jueves, 25 de febrero de 2016

Hora Santa en reparación por el Padrenuestro blasfemo en España


         Inicio: No se nos ocurre otra cosa para reparar –además de pedir por la conversión de quienes, dándose de “iluminados”, muestran sin embargo una mentalidad oscura, arcaica y retrógrada-, que ofrecer esta meditación en la que nos parece entrever cómo el Padrenuestro –el único, el verdadero, el real, el enseñado por Nuestro Señor Jesucristo- se vive en la Santa Misa. Al respecto, recordamos que no es el primer Padrenuestro blasfemo: le antecede el abominable “padrenuestro chavista” titulado por sus pergeñadores: “Chávez nuestro que estás en el cielo”. Las noticias respectivas las pueden encontrar en las siguientes direcciones electrónicas: http://www.religionenlibertad.com/leen-una-version-blasfema-del-padrenuestro-en-un-acto-institucional-presidido-47835.htm; http://www.religionenlibertad.com/la-nueva-oracion-oficial-del-chavismo-venezolano-chavez-nuestro-que-estas-37430.htm ; Este segundo, peca más de patético que de blasfemo, aunque no deja de ser un horrible sacrilegio, al igual que el primero. Es en reparación por estos ultrajes a Dios Padre, que ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“Padrenuestro que estás en el cielo”: mientras que en la primera petición de la oración de Jesús nos dirigimos a Dios, Nuestro Padre, que “está en el cielo”, y para hacerlo nos postramos ante la cruz de Jesús, porque Jesús nos ha dicho: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6), y “Nadie conoce al Padre sino aquel a quien el Hijo le da a conocer” (cfr. Mt 11, 27), en la Santa Misa, la petición se hace realidad, porque el altar eucarístico, en la Santa Misa, deja de ser un elemento de material y concreto, para convertirse en una parte del cielo, en la parte del cielo en donde está el trono de la majestad de Dios, en donde está Dios, Nuestro Padre, rodeado de ángeles y santos que le tributan adoración, honor y gloria, por los  hombres ingratos que aquí en la tierra, o lo olvidan, o lo insultan; además, en la Santa Misa, quien eleva al Padre la oración del corazón que podamos hacerle, es el Sagrado Corazón traspasado de Jesús, que en el altar se hace Presente en Persona, renovando su sacrificio en cruz, de modo incruento y sacramental.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         “Santificado sea Tu Nombre”: en esta oración, pedimos a Dios, Nuestro Padre, que “su Nombre sea santificado”, porque sólo Dios es Santo, Tres veces Santo, y es por eso que los ángeles se postran ante Él adorándolo y proclamando sin cesar, como lo describe el profeta Isaías: “Vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime. Había ante El Serafines. / Los unos a los otros se gritaban y respondían: / Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, / está llena la tierra de su gloria' (6, 1-3)”. En la Misa, quien santifica por nosotros al Nombre de Dios es Jesucristo, Dios Hijo Encarnado, desde el Trono Santo de la Santa Cruz, procurando a Dios con este sacrificio una gloria infinita y eterna, pero al mismo tiempo y tal como sucede en los cielos, también en el altar eucarístico los ángeles entonan el triple “Sanctus” con el cual santifican el Nombre de Dios y del Cordero.
“Venga a nosotros tu Reino”: pedimos en el Padrenuestro que venga a nosotros el Reino de Dios, pero por la Santa Misa, más que venir a nosotros el Reino viene, en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, el Rey de este reino celestial, Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y viene de tal manera que, en el alma que lo recibe sacramentalmente en gracia, este Rey celestial que es Nuestro Señor Jesucristo, establece su Reino, que es el Reino del Padre, en el alma, de manera tal que el alma, que pedía en el Padrenuestro que viniera el Reino de Dios, se ve convertida ella misma, en porción viviente del feliz Reino de Dios, que alberga y adora, en su castillo interior, esto es su corazón, al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios, siempre santa, es que “todos nos salvemos”, porque Dios, que es un Padre amoroso, no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, sino que estén con Él, por toda la eternidad, en el Reino celestial, y es para eso que ha enviado a su Hijo Jesús, a morir en cruz. Esta voluntad santísima de Dios, se vive en la Santa Misa, porque es allí en donde Jesús, el Hijo de Dios, renovando su sacrificio de la cruz, de modo incruento y sacramental, nos alcanza, a los hombres de todos los tiempos, los frutos de la Redención, al actualizar sobre el altar eucarístico el único y mismo sacrificio del Calvario. De modo que en la Santa Misa vivimos, gracias al sacrificio de Jesús, la voluntad de Dios, que es que nos salvemos por medio de nuestra unión y participación al sacrificio en cruz de Jesús.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: pedimos en el Padrenuestro “el pan de cada día”, es decir, acudimos a la bondad de Nuestro Padre celestial para que no nos falte el sustento material, para que por medio del trabajo honesto de todos los días, glorifiquemos a Dios que en el Génesis mandó que “ganáramos el pan cotidiano con el sudor de la frente” (). Pero en la Santa Misa, Dios no solo escucha nuestras oraciones en las que pedimos el pan material y terreno; puesto que su bondad es infinita y su amor misericordioso no conoce límites por nosotros, nos concede algo que ni siquiera podíamos imaginarnos, y es el pan, sí, pero no el mero pan terreno, sin vida, sino el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, el Verdadero Maná bajado del cielo, que alimenta y nutre nuestras almas con la substancia misma de la divinidad, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Si los israelitas en el desierto se alimentaron con un maná milagroso, bajado del cielo, dado por Moisés, y así pudieron atravesar el desierto para llegar a la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena, nosotros en la Misa recibimos el verdadero Maná, dado por Dios Nuestro Padre, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado, que nos permite, al infundirnos la fortaleza misma del Ser divino trinitario, atravesar el desierto de la vida para llegar a la Tierra Prometida, la Jerusalén celestial. Es por esto que, en el Padrenuestro, la petición del “pan de cada día” se ve cumplida de un modo que ni siquiera podríamos llegar a imaginarnos.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: pedimos en el Padrenuestro a Dios que nos perdone nuestras ofensas, nuestros pecados, nuestros actos de malicia, cometidos contra Él y contra nuestro prójimo, al tiempo que damos nuestra palabra de perdonar nosotros a quienes nos hayan ofendido. Esta petición se vive en la Santa Misa, porque el Padre, incluso antes que seamos capaces de formularla, nos concede lo que le pedimos, porque por el Santo Sacrificio del Altar, Jesús nos otorga, al precio de su Cuerpo entregado en la Eucaristía y de su Sangre derramada en el Cáliz de salvación, el perdón de Dios Padre, de modo que su Cuerpo y su Sangre en el altar son el signo del perdón de Dios. A la vez, Jesús en la cruz es nuestro modelo para que cumplamos lo que prometemos a Dios Padre, el perdonar a quien nos ha ofendido, pero no es sólo modelo, sino que su Sagrado Corazón Eucarístico es la Fuente viva del Divino Amor, que nos da la fuerza celestial necesaria para perdonar y amar a nuestros enemigos, con el mismo Divino Amor con el cual Jesús nos perdonó y amó desde la cruz.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

