jueves, 31 de agosto de 2017

Hora Santa en reparación por gravísimo ultraje a la Persona de Nuestro Señor Jesucristo 250817


Los actores de la serie "The Preacher" de la cadena televisiva AMC.
que ha generado profunda indignación entre cristianos católicos y evangelistas.

         Inicio: un programa de televisión ha cometido en estos días un gravísimo ultraje a la Persona divina de Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda de la Trinidad, encarnada en la Humanidad santísima de Jesús de Nazarateh, al mostrar en un programa televisivo una escena en la que el Redentor aparece manteniendo inaceptables e indignas relaciones sexuales, debido a su condición de Dios encarnado. Dice así uno de los sitios en donde se reporta acerca de esta blasfemia inconmensurable: “Una escena que muestra a Jesucristo teniendo relaciones sexuales con una mujer casada la noche de la Última Cena fue transmitida en la serie del canal AMC titulada “The Preacher””. Los informes periodísticos acerca de este sacrilegio sin precedentes, pueden encontrarse en los siguientes enlaces:
         Hacemos nuestras las palabras del presidente de la Liga Católica de EE.UU., Bill Donohue, quien se expresó así en un comunicado: “Representar a Jesús en una escena sexual grotesca es un asalto a las sensibilidades de todos los cristianos, así como personas de buena voluntad que no son cristianas”. Le agregamos a esta afirmación que la gravedad del hecho radica en que más allá de sentirnos nosotros los católicos, seres humanos, agraviados, quien resulta gravísimamente ultrajado es Nuestro Señor, dado que en su condición de Persona Segunda de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, jamás de los jamás no solo no podría haber tenido relaciones sexuales, sino que jamás podría haber consentido ni en el más ligero pecado venial, y ni siquiera podría haber cometido jamás una imperfección. Nos resulta particularmente indignante este ultraje, por lo que ofrecemos la Hora Santa y el rezo del Rosario meditado, pidiendo por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de quienes cometieron este incalificable sacrilegio hacia Nuestro Señor, y la de todo el mundo.
         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).
Meditación.
         El Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús se puede comparar a un brasero ardiente, puesto que la brasa incandescente es su Humanidad Purísima –representada en el carbón- y el fuego que la vuelve incandescente es el Amor de Dios, el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo. Y así como la brasa incandescente comunica de su fuego al leño o al pasto seco, así también el Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor, comunica de su Fuego a los corazones que lo reciben por la comunión eucarística. El Fuego que envuelve al Corazón de Jesús es el fuego que Él ha venido a traer a la tierra y quiere ya verlo ardiendo, y es para que nuestros corazones ardan en su Amor, que Él se nos dona en cada comunión. Así como el hierro, al contacto con el fuego, se vuelve incandescente y puede decirse, en cierta manera, que se convierte en el mismo fuego, porque de frío y oscuro pasa a ser luminoso y cálido, así también sucede –o al menos debería suceder- con nuestros corazones, al contacto con el Carbón Ardiente que es el Corazón Eucarístico de Jesús. Jesús ha venido a la tierra y se ha quedado en la Eucaristía para encender los corazones de todos los hombres en el Amor de Dios; sin embargo los hombres, con su desprecio por su Santo Sacrificio en la Cruz y por su indiferencia hacia la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental de este Santo Sacrificio, se comportan como alguien que, frente al brasero ardiente, le arroja un balde de agua fría, para apagar su ardor. Así el corazón humano, que primero ardía en el Amor de Dios, por el pecado, apaga ese fuego en él y se convierte en un tizón humeante, que sólo despide el espeso humo negro de la soberbia, la codicia y la avaricia. Y así el corazón del hombre, sin el Fuego del Amor de Dios, contenido en la Eucaristía, solo desprende el humo denso del odio y la rebeldía contra Dios. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que mi corazón sea como un leño seco, para que al contacto con las llamas del Divino Amor, que arden en tu Corazón Eucarístico, se enciendan al instante y se conviertan en brasas incandescentes, que irradien en el mundo la luz y el calor de Dios!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Dice Tomás de Kempis que a Jesús se lo debe amar “por el mismo Jesús y no por algún consuelo que de Él reciben”[1]. De la misma manera se expresan otros santos: “Que yo te ame por lo que eres, y no por lo que das”; “Hay que amar al Dios de los consuelos y no a los consuelos de Dios”[2]. Todos estos consejos los podemos y debemos aplicar a la Eucaristía, porque la Eucaristía es ese Jesús que es Dios y que se nos brinda como Pan Vivo bajado del cielo. Debemos amar la Eucaristía por lo que es –Dios Hijo encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía- y no por lo que da –Jesús Eucaristía, en cuanto Dios, puede darnos todo lo que le pedimos e infinitamente más, pero no debemos amarlo y adorarlo por eso, sino por lo que Es, Dios de infinita majestad, oculto en apariencia de pan. Siempre según Tomás de Kempis, los verdaderos amantes de Jesús “lo bendicen tanto en la adversidad y en la angustia de corazón como en las más elevadas alegrías”[3]. Todavía más, “aunque Él nunca les quiera otorgar consuelo, siempre lo alaban y le dan gracias”. De la misma manera nosotros, como adoradores, no debemos acudir a la adoración con el objetivo de conseguir de Jesús favores y consuelos. Antes bien, debemos pedir la gracia de no solo no desear una vida sin tribulación, sino de participar de su Cruz, y esa es la razón por la cual rezamos así a María Santísima: ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos la gracia de que, al adorar a Jesús Eucaristía, seamos dignos de participar de la amargura de su Corazón en la Pasión, de beber del Cáliz de su dolor y de recibir su Corona de espinas!