sábado, 28 de julio de 2018

Hora Santa en reparación por agravio contra la Santa Misa en obra de teatro blasfema en Rosario Argentina 220718



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en reparación y desagravio por blasfema obra de teatro realizada en Rosario, Argentina, el pasado mes de julio de 2018. La información pertinente al lamentable hecho se encuentra en los siguientes enlaces:



En dicha “obra” de teatro, en realidad se lleva a cabo una burla blasfema de la Iglesia, de la Virgen y de la Santa Misa, además de promocionar el aborto, al haber colocado pañuelos verdes en las imágenes sagradas. Otro hecho repugnante es que los “intérpretes” perpetraron el sacrilegio en un estado de total desnudez, atentando así contra la moral y el pudor. Nos solidarizamos con el Obispo de Rafaela en Argentina, Mons. Luis Fernández, quien escribió una carta dirigida a su comunidad en la que expresa “dolor y repudio” ante la puesta en escena de una obra de teatro que se burla de la Virgen María, la Misa y promociona el aborto. Se trata de la obra teatral “Dios” del dramaturgo Lisandro Rodríguez, llevada a cabo el viernes 20 de julio en el Centro Cultural Municipal.

 Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         ¿Por qué los cristianos “exaltamos” la Cruz? Pareciera en esto haber una contradicción, porque exaltar la Cruz significa exaltar la humillación, al mismo tiempo que glorificar la ignominia[1] y ensalzar el dolor, la muerte y la efusión violenta de sangre. ¿Podemos, como cristianos, “exaltar la Cruz”, si la Cruz significa todo esto? La pregunta es válida tanto más cuanto que “fiesta” significa alegría y esto parece una contradicción, porque la fiesta viene del aumento de la vida y la Cruz es muerte de la vida. La Cruz, por el contrario, significa destrucción de la vida, muerte, dolor y tormento de la existencia. Por estos motivos, parece haber una contradicción insalvable en la Fiesta de la Exaltación de la Cruz, porque pareciera que los cristianos celebramos lo que la Cruz, a los ojos de los hombres, representa: destrucción, ignominia y muerte. Precisamente, cuando se ve con ojos humanos y sin la luz de la fe, la Cruz es rechazada por el mundo pagano y por los judíos, como lo dice la Escritura: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles” (1 Cor 1, 23). La respuesta al porqué los cristianos celebramos la Cruz, la exaltamos y hacemos fiesta, es porque en ella, Cristo Dios, que es Quien cuelga de la Cruz, invierte con su omnipotencia todos los valores[2] y así, a la humillación, la ignominia y el oprobio de la Cruz, la convierte en gloria divina y la muerte en vida, pero no en vida creatural, sino en vida divina. Porque en la Cruz Jesucristo invierte todos los valores, es que los cristianos hacemos fiesta y exaltamos la Santa Cruz.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los judíos piden señales, es decir, poderío divino; los griegos –los paganos- piden sabiduría, es decir, inteligencia: ambas cosas están contenidas, en grado infinito, en la Cruz, porque en la Cruz resplandecen el poder divino de Jesucristo y la Sabiduría de Dios, Cristo Jesús. Resplandece  el poder de Dios, porque el que muere en la Cruz no es un simple hombre, sino el Hombre-Dios, que con su poder, destruye a la muerte, vence al Demonio y borra el pecado de las almas de los hombres; en la Cruz resplandece la Sabiduría de Dios, porque Cristo Jesús es Dios y a la violencia del hombre que lo crucificaba con sus pecados, instigado por el Demonio, con su mansedumbre y humildad venció la soberbia y el orgullo del Ángel caído, nos dio su Vida eterna y con su Sangre borró para siempre nuestros pecados. Todo lo que los hombres buscan, sea poder divino, sea sabiduría divina, está contenido en la Santa Cruz de Jesús, porque el que está Crucificado es el Hombre-Dios, la Sabiduría de Dios encarnada, Jesucristo.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Ante el misterio insondable de la Santa Cruz, la inteligencia creatural debe callar y solo contemplar[3]. La Santa Cruz no tiene explicación humana, no puede comprenderse, entenderse ni valorarse si se mira a la cruz con las solas capacidades de la inteligencia creatural. Es necesario que Dios mismo, desde la Cruz, nos infunda un rayo de su gracia, para que su sabiduría divina ilumine las tinieblas de nuestra razón y nos haga contemplar a la Cruz en su realidad mistérica: en la Cruz no cuelga un malhechor, sino el Hijo de Dios; en la Cruz no triunfan ni el odio del demonio ni la malicia de los hombres, sino la humildad y la misericordia divinas; en la Cruz Dios no ha sido vencido ni ha fracasado: por el contrario, en la Cruz Dios ha triunfado de manera rotunda sobre los tres grandes enemigos del hombre, el Demonio, la Muerte y el Pecado, porque ha vencido al Dragón, ha destruido a la muerte y ha lavado los pecados de los hombres, y todo al precio altísimo de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, derramada en la Santa Cruz, en el Calvario, el Viernes Santo, y derramada cada vez, por el misterio de la liturgia eucarística, en el Cáliz del altar, para ser vertida en las almas de los hombres.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Solo la luz de la gracia puede revelar al hombre el misterio insondable de la Cruz. Solo la gracia, con la cual viene ya infuso el deseo de salvación eterna, puede hacer comprender al hombre que en la Cruz la inteligencia humana es absolutamente insuficiente para escudriñar siquiera las insondables profundidades de su realidad de misterio sobrenatural. Solo la gracia da la sabiduría divina, que es la sabiduría de la Cruz y solo por la gracia el alma puede escuchar y aceptar el mensaje de la Escritura acerca de la Cruz[4]: “La doctrina de la Cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que salvan (…) Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la flaqueza de Dios más poderosa que los hombres” (1 Cor 1, 18-25). La Cruz es necedad para los que se pierden, porque sin la luz de la gracia no pueden contemplar al Salvador, que es el que pende de la Cruz y con su Sangre derramada salva a la humanidad, de manera que el que se pierde –por propia voluntad- es porque no ve que ese Hombre que cuelga de la Cruz es el Mesías de Dios, es Dios hecho hombre que con su Sangre salva al mundo. En cambio, el que posee la sabiduría de Dios, verá en la Cruz es poder omnipotente de Dios que por la Sangre del Cordero derrota a las potencias malignas de los aires para dar al hombre la posibilidad de la inhabitación de la Trinidad en su alma; destruye a la muerte, para darnos la Vida divina que late en su Corazón de Dios, a cambio de su muerte y así dar muerte a nuestra muerte y, por último, darnos su gracia santificante al puesto del pecado que antes ocupaba nuestros corazones. ¿Que un hombre crucificado en un remoto pueblito de Palestina, en un rincón perdido del imperio romano, alejado de todo centro de poder humano, abandonado de los suyos y acompañado solo por su Madre, sea el centro de la salvación del mundo? Es una locura y suena una locura a la luz de la razón humana, pero “la locura de Dios es más sabia que los hombres” (cfr. 1 Cor 1, 18-25). ¿Que un hombre débil, agotado, agonizante primero y muerto después, en aparente –solo aparente- fracaso de sus ideas sea el centro de la historia de la humanidad, pues Él en la Cruz triunfa para siempre sobre los enemigos de la humanidad y de Él depende la salvación de toda la raza humana? Sí, porque la flaqueza de Dios es más poderosa que los hombres” (cfr. 1 Cor 1, 18-25).

