lunes, 17 de diciembre de 2012

Hora Santa reparadora para Navidad 2012



         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

         Querido Jesús Eucaristía, vengo a postrarme ante Tu Presencia sacramental, para ofrecerte el humilde homenaje de mi adoración, en este tiempo de Navidad. Me uno a la gozosa y alegre adoración que brota del Corazón Inmaculado de Tu Madre, que es también Madre mía por un don de tu Amor. Me uno a la adoración jubilosa y extasiada de los ángeles y santos en el cielo, que no cesan de cantar alabanzas en tu honor, sin poder salir del asombro y de la alegría que les provoca la inenarrable hermosura e inagotable belleza de tu Ser trinitario.
         Me uno a la adoración extasiada que la Iglesia Militante te brinda en tu homenaje, a lo largo y lo ancho de la tierra, homenaje de adoración y glorificación por tu inmensa grandeza, por tu incomprensible majestad, por tu inagotable misericordia, por tu eterno Amor.
         Querido Jesús Eucaristía, que viniste a nuestro mundo como Niño, sin dejar de ser Dios, en esta Navidad, vengo a pedirte perdón y a reparar por mis faltas y las de mis hermanos, sobre todo los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman, en tu condición de Niño Dios, nacido en Belén, Casa de Pan, para donarte al mundo como Pan de Vida eterna.

         Silencio meditativo.

         Vengo a adorarte y a pedirte perdón y reparar por quienes te desplazan a Ti, Niño Dios, Dios Niño, de sus corazones, de sus pensamientos, de sus ocupaciones, y colocan en tu lugar a ídolos mudos, ciegos y sordos, ídolos inertes, tomados del mundo de la política, del fútbol, de la ciencia, de la música, y de las más variadas actividades del hombre.

         Silencio meditativo.

         Vengo a pedirte perdón por quienes piensan que el dueño de la Navidad es ese engendro idolátrico, Papá Noel o Santa Claus, ídolo inerte, salido de las mentes de publicistas y de empresarios a los que sólo les interesa ganar dinero a costa de tu fiesta, la fiesta de Navidad; ídolo fantasmático y producto falso del mundo sin Dios, pero que a pesar de su falsedad radical ha logrado anidar en los corazones vacíos de muchos hijos tuyos. ¡Ilumina a los hombres, Niño Dios, para te descubran en el Pesebre de Belén y en la Santa Eucaristía!

          Silencio meditativo.

         Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros, que bajaste desde el cielo para quedarte en el Pesebre primero y en la Eucaristía después, para que te recibamos en nuestros pobres corazones, vengo a pedirte perdón por tantos jóvenes que para Navidad, y también para la Solemnidad de “María, Madre de Dios”, buscarán diversiones mundanas, profanarán sus cuerpos con el alcohol, con música cumbia y música rock, indecentes e indignas de la condición humana; profanarán sus cuerpos con pasiones carnales desenfrenadas, con substancias venenosas de todo tipo, olvidando que de esta manera sólo encontrarán desolación, dolor, amargura, tristeza y, en algunos casos, dolorosa muerte. ¡Ilumina a los jóvenes, Niño de Belén, para que descubran que sólo Tú, que te donas como alimento celestial en la Eucaristía, extra-colmas, con tu Amor divino, los anhelos de felicidad, de alegría, de amor y de gozo que están sellados en lo más profundo de todo ser humano! ¡Ilumina a estos jóvenes, Dios del Pesebre, para que dejen de buscar la felicidad en lugares extraviados y llenos de oscuridad, para que comiencen a buscarla en Ti, única fuente de alegría para el hombre!

         Silencio meditativo.

         Niño de Belén, vengo a pedirte perdón por tantos adultos, que para esta Navidad, pospondrán el Pesebre por objetos materiales, por bienes pasajeros, por cosas terrenas, por placeres mundanos, y preferirán el estruendo del mundo, la música ensordecedora, el aturdimiento y el hastío de las palabas vanas y huecas, antes que el silencio, necesario para contemplarte a Ti recién nacido, y despreciarán el cántico de los villancicos y los cantos en honor y alabanza por tu Nacimiento.

         Silencio meditativo.

         Vengo a pedirte perdón, Dios Niño nacido en Belén de la Virgen María, por los que preferirán las fiestas mundanas y las comilonas y las embriagueces del mundo, antes que el manjar del cielo, el Pan de Vida eterna, ofrecido por el Padre para los hombres, el Banquete celestial que sacia con manjares exquisitos, jamás probados por el hombre: la Carne Santa del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo; el Pan de Vida eterna, Pan Vivo bajado del cielo, Pan engendrado en la eternidad en el horno ardiente de Amor que es el seno de Dios Padre, Pan alojado en el seno virgen de María, seno inhabitado por el Amor de Dios, el fuego del Espíritu Santo, y cocido por el mismo Espíritu en el altar eucarístico; el Vino de la Alianza Nueva y eterna, Vino Santo que es tu Sangre derramada en el ara santa la Cruz, servida por el Padre en el cáliz de salvación, Vino que embriaga y alegra el corazón del hombre porque lo colma con el Amor mismo de Dios, con Dios, que “es Amor” eterno, infinito, inagotable, incomprensible. ¡Ilumina a estos hijos tuyos, para que se deleiten no en festivales trasnochados, sino en el Banquete celestial, Tu Cuerpo, Tu Sangre, Tu Alma, Tu Divinidad, el Pan Santo de Vida eterna, y el Cáliz de eterna salvación! ¡Ilumínalos, para que comprendan que la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena!