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El único objetivo y fin de nuestra vida terrena es evitar la eterna condenación y ganar el Reino de los cielos, y sólo hay una manera de conseguirlo: cargar la cruz de cada día, negarse a sí mismos y seguir a Jesús (cfr. Jn 19, 17). Dice Tomás de Kempis que “solo en la cruz está la salvación, en la cruz está la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en la cruz hay una infusión de suavidad sobrenatural, en la cruz está la fortaleza del alma, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está el compendio de toda virtud y en la cruz está la perfección de la santidad. Sólo en la cruz hay salvación para el alma y esperanza de vida eterna”[4]. Puesto que la Eucaristía es Nuestro Señor Jesucristo que, aunque en la Eucaristía está con su Cuerpo glorificado, y de modo misterioso pero real continúa su Pasión hasta el fin de los tiempos, podemos parafrasear a Tomás de Kempis y decir así: “Solo en la Eucaristía está la salvación, en la Eucaristía está la vida, en la Eucaristía está la defensa contra los enemigos, en la Eucaristía hay una infusión de suavidad sobrenatural, en la Eucaristía está la fortaleza del alma, en la Eucaristía está el gozo del espíritu, en la Eucaristía está el compendio de toda virtud y en la Eucaristía está la perfección de la santidad. Sólo en la Eucaristía hay salvación para el alma y esperanza de vida eterna”.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Esta vida mortal, dice Kempis, está “enteramente llena de miserias y rodeadas de cruces”, por lo que “nos engañamos si buscamos otra cosa que no sea el sufrir tribulaciones”[5]. Si pretendemos vivir esta vida terrena como si fuera el paraíso, equivocaremos gravemente el camino de la salvación; solo si aceptamos que esta vida es una prueba en la que tenemos la oportunidad de decidirnos por Cristo Jesús, entonces comenzará para nosotros la verdadera vida, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. Solo así, aceptando que esta vida es pasajera, es una prueba para llegar al cielo y está llena de cruces y tribulaciones, elevaremos nuestros ojos y contemplaremos con el corazón, iluminados por la luz del Espíritu Santo, a Nuestro Señor Jesucristo, y le suplicaremos por nuestra salvación, la de nuestros seres queridos y la de todo el mundo. Solo Jesús es capaz de llevarnos al cielo y Jesús está en la Cruz, y está en Persona, vivo, real y substancialmente, en la Eucaristía. Desde la Cruz y desde la Eucaristía, Jesús nos infunde su vida divina, vida que es al mismo tiempo Amor y Luz; desde la Cruz y la Eucaristía Jesús nos infunde su vida divina, su Amor Eterno y su Luz celestial, nos nutre con la substancia misma de Dios, nos infunde la vida de la Trinidad, nos ilumina con su Ser divino, disipando las tinieblas de nuestra mente y nuestro corazón, y derrotando las tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia, además de alejar de nuestras vidas a las sombras vivientes, los demonios, los ángeles caídos. Esta vida terrena está llena de peligros para el alma; está sembrada de tribulaciones, cubierta de cruces y nos encontramos rodeados por los espíritus malignos, las potestades malvadas de los aires, que buscan nuestra eterna perdición. Acudamos a Jesús crucificado y nos postremos ante su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía, e imploremos su divino auxilio. Solo así, con el Amor que brota de su Corazón traspasado y que se nos comunica en la adoración y en la comunión eucarística, podremos atravesar este “valle de lágrimas”, en el que vivimos envueltos “en tinieblas y sombras de muerte”, y seremos capaces de llegar al Reino de los cielos, al finalizar nuestro paso terreno.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Nos engañamos, dice Tomás de Kempis[6], cuando queremos descansar y gozar, cuando toda la vida de Cristo –desde el momento mismo de su Encarnación en el seno virgen de María- fue “cruz y martirio”. Todavía más, afirma Kempis que no solo no debemos pretender “descanso y gozo”, sino que “no debemos buscar otra cosa que el sufrir tribulaciones”[7]. Y la razón es que, como cristianos, lo que debemos buscar en esta vida, no es el cumplimiento de nuestra propia voluntad, sino el cumplimiento de la voluntad de Dios, y Dios quiere que nos salvemos y la única manera de salvarnos, es por la Cruz de Jesús y participamos de la Cruz de Jesús cuando por la gracia y la fe, nos unimos a su Pasión. No hay otro objetivo en esta vida terrena, para el católico, que configurar su vida a Cristo y Cristo crucificado, porque es la única manera de alcanzar el cielo, crucificando al hombre viejo para nazca el hombre nuevo, el hombre que nace “del agua y del Espíritu” y que vive en consecuencia no la vida del pecado, sino la vida de la gracia. Y la adoración eucarística es el momento propicio para pedir la gracia de unirnos, por la fe, a la Pasión de Nuestro Señor, único modo de alcanzar la vida eterna en el Reino de los cielos. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que nos unamos a tu Hijo Jesús crucificado para que, muertos al pecado, vivamos la vida de la gracia, como anticipo de la vida de la gloria eterna que por la Misericordia Divina esperamos alcanzar. Amén!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. La imitación de Cristo, 11, 2.
[2] Cfr. Santa Teresa de Ávila.
[3] Cfr. Tomás de Kempis, o. c., passim.
[4] Cfr. Kempis, o. c., 12, 2.
[5] Cfr. Kempis, o. c., 12, 26.
[6] Cfr. Kempis, o. c., 12, 26.
[7] Cfr. ibidem.

