Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
Santo Rosario meditado[1],
en reparación y desagravio por la ofensa cometida contra Nuestra Señora de
Montserrat el pasado 25 de Abril de 2017, por parte de activistas feministas. La
información acerca de la profanación se puede encontrar en el siguiente enlace:
Las meditaciones girarán en torno a la
Virgen como modelo de amor, humildad y aceptación sumisa y amorosa a la
voluntad de Dios, además de su condición de ser Madre de la Eucaristía –recibiendo,
por lo tanto, el nombre de “Nuestra Señora de la Eucaristía”-. Como lo hacemos
siempre, ofreceremos esta reparación pidiendo, al mismo tiempo, nuestra propia
conversión, la de nuestros seres queridos y la de aquellos que perpetraron este
horrendo sacrilegio.
Canto inicial: “Alabado sea el
Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
María
Santísima es nuestra Madre y nuestro modelo en la fe: ante el anuncio del
ángel, la Virgen no dudó un instante en aceptar la voluntad de Dios, creyendo
en su Palabra y recibiéndola en su mente, en su corazón y en sus entrañas
virginales. Para el cristiano, la fe es más necesaria e imprescindible aunque
el alimento corporal, porque mientras que la ausencia de alimento corporal debilita
el cuerpo, la falta o ausencia de fe en Cristo Jesús debilita y termina por dar
muerte al alma misma. No es suficiente, para el cristiano, creer en Dios,
puesto que es depositario de la totalidad y plenitud de la Revelación,
transmitida por el Magisterio de la Iglesia, y es por eso que el cristiano debe
profundizar y fortalecer su fe en los misterios sobrenaturales de la Redención,
principalmente, el misterio de Dios Uno y Trino y el misterio de la Encarnación
del Verbo de Dios, y es en esta fe en la que la Virgen es nuestra Madre a quien
escuchar y nuestro Modelo a quien imitar. La Virgen aceptó, por la fe, el
Anuncio del Ángel de que habría de ser la Madre de Dios, sin dejar de ser
Virgen, porque el fruto bendito de sus entrañas virginales habría de ser
concebido no por obra humana, sino por obra del Espíritu Santo. La Virgen
aceptó, por la fe, ser la Madre del Redentor y así unirse a su Hijo en la
redención de la humanidad, convirtiéndose en Corredentora de los hombres. Por la
fe en su Hijo, el Hombre-Dios, la Virgen aceptó abrazar la cruz del sufrimiento,
siendo atravesado su Inmaculado Corazón por la espada de dolor profetizada por
Simeón, manteniéndose firme en el dolor, al confiar en que Dios mismo se
ocuparía de Ella, y así es nuestro modelo en la fe en los momentos de prueba y
tribulación.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Gracias a que María Virgen dio su “Sí” a la voluntad de
Dios, que deseaba que su Hijo Dios se encarnara en su seno virginal para salvar
a los hombres por el sacrificio de cruz, es que viene a nosotros el Salvador, que
es la Vida Increada y que en los cielos está inseparablemente unido al Padre y
al Espíritu Santo, y en la tierra se entrega a la muerte con su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, en el Santo Sacrifico del Calvario primero y en el Santo Sacrificio
del Altar después, siendo adorado por los serafines y los demás coros
angélicos, que tiemblan ante la contemplación de su divina majestad. Gracias a
la Virgen y a su “Sí” al plan redentor del Padre, el Verbo se encarnó en su
seno purísimo, convirtiéndose la Virgen Santísima en Sagrario viviente y
Custodia más preciosa que el oro, al alojar en sus entrañas inmaculadas la
Eucaristía, esto es, Cristo Dios, el Hijo eterno del Padre, encarnado. Gracias al
“Sí” de la Virgen, los hombres tenemos acceso al Cuerpo de Cristo, ese mismo
Cuerpo que en el seno de María fue alojado y nutrido con la substancia materna
de la Virgen, y que por la Santa Madre Iglesia viene a nosotros oculto en apariencia
de pan, y aunque no podemos ver, con los ojos del cuerpo, al Cuerpo de Jesús en
el sacramento del altar, porque el Cuerpo de Cristo está a modo de substancia y
la substancia no puede ser percibida por los sentidos, sí podemos percibir o “ver”,
con la luz del entendimiento, iluminada a su vez por la luz de la fe y de la
gracia, al Cuerpo sacramental de Cristo y, con su Cuerpo, también su Sangre, su
Alma y su Divinidad y, ante todo, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que arde con
las llamas del Divino Amor en su Sagrado Corazón Eucarístico.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al ser la Madre de Dios Hijo encarnado, la Virgen es Madre