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Si para los hombres la Cruz es necedad, locura y escándalo y para Dios es sabiduría, poder divino y gracia, es porque en la Cruz todos los valores han sido invertidos por el mismo Dios que de ella cuelga[5]. Para los hombres la Cruz es ignominia, castigo, dolor, muerte, humillación; para Dios, la Cruz es gloria, paz, humildad, misericordia, solaz, porque Él todo lo transforma con su omnipotencia divina. Lo que para los hombres es sabio, noble y fuerte –el hombre sin Cruz-, para Dios es necio, vulgar y débil, porque está sujeto a sus propias pasiones  y a su propio pecado. Y para lo que los hombres es necedad y locura –un hombre que, crucificado, salve al mundo-, para Dios omnipotencia y sabiduría divina –porque el que cuelga de la Cruz es el Hombre-Dios, quien con su omnipotencia transforma e invierte todos los valores-. Es en la Cruz y a la luz de la gracia que los valores terrenos se invierten y se convierten en los verdaderos misterios salvíficos sobrenaturales, porque es Dios quien invierte estos valores y los convierte en misterios de salvación. Por la Cruz, el hombre tiene acceso a una realidad superior, sobrenatural, mistérica, que lo saca de este mundo y lo conduce, por la Sangre del Cordero, a la unión mística con la Trinidad. Lo  que para los hombres es separación de Dios –porque el hombre, al crucificar a su Dios, cumple el acto de máxima separación de su Dios-, el mismo Dios lo convierte en unión mística con Él, por medio de la unión con su Cuerpo crucificado y con su Sangre derramada. Por la Cruz, el hombre, que creía haber dado muerte a su Dios, obtiene de Dios el perdón misericordioso y la unión con Él, en esta vida y por la eternidad.