sábado, 26 de agosto de 2017

Hora Santa en reparación por burla sacrílega a la Madre de Dios Brasil 190817


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la burla sacrílega recibida por Nuestra Madre del Cielo, la Virgen, por parte de un pastor evangelista brasileño. Dicha burla sacrílega se puede observar en las redes sociales, en un video en donde dicho pastor protestante compara, burlona y sacrílegamente, a la Virgen Santísima, en concreto, en la advocación de Nuestra Señora de Aparecida, con con una botella de Coca-Cola. Según la información de diversos portales, “el pastor Agenor Duque, de la Iglesia Plenitud del Poder de Dios, también profesó insultos contra la Patrona de Brasil e instó a sus fieles y seguidores a destruir las imágenes que tuvieran en sus casas de la virgen o santos”. Se puede acceder a la información acerca del lamentable en los siguientes enlaces: http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=30208 ; https://www.facebook.com/aciprensa/posts/10154772194416846; https://www.aciprensa.com/noticias/video-polemica-por-pastor-que-se-burlo-de-la-virgen-comparandola-con-una-coca-cola-20182/; https://www.youtube.com/watch?v=VW4UKyz0h4Y;
         Realizaremos las meditaciones del Santo Rosario basados en las oraciones a la Santísima Virgen de San Ambrosio[1] y en un pensamiento de San Juan Crisóstomo sobre la Eucaristía. Como siempre lo hacemos, además de la reparación, pediremos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la del pastor que cometió la burla sacrílega y la de todo el mundo.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