         Silencio meditativo.

         Oración de salida: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).  

         Canto de salida: “Tu scendi dalle stelle”.

         Oración final: Querido Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Dios del Pesebre, que eres en la Hostia consagrada el mismo Jesús que en Belén nació como Niño Dios; Tú tuviste, al nacer, la compañía de tu Madre y de San José, y también la de un buey y un asno, representantes estos de la humanidad.
         Te ofrecemos nuestro pobre corazón, que sin Tu Presencia es como una gruta, oscuro y frío, habitado por las pasiones; te lo ofrecemos, para que así como el buey y el asno te dieron su calor, para combatir el frío de la Nochebuena, así también recibas el humilde calor de nuestro amor, para que lo transformes en tu mismo Amor.
         Debemos ya retirarnos a nuestras ocupaciones diarias, pero como no queremos separarnos de Ti, dejamos nuestros corazones a los pies del sagrario, para que estén siempre y en todo momento cantando tus misericordias, como anticipo de la alabanza eterna que entonaremos en el cielo. Amén.

martes, 11 de diciembre de 2012

Hora Santa para Adoradores



         Inicio: Ingresamos en el Oratorio, y nos disponemos para la adoración. Aquietamos el espíritu, dejamos de lado todo asunto mundano, buscamos despejar la mente y el corazón de las cosas que nos distraen. Venimos a hacer adoración ante Jesús Sacramentado, el Dios de la Eucaristía, el Dios del sagrario, ante quien los ángeles se postran en adoración y permanecen en éxtasis de adoración y ante quien los santos no cesan de cantar himnos de adoración y de alabanza. Nos unimos gozosos a los coros de los ángeles y santos del cielo, pidiendo a María Santísima que nos asista en esta hora de adoración, para que no solo no nos distraigamos, sino que nuestra humilde adoración sea llevada por nuestros ángeles custodios a su Corazón Inmaculado, y desde allí al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Hacemos breve silencio interior y exterior, y luego entonamos el canto de entrada.
Canto de entrada: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente…”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Meditación: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que lates de amor por todos y cada uno de nosotros, hemos venido ante tu Presencia para reparar por nuestras faltas a tu Amor, y también por aquellos que piensan que sólo la realidad sensible es la única existente, y que por lo tanto nada hay más allá de lo que perciben los sentidos; venimos a pedirte por aquellos que creen en lo que dice la ciencia humana, pero no creen en la Palabra de Dios; pedimos por quienes investigan científicamente el mundo visible, pero al mismo tiempo niegan la evidencia de tu Sabiduría y de tu Amor, fundamento de la Creación a la cual ellos investigan; te pedimos por quienes erróneamente se dejan llevar por un falso espíritu cientificista, pensando que lo que pueden ver, medir y pesar, es la única realidad, y convierten de esa manera a la naturaleza en un ídolo mudo e inerte, mientras se olvidan que eres Tú quien con tu aliento das vida, consistencia y ser a todas las creaturas, y que sin Ti, Jesús Eucaristía, nada de lo que existe existiría.
Te pedimos que infundas en estas almas el deseo de investigar, a través del Espíritu Santo, tus Misterios Divinos, tus milagros asombrosos, tus prodigiosos maravillosos, que dejan sin habla a los ángeles del cielo.
Silencio para meditar.
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, venimos a reparar por quienes se vanaglorian de sus logros intelectuales, científicos, artísticos, pero se olvidan que la sabiduría humana es suma necedad ante la Sabiduría divina, y que la belleza humana es como una flor que a la mañana está fresca y a la noche se seca, y que sin Ti, Hermosura Increada, toda belleza es igual a cenizas que se dispersan al viento.
Te pedimos que les concedas la gracia de alegrarse y admirarse ante el descubrimiento de tu infinita Sabiduría y de tu Amor eterno, fundamento de todo lo que en el mundo es sabio y bueno.
Silencio para meditar.
Venimos ante Ti, Jesús Eucaristía, para reparar por quienes, en vez de seguirte a Ti, en el Camino Real de la Cruz, camino duro y difícil, escarpado y en subida, camino señalado por las huellas de tus pisadas, camino en el que se deja la vida del hombre viejo, pero que conduce, luego del dolor de la Cruz, a la luz de la Resurrección, siguen un camino opuesto al tuyo, camino ancho, espacioso, en declive, fácil de andar, que no exige renuncias, camino lleno de risas fáciles, de hartura de comidas, camino tapizado por el dinero a modo de alfombra y señalado por el brillo del oro, camino en el que todo es alegría mundana, pero que termina abruptamente, pues conduce al abismo del que no se sale, abismo en el que el dolor, el llanto, la amargura y el odio son los compañeros inseparables por la eternidad.
Te pedimos que a quienes se dejan seducir por los atractivos del mundo, les concedas la gracia de conocerte, para que conociéndote te amen, amándote te adoren, y adorándote se salven y canten tus alabanzas por toda la eternidad.
Silencio para meditar.
Canto: “Te adoramos, Hostia divina”.