“No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”: puesto que somos débiles y “seremos tentados hasta el fin de nuestra vida terrena”, como dice el Santo Cura de Ars, pedimos a Dios, Nuestro Padre del cielo, que nos proteja con su omnipotencia y no permita que por debilidad seamos engañados por la seducción de la tentación,; al mismo tiempo, pedimos ser “librados del mal”, pero no del mal en un sentido genérico, sino del mal personificado en una persona angélica, el Demonio, y esto porque sólo Dios puede rechazar las acechanzas con las que el Ángel caído procura constantemente nuestra eterna perdición. En la Santa Misa, Dios responde a nuestra petición, porque nos envía a su Hijo Jesús que por su sacrificio de la cruz, no solo vence para siempre al Tentador, el Demonio, librándonos de eterno mal, sino que nos concede la gracia, por la comunión de su Cuerpo y su Sangre, de concedernos su Vida eterna, la vida divina que brota de su Ser trinitario, la Vida que es vida santa, vida por la cual rechazamos el mal y la tentación, que es su antesala, vida por la cual participamos de la santidad misma de Dios y que por lo tanto hace huir de nuestra presencia al Ángel caído. Por la Santa Misa, Jesús nos libra del Maligno, el Tentador, la fuente de la tentación, y nos concede aquello que repulsa radicalmente al mal, su Vida divina y con su Vida divina, su misma santidad.

Meditación final.

