conjunto con la Virgen, Corredentora de la
humanidad porque Madre de Jesús Sacerdote.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
[1] Estefano Gobbi, A los
Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen, Editorial Nuestra
Señora de Fátima, Avellaneda Argentina 1992, 2ª Edición Latinoamericana,
629-630; Rubbio, Vicenza, 8 de Agosto de 1986, Mensaje dado de viva voz,
después del rezo del Santo Rosario.