         Nada hay, en el universo visible e invisible, de entre todas las creaturas, nada ni nadie más noble, hermoso y espléndido que la Madre de Dios. Concebida Inmaculada, sin mancha de pecado original, para ser el Tabernáculo Purísimo y la Custodia Viviente más preciosa que el oro y la plata del Hijo de Dios encarnado, la Santísima Virgen era virgen no solo de cuerpo, sino  también de espíritu, y esto significa que así como no conoció varón -porque su cuerpo y su alma estaban inhabitados por el Espíritu Santo y no había amor para hombre alguno, sino solo para Dios Uno y Trino-, así también su alma y su Corazón Inmaculado eran purísimos en el amor, porque la Madre de Dios no podía conocer ningún amor que fuera profano o mundano, ya que en Ella solo inhabitaba el Santo y Purísimo Amor de Dios. Así, la Virgen Santísima nos da ejemplo de cómo recibir la Eucaristía: así como recibió Ella al Verbo de Dios con un cuerpo y un alma purísimos, así también debemos nosotros recibir la Eucaristía: con un cuerpo puro, convertido en templo del Espíritu Santo por la gracia santificante, y con un alma pura, en la que el corazón sea altar en el cual Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios, sea adorado, amado, bendecido y glorificado, en el tiempo y en la eternidad. ¡Oh Santísima Virgen, concédenos la gracia de un cuerpo casto y una fe pura, para así ser dignos de recibir a tu Hijo Jesús, en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Como un reflejo exterior de su inmaculada pureza interior, la Virgen Santísima poseía todas las virtudes posibles, en grado excelso, comenzando por la caridad y la humildad, superando a los ángeles y santos más que el cielo supera a la tierra. La Virgen es nuestro ejemplo en caridad, es decir, en amor sobrenatural, porque Ella amó a Dios Hijo en la Encarnación, en su Nacimiento virginal, en su Infancia, en su Juventud y en su Adultez, con un amor tan intenso, que al morir Jesús en la Cruz le parecía que era Ella la que moría, porque El que moría en la Cruz era el Amor de su vida, era su vida, que era el Amor. Así, como la Virgen amó a su Hijo con amor sobrenatural, así también nosotros debemos amar, con amor sobrenatural a Nuestro Dios, Presente en Persona, real, verdadera y substancialmente, en la Eucaristía. La Virgen es ejemplo de humildad, porque siendo Ella la creatura más perfecta jamás creada en la tierra, superada en santidad sólo por su Hijo, que era la Santidad Increada en sí misma, y con todo, se llamó a sí misma “esclava del Señor”, y siendo Ella la creatura más excelsa jamás creada, superada en dignidad sólo por su Hijo, que era la Palabra eternamente pronunciada del Padre, no solo nunca hizo acepción de personas, ni exigió el trato de reina que su dignidad exigía, sino que ocultó esta dignidad suya, apareciendo ante los demás con una sublime y exquisita sencillez y humildad de corazón, que dejaba extasiados en el amor de Dios a todos los que con Ella trataban. Así la Santísima Virgen es ejemplo inigualable para nosotros en humildad, porque no solo debemos combatir la soberbia que late en nuestro corazón, contaminado por el pecado, sino que nuestro objetivo en esta vida es imitar a Jesús, “manso y humilde de corazón”, y en esta tarea de enseñarnos a ser humildes, no hay nadie como la Virgen y Madre de Dios, María Santísima.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima es modelo perfectísimo de virginidad, de pureza, de castidad. Es modelo de pureza corporal perfectísima, porque fue concebida sin mancha de pecado original e inhabitada por el Espíritu Santo, de manera tal que desde su Concepción Inmaculada, su cuerpo fue templo sagrado del Espíritu Santo y morada santa de la Santísima Trinidad, y nunca jamás tuvo ni siquiera el más mínimo afecto impuro, ni siquiera la más ligera inclinación al mal, y por eso mismo, es modelo para nuestra castidad y pureza corporal, sea cual sea nuestro estado de vida. La Virgen Santísima es modelo de pureza de alma y de fe perfectísimos, porque su Alma bendita, desde su creación, estuvo inhabitada por el Divino Amor, siendo la Llena de gracia, y fue así que su Mente era Sapientísima porque estaba iluminada por la Divina Sabiduría y más que iluminada, inhabitada por la Sabiduría de Dios, de manera tal que la Virgen no solo superaba en inteligencia sobrenatural a todos los ángeles y santos juntos, sino que en su Mente Sapientísima no cabían otros pensamientos que no fueran de Dios, para Dios y por Dios. Por esta razón, la Virgen Santísima es nuestro modelo en cuanto a pensamientos se refiere, porque nuestra mente, ofuscada en la búsqueda de la Verdad como consecuencia del pecado original, encuentra mucha dificultad en encontrar esta Verdad –y como consecuencia, surgen los errores en la fe, los cismas, las herejías, las apostasías, el gnosticismo cristiano, y así surgen las sectas y las falsas religiones-, por lo que la Virgen puede, con su agudísima Inteligencia, guiarnos con facilidad al encuentro con la Verdad de Dios, su Hijo, Jesús de Nazareth, que resplandece con divino esplendor en el Magisterio y en sus dogmas intocables, divinamente revelados.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Virgen es ejemplo perfectísimo de amor a Jesús, pues lo amó con amor inefable desde la Encarnación hasta su Agonía y Muerte en Cruz, y más allá, porque después que su Hijo diera su vida por nuestra salvación en el Calvario, la Virgen esperó con Fe y con Amor su Resurrección. La Virgen al pie de la Cruz es nuestro modelo y ejemplo a seguir, porque todo cristiano tiene el deber ineludible de amor, de no solo imitar a Jesús, sino de participar de su Pasión, en cuerpo y alma, y si alguien quiere saber cómo hacerlo, es la Virgen Santísima el modelo y ejemplo inigualable a contemplar, meditar y seguir. Según el Evangelista San Juan, la Virgen estaba al pie de la Cruz, y así es como los cristianos debemos vivir, todos los días de la vida, al pie de la Cruz, arrodillados ante Nuestro Señor crucificado, besando piadosamente sus pies ensangrentados, clavados al madero por un grueso clavo de hierro. Así como la Virgen estuvo al pie de la Cruz durante toda la agonía de su Hijo Jesús, así nosotros debemos estar, todos los días de la vida, de rodillas ante Jesús crucificado, acompañados y cubiertos por el manto de Nuestra Señora de los Dolores. Pero la Virgen Santísima no solo estuvo físicamente al pie de la Cruz, y no sólo sufrió humanamente, como toda madre que sufre al ver sufrir a su Hijo; la Virgen participó interior, espiritual, sobrenatural y místicamente de los dolores de la Pasión de Jesús, de manera tal que, aunque Ella no sufrió corporalmente la Pasión, sí la sufrió en su Alma y en su Corazón Inmaculado, sufriendo cada golpe, cada flagelo, cada insulto, que su Hijo recibía, en su Alma y en su Corazón, experimentando un dolor vivísimo, como si fuera a Ella que golpeaban, flagelaban, insultaban, coronaban de espinas y crucificaban. Así la Virgen es, entonces, para nosotros, el modelo perfectísimo de vida cristiana, porque los católicos debemos pedir la gracia de configurarnos a la Pasión de Nuestro Señor y participar de su Pasión en cuerpo y alma, pues sólo así cumpliremos cabalmente la voluntad tres veces santa de Dios Padre.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Dice San Juan Crisóstomo[2] que en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía, recibimos de un modo real y verdadero al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, Cristo Jesús, el Hombre-Dios. Puesto que la Eucaristía es el Cuerpo y el Alma divinizados de Jesús, por estar el Cuerpo y el Alma unidos a la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Hijo, cuando recibimos la Eucaristía, esto es, el Cuerpo y el Alma y la Divinidad de Jesús, tanto nuestro cuerpo como nuestra alma se ven santificados: su Alma Santísima nos transfunde su propia fortaleza de Hombre-Dios, de manera tal que somos capaces de resistir, ya no con nuestras débiles fuerzas, sino con la fuerza divina del Hijo de Dios, el asalto de las pasiones y de cualquier tentación, saliendo victoriosos de ellas. Y al recibir su Cuerpo Santísimo en la Eucaristía, esto es, la Carne del Cordero de Dios, al ponerse esta Carne purísima del Cordero, inhabitada por el Espíritu Santo, en contacto con nuestra carne pecadora, le infunde de su propia pureza, la espiritualiza y la diviniza. Al recibir todos estos dones inefables en cada comunión eucarística, debemos recordar siempre a Nuestra Señora de la Eucaristía y darle gracias porque fue por su “Sí” a la voluntad de Dios, que el Hijo de Dios se encarnó en su seno purísimo, para donarse luego como Pan de Vida eterna, como Pan Vivo bajado del cielo, en el sacrificio de la Cruz, para continuar donándose a nuestras almas, en cada Santa Misa, como el Alma y la Carne Purísimas del Cordero de Dios, que viene a nosotros oculto en apariencia de pan. Gracias a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, es que recibimos el maravilloso don del Pan Vivo bajado del cielo, que purifica nuestros cuerpos y diviniza nuestras almas.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. De Virginibus, dedicado por San Ambrosio en el 377 a su hermana Marcelina.
[2] Dice así San Juan Crisóstomo: “En la Eucaristía recibimos, real y verdaderamente al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Su Alma Santísima transfunde sobre la nuestra las gracias de fortaleza y resistencia contra el poder de las pasiones. Su Carne purísima se pone en contacto con la nuestra pecadora y la espiritualiza y diviniza”.