Peticiones
A cada intención respondemos: “Te rogamos, óyenos”.
-Por el Santo Padre Benedicto XVI, para que guíe la Barca de Pedro, la Santa Iglesia Católica, según la luz del Espíritu Santo. Oremos al Señor.
-Por los obispos, los sacerdotes, los religiosos, y por todos los consagrados, para que sean, con sus vidas, reflejos vivientes de la Divina Misericordia. Oremos.
 -Por todos los bautizados, para que conscientes y agradecidos por el don de la filiación divina, vivan obrando la caridad fraterna y así den testimonio del Reino de los cielos. Oremos al Señor.
-Por los que no conocen a Jesucristo, Hombre-Dios, Redentor y Salvador de los hombres, para que la Madre de Dios, Medianera de todas las gracias, les conceda la gracia de la conversión. Oremos al Señor.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Oración de despedida: Querido Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, para continuar con nuestros deberes cotidianos. Hemos estado ante tu Presencia Eucarística como Moisés en el Monte Sinaí, como Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor; llevamos nuestros corazones colmados de tu paz, de tu alegría, de tu Amor, y hacemos el propósito de comunicar a nuestros hermanos de la abundancia que de Ti hemos recibido. Aunque nos retiramos con el cuerpo, dejamos a tus pies nuestros corazones, hasta la próxima Hora Santa.
Canto de despedida: “El trece de mayo la Virgen María”

viernes, 7 de diciembre de 2012

“El que coma de este Pan vivirá eternamente”




“El que coma de este Pan vivirá eternamente” (cfr. Jn 6, 44-51). Nada de lo conocido puede darnos una certeza acerca de las palabras de Jesús.
Por un lado, la experiencia dice que el pan, hecho de trigo, da vida, en el sentido de que la sustenta, pero una vida que es en realidad una prolongación de la vida natural, y sólo la da en sentido metafórico, en el sentido de justamente sustentarla y prolongarla. De ninguna manera da otra vida que no sea la vida natural. Esa es la experiencia que se tiene de comer un pan: da una vida que es la natural.
Por otra parte, no hay experiencia humana ni creatural que diga que la carne de un hombre es pan, y mucho menos, que esa carne, que es pan, dé la vida eterna.
Y sin embargo, Jesús afirma una y otra cosa: Él es Pan que da la Vida eterna, una vida que no es la humana ni la angélica, sino la vida misma de Dios; una vida que es vida divina, que brota del seno mismo de Dios Trinidad.
Esa vida divina, que es eterna, incomprensible, desconocida, absolutamente divina, es la que es comunicada al alma en cada comunión. Quien coma el Pan del altar, comienza ya a participar de la Vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo; comienza a ser partícipe de la Vida absolutamente divina de Dios Trino, que se brinda bajo apariencia de pan.
“El que coma de este Pan vivirá eternamente”. No hace falta morir para empezar a vivir la vida eterna, la vida en la comunión de las Tres Divinas Personas. Ya desde esta, el cristiano que se alimenta del Pan Vivo bajado del cielo, vive una vida verdaderamente divina, eterna.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero, luego de la inmolación del Cordero en el altar: bienaventurados quienes se acercan y comen la carne del Cordero de Dios



“Bienaventurados los que sufren... los que lloran... los que tienen hambre y sed de justicia... los perseguidos... los pobres... los puros de corazón...” (cfr. Lc 6, 20-26). Las Bienaventuranzas de Jesús, proclamadas en el Sermón de la Montaña, son incomprensibles a los ojos del mundo. El mundo no puede llamar bienaventurados a los que sufren o a los que lloran, son desdichados; el mundo no puede llamar bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, porque los negocios del mundo son turbios; no puede llamar bienaventurados a los perseguidos, porque para el mundo los bienaventurados y los cuerdos son los perseguidores de la Iglesia de Cristo; el mundo no puede llamar bienaventurados a los pobres, porque los placeres del mundo se adquieren con oro y plata, cosa que los pobres, por definición, no tienen; el mundo no puede llamar bienaventurados a los puros de corazón, ya que las idolatrías alejan y enturbian el corazón.
         Pero a los ojos de Dios, los deleites y las bienaventuranzas del mundo son ceniza y amargura, de ahí los lamentos de Jesús para quienes viven según el mundo y no según el Espíritu de Dios. Y por el contrario, lo que el mundo llama desgracias, son en realidad causa de felicidad sobrenatural para el alma.
         ¿Por qué? ¿Qué es lo que hace que el sufrimiento, el llanto, la persecución, el deseo de justicia, la pobreza, la pureza de corazón, sean causa de felicidad y de bienaventuranza? Lo que hace que todas estas cosas den felicidad al alma, es que son una consecuencia de la participación a la cruz de Jesús, quien es el Primer Bienaventurado.
         Jesús en la cruz sufre y llora por la redención de la humanidad; Jesús en la cruz tiene hambre y sed de justicia, de ver honrado y glorificado el nombre de Dios en los corazones humanos; Jesús en la cruz es pobre, ya que nada tiene; Jesús en la cruz es puro de corazón, ya que es el Cordero Inmaculado que ofrece su cuerpo y su sangre en holocausto agradable a Dios.
         Las Bienaventuranzas constituyen la causa de la felicidad del hombre porque quien vive las bienaventuranzas, vive unido a la cruz de Jesús y a Jesús en la cruz. Cada fiel, cada bautizado, puede unir su vida, su ser, su persona, con todas sus viscisitudes personales, al sacrificio de Cristo en la cruz y en el altar, para transformar la vida personal, la existencia personal, en una existencia y en una vida bienaventurada. Bienaventurados quienes se unen a la cruz de Cristo, bienaventurados quienes unen sus tribulaciones a la cruz del altar. Quien se una a la cruz de Cristo, será bienaventurado. Esa es la Bienaventuranza que proclama Cristo desde la Montaña, y consiste en unirse y participar de su cruz.
Pero hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero en el altar, luego de la inmolación del Cordero en la cruz del altar: “Bienaventurados quienes se acercan y comen la carne del Cordero de Dios”[1].