“Amén”: “Amén” quiere decir “así sea” y finalizamos la oración del Padrenuestro de esta manera, porque así expresamos nuestra confianza en la infinita bondad y en la Divina Misericordia de Nuestro Padre del cielo, que habrá de concedernos todas y cada una de las peticiones contenidas en esta oración, porque es una oración enseñada por Jesús y, por lo tanto, contiene lo necesario tanto para alabar a Dios, como para conseguir nuestra salvación. En la Santa Misa, como vimos, todas estas peticiones están concedidas y se viven, por el misterio de la liturgia eucarística, y es por eso que también nosotros, delante de la Presencia del Dios de la Eucaristía, y reconociendo su Omnipotencia, su Gloria, su Majestad, las Prerrogativas y su condición de ser el “Rey de reyes y Señor de señores”, decimos “Amén”, “Así sea, como era en un principio, ahora y siempre, y por los siglos sin fin”.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la cruz de su Hijo”.


jueves, 18 de febrero de 2016

Hora Santa y rezo del Rosario en reparación a los ultrajes a la Madre de Dios en Pamplona


Procesión blasfema en Pamplona, febrero de 2016.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en reparación por los ultrajes cometidos contra la Madre de Dios –y, en consecuencia, también contra su Hijo, Cristo Dios- en su advocación de “Nuestra Señora de los Dolores” o “Nuestra Señora de la soledad” en Pamplona, España, en el mes de febrero de 2016, según lo consignan los siguientes sitios digitales: http://infovaticana.com/blog/cigona/nueva-profanacion-y-provocacion-en-pamplona/; http://elirrintzi.blogspot.com.es/2016/02/una-nueva-profanacion-nuevo-desagraqvio.html; https://www.youtube.com/watch?v=o3ILvPRuPAg
La lamentable profanación consistió en una blasfema parodia de los tradicionales “pasos” -procesión de imágenes sagradas portadas por sus respectivas cofradías- por las calles de Pamplona, en donde la Madre de Dios fue ultrajada al llevarse en procesión una imagen que remedaba en todo a la Nuestra Señora de los Dolores, pero que en vez del rostro de la Virgen, la imagen tenía el rostro del Demonio. Deseamos que Nuestra Señora de los Dolores socorra a estos pobres infelices, cuando se encuentren cara a cara con aquél a quien sirven, el Demonio, al tiempo que le pedimos que interceda ante su Hijo Jesús por la conversión de quienes cometieron tan lamentable acto –también pedimos por nuestra conversión y la de nuestros seres queridos-. Es entonces en reparación por este ultraje sufrido contra la Madre de Dios que ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Rosario meditado.

Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

 Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santa María, Virgen Pura e Inmaculada, Llena de gracia, concebida sin mancha del pecado original e inhabitada desde tu Concepción Purísima por el Espíritu Santo, tú eres la Madre de Dios por privilegio divino, pero también eres Nuestra Madre celestial porque nos engendraste en tu Inmaculado Corazón en la cima del Monte Calvario, el Viernes Santo, como pedido de tu Hijo, el Hijo de Dios, Cristo Jesús. Al nombrarte como Nuestra Madre celestial, Jesús nos entregaba lo más preciado para Él en esta vida terrena, su Madre amantísima y es por eso que nosotros, tus hijos, nacidos al pie de la cruz, queremos decirte que te honramos, te veneramos, te ensalzamos, por el doble prodigio concedido a ti por la Trinidad, el ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo y es en nuestra condición de hijos de tu Inmaculado Corazón que pedimos perdón y reparamos por los ultrajes cometidos contra ti, al tiempo que imploramos que intercedas ante tu Hijo para que otorgue a los profanadores de tu imagen y del Santísimo Nombre de Jesús, la gracia de la contrición perfecta del corazón. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

