Inicio: el Santo Padre Francisco pidió, para los
pobres y excluidos del mundo, “Tierra, trabajo y vivienda”[1].
En esta Hora Santa y en el Santo Rosario, pediremos para que las intenciones
del Santo Padre se hagan realidad, según la Voluntad de Dios.
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar”.
Oración inicial: dirigimos a Jesús en la Eucaristía,
la oración que el Ángel de la Paz enseñara a los Pastorcitos en Fátima:
“Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran,
ni Te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir):
Meditación
El Santo Padre Francisco ha pedido por los pobres y
excluidos de la tierra, los cuales, en nuestros días, son cada vez más, debido
a que los sistemas que gobiernan el mundo, el capitalista y el comunista, no
tienen en cuenta a la persona humana y a su dignidad, y es así como el mundo de
hoy, paradójicamente, mientras crea la mayor cantidad de riquezas jamás
conocida en la historia de la humanidad, al mismo tiempo, genera la más enorme
masa de pobres que alguna vez haya existido en la tierra. La presencia de estos
pobres es una oportunidad propicia para evangelizar y para comunicar el Amor de
Dios, puesto que los pobres son los predilectos de Dios y como sostiene el Papa
Francisco, “el amor por los pobres está en el centro del Evangelio”. Nuestro
Señor Jesucristo, siendo Él mismo Dios omnipotente, cuyo Ser trinitario
resplandece en la eternidad con majestuosidad infinita, eligió sin embargo, la
pobreza material como estilo de vida, al encarnarse para cumplir en la tierra
su misterio pascual de redención de la humanidad. Siendo Dios infinitamente
rico, por la riqueza inagotable de su Ser trinitario, Nuestro Señor Jesucristo
prefirió, sin embargo, nacer en un pobre portal de Belén, en una gruta
utilizada como refugio de animales; eligió un pueblo pobre y olvidado, como
pueblo natal; eligió una familia pobre, de escasos recursos materiales; vivió
pobremente y murió también en la extrema pobreza, porque al morir, ninguno de
los bienes materiales que poseía –los tres clavos de hierro que atravesaban sus
manos y sus pies; el letrero que anunciaba: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”;
el mismo leño de la cruz; el paño con el que se cubría-, nada era de su
propiedad, sino de su Padre Dios, que se los había provisto para que cumpliera
el sacrificio de la cruz, con el que habría de salvar a la humanidad, y también
se los había provisto su Madre, la Virgen, porque Ella era la dueña del lienzo
con el cual se cubrió su Humanidad Santísima. Los pobres entonces, están en el
centro del Evangelio, pero no por ellos mismos, ni por la pobreza en sí misma,
sino porque el Hombre-Dios Jesucristo eligió ser pobre y eligió la pobreza, es
decir, el desprendimiento de los bienes materiales, como el requisito necesario y
previo para preparar el corazón para adherirlo a los verdaderos bienes, los
bienes celestiales, el primero de todos, la gracia santificante. Por este
motivo es que Jesús proclama “bienaventurados” a los pobres: “Bienaventurados los
pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos”: son los pobres materiales,
pero ante todo los pobres de espíritu, pero para saber de qué pobreza se trata,
hay que contemplar a Cristo Pobre crucificado, para que nos enseñe a amar y
vivir la Pobreza de la Cruz, que consiste en el desprendimiento de los bienes
materiales, para preparar el corazón para adherirnos a los bienes eternos, la
gracia de Dios, que nos concede la Vida divina. Pedimos entonces que la Pobreza de la Cruz desapegue nuestros corazones de los bienes materiales, para que los adhiera a los únicos bienes que hay que desear, los bienes espirituales contenidos en el Reino de los cielos.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación
El Santo Padre Francisco ha expresado el deseo de que los
pobres posean una parcela propia de tierra, lo cual es justo, pues Dios ha
creado la Tierra para que todos los hombres la poseamos como hermanos y la
utilicemos según los principios del Bien Común, lo cual excluye la avaricia y
el usufructo egoísta de la tierra y de sus frutos. En nuestros días, la
avaricia, la codicia, el egoísmo desenfrenado, frutos de un corazón endurecido
por el pecado original, han provocado enormes injusticias en la distribución de
la tierra que Dios Padre ha creado para los hombres, que son todos hermanos entre
sí, porque han sido todos creados por el mismo Creador. En este siglo XXI, unos
pocos hombres, de modo egoísta, poseen enormes fortunas y extensiones
incalculables de tierra, que producen, a cada instante, fortunas millonarias,
que van a engrosar sus cuentas bancarias, y esto se da tanto en los países
occidentales, como en los países comunistas, puesto que en estos últimos, la
clase dirigente oprime y esclaviza al resto del pueblo, escondiéndose bajo la
falaz propaganda de la igualdad de la clase proletaria. En los países en donde
predomina la ideología comunista, la injusticia social es aún peor que en los