[1] Cfr. Misal Romano, ...

lunes, 12 de noviembre de 2012

Hora Santa para Adoradores



Inicio: Estamos ante Jesús Eucaristía, así como están los ángeles y los santos en el cielo: adoramos, junto con ellos, al Cordero de Dios, Jesús, que está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como lo está en el cielo, sólo que aquí, en la tierra, está oculto bajo el velo sacramental. Nos concentramos en su Presencia Eucarística, buscando rechazar todo pensamiento que nos aleje de su contemplación. Pedimos, para esta Hora Santa, la asistencia de María Santísima, que sea Ella quien dirija nuestra hora de adoración. Acudimos también al auxilio de nuestro Ángel custodio, para que la oración que salga de nuestros labios, vaya al Corazón Inmaculado de María, y desde el Corazón de María, al Corazón de Jesús.

Canto de entrada: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente…”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

Meditación:
Bendito y adorado seas, Jesús, Hombre-Dios, Presente en la Sagrada Eucaristía. Heme aquí ante vuestro Tabernáculo con mi corazón compungido, a la vista de mis pecados, y ante el abismo insondable de tu infinita majestad.
Vengo a adorar Tu Sagrado Corazón, Corazón que solo sabe amar, Corazón siempre abierto al perdón. Corazón que es maltratado por muchas almas obstinadas en desconocerte y en ofenderte con el pecado. Corazón coronado de espinas, que son nuestras ingratitudes, nuestros desprecios, nuestras indiferencias, a Tu Presencia Eucarística.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que con sus indiferencias, aumentan el dolor de tu Sagrada Cabeza, ahondando más las espinas. Permíteme reparar por quienes te posponen a los placeres, diversiones y atracciones del mundo, olvidando lo que dijera el Santo Padre Pío: “Mil años de gozar la gloria humana no vale tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús en el Santísimo Sacramento”.
Permíteme reparar los ultrajes que significan los malos pensamientos, los pensamientos de concupiscencia, de avaricia, de orgullo, de soberbia, de vanidad, de pereza, pensamientos que solo aumentan los dolores producidos por tu corona de espinas.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que azotan tu Cuerpo Santísimo con sus liviandades, con sus profanaciones a sus cuerpos, convertidos en templos del Espíritu Santo por la gracia del bautismo, y profanados por las modas, los bailes, los espectáculos y la música indecente e impura.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las faltas de fe frente al Milagro de los milagros, y por todas las frialdades, ultrajes e indiferencias  que de esta falta de fe -muchas veces voluntaria y por eso culpable- se siguen.

Meditación en silencio (quince minutos)

Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que agrandan vuestras Sagradas Llagas, almas que taladran vuestras venerables manos y vuestros adorables pies con su desobediencia a tus mandatos, mandatos que son Leyes de Amor que salvan, pero que son vistos, por tantos y tantos cristianos, como pesadas obligaciones que cercenan sus “derechos”, que no son otra cosa que vicios disfrazados de conquistas humanas.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por las almas que aumentan tu sed, que es sed de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, de nuestras obras de amor, porque sólo tienen pensamientos, deseos y obras de oscuridad.
Corazón Eucarístico de Jesús, permíteme reparar por todas las almas que vuelven a crucificarte en el Madero santo de la Cruz, porque se niegan a llevar la cruz de todos los días; se niegan a caminar el Camino Real del Calvario, camino estrecho, angosto, en subida, escarpado, difícil de transitar, pero camino seguro que lleva a la Cruz y de la Cruz al Cielo, y en vez de eso, prefieren correr, en dirección opuesta, por el ancho y espacioso camino del mundo, camino fácil, en declive, lleno de alegrías mundanas y placeres terrenales, pero que finaliza en el abismo de donde no se sale más.
¡Permíteme reparar por estas almas, Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para que tu infinita Misericordia los alcance, les cierre las puertas del Hades, y les dé tanto Amor, que alejados de la perdición, comiencen a caminar en dirección al Calvario, que es la dirección de la Resurrección, de la luz y del Cielo!

Peticiones:
         A cada intención respondemos: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, escúchanos por tu gran Amor.
         -Por el Santo Padre, Benedicto XVI, por nuestro obispo, y por todos los sacerdotes, para que iluminados por el Espíritu Santo, conduzcan al Pueblo de Dios a la Jerusalén celestial. Oremos.
         -Por los gobernantes de las naciones, para que gobiernen a las naciones según el interés del Bien Común. Oremos.
         -Por los padres y madres de familia, para que sean conscientes de que la familia es la Iglesia doméstica, y así sean para sus hijos los primeros catequistas, que los eduquen en el conocimiento y en el amor a Jesús Salvador. Oremos.
-Por los jóvenes, para que vean en Cristo el Camino que conduce al Padre, la Verdad que ilumina a todo hombre, y la Vida eterna que se dona como Pan Vivo en la Eucaristía. Oremos.
-Por nosotros mismos, para que, guiados por María Santísima, seamos para nuestros prójimos “luz del mundo y sal de la tierra”, por medio de las obras de misericordia, corporales y espirituales. Oremos.

Meditación en silencio (quince minutos).

Oración final:
Corazón Eucarístico de Jesús, debemos ya retirarnos, pero a través de tu Madre, María Santísima, te pedimos la gracia de no alejarnos nunca de tu altar y de tu Presencia Eucarística en el sagrario, y para cumplir con este deseo, te dejamos nuestro corazón a tus pies, para que sólo y únicamente latan de amor por Ti.