[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 166.
[2] Cfr. Casel, ibidem.
[3] Cfr. Casel, ibidem.
[4] Cfr. Casel, ibidem.
[5] Cfr. Casel, ibidem.

martes, 24 de julio de 2018

Hora Santa en reparación por fusilamiento del sagrario por comunistas nicaragüenses 140718




El Sagrario muestra las huellas de las balas de los comunistas nicaragüenses

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación sacrílega de la parroquia Jesús de la Divina Misericordia, llevada a cabo por parte de policías y paramilitares comunistas nicaragüenses bajo el mando del presidente de Nicaragua Daniel Ortega el pasado sábado 14 de julio de 2018. Los mencionados esbirros fusilaron al sagrario de la parroquia, cometiendo un acto sacrílego que recuerda los peores ataques de los comunistas españoles republicanos contra la Iglesia en la Guerra Civil Española. Además de fusilar al sagrario, los sicarios comunistas armados atacaron y mataron a jóvenes pertenecientes a organizaciones juveniles católicas de la Iglesia en Nicaragua. Además, destruyeron la parroquia, la capilla del Santísimo y la Casa Parroquial. Hacemos nuestro el pedido de reparación de la Arquidiócesis de Managua. En la foto se puede observar cómo quedó el sagrario luego del fusilamiento por parte de los paramilitares comunistas nicaragüenses. Como siempre lo hacemos, además de la reparación y desagravio, pediremos por la conversión de los autores intelectuales y materiales de tan horrible sacrilegio y por el eterno descanso de los jóvenes fallecidos. La información relativa al mismo se puede encontrar en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Última Cena de Jesús anticipa su muerte en cruz, según las mismas Escrituras: “En la noche en la que fue traicionado” (1 Cor 11, 23). Por este motivo, las palabras de la consagración de Jesús –“Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros (…) Esta es mi Sangre que se derrama por vosotros”- no se puede separar de la muerte inminente de Jesús en la cruz y tampoco se pueden explicar sin ella[1]. Desde el inicio hasta el final de la Última Cena se anuncian la ausencia y separación del Maestro Jesús, al mismo tiempo que la glorificación y su señorío sobre el tiempo, la historia y los hombres: “Haced esto en memoria mía”; “Hasta que Él vuelva” (1 Cor 11, 26). La Última Cena, anticipo incruento y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, anuncia tanto la muerte de Cruz y su ausencia –“Un poco y no me veréis”-, como así también la vida nueva de Jesús más allá de su muerte y su Presencia real entre sus discípulos, por medio de la Resurrección y de su Presencia gloriosa y resucitada en la Eucaristía –“Otro poco y me veréis”-. Hay un presente doloroso, signado por la noche, la traición de Judas Iscariote, la muerte, pero también la señalación de un futuro glorioso de vida y resurrección, en el que Jesús presidirá otro banquete, el banquete escatológico, el banquete que será celebrado no ya en el Cenáculo, sino en el Reino de los cielos: “Ya no beberé del cáliz hasta que lo beba en el Reino de mi Padre” (cfr. Mt 26, 29).

