Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación
por la profanación de una capilla de las Hijas de la caridad, en Madrid. La noticia
relativa a tan lamentable hecho se encuentra en las siguientes direcciones
elecatrónicas:
Como siempre lo hacemos, pediremos por
la conversión de quienes cometieron este sacrilegio, como así también nuestra
conversión, la de nuestros seres queridos y la de todo el mundo.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
"Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
Por
la Eucaristía viene la verdadera paz al hombre, la paz de Dios, que lo
reconcilia, primero con Dios, y luego con sus hermanos. Jesús en la cruz, con
su Cuerpo crucificado, “derriba el muro de odio” que separa a los hombres, a la
par que, por la efusión de Sangre de su Corazón traspasado, derrama sobre las
almas el Amor de Dios, el Divino Amor, que une al hombre con Dios en Cristo y
luego, en Cristo, a los hombres entre sí. Siendo la Eucaristía o la Santa Misa
la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, entonces es la
Eucaristía también quien concede al hombre la paz de Dios, puesto que Dios, que
es la Paz en sí misma, se nos dona a sí mismo –“La paz os dejo, mi paz os
doy”-, reconciliándonos con Dios al quitarnos el pecado que nos hacía sus
enemigos y al concedernos el Divino Amor, con el cual podemos amar a Dios y al
prójimo como a nosotros mismos y como Dios quiere que lo hagamos, con un amor
de Cruz y con el Espíritu Santo. La paz de Dios le viene al alma, entonces, por
una doble vía: por la Cruz, porque con la Sangre derramada en el Calvario, el
Cordero quita los pecados del hombre, y por la Eucaristía, porque con la gracia
santificante el hombre se convierte en hijo adoptivo de Dios. Al recibir la paz
de Dios, desde la Cruz y desde la Eucaristía, “el cristiano que participa de la
Eucaristía” se convierte en “promotor de comunión, de paz y de solidaridad”[1] en
todos los ámbitos de su vida. Solo así, es decir, solo después de recibir el
perdón de sus pecados por la Sangre del Cordero y la plenitud del Amor y de la
paz divina contenidas en la Eucaristía, el cristiano –la Iglesia- se convierte
en “artesanos de diálogo y comunión”[2].
Solo por la Cruz y la Eucaristía.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Eucaristía, Dios nos manifiesta la forma suprema del
amor[3],
desde el momento en que Él no tenía ninguna obligación, ni de encarnarse, ni de
sufrir su misterio pascual, ni de permanecer en la Eucaristía “todos los días,
hasta el fin del mundo”, y si lo hizo y lo hace, es por amor y solo por amor,
un amor incomprensible, inagotable, inefable, infinito y eterno. “Dios es Amor”
y sólo obra movido por su Amor; aun cuando castiga al pecador, lo hace movido
por su Amor, para que el pecador corrija sus pasos y regrese al Camino de la
salvación, Cristo Jesús. En la Eucaristía –como así en la Cruz y en todo su
misterio pascual-, Dios Padre nos entrega lo que más ama, y es su Hijo
Unigénito, que procede de Él desde la eternidad y que con Él y el Espíritu
Santo es Dios Tres veces Santo. Al darnos a Jesús en la Cruz y al continuar
dándonos a su Hijo en cada Eucaristía, Dios nos da ejemplo de Amor gratuito y
desinteresado: da a su Hijo solo para darnos, por Él, su Amor Divino, el Amor
que el Padre y el Hijo se espiran mutuamente en la eternidad. La Eucaristía,
por lo tanto, es la máxima expresión del obrar divino, radicalmente opuesto al
obrar humano, el cual se mueve por interés, por deseos de poder, de dominación
sobre sus hermanos. Por medio de la Eucaristía, a través de la cual Dios se
dona gratuitamente a sí mismo al hombre pecador, Dios cumple en sí mismo sus
propias palabras en el Evangelio: “Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos” (Mc
9, 35). El cristiano que no imita y que no participa de este amor eucarístico
del Sagrado Corazón, aun cuando parezca humilde a los ojos de los hombres, lo
único que hace es encubrir su soberbia con apariencia de humildad.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si la humildad no es tal sin la Eucaristía –esto es, sin el
Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús-, tampoco las obras de misericordia
obradas son tales, sino meras excusas para recibir halagos mundanos. Sin el
Amor eucarístico de Jesús, la misericordia se convierte en filantropía y deja
de ser una obra de caridad meritoria para el Cielo. Es verdad que “por el amor
mutuo y por la atención a los necesitados, se nos reconocerá como verdaderos
discípulos de Cristo (cfr. Jn 13, 35;
Mt 25, 31-46), pero también es verdad
que Dios no nos reconocerá como discípulos verdaderos de Cristo, si no estamos
unidos a Él por la fe, por el amor y por la comunión eucarística, porque es por