Canto de salida: “El ángel vino de los cielos…”.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Muchos dudan que la Iglesia de a comer la carne del Cordero



Cristo Cordero en la Eucaristía

“¿Cómo puede darnos a comer su carne?” “¿Cómo puede darnos la Vida eterna, si sólo es un hombre?” (cfr. Jn 6, 52-59). Los judíos no pueden creer en las palabras de Jesús y se muestran atónitos frente a la propuesta de Jesús de que quien coma su carne y beba su sangre, recibirá la Vida eterna.
No pueden creer ni una ni otra cosa: no pueden creer que un hombre pueda dar su carne y su sangre como alimento, y mucho menos todavía que quien coma la carne y la sangre de este hombre, recibirá la Vida eterna.
Ven a Jesús con ojos humanos, escuchan a Jesús con oídos humanos y razonan con pensamientos que no trascienden los límites de la razón humana: ése es el  motivo por el cual no pueden creer en las palabras de Jesús.
Para creer lo que Jesús dice, acerca de que quien coma su carne y beba su sangre tendrá Vida eterna, es necesario ver en Jesús no a un simple hombre, sino al Hijo Unigénito de Dios, encarnado; es necesario ver en Jesús al Hijo eterno del Padre, que comunica la Vida eterna de Dios porque la posee Él desde la eternidad, donada por su Padre; para creer en las palabras de Jesús, se debe pedir la luz del Espíritu Santo, que permita ver en Jesús al Hombre-Dios, que dona su cuerpo y su sangre en la Última Cena, en la cruz y en la renovación y actualización de la Última Cena y del sacrificio de la cruz, el sacrificio del altar.
“¿Cómo puede darnos a comer su carne?” La incredulidad de los judíos hacia las palabras de Jesús se repite hoy entre muchos de los bautizados, cuando escuchan a la Iglesia que en la elevación de la Hostia consagrada dice: “Este –el pan consagrado- es el Cordero de Dios”.
Así como Jesús donó la Vida eterna en la cruz, envuelta esta vida en el ropaje de su carne y de su sangre, así también la Iglesia dona la Vida eterna al dar como alimento la carne resucitada del Hijo de Dios, la carne del Cordero, envuelta en el ropaje de la apariencia de pan y también, hoy como ayer, muchos dudan, así como dudaban los judíos y por los mismos motivos: no creer en Cristo como Hijo eterno del Padre, que se dona a sí mismo en la cruz y en el sacramento del altar, en su Iglesia.
Los judíos se decían: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” “¿Cómo puede darnos la Vida eterna, si es sólo un hombre?”
Hoy, en la Iglesia, muchos repiten la misma pregunta incrédula, por ver a la Iglesia no con los ojos de la fe, no como a la Esposa del Cordero, sino como a una iglesia más entre otras: “¿Cómo puede la Iglesia darnos a comer la carne del Cordero, si sólo es un pan? ¿Cómo puede la Iglesia darnos la Vida eterna, si nos da como alimento sólo un poco de pan?”

martes, 30 de octubre de 2012

Jesús proclama las bienaventuranzas, la Iglesia proclama otra bienaventuranza que contiene y resume las bienaventuranzas de Jesús: “Felices los invitados al banquete celestial”



En el Sermón de la Montaña (cfr. Mt 5, 1-12), Jesús proclama las bienaventuranzas, es decir, las condiciones espirituales y existenciales que permiten al alma ingresar al Reino de los cielos. Las Bienaventuranzas proclamadas por Jesús son radicalmente distintas a las bienaventuranzas proclamadas por el mundo: el mundo declara felices a los que poseen bienes materiales, a los que todos reverencian con honores mundanos, a los que poseen la sabiduría y la ciencia mundanas, a los que no sufren, a los que disfrutan del mundo y de sus atractivos.
Las bienaventuranzas de Jesús son radicalmente distintas a las bienaventuranzas del mundo y quien desee ser feliz –esto es lo que significa “ser bienaventurado”, el ser feliz, que es la aspiración íntima presente en lo más profundo de todo ser humano-, debe ansiar subir a la cruz, que es en donde se cumplen todas las bienaventuranzas: solo en la cruz, en Cristo, se cumplen todas las bienaventuranzas, ya que Él es el perseguido por la justicia, es quien tiene hambre y sed de justicia, Él es el que obra la misericordia. Las bienaventuranzas se cumplen y se viven y se cumplen en la cruz, pero también al pie de la cruz, por eso María es la Primera Bienaventurada, antes incluso que su Hijo que muere en la cruz. Ser bienaventurado entonces quiere decir participar de la vida del Hombre-Dios, y quien desee ser una luminosa imagen suya en un mundo en tinieblas no tiene otro camino que el camino de la cruz.
Pero además de las bienaventuranzas de Cristo, hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa del Cordero, la Iglesia, no desde la Montaña, sino desde el altar, y es la bienaventuranza de quienes han sido invitados al banquete del Cordero Pascual: “Bienaventurados los invitados al banquete celestial”[1]. Felices los que son invitados a comer la carne del Cordero del Apocalipsis. Jesús proclama las bienaventuranzas, la Iglesia proclama otra bienaventuranza que contiene y resume las bienaventuranzas de Jesús: “Felices los invitados al banquete celestial”.
Es decir, los bienaventurados son quienes participan de la cruz de Cristo pero son también quienes se alimentan de la carne del Cordero Pascual, la Eucaristía. Es realmente una bienaventuranza, porque la Eucaristía no es pan, sino el mismo Cristo en Persona, que es el origen y el motivo de la alegría y de la bienaventuranza del cristiano, en esta vida y en la otra.
La participación y la unión con el Hombre-Dios Jesucristo es el culmen de la alegría del cristiano, que se dará en su plenitud en la otra vida, pero comienza ya aquí en la tierra, en el convite del altar, en el banquete celestial, en el manjar reservado a los dioses, la carne del Cordero Pascual.