sábado, 19 de agosto de 2017

Hora Santa en reparación por exposición ofensiva en Quito 030817


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por una exposición blasfema llevada a cabo en Quito, Ecuador, el 1 de agosto de 2017. La información pertinente a tan lamentable hecho se encuentra en las siguientes direcciones electrónicas:
La exposición, de contenido sumamente ofensivo y denigrante hacia la fe católica, y altamente blasfemo hacia Nuestro Señor y María Santísima, estuvo a cargo de “colectivos feministas en colaboración con el lobby LGTBI”. El mural se encuentra al costado del palacio presidencial y muy cerca de las siete principales iglesias de Quito, es decir, en un lugar muy concurrido. Tanto el Movimiento Vida y Familia de Ecuador como la Conferencia Episcopal han mostrado su preocupación, rechazo e indignación por este grave ataque no solo a los sentimientos religiosos de cristianos, católicos y ofensa a los heterosexuales, sino a Nuestro Señor Jesucristo y a su Madre, nuestra Madre del cielo, María Santísima. Pedimos también por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la nuestra propia y la de todo el mundo, especialmente por quienes cometieron este horrible acto sacrílego.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

         Según San Pedro Julián Eymard, por medio del “sacrificio de la Santa Misa y la comunión del Cuerpo del Señor”, el alma recibe la “fuente viva” que le comunica la vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino, y en esto consiste el culmen y la perfección de la religión. Para el cristiano, la relación con la Santa Misa y la Eucaristía se convierte en un círculo virtuoso: para recibir dignamente el Cuerpo y la Sangre del Señor, además de preparar el alma por la Confesión sacramental, es necesario obrar de tal modo que la piedad, el amor y las virtudes, conduzcan al alma a la unión perfecta con el Señor en la Eucaristía; y a su vez, una vez recibida la Eucaristía, que contiene la Vida Increada y el Amor Increado del Cordero de Dios, tanto esta Vida divina como el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, recibidos en cada comunión eucarística, deben manifestarse a su vez en la caridad, en el amor sobrenatural brindado al prójimo, de manera tal de devolver, al menos en parte, tanto Amor, tanta Vida divina, tanta Paz de Dios recibida en la Eucaristía. Y así, obrando la misericordia para con el prójimo, iluminada por el Espíritu Santo y fortalecida por la gracia santificante, el alma se vuelve cada vez más digna de recibir los sagrados misterios.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Dice así San Pedro Julián Eymard, acerca de la comunión eucarística diaria: “El que quiere perseverar que reciba a nuestro Señor. Es un pan que alimentará sus pobres fuerzas, que lo sostendrá. Y es la Iglesia que lo quiere así. Ella aprueba la comunión diaria, como lo atestigua el Concilio de Trento. Hay gente que dice que tenemos que ser muy prudentes... Yo les digo que este alimento tomado con intervalos tan prolongados no es más que un alimento extraordinario, pero ¿dónde está el alimento ordinario que debe sostenerme a diario?”. Con razón, San Pedro Julián Eymard aboga por la comunión diaria, pues la Eucaristía es un alimento super-substancial, que nos alimenta con la substancia misma de Dios Uno y Trino, con lo cual adquirimos la fortaleza más que necesaria para afrontar las tribulaciones que, de modo inevitable, acontecen todos los días. Sin embargo, de nada vale comulgar a diario, si al comulgar, no permitimos que Nuestro Señor deje en nuestras almas todos los dones y regalos de infinitas gracias que tiene para darnos en cada comunión. Si verdaderamente abriéramos las puertas del corazón de par en par, cada vez que recibimos al Sagrado Corazón Eucarístico, nuestros corazones arderían en el Amor de Dios, con una intensidad tal, que de no mediar el auxilio divino, moriríamos de Amor, tal como le sucedió a la beata Imelda Lambertini, que murió en éxtasis de amor luego de recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. De nada vale comulgar a diario, si con nuestra frialdad impedimos que las llamas que envuelven al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús incendien nuestros corazones, y si al comulgar, no hacemos un profundo acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía. De la misma manera, de nada vale adorar a Jesucristo, si la adoración eucarística no nos conduce al deseo de comulgar y, por lo tanto, de evitar todo pecado mortal o venial deliberado, con tal de no perder la gracia santificante, que nos permite recibir al Señor Jesús, el Dios de la Eucaristía, por la comunión sacramental.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Para San Pedro Julián Eymard, la comunión eucarística debe ser el eje y el centro de la vida cristiana, y el fin hacia el cual se orienta toda la vida del cristiano, independientemente de su estado de vida y si hay algo que se hace fuera de este fin, ese algo carece de todo sentido: “La santa comunión debe ser el fin de toda vida cristiana: todo ejercicio que no se relaciona con la comunión está fuera de su mejor finalidad”. Si alguien comulga con frecuencia, dice este santo, verá cómo su vida cambiará siempre, cada vez más, para mejor: “Nuestro Señor viene sacramentalmente a nosotros para vivir ahí espiritualmente”. Esto significa que en la comunión eucarística se cumplen las palabras de Jesús en el Apocalipsis[1]: “Estoy a la puerta y llamo, si alguien me escucha y me abre, entraré en él y cenaré con él, y él conmigo”. Nuestro corazón, en la comunión, se convierte en una misteriosa morada en donde Jesús, a pesar de nuestra indignidad, quiere quedarse permanentemente, es decir, “vivir ahí espiritualmente”. No podemos comulgar y no pensar en otra cosa que no sea Nuestro Señor Jesucristo: sería el equivalente a abrir la puerta de nuestro hogar para recibir a nuestro mejor amigo, pero en vez de hacerlo pasar y conversar con él, lo dejamos en la puerta, para dedicarnos a hacer nuestras tareas. Comulgar –precedido de un acto de adoración y amor, y con el alma en gracia-, es para San Juan Eudes una ocasión en la que el alma conoce a Dios, pero no por conceptos teóricos, sino por experiencia propia de su Amor. Quien no comulga –o quien comulga sin amar ni adorar la Presencia Eucarística del Señor o con el alma en pecado-, es alguien que conoce a Dios sólo por palabras, pero no personalmente: “El que no comulga no tiene más que una ciencia especulativa; no conoce nada sino palabras, teorías, de las cuales desconoce el sentido... El alma que comulga no tenía primeramente sino una idea de Dios, pero ahora, lo ve, lo reconoce a la sagrada mesa”. Comulgar es ser hechos partícipes del Divino Banquete, alimentándonos con la Carne del Cordero de Dios, con el Pan de Vida eterna y con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, tal como lo hicieron los Apóstoles en la Última Cena –que fue la Primera Misa- y es también la oportunidad para recostarnos espiritualmente sobre el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, como el Evangelista Juan, para escuchar los latidos del Corazón del Cordero.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Para San Pedro Julián Eymard, el cristiano debe ser, ante todo, adorador eucarístico, puesto que es de la Eucaristía de donde toma toda la fuerza para su vida propiamente cristiana, esto es, apostólica y evangelizadora: “A fin de que el alma devota se fortalezca y crezca en la vida de Jesucristo, tiene necesidad de nutrirse en primer lugar de su verdad divina y de la bondad de su amor de tal modo que pueda pasar de la luz al amor, y del amor a las virtudes”. En otras palabras, el cristiano, para ser tal en verdad y no solo nominalmente, esto es, para imitar a Jesucristo y ser su imagen viviente en el mundo, debe nutrirse de su verdad y de su amor, y esto sucede en la contemplación y adoración eucarística, en donde Jesús, desde la Eucaristía, comunica al adorador aquello que Él Es y tiene, esto es, Sabiduría y Amor divinos, tal como los planetas que, cuanto más cerca están del sol, tanto más reciben del sol su luz, su calor y la vida que de ellos se deriva. Una vez que el cristiano recibe de Cristo Eucaristía, por la adoración eucarística, su Sabiduría, y su Amor y su Luz vivificante, solo así, puede el cristiano ser, a su vez, “luz del mundo y sal de la tierra”, porque ya no es él quien vive en sí, sino Cristo Jesús quien vive en el cristiano y obra y esparce su luz divina a través de las obras de misericordia obradas por sus discípulos. Sin adoración eucarística y sin comunión sacramental, la vida del cristiano perece irremediablemente, al punto de no poder llamarse “vida cristiana”, porque es una vida vivida en las propias tinieblas, sin la luz divina que emana de Jesús Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