María Santísima fue concebida Inmaculada y Llena de gracia porque estaba destinada a ser, por la Encarnación y Nacimiento del Verbo de Dios, la Madre de Dios Hijo. Su seno purísimo fue la cuna, más preciosa que el oro, en donde el Verbo de Dios Encarnado se alojó durante nueve meses al tomar la forma de un embrión humano, recibiendo de María Santísima todos los nutrientes necesarios para el correcto desarrollo de su naturaleza humana, unida a la divinidad. Pero antes de concebir en su seno purísimo, la Virgen ya había concebido a la Palabra de Dios en su mente y en su corazón: en su mente, porque creyó a la Palabra de Dios que se le revelaba por medio del Arcángel Gabriel; en su corazón, porque amó a la Palabra de Dios más que a cualquier otra cosa en la vida. Así, la Virgen es nuestro modelo para recibir a la Palabra de Dios encarnada y glorificada en la Eucaristía: con la mente unida estrechamente a la Verdad de Dios Encarnada, Jesucristo, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, rechazando toda duda acerca de esta verdad de Fe y rechazando también los errores acerca de la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía. La Virgen es nuestro modelo para recibir en el corazón a Jesús Eucaristía, porque Ella amó a su Hijo, que era Dios, y todo lo que amó fuera de su Hijo, lo amó por Él, para Él y en Él: así también nosotros, no debemos amar a nada ni a nadie que no sea Jesús Eucaristía, y si amamos algo fuera de Jesús Eucaristía, lo debemos amar en la Eucaristía, por la Eucaristía y para la Eucaristía. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Una vez nacido el Niño, María Santísima llevó a su Hijo al templo para presentarlo ante el Señor tal como prescribía la ley, el consagrar a Dios a los primogénitos (cfr. Lc 2, 22-40). Este episodio del Evangelio nos revela el porqué de la advocación de María Santísima como “Nuestra Señora de la Candelaria”: ingresando en el templo con su Hijo recién nacido en brazos, es como cuando alguien ingresa en una habitación a oscuras con una candela encendida, porque el Hijo que lleva María Santísima no es un niño más entre tantos, sino el Hijo de Dios; es Dios Hijo que, en cuanto Dios, es Luz, puesto que la naturaleza divina es luminosa e irradia la luz de la gloria divina, una luz más brillante que cientos de miles de soles juntos, una luz que es vida y vida eterna, porque es la luz misma del Ser divino trinitario. El Niño que lleva María entre sus brazos es la “Luz del mundo” (cfr. Jn 8, 12), es la Candela celestial que alumbra a todo hombre que nace en este mundo, un mundo inmerso en las “tinieblas y sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 68-79). Ingresando al templo con su Hijo en brazos, la Virgen se convierte en “Nuestra Señora de la Candelaria”, porque es la portadora de la luz eterna de Dios, que a través suyo se esparce sobre los hombres. Entonces, allí donde va María, va la luz de Cristo; va Cristo, que es Luz divina y porque es Luz divina disipa las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, y sobre todo disipa y dispersa a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los tenebrosos y siniestros “espíritus de las alturas” (cfr. Ef 6, 12). Cuando un alma rechaza a María Santísima –como sucede con quienes ultrajan su nombre- rechaza la Luz Eterna, Cristo Dios, que Ella porta para el mundo y se queda a oscuras, inmerso en las tinieblas, apartado del Salvador por propia voluntad: ofender a María es ofender a su Hijo Dios; honrar a María, es honrar a su Hijo, Cristo Dios. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