[1] Cfr. Misal Romano, ...

jueves, 18 de octubre de 2012

Cristo-Eucaristía, Sacerdote, Altar y Victima




La Eucaristía es la máxima prueba del amor infinito de Dios y el lugar en donde Cristo desempeña su triple papel de Sacerdote, Altar y Víctima.
En la Eucaristía, don inestimable del amor de su Sagrado Corazón, Cristo desempeña su rol de Sacerdote Sumo y Eterno, de mediador entre nosotros y Dios y cumple además tanto el rol de Víctima Perfecta que se ofrece en holocausto santo por toda la eternidad ante los ojos de Dios, como el de Ara santa donde se inmola esta Víctima que es Él mismo.
Sobre el santo altar, Èl realiza el mismo acto sacerdotal que realizó sobre la cruz, ofrece la misma Víctima que ofreció sobre la cruz, que es Él mismo, la sacrifica sobre el mismo altar de la cruz, que es la cruz del altar. Sobre el altar del sacrificio eucarístico, es decir, sobre el altar de la santa Misa, el Sacerdote Sumo y Eterno renueva su sacrificio de la cruz; en la Misa el Sacerdote Santo sacrifica sobre el ara santa la Víctima Pura, la misma del Calvario. El mismo Sumo Sacerdote, Jesucristo, ofrece la misma Víctima, sobre el mismo altar; la única diferencia está en el modo con el cual este es ofrecido[1]. Sobre el Calvario, Jesús inmoló su humanidad en medio de atroces sufrimientos; sobre la Cruz del altar, Jesús inmola su humanidad gloriosa y resucitada, y tanto en el Calvario como en el altar, derrama su Sangre para el perdón de los pecados y para comunicarnos su Vida divina.
Es su humanidad santísima, consagrada en el seno virginal de María por la unión hipostática con el Verbo del Padre y por lo tanto plena de la gloria divina, la que le permite cumplir el triple rol de Sacerdote, Altar y Víctima. El Verbo eterno del Padre concedió a su humanidad, ya desde el seno de María, desde el primer instante de su creación, su gloria divina, la gloria que Él como Hijo Eterno del Padre posee desde siempre. Esa misma gloria divina, la gloria del Padre comunicada al Hijo por generación eterna, la gloria que el Hijo posee desde toda la eternidad, que es la misma gloria substancial de su Padre, fue la que el Hijo le comunicó a su humanidad, al Cuerpo y Alma de Jesús, llenándola de ella, haciendo de esta humanidad una Humanidad Santísima, tan plena de divinidad y de gloria como jamás ninguna creatura tuvo ni tendrá jamás.
El Verbo eterno asumió la humanidad creada de Jesús y por su contacto, la hizo santísima y llena de gracia; fue este contacto con el Verbo lo que hizo de esta humanidad de Jesús una humanidad consagrada a Dios. El contacto con la Persona del Verbo consagró a la Humanidad, Cuerpo y Alma de Jesús, para Dios, porque la hizo inmediatamente pura y santa, con una santidad inigualable, ya que la gloria de Dios inhabitaba en ella como en las Personas de la Trinidad.
La humanidad de Cristo fue consagrada mediante la unión hipostática para el ejercicio del sacerdocio, que en Cristo es sacerdocio divino[2] y no natural, como era el sacerdocio del hombre dotado de gracia en el estado original[3].
Esta Humanidad de Jesús, así consagrada y hecha pura, santa y gloriosa, por el contacto personal del Verbo y la consecuente transmisión de la santidad y de la gloria divina a ella, la convirtió en la materia perfecta para ser ofrecida a Dios en holocausto agradable. Nada de lo creado, ya fuera visible o invisible, era digno de ser presentado ante Dios en sacrificio de expiación: delante de su majestad, los sacrificios de animales del Antiguo Testamento aparecían como absolutamente carentes de valor para impetrar el perdón divino y para agradar a la majestad divina ofendida por el pecado humano. La humanidad santa de Jesús, en cambio, al ser la humanidad centro y raíz de la nueva humanidad -de una nueva humanidad regenerada, purificada y santificada a partir de la humanidad santa de Jesús-, podía ser inmolada y presentada ante los ojos de Dios como un sacrificio puro, verdaderamente justo y agradable a Dios, porque esta humanidad de Jesús llevaba en sí, como algo propio, que le pertenecía por ser la humanidad del Verbo, el sello de la Nueva Alianza, el Espíritu de Cristo. El nuevo y eterno sacrificio sería presentado al Padre por el Amor de Cristo, el Espíritu Santo, y la materia a presentar sería este cuerpo y alma de Jesús, penetrados por la fragancia y el aroma del Espíritu Santo, inhabitados por Él; por eso sería un sacrificio santo y agradable.
Por su humanidad santa, consagrada desde su creación, Jesús fue tanto Sacerdote Eterno y divino como al mismo tiempo Víctima Pura y Santa. Pero también fue el Altar donde Él, como Sacerdote, se ofreció a Sí mismo como Víctima. Los altares del Antiguo Testamento eran altares de piedra, una figura lejana e imperfecta, del Ara Santa y Viva, que arde eternamente con el fuego del Espíritu Santo, que es Él mismo con su Cuerpo, su Sangre, su Alma. Su humanidad, ennoblecida y enaltecida por la inhabitación trinitaria, era el único Propiciatorio digno donde podía ser inmolada la única Víctima digna y agradable a Dios.
Su Humanidad, llena de gracia, existiendo gloriosamente en los cielos y en la Eucaristía, a  través de la cual Cristo es eternamente Sacerdote, Altar y Víctima, es la que se ofrece en cada misa, y es la que, presente, viva y gloriosa en la Eucaristía,  nos comunica la luz, la gracia y la vida divinas, luz, gracia y vida que fluyen de ella como de un manantial sin fin.