No hay vida cristiana propiamente dicha y no hay vida de santidad, hasta tanto el cristiano no coloque a Jesucristo como su centro, su meta, su fin y la aspiración final de su vida entera. Dice así San Pedro Julián Eymard: “Esta dilección eucarística de Jesús sea, pues, la ley suprema de la virtud, el tema del celo y como la nota característica de la santidad de los nuestros”. La predilección por la Eucaristía, esto es, por el Pan de Vida eterna, que alimente sus almas con la substancia misma de la divinidad, debe ser para los cristianos aquello que los caracterice en medio de un mundo sumergido en las tinieblas del paganismo, del error, de la herejía, del ocultismo. Los cristianos deben reunirse alrededor de la Eucaristía y deben fijar sus miradas y tender hacia ella, así como las águilas, en sus vuelos intrépidos hacia el cielo miran al sol de frente y parecen dirigirse a él, sin importarles otra cosa que no sea el mismo sol. Cuanto más se acerque el cristiano a la Eucaristía, por la adoración y la contemplación eucarística, y cuanto más abra su corazón sin oponer resistencia al Fuego del Divino Amor que arde en el Corazón Eucarístico de Jesús, tanto más arderá su corazón en este Fuego divino, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y tanto más lo transmitirá a quienes lo rodean, no tanto con palabras, sermones y discursos, sino con una vida de santidad y de amor sobrenatural a Dios y al prójimo. El Fuego que arde en el Corazón Eucarístico de Jesús es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, y es el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra y quiere ya verlo encendido: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo encendido!”. Que Nuestra Señora de la Eucaristía acerque nuestros corazones, secos como la hierba o como el leño, al Fuego de Amor del Corazón Eucarístico de Jesús, para que al contacto con sus llamas, se enciendan en este Divino Fuego y se conviertan en brasas ardientes e incandescentes, que iluminen el mundo en tinieblas con la luz de Cristo y que den el calor del Amor de Jesús Eucaristía, a un mundo que yace en las heladas y sombrías tinieblas de muerte. Que la Virgen de la Eucaristía nos conceda la gracia de que en nuestros corazones se verifique la conversión eucarística, para que Jesús Eucaristía, Rey de reyes y Señor de señores, reine en ellos para siempre, en el tiempo y en la eternidad.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.