San José -esposo meramente legal de la Virgen, varón casto y puro-, recibió en sueños el aviso por parte del ángel de que el rey Herodes “buscaba al niño para matarlo” y que por lo tanto debía la Sagrada Familia huir a Egipto (cfr. Lc 2, 13ss). Obedeciendo a la Voluntad de Dios transmitida por el Ángel, la Virgen Santísima tomó al Niño entre sus brazos, emprendiendo con San José un largo y peligroso camino para poner a salvo a su Hijo de las intenciones homicidas del rey Herodes, instrumento del Maligno: “La mujer huyó al desierto con el Niño, para ponerlo a salvo del Dragón” (cfr. Ap 12, 1-6). “El Dragón Grande Rojo, la serpiente antigua” (Ap 12, 9) es el que “persigue a la Mujer” (cfr. v.13), que es la Madre de Dios con su Hijo, Jesucristo -pero también es la Iglesia de Cristo y los bautizados-, y “hace la guerra” (cfr. v. 17) contra los hijos de Dios, descendientes de la Mujer. Pero la Virgen no solo cuidó con inefable amor maternal a su Hijo durante la Huida a Egipto, sino a lo largo de toda su vida terrena, desde el momento mismo de la Encarnación, y luego cuidó de Él durante toda su vida oculta, su niñez y juventud, y cuidó también de Él cuando llegó el tiempo de su predicación pública, pero muy especialmente acompañó la Virgen a su Hijo en la Pasión y en el Via Crucis. Fue aquí en el Calvario, cuando su Hijo fue crucificado, que Nuestra Señora de los Dolores permaneció de pie, junto a la cruz de Jesús, quedándose a su lado y cuidándolo con todo amor todo el tiempo que duró su dolorosísima agonía, hasta su Muerte preciosísima. También con nosotros, sus hijos adoptivos -nacidos al pie de la cruz y engendrados por el Divino Amor en el Inmaculado Corazón de María-, la Virgen se comporta como Madre amorosísima, protegiéndonos y cuidándonos en todo momento, nutriendo nuestras almas con el Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús en la Eucaristía, cubriéndonos con su manto celestial, cobijándonos entre sus brazos y, sobre todo, ayudándonos a llevar nuestra cruz de cada día, para que en esta vida caminemos siempre detrás de Jesús, que va con la cruz a cuestas por el camino del Calvario, para que tomando parte en sus sufrimientos en esta vida, seamos luego dignos de participar de su gloria en la eternidad, en el Reino de los cielos. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En las Bodas de Caná, Jesús realiza su primer milagro público, con el cual “manifiesta su gloria”, iniciando así su predicación de la Buena Noticia (cfr. Jn 2, 17). El prodigio realizado por Nuestro Señor fue en favor de unos esposos que “se habían quedado sin vino”: convirtió el agua de las tinajas de piedra en “vino de exquisita calidad”, para alegría y dicha de los esposos y gracias a este milagro, estos pudieron celebrar dignamente su amor esponsal. Pero en las Bodas de Caná no sólo se manifestó públicamente Nuestro Señor como Dios, Dueño y Señor de la Creación: las Bodas fueron también el episodio del Evangelio en el que la Madre de Dios se manifestó públicamente como Omnipotencia Suplicante, porque fue la primera intercesión pública de María Santísima ante la Santísima Trinidad. Pero si los esposos de Caná tuvieron la dicha de que su boda no fuera ensombrecida por la falta de vino, eso se debió a Jesús, que hizo el milagro con su divino poder –al convertir el agua en vino, prefiguraba así el milagro de la Misa, en el que el vino se convierte en su Sangre-, pero también se debió a María Santísima, que fue la que intercedió y suplicó a su Hijo, para que hiciera un milagro que no estaba dispuesto a hacer –“¿A ti y a Mí, qué, mujer?”-; intercedió ante Dios Padre, que tampoco quería hacer el milagro porque “aún no había llegado su Hora”; intercedió ante Dios Espíritu Santo para que revelara, de modo anticipado, el Amor de Dios hacia los esposos y hacia la humanidad toda. Que nuestros corazones, vacíos y duros, como las tinajas de Caná, por intercesión de María Santísima, queden vacíos de amores mundanos, se llenen luego de la gracia santificante y, por último, queden colmados con la Sangre del Cordero de Dios. ¡Oh María Santísima, Virgen Santa y Pura, te pedimos que no les tengas en cuenta, a nuestros hermanos, sus ultrajes y sacrilegios y que intercedas para obtener de tu Hijo la gracia de la conversión! Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.

Meditación final.

Nuestra Señora de los Dolores, la Virgen Santísima, que estuvo al pie de la cruz de Jesús, ofreciendo su Hijo al Padre por nuestra salvación, está también al pie del altar eucarístico, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, renovando Ella su ofrecimiento, junto al sacerdote ministerial, a Jesús Eucaristía, para que nosotros, que vivimos en el siglo XXI, seamos capaces de alcanzar los frutos de la Redención, obtenidos al precio altísimo de la Sangre del Cordero. La Virgen también está al pie del sagrario, adorando a su Hijo Jesús en la Eucaristía, reparando por quienes lo ofenden, creyendo por quienes no creen, esperando por quienes no esperan, amando por quienes no lo aman, adorando por quienes no adoran y así la Virgen se convierte en nuestro modelo inigualable para creer, amar, esperar y adorar a su Hijo en la Cruz, en la Santa Misa y en la Adoración Eucarística.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra”.



jueves, 4 de febrero de 2016

Hora Santa en reparación por las iglesias, imágenes sagradas y altares eucarísticos profanados