[1] Cfr. Thomas Merton, Il Pane Vivo, Ediciones Garzanti, Roma 1958, 57.
[2] Cristo-Cabeza adquiere su dignidad divina y su sacerdocio divino por efecto de una marca real, como es la unión hipostática del Logos con su humanidad. Cfr. Matthias Josef Scheeben, Los misterios del cristianismo, Editorial Herder, Barcelona 1964, 621.
[3] Cfr. Scheeben, 253.

jueves, 11 de octubre de 2012

En la Eucaristía Jesús nos da el Espíritu Santo para amar a Dios y al prójimo como Él los ama



“Amar a Dios y al prójimo” (cfr. Mc 12, 28b-34). Un racionalista decía que era injusto el hecho de que Dios impusiera como mandato el amar, ya sea a Dios o al prójimo. Sostenía que no se podía mandar algo que no se siente, y si uno no siente amor por Dios, no tiene que basar su salvación en algo imposible; también decía lo mismo respecto al prójimo: si es un enemigo, por definición, es imposible amarlo.
         ¿Cómo responder? Ante todo, que Dios no manda lo imposible, y si lo manda, es porque es posible. Con respecto a Dios, Dios es la Bondad infinita, y todo el mundo desea ser feliz, en ese deseo de felicidad, está implícito el amor a Dios, que es felicidad infinita, por lo que Dios no manda lo imposible con respecto a Èl; con respecto al prójimo, el amor al prójimo no se refiere a un sentimiento, sino a la caridad, que es el amor de Dios, el Espíritu Santo, que permite tener compasión y misericordia por el prójimo, lo cual nada tiene que ver con el sentimentalismo.
         El fuego del amor de Dios, el Espíritu Santo, lo infunde Cristo en cada comunión, para hacernos posible el cumplir el mandato más importante de la religión católica.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Hora Santa en compañía de los santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael



         Estamos en la Presencia de Jesús Eucaristía, Dios Hijo hecho hombre, oculto detrás del velo sacramental; en la adoración, estamos delante de Jesús Eucaristía, así como están los ángeles y los santos en el cielo delante del Cordero de Dios; Jesús en la Eucaristía y el Cordero de Dios, a quien adoran ángeles y santos postrados delante suyo, son uno y el mismo Dios Eterno. Nosotros, que estamos en la tierra y vivimos en el tiempo, nos unimos a la adoración de los ángeles y de los santos en el cielo y en la eternidad; nos acompañan nuestros ángeles custodios, y están también con nosotros los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.

         Canto de entrada: Te adoramos, Hostia divina.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.
Tú del ángel eres delicia,
tu del hombre luz y vigor.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.

¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.
Tú del alma eres dulzura,
tú del débil eres sostén.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.

¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.
En la vida eres consuelo,
en la muerte dulce solaz.
¡Te adoramos hostia divina,
te adoramos hostia de amor!.

         Oración de Nacer (tres veces): “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”.
         Meditación inicial: Querido Jesús Eucaristía, Tú eres el Rey de los ángeles, y ellos en Tu Presencia en los cielos te adoran día y noche, sin cesar, y se alegran con alegría incontenible, queremos adorarte junto a ellos, y así alegrar nuestro corazón por tu compañía. Le pedimos también a María Santísima, Reina de los ángeles, que guíe nuestra meditación, para que nuestra oración suba a ti como suave aroma de incienso.

Oremos a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, que están aquí junto a nosotros, adorando a Jesús Eucaristía, para que intercedan por nosotros, por nuestros seres queridos, y por todo el mundo:

         -San Miguel Arcángel, tú que al ser creado contemplaste la hermosura de Dios Trinidad y enamorado de Dios Uno y Trino le juraste fidelidad y permaneciste a su lado; ruega por nosotros, para que seamos siempre fieles a la gracia y que jamás nos apartemos del camino de la Cruz;
         -San Miguel Arcángel, tú que enfrentaste al Ángel rebelde, el demonio, gritando en los cielos con potente voz: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”, ayúdanos para que no caigamos en las trampas y seducciones del demonio, del mundo y de la carne;
         -San Miguel Arcángel, tú que eres el Príncipe de la Milicia celestial, y combatiste en el cielo a las órdenes de Dios, y expulsaste con el poder divino a los ángeles rebeldes, para quienes nunca más habrá lugar en el cielo, te pedimos que nos ayudes a luchar contra las tentaciones, para que viviendo en gracia, podamos ocupar un día los lugares en el cielo que dejaron vacíos los ángeles de la oscuridad.

         Meditación personal (en silencio).

