Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en
reparación por la burla satánica contra el Nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo, cometido por una secta satánica en Illinois, Estados Unidos. Puesto
que el Demonio es “la mona de Dios” y en todo quiere imitarlo, pero para el
mal, los satanistas han pretendido adorar al Demonio representando su blasfemo
nacimiento, al lado del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Para mayores
detalles acerca de este lamentable hecho, consultar el siguiente enlace:
https://www.facebook.com/100071922467826/posts/141107074963374/?flite=scwspnss
Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Cuando
un alma se lava y se purifica de sus pecados en la Sangre Preciosísima de
Cristo, que se derrama cada vez por el Sacramento de la Confesión, queda santificada
y unida al Sagrado Corazón de Jesús, de modo que es este Divino Corazón quien
se convierte, por así decirlo, en su propio corazón, ya que le comunica su Vida,
que es la vida de la Santísima Trinidad; le comunica su Amor, que es el Amor de
Dios, el Espíritu Santo; le comunica su Luz, que es la Luz Eterna de Dios Uno y
Trino. Por eso, el alma queda deificada y, por así decirlo, es más divina que
humana.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Quien
ha lavado sus pecados en la Sangre del Cordero, debe cuidarse mucho de no
volver a su antigua vida de pecado; debe contemplar la transformación que ha
sufrido su alma, para bien, pues ha sido hecha partícipe de la Vida misma de la
Trinidad y por lo tanto, ya no debe desear las cosas de la tierra, sino el
Cielo mismo y, más que el Cielo, debe desear al Rey del Cielo, Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en Persona en la Eucaristía.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Quien
se ha purificado y santificado con la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios,
debe no tener ya deseos de hombre, sino de ángel; debe realizar no obras de la
carne, sino de espíritu divino; no debe tener sentimientos mundanos, sino los
mismos sentimientos de Cristo; se debe considerar no como ciudadano del mundo,
sino del Cielo[1];
se debe ver a sí mismo como templo del Espíritu Santo, como amigo del Dios Hijo
y como hijo adoptivo de Dios Padre. En una palabra, debe considerarse como
morada santa de la Santísima Trinidad.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Quien
ha sido perdonado por el Corazón Misericordioso de Nuestro Señor Jesucristo,
puesto que Él, que es Quien perdona, es Dios eterno, aquél que recibe el perdón
debe hacer el propósito de que sean divinos y eternos sus deseos y sus buenas obras;
debe desear que sea en él eterna la gracia, para que así sea eterna la gloria
en el Reino de los cielos, para adorar por toda la eternidad al Rey de los
cielos, Cristo Jesús.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Ahora
bien, quien luego de haber lavado su alma y santificado con la Sangre del
Cordero de Dios, sacrificado en el altar de la cruz -y que renueva sacramental
e incruentamente este sacrificio cada vez, en la Santa Misa-, vuelve de nuevo a
sus malos hábitos y se revuelca en el fango del pecado, es como “el perro que
vuelve a su vómito”; es el que “limpia
su casa pero luego la deja abierta para que entren en ella siete demonios
peores”. Por esto, afirma un autor que “es para llorar con eternas lágrimas la
inconstancia de muchos que se confiesan, porque solo aquel día, o cuando mucho
dos o tres, se guardan con algún cuidado, pero luego se vuelven temporales y
mundanos, cuando debían permanecer como ángeles eternamente”[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que
nos enamoremos de tal manera de la gracia santificante, que estemos dispuestos
a perder la vida terrena antes que perder la gracia!
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.