Altar eucarístico de madera, totalmente incinerado.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por las iglesias, imágenes sagradas y altares eucarísticos profanados a lo largo y ancho del mundo. Las respectivas noticias acerca de estas penosas profanaciones pueden encontrarse en los siguientes sitios electrónicos: http://www.actuall.com/laicismo/profanan-una-iglesia-en-francia-e-incendian-el-retrato-de-la-virgen/; http://gaceta.es/noticias/atacan-profanan-tres-iglesias-sevilla-lugo-26012016-1852; https://www.aciprensa.com/noticias/domingo-tragico-en-francia-eucaristia-profanada-iglesias-incendiadas-y-cruz-derribada-75964/

Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

Cuando se profana una iglesia, una imagen sagrada, o un  altar, lo que se pretende, en realidad, es quitar de en medio de los hombres la memoria y la Presencia del Dios del sagrario, Cristo Jesús. La Iglesia terrena, compuesta de edificios materiales, es imagen de la Iglesia celestial, en la que se adora al Cordero; la imagen sagrada, es representación, en la tierra, del Hombre-Dios Jesucristo; el altar eucarístico, es el lugar sagrado en donde se confecciona el Santo Sacramento del Altar, la Eucaristía, el Alimento celestial, el Pan de ángeles con el que los hombres, al alimentarse, se nutren del Amor de Dios. Es por esto que decimos que la quema de iglesias y de imágenes sagradas y la profanación de altares, sagrarios y Eucaristías, persiguen un único fin: hacer desaparecer, de la faz de la tierra -y, sobre todo, de la inteligencia y del corazón de los hombres-, no solo la Presencia Eucarística sacramental de Jesús, la Eucaristía, sino hasta su recuerdo mismo. En la Iglesia, lo más valioso que hay, luego del sagrario, que contiene la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo, es el altar eucarístico, que en la Santa Misa se convierte en una parte del cielo, en donde el Cordero de Dios, por el misterio de la liturgia eucarística y por el poder del Espíritu Santo, renueva de modo incruento y sacramental su Santo Sacrificio de la Cruz, para que los hombres de todo tiempo y lugar tengan a su alcance y disposición el fruto santo de la Redención, la gracia santificante, obtenida al precio altísimo de su Sangre derramada en la cruz y vertida en el cáliz de la Santa Misa. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados. Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Sobre el altar eucarístico se opera el milagro más grande de todos los grandes milagros de Dios, un milagro que supera infinitamente la Creación del universo visible e invisible, porque cuando Dios Trino creó los ángeles y el mundo visible, solo creó creaturas, sean espíritus puros, como los ángeles, sean espíritu y cuerpo, como los hombres, además de todas las otras creaturas; pero sobre el altar eucarístico Dios, si podemos decir así, se crea a sí mismo en la Eucaristía, porque la conversión del pan y del vino no dan lugar a nuevas creaturas, sino a la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo, que se hace Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en Santo Sacramento del altar; por el milagro de la Transubstanciación, dejan de ser y estar las substancias creadas del pan y del vino, para convertirse en las substancias gloriosas del Cuerpo y el Alma humanos de Jesús, unidos a su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, y este milagro, como decimos, supera infinitamente a cualquier otro milagro que la Trinidad pueda hacer, porque no hay ningún otro milagro que supere en Poder, Sabiduría y Amor divinos, a la Eucaristía. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados. Amén.

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando el sacerdote besa el altar eucarístico, al inicio de la Santa Misa, está besando a Jesucristo, porque el altar es símbolo y representación de Jesucristo, que es Sumo y Eterno Sacerdote, es Víctima Inocente y Pura y es, también el Ara Santa, el altar sagrado en el que la Humanidad, unida a Él hipostáticamente, personalmente, a la Persona Segunda de la Trinidad, se inmola como Hostia Santa, Pura, Inmaculada, a Dios Uno y Trino. Jesucristo, Sacerdote, Altar y Víctima, se inmola incruenta y sacramentalmente en el Santo Sacrificio del Altar, para adorar a la Trinidad, para expiar por los pecados del hombre, para dar gracias por el don de la Redención y la filiación divina y para pedir por la eterna salvación de todos los hombres. El beso del sacerdote al altar, entonces, es el beso opuesto al beso de Judas Iscariote, porque Judas también besa a Jesús, pero para entregarlo a sus enemigos; el sacerdote lo besa al besar el altar, para entregarlo –por medio de la liturgia eucarística que se desarrolla en el altar- a los hombres como Pan de Vida eterna, como don salvífico de la Trinidad a la humanidad. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados. Amén.