demás países, puesto que no existe posibilidad alguna de reclamo y además, la
voz de la Iglesia, que se alza, como la voz del Papa Francisco, en defensa de
los pobres sin tierra, se encuentra acallada. En los cielos nuevos y en la
tierra nueva, que serán establecidos con la Segunda Venida en la gloria de
Nuestro Señor Jesucristo, todas estas injusticias, que claman al cielo,
desaparecerán para siempre; mientras tanto, los reclamos de la posesión de la
tierra, que es justa, no deben hacer perder de vista que esta vida es, como
dice Santa Teresa de Ávila, “una mala noche en una mala posada”, y que por lo
tanto, no debemos apegarnos a esta vida y a esta tierra, sino que debemos poner
nuestro corazón en la Jerusalén celestial.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación
El
Santo Padre, citando la Doctrina Social de la Iglesia, pidió que no haya “Ninguna
familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin
derechos, ninguna persona sin la dignidad que da el trabajo”. El trabajo
dignifica al hombre, puesto que con él, el hombre imita a su Creador, que
también “trabajó” durante siete días, para obrar la magnífica obra de la
Creación; con el trabajo, el hombre cumple el mandato divino dado a los
Primeros Padres luego de la Caída Original: “ganarás el pan con el sudor de tu
frente” (Gn 3, 19); pero sobre todo,
con el trabajo, el hombre se santifica, ofreciéndolo como un sacrificio, y
haciéndolo con la mayor perfección posible, al imitar al Hombre-Dios
Jesucristo, que siendo Dios Hijo, se encarnó, se hizo Hombre perfecto y en su
vida terrena, trabajó como carpintero antes de su predicación pública,
santificando de esta manera el trabajo humano y convirtiendo a todo el trabajo
humano en fuente de santificación. El trabajo, además, es algo muy importante
para el hombre, porque como dice el Papa Francisco, “no hay peor pobreza
material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del
trabajo”, pero sobre esta consideración, de que el trabajo permite llevar el
pan al hogar, dignificando al hombre, se encuentra el hecho de que el trabajo
permite esta relación con Dios, por cuanto permite imitarlo y le permite, a
través del trabajo, santificarse por medio de él, convirtiéndose, cuando se
hace a imitación de Cristo Obrero, en una puerta abierta al cielo, en un camino
que conduce al Reino de Dios, en la vida eterna. Que la Sagrada Familia de
Nazareth, cuyos integrantes, todos ellos -la Santísima Virgen María, la Madre
de Dios, Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios, y San José, el esposo casto y puro
y padre adoptivo de Jesús-, que tuvieron que trabajar duramente durante toda la
vida terrena para ganarse el pan de cada día, interceda para que todos los
hombres, de todo el mundo, sin importar su raza, su credo, su condición social,
obtengan un trabajo digno, que les permita no solo ganarse el pan de cada día que les permita no solo ser cada vez más dignos sino, ante todo, que obtengan
un trabajo mediante el cual puedan imitar a su Creador, que trabajó siete días
en la Creación y que les mandó trabajar para ganar el pan con el sudor de la
frente y, sobre todo, que obtengan un trabajo con el cual puedan santificarse,
imitando a Cristo, Divino Obrero, que siendo el Hombre-Dios, trabajó primero
como carpintero y luego como Sacerdote del Dios Altísimo para redimir a la
humanidad. Que todos los hombres vean, en el trabajo, en la imitación de
Cristo, Divino Obrero, el camino que lleva al cielo. Amén.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
El
Santo Padre Francisco, invocando la Doctrina Social de la Iglesia, y haciendo
hincapié en la dignidad intrínseca de la persona humana, ha pedido que todos
los hombres tengan acceso a una vivienda digna, de manera tal que cada familia
pueda contar con una casa propia. Este deseo del Santo Padre Francisco es,
además de legítimo, una muestra de su bondad y de su preocupación por los más
desposeídos, y constituye un llamado a la humanidad, principalmente, a los más
poderosos, a aquellos que cuentan con los medios y los recursos políticos,
financieros, económicos, sociales, culturales, necesarios para llevar a cabo
este proyecto, un proyecto que no es imposible de alcanzar, habida cuenta del
nivel de progreso que han logrado las ciencias, la tecnología, la informática,
la arquitectura, la urbanística, y todas las disciplinas relacionadas con lo
que se necesita para hacer realidad el sueño del Santo Padre Francisco: que cada
familia de la tierra posea una casa propia. A este deseo legítimo del Santo
Padre Francisco, le agregamos otro, y es el de que todas las familias de la
tierra, deseen habitar en la Morada Santa, en la Casa del Padre, en donde hay
lugar para todos, adonde Jesús nos consiguió un lugar para cada uno, al precio
de su Sangre derramada en la cruz, según sus mismas palabras: “En la casa de mi
Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos
un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré
conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn 14, 1-12).
