Tristísima imagen correspondiente al sacrilegio cometido
en la Iglesia San Fernando Rey en Tabasco, México,
el pasado 13 de abril de 2018. Pueden observarse el sagrario profanado
y las Hostias consagradas tiradas por el suelo.
Inicio: ofrecemos esta Hora
Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de
Hostias consagradas ocurrido en la Iglesia de San Fernando Rey, perteneciente a
la Diócesis de Tabasco, México, el día 13 de abril de 2018. La información
correspondiente al lamentable suceso se encuentra en la siguiente dirección
electrónica:
Según consta en las informaciones
periodísticas, personas desconocidas irrumpieron en el interior del templo
parroquial y, además de robar objetos de valor, forzaron el sagrario y se
llevaron los copones que contenían las Hostias consagradas, las cuales fueron arrojadas
al suelo. Nos hacemos eco del pedido de Monseñor Gerardo de Jesús Rojas López,
quien ha invitado a sacerdotes, religiosos y laicos de la Diócesis, a ofrecer
una Hora Santa en reparación por la profanación sufrida.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Cuando
sus contemporáneos veían a Jesús, lo veían como un hombre más entre tantos,
pero cuando escuchaban la sabiduría divina de sus enseñanzas y cuando veían sus
prodigios, no podían salir de su asombro, ya que lo tenían, precisamente, por
un hombre más entre tantos. Por ese motivo es que exclamaban: “¿No es éste el
hijo del carpintero? (…) ¿No es el hijo de María? (…) ¿Acaso no viene de entre
nosotros?” (cfr. Mt 13, 55-57; Mc 6, 1-6). La explicación del asombro
es que Jesús es el Hombre-Dios; es decir, es el Verbo Eterno del Padre unido
hipostáticamente, personalmente, a una naturaleza humana y esta unión es inefable
no solo porque no es visible a los ojos, ni porque no hay otra unión similar en
la Creación, sino porque es la unión de la naturaleza humana con la Persona
Segunda de la Trinidad. En efecto, la unión entre la naturaleza humana de Jesús
con el Logos o Verbo Eterno del Padre no solo es inefable por cuanto es diversa
y superior a cualquier otro género de unión –materia y forma, cuerpo y alma,
substancia y accidente, etc.-, sino ante todo porque esta unión tan singular se
hace posible gracias a la participación de la naturaleza a la subsistencia del
Verbo de Dios[1]:
“La naturaleza humana –de Jesús- es unida al Verbo en modo tal que asume la
subsistencia y, no al contrario, esto es, como agregando algo a la naturaleza
del Verbo o transmutándolo”[2]. El
resultado es que el Verbo se hace hombre, verdaderamente hombre, pero no que el
Verbo obtenga una nueva subsistencia, porque en el Verbo de Dios ya subsiste,
perfecta y eternamente, con el Acto de Ser divino trinitario, la Persona
Segunda de la Trinidad, en la cual es asumida la naturaleza humana de Jesús.
Aquí está la razón –que sus contemporáneos no podían ver a simple vista- del
asombro de los que conocían a Jesús desde pequeño: Él era el Hombre-Dios, Dios
Hijo encarnado, que había asumido una naturaleza humana y hablaba y caminaba
entre los hombres, siendo Dios Hijo en Persona.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
El
mismo asombro se da entre los hijos de la Iglesia, cuando contemplan la
Eucaristía y dicen: “Pero, ¿no es acaso un simple trozo de pan? ¿No es acaso la
Eucaristía un simple pan bendecido en una ceremonia religiosa?”. Cuando, sin
los ojos de la fe, se observa así a la Eucaristía, es algo similar a cuando los
contemporáneos de Jesús observaban la naturaleza humana de Jesús, sin
contemplar su divinidad. Si en la Eucaristía nos quedamos solo con lo que
aparece sensiblemente a los sentidos corporales, entonces parece solo un poco
de pan, pero si la contemplamos con los ojos de la fe, entonces vemos que ya no
es más pan, sino el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, el Cordero de Dios. No
caigamos en el error de los contemporáneos de Jesús, que veían en Él solo un
simple hombre: llevados por la fe de la Iglesia, contemplemos la majestuosidad
del Verbo del Padre hecho carne para nuestra salvación. De igual modo, no
caigamos en el error de ver en la Eucaristía sólo un trozo de pan bendecido:
llevados por la fe de la Iglesia, contemplemos el misterio inefable de la
Presencia real del Verbo de Dios Encarnado, Jesucristo, que se queda
voluntariamente en la Prisión de Amor, el sagrario, para “estar todos los días
con nosotros, hasta el fin del mundo” y así “darnos alivio a quienes estamos
afligidos y agobiados” (cfr. Mt 11,
28-30).
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
El
misterio inefable de Cristo consiste en que la unión substancial de la
naturaleza humana a la Persona del Verbo es una unión que se encuentra más allá
de cualquier unión por nosotros conocida[3]. La
naturaleza humana se une a una persona ya constituida con su Acto de Ser –actus essendi-, no se une
accidentalmente, sino substancialmente, otorgándole al Verbo una
substancialidad secundaria que es la que hace que el Verbo sea verdaderamente
hombre, como lo somos nosotros, aunque obviamente sin el pecado original ni sus
consecuencias[4].