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la Última Cena está el presente doloroso de la traición de los hombres[2], encarnada y representada en la traición de Judas Iscariote; en la Última Cena están las palabras de despedida, el saber de Jesús que ha de morir; está presente la muerte que sobrevuela como negro presagio; en la Última Cena está el dolor del Corazón de Jesús que en Judas ve cómo las almas, a pesar de su supremo sacrificio en la cruz, habrán de condenarse a lo largo de las edades; en la Última Cena está presente la noche, pero no solo la noche cósmica, la que se abate sobre el mundo creado cuando el sol se oculta y sale la luna: está presente la noche del espíritu, la noche más negra, encarnada en el espíritu de Judas, el hombre destinado a perderse, destinado por haber elegido al Príncipe de las tinieblas y no al Hombre-Dios; está presente la noche personificada en el Príncipe de la oscuridad, que entra en el alma sacrílega de Judas para poseerlo cuando éste “toma el bocado”, antítesis de la comunión eucarística, porque si en la comunión eucarística el alma es inhabitada por la Trinidad Santísima, en la comunión sacrílega de Judas Iscariote es Satanás quien toma posesión no solo de su cuerpo, sino de su voluntad, constituyendo así la posesión perfecta, total y definitiva, que lleva al alma de Judas a precipitarse en el Infierno.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Pero en la Última Cena también está contenida la promesa de la futura resurrección de Jesús[3]; está contenida la promesa de su victoria definitiva sobre la muerte, el pecado y el demonio; en la Última Cena está contenida la alegría futura, que ya se vislumbra más allá del Viernes Santo, la alegría desbordante de la vida gloriosa del Hombre-Dios, que surge triunfante del sepulcro el Domingo de Resurrección. En la Última Cena está la promesa más hermosa hecha por Dios a los hombres, la promesa de quedarse, aun cuando se vaya por la muerte en cruz, en la Eucaristía, porque la Eucaristía, su Presencia real en la Hostia consagrada, es el cumplimiento de la promesa de que habrá de quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”. Si en la Última Cena está la comunión sacrílega de Judas, que prefiere unir su cuerpo y su alma al Demonio, también están presentes las comuniones santas de los Apóstoles que, comulgando en gracia, con fe y con amor, reciben en sus corazones la inhabitación trinitaria de las Tres Divinas Personas. Si bien está el anticipo de la muerte de Jesús en la cruz, en la Última Cena está también en anticipo el anuncio del banquete escatológico que los discípulos gustarán en la eternidad, en el Reino de los cielos. Si la Última Cena está signada por el presente doloroso de la traición de Judas –en la que están representadas las traiciones de todos los hombres de todos los tiempos, sobre todo, los eclesiásticos-, también la Última Cena está signada por la promesa del futuro banquete celestial del cual participarán Jesús y los suyos, los hombres que a lo largo de los siglos hayan permanecido fieles a la gracia y al glorioso Amor de Dios donado en la Eucaristía.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la Última Cena Jesús reúne en torno a sí a los que –a excepción del hijo de la perdición, Judas Iscariote- lo han seguido fielmente hasta ese momento (Lc 22, 8); es con ellos con los que ha deseado ardientemente comer la Pascua antes de sufrir (Lc 22, 15)[4]. De esta manera Jesús, ofreciéndose a sí mismo de forma anticipada en la cena sacramental con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, deja para los discípulos y para la Iglesia toda el sacerdocio ministerial y la Sagrada Eucaristía, modo de cumplir su promesa de quedarse con nosotros, para consolarnos en nuestras penas mientras vivimos en este “valle de lágrimas” todos los días, hasta el fin del mundo y de esa manera Jesús cumple la voluntad del Padre hasta el fin. El misterio de su muerte, que se anuncia en la Última Cena, anticipa al mismo tiempo el misterio de su gloriosa resurrección; es decir, en la Última Cena no solo están presentes los eventos inmediatos relacionados con su Pasión y Muerte, sino también, ya con el don de la Eucaristía, se anticipa el triunfo final, total, absoluto y definitivo sobre la muerte, el pecado y el demonio y se anticipa su Presencia gloriosa en el banquete celestial, banquete que es el cumplimiento de la voluntad del Padre. El Padre no lo ha mandado a morir solamente, sino a morir y a resucitar y tanto la muerte como la resurrección están presentes en la Última Cena, porque anuncia que habrá de partir, pero anuncia también que entrega su Cuerpo y su Sangre, que constituirán el alimento de la Iglesia a lo largo de los siglos, pero también serán el elemento central del banquete escatológico en el Reino de los cielos: “Ya no beberé de este cáliz hasta que lo beba en el Reino de mi Padre”. Su muerte, anunciada en la Última Cena, constituye así un evento de salvación para todos aquellos que, en el tiempo de la Iglesia, “haciendo memoria” de lo que Jesús ha hecho en la Última Cena, participen de su gloriosa muerte y resurrección, mediante la unión con Él por la Eucaristía.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por medio de la Última Cena, a través de la cual permanecerá con los suyos hasta el fin por el don de la Eucaristía, Jesús hará participar a los suyos de su victoria sobre la muerte, al ingresar en sus almas por la Hostia consagrada. Los actos y palabras de la institución eucarística anticipan su misterio pascual de muerte y resurrección: se entrega voluntariamente a la muerte de cruz –significada sacramentalmente por la consagración separada del pan y del vino-, para hacer de su vida un don de vida eterna para todos los que crean en Él, porque si bien morirá en la cruz, es también verdad que resucitará el Domingo de Resurrección, de manera tal que todos aquellos que crean en Él y participen del Pan partido –que es su Cuerpo donado- y del Vino del cáliz –que es su Sangre derramada en la cruz-, recibirán el don de la vida eterna[5]. Es de misterio pascual de muerte y de resurrección del cual participamos cada vez que, adorando, recibimos la comunión eucarística.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.