[1] Cfr. 3, 20.

viernes, 4 de agosto de 2017

Hora Santa en reparación por ataque incendiario a la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid 230617


Los artefactos incendiarios han dañado una de las tallas que se encontraban en la capilla/Arzobispado de Madrid.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por el sacrílego ataque incendiario contra la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid. La información pertinente a tan lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente enlace:
https://www.actuall.com/laicismo/intentan-quemar-la-capilla-de-la-autonoma-de-madrid-que-ha-amanecido-con-la-pintada-la-iglesia-que-ilumina-es-la-que-arde/ Los atacantes, además de arrojar un elemento incendiario, dejaron escritos en las paredes, como el que sigue: “La iglesia que ilumina es la que arde”. El fuego, si bien fue sofocado a tiempo, provocó daños en “en las paredes, el suelo, en una imagen de San José y en una puerta”.
         Basaremos nuestras meditaciones en oraciones eucarísticas de San Juan Crisóstomo, San Ambrosio y San Pedro Julián Eymard, realizando paráfrasis de las mismas, esto es, intercalando reflexiones nuestras, para ayudarnos así a meditar y orar con ellas: en las meditaciones, las cursivas corresponden a las oraciones originales, y luego va nuestra paráfrasis.

         Canción inicial: “Cristianos venid; cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