El misterio de la Encarnación consiste, precisamente, en que la naturaleza
humana se une substancialmente a la divinidad, pero no determina a la Persona
divina, que ya es Persona perfectísima, a todos sus efectos, por su Acto de Ser
divino trinitario. Esto es lo que explica la visión de San Juan Evangelista al
comienzo del Cuarto Evangelio: volando como un águila que se remonta hacia el
sol, lo contempla y describe en su divinidad –“El Logos era Dios y estaba en
Dios”[5]- y
volando como un águila que mira hacia abajo y con su vista determina la
posición del cordero, lo contempla en su Humanidad santísima –“Y el Logos se
hizo carne y habitó entre nosotros”-. De la misma manera, quien contempla la
Eucaristía, se eleva hacia ella como el águila hacia el sol y, fijando los ojos
del alma en la Eucaristía, contempla al Verbo Eterno del Padre en ella
contenido, pero al mismo tiempo, contempla en la Eucaristía a ese Verbo de Dios
hecho hombre, es decir, bajado del cielo, desde el seno del eterno Padre, a
nuestra historia humana. El misterio inefable de la Encarnación se continúa y
se prolonga en el misterio inefable de la Eucaristía.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Quien
no comprende o quien no tiene en cuenta la unión substancial entre la
naturaleza humana de Jesús y el Verbo, comete errores en lo que respecta a
Cristo[6] y,
en consecuencia, en lo que respecta a la Eucaristía, porque la Eucaristía es
Cristo Dios en Persona; la Eucaristía es el Verbo Eterno del Padre encarnado en
una naturaleza humana que prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento
del altar. En Cristo, el Acto de Ser divino trinitario actúa inmediatamente la
naturaleza constituyéndola en Persona, la cual subsiste en la naturaleza divina[7] y
esto acaece en las eternidades de eternidades, en el Principio sin Principio
que es el seno del Eterno Padre, Principio de la Trinidad. Y esto se traslada a
la Eucaristía, porque así como no hay dos seres substanciales según las dos
naturalezas –no hay dos personas en Cristo, una divina y otra humana-, sino un
ser substancial, la Persona divina del Hijo –en Cristo hay una sola Persona, la
Persona divina del Hijo y no dos personas, una humana y otra divina-, así
también en la Eucaristía no hay dos substancias, la de Cristo y la el pan, sino
solo una substancia, la substancia del Cuerpo y Sangre de Cristo. Antes de la
consagración, la substancia es la del pan; luego de la consagración, la
substancia es la del Cuerpo de Cristo. Antes de la consagración, la substancia
es la del vino; luego de la consagración, la substancia es la de la Sangre de
Cristo.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Nuestro
Señor Jesucristo es el Hombre-Dios: es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios[8].
No es Dios sin ser hombre, ni es hombre sin ser Dios. Es Dios-Hombre, Dios
hecho hombre sin dejar de ser Dios, para que los hombres, sin dejar de ser
hombres, nos hagamos Dios por participación por la gracia. Como hombre y aun
cuando la subsistencia de su naturaleza humana dependa de la unión hipostática
con la Persona divina del Logos, Jesucristo tiene derecho al título de “hombre”
puesto que posee todo lo que le compete a la naturaleza humana[9]. Su
naturaleza humana es íntegra: posee cuerpo y alma, intelecto y voluntad,
sexualidad y afectividad, etc. Se trata de una naturaleza humana individual,
particular, determinada, puesto que es la humanidad de Jesús de Nazareth. Ahora
bien, este hombre Jesús de Nazareth fue asumido, en su naturaleza humana, no
por una persona humana –si así fuera, sería solo hombre y nada más que hombre-
sino por la Persona o hipóstasis del Verbo de Dios, la Segunda Persona de la
Trinidad. De esta manera, el Verbo subsiste tanto en la naturaleza divina como
en la naturaleza humana de Jesús de Nazaret, por lo que al decir “este hombre” –Jesús
de Nazareth- se indica al Verbo de Dios que en esta naturaleza subsiste[10]. Cuando
se habla de Jesús como Verbo Encarnado se puede decir con Santo Tomás: “el
Verbo de Dios es este hombre determinado” –Jesús de Nazareth-. Esto significa
que la diferencia cuando decimos “yo soy hombre” y “Jesús es hombre”, cuando se
aplica la palabra “hombre” a nosotros, indica en nosotros una persona o
supósito creado, puesto que somos personas humanas, pero cuando se aplica la
palabra “hombre” a Jesús de Nazareth, se incluye a la Persona Increada, la Segunda
de la Trinidad[11],
en la que subsiste su naturaleza humana. Ahora bien, todo esto no se trata de
meras especulaciones teológicas, sino que constituyen el fundamento de nuestra
adoración eucarística, porque lo que adoramos en la Eucaristía no es pan y vino
materiales y terrenos, sino la naturaleza humana glorificada de Jesús –el Cuerpo,
la Sangre, el Alma- unida a su divinidad –la Divinidad de la Segunda Persona de
la Trinidad a la que esta naturaleza humana está unida y por la cual subsiste-.
Entonces, cuando adoramos la Eucaristía, no adoramos un mero trozo de pan –lo cual
sería idolatría-, sino al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Battista
Mondini, La Cristologia di San
Tommaso d’Aquino, Origine, dottrine principali, attualità, Urbaniana
University Press, Roma 1997, 125.
[2] Santo
Tomás de Aquino, Comp. Theol. C
211, 412. Cit. Mondini, o. c.
[3] Cfr. Mondini, o. c.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. Jn 1, 1ss.
[6] Cfr. Mondini, o. c., 127.
[7] Cfr. Mondini, o. c., 127.
[8] “Que Jesucristo además de
verdadero Dios sea verdadero hombre fue definido solemnemente definido por los
Concilios de Éfeso y de Calcedonia”: cfr. Battista
Mondini, o. c., 128.
[9] Cfr. Mondini, o. c., 129.
[10] Cfr. Santo Tomás de Aquino, S.
C. Gent. IV, 49; S. Theol. III,
16, 1; In Sent. d. 7, 1, 1; cit. Battista Mondini,
La Cristologia di SantTommaso d’Aquino,
Urbaniana University Press, Roma 1997, 129.
[11] Cfr. passim.