         -San Gabriel, tú que eres llamado “Mensajero de Dios”, y anunciaste a la Virgen María la alegría de ser la Madre de Dios, ruega por nosotros, para que nuestra alegría sea solamente Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre;
         -San Gabriel, tú que como mensajero de Dios, llevaste a la Virgen la noticia más alegre que jamás nadie pueda recibir, ruega para que el mundo entero se alegre por la Venida de Jesús;
         -San Gabriel, tú que llevaste a Dios la respuesta de María, su “Sí” a la Voluntad de Dios, ruega para que, imitando a la Virgen, cumplamos siempre en nuestras vidas la Voluntad de Dios. 

         Meditación personal (en silencio).

-San Rafael, que eres llamado “Medicina de Dios”, tú que curaste a Tobías de su ceguera, ruega a Jesús y a la Virgen para que nunca nos falte la gracia santificante, que sana las heridas mortales del alma;
         -San Rafael, tú que acompañaste a Tobías en su peregrinar, acompáñanos también a nosotros en el peregrinar de la vida, para que lleguemos algún día a la feliz eternidad en los cielos, en compañía de Jesús y de María;
         San Rafael, tú que por orden de Dios, colmaste de bienes a Tobías, ruega por nosotros para que, libres de todo mal, seamos capaces de adorar a Jesús en esta vida y en la eternidad. 

         Meditación personal (en silencio).

         Meditación final: Jesús, Rey de los ángeles, que inundas de amor y de dulzura a los ángeles y santos que te adoran en los cielos, y también a nosotros, que te adoramos en la Eucaristía; haz que sepamos dar testimonio de Ti en el mundo, obrando para con todos la misericordia, la bondad y la compasión. Sólo así podremos reflejar, aunque sea mínimamente, una pequeñísima parte de tu infinito Amor. Que nos ayuden en esta tarea María, Reina de los ángeles, los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, nuestros ángeles custodios, y todos los ángeles del cielo. Amén.

         Oración de Nacer (tres veces): “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”.

Canto de salida: El trece de Mayo
El 13 de mayo
la Virgen María
bajó de los cielos
a Coya de Iría.
Ave, Ave, Ave María...

A tres pastorcitos
la Madre de Dios
descubre el misterio
de su Corazón.
Ave, Ave, Ave María...

«El Santo Rosario
constantes rezad
y la paz al mundo
el Señor dará».
Ave, Ave, Ave María...

«Haced penitencia,
haced oración,
por los pecadores
implorad perdón».
Ave, Ave, Ave María...

«Mi amparo a los pueblos
habré de prestar,
si el Santo Rosario
me quieren rezar».
Ave Ave, Ave María...

sábado, 22 de septiembre de 2012

Creer que Dios Hijo está en la Eucaristía




            “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 13-19). Narra el evangelista que la revelación del Padre a Pedro acerca de la divinidad de Jesús, y la posterior confesión de Pedro, tienen lugar en Cesarea de Filipo, al norte de Palestina. Dios no hace las cosas por casualidad. Ese lugar tenía una gran importancia para el mundo antiguo: habían allí dos templos paganos, el templo en honor del dios Pan, levantado por los griegos, y un templo levantado por los romanos, en honor del emperador Augusto, por eso se llamaba Cesarea, en honor de César Augusto. Es decir, en ese lugar, los pueblos más ilustres de la antigüedad, rendían culto de idolatría a los dioses y al poder político, y es en ese lugar en donde es confesada por primera vez la divinidad de nuestro Señor Jesucristo[1]. La confesión de la divinidad de Jesucristo es lo que va a diferenciar a la religión católica de cualquier otra religión de la tierra, y es lo que la transforma a esta Iglesia en la única y verdadera Iglesia de Dios.
         Es Dios Padre quien revela a Pedro la verdad acerca de Jesucristo: era imposible que por razonamientos lógicos y humanos, Pedro llegase a la verdad acerca de la divinidad de Cristo. Una consideración racional de los milagros y de las profecías, jamás habría podido llevar a Pedro a deducir que Jesús era el Hijo eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana[2]. Las palabras del Pedro tienen un significado profundísimo, tanto por el origen de la revelación –se lo revela interiormente el mismo Dios Padre- como por la substancia de lo revelado –Jesús no es un simple mortal, es Dios Hijo encarnado-. Y Dios Padre se lo revela a Pedro porque lo había elegido como fundamento visible de la Iglesia de su Hijo. De ahí que la Iglesia Católica confiese, a lo largo de los siglos, la misma fe de Pedro: Jesús es Dios Hijo encarnado.
         También para nosotros se repiten, a pesar de la distancia en el tiempo, situaciones análogas a las de la escena del evangelio: también hoy, los hombres de nuestro tiempo, como los de ayer, idolatran al ser humano, que intenta ejercer sobre los demás un poder omnímodo, totalitario, a través de la política –hoy se idolatra el poder político como si fuera un poder divino-, e idolatran a dioses y demonios, como lo hacen los cultores de la secta neo-pagana de la Nueva Era: tarot, brujería, esoterismo, ocultismo, religiones orientales.
         Pero también hoy como ayer, el Padre envía su Espíritu, así como lo envió a Pedro, para iluminar desde el interior las almas de sus hijos adoptivos, para que no caigan en el error de la civilización moderna, y confiesen, junto a Pedro, la divinidad de Jesús. Y ese mismo Jesús, que estuvo delante de Pedro, está hoy en medio de su Iglesia, en Persona, vivo y resucitado, en su Presencia Eucarística. Por eso, junto a Pedro, con la fe de Pedro, también confesamos la divinidad de Cristo Eucaristía: “Cristo Eucaristía, Tú eres el Hijo del Dios vivo”.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1954, 415.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 416.