de la Eucaristía y adquiere el nombre de Nuestra Señora de la Eucaristía, al
concebir, por obra del Espíritu Santo, a la Persona de Dios Hijo, que asume
hipostáticamente una naturaleza humana. Creciendo en su seno virginal desde la
etapa de cigoto, el Verbo de Dios Encarnado es dado a la luz por la Virgen en Belén,
Casa de Pan, para entregarse al mundo como Pan Vivo bajado del cielo, como el
Verdadero Maná de Dios Padre, como Pan de Vida eterna, que concede al alma que
lo recibe, con fe, con amor y piedad, la vida misma de Dios y el Amor de su
Sagrado Corazón Eucarístico. La Virgen es Nuestra Señora de la Eucaristía
porque, concibiendo en su seno a la Eucaristía, Cristo Dios encarnado, nos dona
a su Hijo, por medio de la Santa Misa, también como Eucaristía, esto es, como Dios
Hijo encarnado con su Cuerpo glorificado, con su Sangre Preciosísima, con su
Alma Purísima y con su Divinidad Santísima, y es en este don de su Hijo,
Cristo, el Dios de la Eucaristía, al alma, en lo que consiste el triunfo de su
Inmaculado Corazón.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando el alma comulga con fe, amor, piedad y devoción,
cuando tanta más fe, amor, piedad y devoción comulgue, tanto más resonante es
el triunfo del Inmaculado Corazón en esa alma, porque su triunfo consiste, no
solo en que aplastará la cabeza de la Serpiente Antigua, sino en que preparará
los corazones para que estos se conviertan en otros tantos sagrarios y
custodias vivientes, en donde el Hijo de Dios sea alabado, amado, ensalzado y
adorado, en el tiempo y en la eternidad. Y este triunfo del Inmaculado Corazón
de María, que se extenderá al mundo entero, comenzará por la Iglesia, por la
conquista de los corazones de los hijos de Dios, los bautizados en la Iglesia
Católica, cuando estos reciban de la Eucaristía la Sangre del Cordero, que
oxigena las almas del Cuerpo Místico de Jesús, concediéndoles la vida eterna y
la fuerza misma del Cordero, sucediendo de la misma manera a como el corazón de
un hombre, al enviar la sangre por las arterias, oxigena los órganos que
conforman su cuerpo, dándoles vitalidad y energía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Gracias a la Virgen y a su “Sí” a la voluntad de Dios, los
hombres tenemos el privilegio inmerecido de ser testigos y de contemplar, por
medio de la luz de la fe, la máxima manifestación de la Presencia de Jesús en
la tierra, puesto que el Jesús Eucarístico, el que viene a nosotros por el milagro
de la Transubstanciación en la Misa y que se queda en el sagrario para estar
con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”, es el mismo Jesús que,
en los cielos, es adorado y glorificado por los coros angélicos que, extasiados
por su belleza y el esplendor de su gloria divina, se postran en adoración,
entonando en su honor cantos de alabanza. Y cuando el alma comulga la
Eucaristía, viviendo aún el alma en la tierra, se vuelve semejante a los
ángeles, porque el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, hace participar al alma
de su gracia y, por esta, de su vida divina, volviéndose el alma, que aún vive
en esta vida mortal, más parecida a Dios que a los hombres, cuanto más abra el
alma su corazón al Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. La Eucaristía
que nos da la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, nos alimenta con un
alimento super-substancial, la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, un
alimento que deleita a los ángeles y que diviniza al hombre. Con el alimento
eucarístico, el alma se fortalece y se llena de luz, pero no porque se
multiplique su propia fuerza, o porque su propia luz se haga más intensa, sino
porque el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, le comunica al alma de su misma
fuerza y lo ilumina con su misma luz divina, además de hacerla partícipe del
Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Espíritu Santo, que arde con sus
divinas llamas, esperando el momento propicio para encender a las almas en el
Divino Amor.
Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para
ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones
de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Las meditaciones son una
adaptación del libro Consagración a mi Inmaculado Corazón, de Agustín del Sagrado Corazón.