estos medios que Jesús, infundiéndonos su Espíritu, nos hace ser uno solo con
Él, poseyendo en Él un solo Cuerpo y un solo Espíritu.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Eucaristía es el Sacro
Convivium, el Banquete escatológico servido por Dios Padre, representado en
el padre de la parábola del hijo pródigo: en la Santa Misa, renovación
incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del altar, es Dios Padre quien nos
sirve el manjar celestial, el banquete “de manjares substanciosos”, de manjares
deliciosos, no conocidos en la tierra, porque el Banquete que nos sirve Dios
Padre es la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo,
acompañada con el Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado y con el
Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el Cáliz de eterna salvación. En este
Banquete, Dios Padre no está a la mesa como el Patrón, sino “como el que sirve”,
porque es Él, por su iniciativa, que tenemos el Manjar de los ángeles, la
Eucaristía, y así Dios Padre nos da ejemplo de cómo los cristianos debemos
actuar en el mundo, porque por la Eucaristía, Dios cambia de modo radical “los
criterios de dominio que rigen las relaciones humanas”[4],
como así también cambia de modo radical “el criterio del servicio” [5]. En
efecto, Dios Padre está “como el que sirve” (cfr. Lc 22, 27); los invitados somos nosotros, indigentes de toda bondad
y bien espiritual y necesitados de su gracia y misericordia; nos invita a
nosotros, que somos pecadores, que hemos asesinado al Hijo de su Amor en la
cruz, con nuestros pecados; nos invita de modo gratuito, sin exigirnos otra
cosa que la conversión del corazón, que en definitiva es odiar el pecado y amar
a Dios Uno y Trino y a su Mesías, Cristo Dios; nos invita y cambia nuestras
vestimentas harapientas de hijos de las tinieblas, por las vestiduras
inmaculadas de la gracia santificante, el hábito de fiesta con el cual podemos
presentarnos sin temor ante el Banquete Eucarístico y en su morada eterna, el
Reino de los cielos; nos convida todo lo que Él tiene y ama con locura, el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús. En este ejemplo de
Dios Padre, tiene el cristiano ejemplo de sobra para actuar para con sus
hermanos, sobre todo los más necesitados, que no siempre son los pobres
materiales.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Eucaristía es el Sagrado Convite en el cual se consume a
Cristo-Dios: “O Sacrum Convivium, in quo
Christus sumitur!”[6].
No nos alcanzará, no solo esta vida, sino las eternidades de eternidades, si
las vivimos por la Misericordia Divina, en el Reino de los cielos, para
alcanzar a comprender, si quiera mínimamente, la augustísima grandeza y el inimaginable,
incomprensible y sublime don que significan el Pan Vivo bajado del cielo, la
Sagrada Eucaristía, que se nos brinda como alimento celestial en la Santa Misa.
De hecho, al asistir a la Santa Misa, o al acudir a realizar la Hora Santa, la
Adoración Eucarística[7],
es esta una gracia que podemos pedir a la Santísima Virgen, Nuestra Señora de
la Eucaristía: el poder comprender, al menos mínimamente, la grandeza
inconcebible del Amor de Dios, manifestada en el Don permanente del Pan Vivo
bajado del cielo, lo cual nos llevará a una cada vez más profunda adoración y a
un cada vez más profundo amor al Santísimo Sacramento del Altar. Postrémonos,
como el Ángel de Portugal, de rodillas y con la frente en el suelo, ante la
Sagrada Eucaristía, ante el Cordero de Dios, Presente en Persona en el
Santísimo Sacramento del Altar, y ofrezcámosle, junto con nuestra humilde
adoración y todo el amor del que seamos capaces, nuestra acción de gracias y
nuestra adoración, por medio del Inmaculado Corazón de María.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
"Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Postrado a vuestros pies,
humildemente”.
[1] Cfr. Juan Pablo II, Mane
Nobiscum Domine, Carta Apostólica al Episcopado, al Clero y a los Fieles
para el Año de la Eucaristía Octubre 2004 – Octubre 2005, IV, 27.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. Juan Pablo II, Mane
Nobiscum, IV, 28.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. Juan Pablo II, Mane
Nobiscum, IV, 29.
[7] Éste es uno de los deseos
expresados por el Santo Padre Juan Pablo
II, en su Carta Apostólica Mane
Nobiscum: “(con relación al aumento del culto eucarístico) se podrán hacer
muchas iniciativas (…) pero no pido que se hagan cosas extraordinarias, sino
que todas las iniciativas se orienten a una mayor interioridad. Aunque el fruto
de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la
celebración de la misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera
de la misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo”;
n. 29.