         ¡Oh Señor!, yo creo y profeso que Tú eres el Cristo Verdadero, el Hijo de Dios vivo que vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero![1] ¡Oh Jesús Eucaristía, yo creo, espero, te adoro y te amo, y creo firmemente que estás en Persona en el Santísimo Sacramento del altar; creo que Tú, en la Eucaristía, eres el Hijo Único de Dios, el Mesías, el Hijo del Dios Altísimo, el que habría de venir a este mundo para salvarnos a nosotros, los pecadores, de los cuales yo soy el primero y el peor! Acéptame como participante de tu Cena Mística, ¡oh Hijo de Dios! No revelaré tu Misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como lo hizo Judas, sino que como el buen ladrón te reconozco. Recuérdame, ¡Oh Señor!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Maestro!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Santo!, cuando llegues a tu Reino. Jesús Eucaristía, Tú te donas a Ti mismo, con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el banquete celestial, la Santa Misa: mira que soy como el pobre Lázaro, indigente, herido por mis pecados, hambriento de verdad, sediento de amor, aliméntame con tu substancia divina, dame tu Cuerpo sacramentado, que contiene la Vida y el Amor divinos. Acuérdate de mí, pobre pecador, Tú que eres el Dios del sagrario, el Dios de la Eucaristía, Rey de reyes, a Quien los cielos eternos no pueden contener, tan grande es tu majestad y tu divinidad; acuérdate de mí, que vivo en “tinieblas y sombra de muerte”, y hazme vivir en tu Reino, ya desde esta vida, por medio de la comunión eucarística. Que mi participación en tus Santos Misterios, ¡Oh Señor! no sea para mi juicio o condenación, sino para sanar mi alma y mi cuerpo. ¡Oh Señor!, yo también creo y profeso que lo que estoy a punto de recibir es verdaderamente tu Preciosísimo Cuerpo y tu Sangre Vivificante, los cuales ruego me hagas digno de recibir, para la remisión de todos mis pecados y la vida eterna. ¡Oh Dios!, se misericordioso conmigo, pecador. ¡Oh Dios!, límpiame de mis pecados y ten misericordia de mí. ¡Oh Dios!, perdóname, porque he pecado incontables veces. Amén. Oh Jesús Eucaristía!, haz que yo participe de la Santa Misa y de la Comunión Eucarística, iluminado por tu Espíritu Santo, única manera de vivir los santos misterios de tu redención de modo pleno; no permitas que me acerque a comulgar indignamente, para que no coma y beba mi propia condenación, sino que, recibiéndote con mi corazón en estado de gracia, sea capaz de vivir la vida nueva de la gracia, la vida que Tú nos comunicas, oh Dios del sagrario, y así deje yo de vivir la vida del hombre viejo, el hombre atraído por la concupiscencia y el pecado. ¡Oh Cordero de Dios, Jesús Eucaristía!, purifícame y limpia mis pecados con la Sangre tu Corazón Sacratísimo, para que viva yo revestido de tu gracia. Amén.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Señor mío Jesucristo[2], me acerco a tu altar lleno de temor por mis pecados, pero también lleno de confianza porque estoy seguro de tu misericordia. Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder, con mis miserias y temores me acerco a Ti, fuente de misericordia y de perdón; vengo a refugiarme en Ti, que has dado la vida por salvarme, antes de que llegues como juez a pedirme cuentas. Oh Jesús, cuando me acerco a comulgar, tengo temor de mis pecados, pero al mismo tiempo, me invade una gran confianza en tu infinita misericordia, y aunque soy “nada más pecado”, para comulgar, dejo mi pecado en la confesión sacramental, y me acerco con mi nada, para que Tú, que eres el Dios que lo es Todo, llenes mi nada con tu infinito y eterno Amor. Señor no me da vergüenza descubrirte a Ti mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y magnitud sólo Tú conoces; pero confío en tu infinita misericordia. Sé que a tus divinos ojos aparezco como lo que realmente soy: un alma cubierta de llagas, que son mis innumerables pecados, pero también sé que Tú eres el Médico Divino, oh Jesús Eucaristía, y es por eso que me acerco a Ti, confiado, para recibir el aceite de la gracia, que cura mis heridas, para así recibirte con un corazón purificado e iluminado por tu gracia. Señor mío Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues espero en Ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, Tú que eres fuente inagotable de amor. Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Dios de la Eucaristía, Tú que eres el Rey de reyes y Señor de señores, Tú que reinas desde el madero de la Cruz y desde la Eucaristía, ten piedad de mí, mírame con ojos de compasión y misericordia, Tú, que por amor a mí, te hiciste hombre sin dejar de ser Dios y luego de morir en cruz y resucitar, te quedas en la Eucaristía, en apariencia de pan, aunque ya no es pan sino Tú, oh Dios eterno, oculto en algo que parece pan, pero ya no lo es.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Te adoro, Señor, porque diste tu vida en la Cruz y te ofreciste en ella como Redentor por todos los hombres y especialmente por mí. Adoro Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas y ha purificado al mundo de sus pecados. Te adoro, Jesús Eucaristía, porque diste tu vida en la Cruz por mi salvación y por la salvación de todos los hombres, y para que los hombres de todos los tiempos tuvieran acceso a la Fuente de Vida que eres Tú mismo en la Cruz, renuevas y actualizas de modo incruento y sacramental, por el poder del Espíritu Santo, por la liturgia eucarística, tu sacrificio redentor, en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. Así, en el altar eucarístico haces lo mismo que en el Calvario, sobre la Cruz: entregas tu Cuerpo en la Eucaristía y derramas tu Sangre en el Cáliz de salvación, para que cayendo sobre el mundo entero, el océano de tu misericordia purifique al mundo de sus pecados. Mira, Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por Ti. Me arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias. Purifícame de todos mis maldades para que pueda recibir menos indignamente tu sagrada comunión. Que tu Cuerpo y tu Sangre me ayuden, Señor, a obtener de Ti el perdón de mis pecados y la satisfacción de mis culpas; me libren de mis malos pensamientos, renueven en mi los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo. Amén. Mírame, oh Jesús Eucaristía, mi Dios, mi Creador, mi Redentor, mi Santificador, y ten compasión de mí, pobre pecador; concédeme, por intercesión de María Santísima, la gracia de un corazón contrito y humillado, pleno de la gracia santificante obtenida en la Confesión Sacramental, para que así me acerque menos indignamente a recibir la Comunión, tu Cuerpo y tu Sangre que me harán participar de tus santos sentimientos, me unirán a Ti de tal manera que seré una sola cosa en Ti, cumpliendo tu Voluntad en todo momento, y me protegerán de todo mal, el principal de todos, el vivir alejado de Ti.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La sagrada Eucaristía es Jesús pasado, presente y futuro... Es Jesús hecho sacramento. Bienaventurada el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía, y en Jesús Hostia todo[3]. “Dios es su misma eternidad” y la eternidad está por encima de todo tiempo, pasado, presente y futuro; en la Eucaristía está Dios Hijo encarnado, que es la eternidad en sí misma, y por lo tanto, ante Jesús Eucaristía está toda mi existencia, todo mi pasado, mi presente y mi futuro, y por lo tanto Jesús Eucaristía es, literalmente, mi vida toda, en donde toda mi vida, mi ser y mi existir, encuentran su sentido, su razón de ser, porque fui creado por el Dios de la Eucaristía, para gozarme y alegrarme, en la eternidad, ante el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, el Cordero de Dios. Ante la Eucaristía, el alma que la contempla y la adora, desea vivamente ser unido, por el Espíritu Santo, al Cuerpo sacramentado de Cristo, esto es, la Santa Comunión, y es por eso que la adoración eucarística se acompaña del vivo deseo de comulgar. Por otra parte, siendo la Santa Misa el lugar y el momento en el que se confecciona la Sagrada Eucaristía, cuyo fin principal, además de la acción de gracias, la expiación y la petición, es la adoración a la Trinidad, el alma que asiste a la Santa Misa experimenta un profundo deseo de adorar la Eucaristía que se confecciona en el altar, porque esa Eucaristía es el Cordero de Dios, Cristo Jesús, el mismo Cordero que es adorado en los cielos por ángeles y santos. La adoración eucarística, entonces, se debe acompañar del deseo de comulgar en la Santa Misa, y la Comunión Eucarística, realizada en la Santa Misa, debe ser precedida por la adoración a la Eucaristía, al Cordero de Dios, Cristo Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Eucaristía es, para el alma, el alimento cotidiano; es la respuesta de Dios al pedido que hacemos en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, porque allí pedimos no solo el alimento material, sino ante todo, el alimento espiritual, y este alimento espiritual es el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, el Pan de Vida eterna. Al igual que el pan material, nos alimenta, pero a diferencia de este último, que alimenta el cuerpo y se transforma, al ser digerido, en parte de nuestro cuerpo, el Pan Eucarístico nos alimenta el alma, con la substancia misma de Dios, y en vez de transformarse Él en nosotros, somos nosotros los que, por el Espíritu Santo, somos asimilados al Cuerpo Místico de Cristo, luego de consumir este Pan celestial.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.






[1] San Juan Crisóstomo, Oh Señor, yo creo.
[2] San Ambrosio, Me acerco a tu altar.
[3] Textos de San Pedro Julián Eymard sobre la Eucaristía.