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En el Calvario, Jesús lleva a cabo el Santo Sacrificio de la Cruz para la remisión de los pecados de los hombres y para concederles la gracia de la filiación divina. La redención y justificación de los hombres se lleva a cabo por medio del supremo, augusto y santo sacrificio cruento del Cordero de Dios, Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, que en la cruz, en la cima del Monte Calvario, entrega su Cuerpo y derrama su Sangre. Y por este sacrificio, por un lado, redime a la humanidad; por otra parte, en relación a Dios, al entregar su Humanidad santísima en la cruz, glorifica a Dios, lo alaba, lo adora, expía los pecados de los hombres y ofrece la acción de gracias en nombre de toda la humanidad. Este Santo Sacrificio de la Cruz se renueva, de modo incruento y sacramental, por el misterio de la liturgia eucarística y por el poder del Espíritu Santo, sobre el altar eucarístico, de manera tal que Jesús obra en el altar lo mismo que obra en el Calvario: así como en la cruz entrega su Cuerpo y derrama su Sangre, así en el altar eucarístico, Nuevo Calvario, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre Preciosísima en el cáliz eucarístico. Es por esto que la Santa Misa tiene el mismo valor redentor de la cruz, porque se trata del mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, que se nos presenta a nosotros, hombres del siglo XXI, de modo oculto, tras las especies eucarísticas, e invisible a los sentidos, pero no por eso menos real, místico y sobrenatural, que el sacrificio del Calvario. Para nosotros, asistir a la Santa Misa, es asistir, en el misterio de la liturgia de la Eucaristía, al mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, lo cual es un don de la Santísima Trinidad para los hombres de todos los tiempos, para que todos los hombres pudieran tener acceso a los frutos de la Redención, conseguidos por Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Es por esto que, aunque la Eucaristía es el Cuerpo resucitado y glorioso de Nuestro Señor Jesucristo, el espíritu y la disposición de ánimo con los cuales, como cristianos, debemos asistir a la Santa Misa, son el mismo espíritu y la misma disposición de ánimo que tenía María Santísima cuando estaba “de pie junto a la cruz de Jesús” (cfr. Jn 19, 25-30) y esto significa estar dispuestos, como la Virgen, a ofrecer a la Víctima Pura y Santa, Jesús, el Cordero de Dios, y unirnos a su sacrificio en cruz, tal como lo hizo María Santísima. La Misa, que en su misterio celestial se desarrolla sobre el altar eucarístico no es, por lo tanto, ni “divertida”, ni “aburrida” –calificarla en estos términos es reducir a la nada su misterio divino-, sino un misterio sobrenatural maravillosísimo, por el cual participamos y nos unimos, espiritualmente, a la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Salvador, Cristo Dios, el Señor. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados. Amén.

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al inicio de la Creación, el Génesis relata que el Espíritu del Señor “sobrevoló sobre las aguas” (cfr. Gn 1, 2), fecundando con su hálito vivificante a todo lo creado, dando vida a todo lo que estaba muerto. En la Santa Misa, el Espíritu Santo, espirado por el Padre y el Hijo en la eternidad, es espirado también por el Padre y por Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote en la consagración, a través del sacerdote ministerial y así el Espíritu del Señor sobrevuela sobre el altar eucarístico, fecundando las ofrendas inertes del pan y del vino y convirtiéndolas en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Así como el Espíritu Santo sobrevuela al inicio de la Creación sobre el mundo inerte, dándole vida, así el Espíritu Santo, Soplo de Dios Viviente, sobrevuela sobre el altar eucarístico, dando vida y vida divina a las materias sin vida del pan y del vino, convirtiéndolas en la Humanidad glorificada de Jesús, unida a la Persona Segunda de la Trinidad, la Eucaristía. Oh Jesús, Dios de la Eucaristía, por tu inmenso y eterno Amor por los hombres, por el Amor que nos demostraste al derramar tu Sangre Preciosísima en el Sacrificio de la Cruz, y por el Amor que nos donas cada vez en el Sacrificio del Altar, la Santa Misa, te adoramos, te bendecimos, te glorificamos, te exaltamos y te damos gracias, oh Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, y te pedimos perdón y reparamos por las iglesias, las imágenes sagradas, los altares y los sagrarios profanados. Amén.

         Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra”.