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación
En
nuestros días, se producen más alimentos que en cualquier otra época de la
humanidad. Esto se debe al avance de la ciencia, de la tecnología, de la
informática y de la robótica, que han permitido sembrar, cosechar, almacenar y
producir enormes cantidades de alimentos, suficientes para alimentar durante
decenas de años a varias veces la población mundial actual. Sin embargo, la
avaricia, la codicia, el egoísmo del hombre, contaminado por el pecado original,
lo ha llevado a acumular esos alimentos, permitiendo que millones de hermanos
suyos mueran literalmente de hambre, sin preocupare en lo más mínimo por el
sufrimiento que su egoísmo le causa. No en vano Jesús nos advierte en el
Evangelio, acerca de la vanidad que significa acumular bienes y alimentos en
esta vida, ya que de nada sirve hacerlo, puesto que Él puede llamarnos de un
momento a otro, tal como sucede en la parábola del hombre que acumula granos en
silos y se da al descanso, pensando que va a disfrutar largamente de ellos, sin
saber que esa misma noche será llamado ante la Presencia de Dios, a rendir
cuentas en el Juicio Particular (cfr. Lc 12, 20), y que el alimento guardado de más,
será tenido como argumento en contra de su salvación, porque era el alimento
que le pertenecía a sus hermanos más necesitados. Es por este motivo que,
pensando en los más desposeídos de la tierra, e invocando al Evangelio, el
Santo Padre Francisco eleva, como un clamor, un pedido de justicia, solicitando
a los que más tienen, que compartan su pan con los más hambrientos. Pero
también recordamos que Nuestro Señor Jesucristo dijo en el Evangelio: “No solo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4) y la Palabra eternamente
pronunciada por el Padre es Jesucristo y Jesucristo es la Palabra encarnada en
el seno de María Virgen que, por el misterio de la liturgia eucarística, es la
Palabra que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía, de manera tal
quien se alimenta del Pan Eucarístico, se alimenta de la Palabra salida de la
boca de Dios, la Palabra eternamente pronunciada, Dios Eterno, la Sabiduría del
Padre. La Eucaristía es el Pan de Vida eterna que alimenta al alma
y sacia la verdadera y definitiva hambre, el hambre espiritual, el hambre y la
sed de Dios, que experimenta toda alma, y que no puede ser saciada con los
alimentos materiales, sino solamente con el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan
del Altar, la Eucaristía. Pedimos entonces, junto con el Papa Francisco, a los
poderosos del mundo, por el pan material, para todos nuestros hermanos, que
sufren el hambre corporal, pero pedimos también por todos aquellos que no
conocen a Jesús en la Eucaristía, y que por lo tanto, sufren hambre y sed
espiritual, al no conocer y amar al Dios verdadero, porque no se alimentan con
el Maná bajado del cielo, y desfallecen de hambre y sed espiritual, aunque no
lo sepan. Pedimos en esta Hora Santa por los que sufren hambre, pero el hambre
verdadera, que es el hambre de Dios, que se satisface no con el pan material,
sino con el Pan de Vida eterna, la Eucaristía. Suplicamos en esta Hora Santa a
Nuestra Señora de la Eucaristía para que estos hermanos nuestros reciban la
gracia de poder conocer a Jesús en la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo
y de poder alimentarse de este Pan Vivo, que alimenta con la Vida eterna del
Dios Verdadero. Amén.
Meditación
final
Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, debemos ya retirarnos, para continuar con
nuestras tareas cotidianas. Dejamos nuestros fríos corazones en las manos de
Nuestra Señora de la Eucaristía, para que Ella los estreche contra su
Inmaculado Corazón y les comunique de su ardiente amor por la Eucaristía, de
manera tal que nuestro amor por el Santísimo Sacramento del Altar aumente
minuto a minuto, segundo a segundo, y así te tengamos presente en nuestras
mentes y en nuestros corazones, todos los días de los días que nos quedan por
vivir en esta vida terrena, para luego contemplarte cara a cara y amarte por la
eternidad, por los siglos sin fin. Amén.
Oración final: dirigimos a Jesús en la Eucaristía,
la oración que el Ángel de la Paz enseñara a los Pastorcitos en Fátima:
“Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni Te adoran,
ni Te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iria”.
1 http://www.aleteia.org/es/internacional/articulo/papa-francisco-amor-a-los-pobres-es-evangelio-no-comunismo-5344010482745344?page=2; reunión llevada a cabo en la Ciudad del Vaticano, el 28 de Octubre de 2014; reunión llevada a cabo en la Ciudad del Vaticano, el 28 de Octubre de 2014;
reunión llevada a cabo en la Ciudad del Vaticano, el 28 de Octubre de 2014.