Introducción:
El mundo de hoy, sumergido en el
materialismo, no ve provecho alguno en una actividad como la Adoración
Eucarística, a la cual considera como “pérdida de tiempo”, porque no es
“lucrativa”. Sin embargo, la Adoración Eucarística no es “pérdida de tiempo”,
sino “ganancia de eternidad”, y es más que “lucrativa”, pues nos permite
ganarnos el Cielo, ya desde la tierra. Venimos ante la Presencia sacramental de
Jesús, el Hombre-Dios, para buscar de adorarlo “en espíritu y en verdad”, tal
como lo adoran en el Cielo los ángeles y los santos. Invocamos la ayuda y la
guía de nuestra Madre del Cielo, María Santísima, para que sea Ella quien
conduzca nuestras oraciones y las presente al Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús. Pedimos también auxilio a nuestro ángel custodio, para que rece junto a
nosotros y eleve nuestras oraciones al Cielo.
Canto
inicial: Cristianos venid,
cristianos llegad, a adorar a Cristo.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
Meditación:
-Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, te agradezco que hayas pronunciado mi nombre y
que me hayas atraído con los rayos de tu Luz, y que hayas encendido el cirio de
Amor y Fe que depositaste en mi bautismo. Te agradezco, Pastor Eterno, que con
tus dulces silbos amorosos, me sacaste del mundo, en donde me encontraba
aturdido y confuso, para venir ante Ti, oh Dios de majestad infinita, a cumplir
una labor de ángeles, la Adoración Eucarística. Y junto al agradecimiento,
elevo desde ya una súplica por mis hermanos, los hombres, que al igual que yo
antes de ser llamado por ti, están absortos en los espejismos mundanos, y
caminan desorientados en el desierto de la vida, sin darse cuenta que sólo Tú
eres Camino, Verdad y Vida; viven sedientos de amor, de alegría, de paz, y la
buscan infructuosamente en las criaturas, sin darse cuenta que sólo Tú eres
Amor eterno, Alegría infinita, y Paz verdadera. Ten compasión, oh Dios del
Sagrario, Dios de la Eucaristía, de la Humanidad, que, ausente de tus caminos,
vaga errante en busca de otros dioses, dioses falaces, dioses que los
enmudecen, los enceguecen y ensordecen a vuestra Presencia, dejándoles en el
corazón sólo hastío y vacío.
-Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, que has querido llamarme, despertándome de mi
letargo espiritual, así como llamaste a tus discípulos en el Huerto, para que
te acompañasen orando en las durísimas y amarguísimas Horas de tu Pasión, no
permitas que caiga en el sueño de la indiferencia a tu Presencia sacramental, y
dame Tú mismo las fuerzas y el amor necesarios para cumplir con lo que me
pides, la Adoración Eucarística, y así estaré junto Contigo en el Sagrario,
orando por la salvación de los hombres.
-Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, en el Huerto no tuviste consuelo, porque fuiste
de tus discípulos abandonado, te ofrezco mi pobre y mísero corazón, lleno de
miseria, que con justa razón debe ser llamado “nada más pecado”, como refugio
para que descanses en él, para que así se mitigue, aunque sea en algo, el
doloroso abandono en el que tienen los cristianos, aquellos llamados a amarte
en el tiempo y en la eternidad, y que en vez de hacerlo, se han dedicado a
excavar “cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (cfr. Jn 4, 14), no retienen el Agua
cristalina de la gracia, que brota de tu Sagrado Corazón como de una fuente
inagotable.
-Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, toma mi pobre y mísero corazón, abro sus pequeñas
puertas de par en par, para recibirte, porque escuché los suaves golpes que
dabas, queriendo entrar, tal como lo dices en la Escritura: “He aquí que estoy
a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en él y
cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3,
20). Entra, cena conmigo, sólo tengo para darte el mendrugo duro de mi pecado;
Tú en cambio dame como alimento tu substancia divina en la Eucaristía. Entra en
mi pobre corazón, para que yo te haga compañía, por quienes son indiferentes a
tu Presencia sacramental; entra, para que mi pobre corazón te sirva como alivio
a tu soledad, soledad del Sagrario, más cruel que la del Getsemaní, porque
quienes deberían adorarte están ocupados en sus asuntos banales. Entra, y
lávame con tu preciosísima Sangre; entra, porque estoy aquí porque te amo,
porque has atraído la insignificancia de mi ser ante tu majestuosa Presencia
sacramental.
Peticiones:
respondemos: Por María, Madre de la
Eucaristía, escúchanos Señor.
-Por
los sacerdotes, a quienes has encargado la nobilísima tarea de celebrar el
Santo Sacrificio del altar, para que sean cada vez más conscientes de su
sagrado deber. Oremos.
-Por
los laicos, llamados a ser “luz del mundo y sal de la tierra”, para que dejen
de lado los falsos atractivos del mundo y den testimonio de Ti, resucitado y
glorioso en la Eucaristía. Oremos.
-Por
los sacrilegios, por las irreverencias en los Templos, por la profanación de
los días santos, usados para la diversión y el paseo, y no para adorarte, te
pedimos perdón, oh Señor Jesús. Oremos.
-Por los que
no te conocen, y viven inmersos en el mundo, para que los ilumines acerca de tu
Presencia sacramental, y vengan a adorarte y alegrarse en tu contemplación.
Oremos.
Meditación
final: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que estás vivo en la Hostia
consagrada, debo ya retirarme, para cumplir con mis deberes cotidianos de
cristiano, deberes a través de los cuales quiero comunicar al mundo que te
encuentras Prisionero de Amor en el sagrario. Finaliza esta hora de adoración,
y me retiro, pero al mismo tiempo, dejo
mi corazón al pie del sagrario, y te pido que me concedas la gracia de pensar
siempre en Ti, y de tener, en mi mente y en mi corazón, Tu Presencia
eucarística. Amén.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón
por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
Canto
de despedida: Te adoramos,
Hostia divina.