[1] Cfr. Carlo Rocchetta, I Sacramenti della fede. Saggio di teología bíblica dei sacramenti come “evento di salvezza” nel tempo della Chiesa, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 1998, 98.
[2] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[3] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[4] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[5] Cfr. Rocchetta, ibidem.



sábado, 21 de julio de 2018

Hora Santa en reparación por profanación de una iglesia en Canarias, España 080718



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación sacrílega de una Iglesia en Canarias, España, profanación ocurrida cuando un grupo de hombres vestidos de mujer utilizaron a la sede parroquial como camerino para su espectáculo inmoral. La información relativa al sacrilegio mencionado, ocurrido en el mes de julio de 2018, se encuentra en la siguiente dirección electrónica:


Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia santificante es una cualidad grandiosa, sobrenatural, otorgada por Dios y mediante la cual nos hacemos partícipes de la naturaleza divina y sus propiedades[1]. Al haber sido nuestra naturaleza humana elevada y glorificada por la participación en la naturaleza divina, comenzamos a formar una unión íntima, misteriosa y viva con Dios, lo cual aumenta todavía más el valor y la gloria de la gracia. Es a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, la Persona Divina a la cual se le atribuye, en primer lugar, la unión de Dios con la creatura y de la creatura con Dios. Siendo el Espíritu Santo el representante personal del Amor Divino, del que procede, es en virtud de este amor que se obra la unión de Dios con la creatura. Es decir, en la unión de Dios Trino con la creatura, el “encargado”, por así decirlo, de esta unión, es el Espíritu Santo, o sea, el Amor de Dios. Ahora bien, puesto que Dios se une a nosotros por el Amor, como hemos visto –la Tercera Persona de la Trinidad-, en la vida de la gracia nuestra unión con Dios consistirá principalmente en el amor que le profesemos. Si Dios se une a nosotros por amor, es lógico que nosotros le respondamos uniéndonos a Él por amor. A Dios no lo mueve, para unirse a nosotros, otra cosa que el Amor Divino, el Espíritu Santo; es lógico entonces que, de nuestra parte, seamos capaces de responder a este Divino Amor con nuestro amor, por pequeño y limitado que sea, según el adagio: “Amor con amor se paga”.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Espíritu Santo, según la Tradición, es el don por excelencia hecho por Dios al hombre[2]. Esto quiere decir que todo el misterio pascual del Hombre-Dios –su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección- está encaminado y tiene como objetivo el don del Espíritu Santo a la humanidad, el cual la santifica con su Presencia. El Espíritu Santo, donado a la Iglesia por parte de Jesús resucitado en Pentecostés y a cada alma en particular en la comunión eucarística –con lo que la comunión eucarística se convierte así en un mini-Pentecostés o en un Pentecostés personal-, lo cual constituye un Don cuyo valor sobrenatural, infinito y eterno, por sí mismo, está fuera del alcance de toda imaginación y de toda capacidad de raciocinio por parte de la creatura inteligente, sea hombre o ángel. Ahora bien, esta presencia del Espíritu Santo en el alma, consecuencia del misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo, no excluye la presencia de las otras Personas Divinas, el Padre y el Hijo. Por esta verdad de la inhabitación trinitaria del alma, que se produce cuando el alma comulga en estado de gracia, con fe y con amor, podemos decir que la comunión eucarística constituye un Don tan inmensamente grande del Amor eterno de Dios, que no nos alcanzarán las eternidades de eternidades, ni para comprenderlo en su plenitud, ni para valorarlo adecuadamente, por lo que es nuestro deber de amor y justicia para con la Trinidad el comenzar a dar gracias ya desde esta vida terrena, en todo momento y circunstancia, postrándonos en adoración ante el Santísimo Sacramento del altar.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Según los más grandes santos de la Iglesia, como Santo Tomás, “con la gracia nos viene el Espíritu Santo, el cual se nos da en la gracia y por la gracia permanece en nosotros de modo inefable”[3]. Ahora bien, esta presencia del Espíritu de Dios en nosotros, posible por la gracia, ejerce una acción transformadora de nuestras almas: según el Apóstol, el Espíritu de Dios nos transforma, por medio de su poder divino, en imagen de Dios[4]. En otras palabras, sin la gracia, somos simplemente creaturas, seres creados, limitados, que participan del Acto de Ser porque poseen el ser, pero con la gracia, se da en nosotros una transformación vital y cualitativa, porque pasamos de ser, de creaturas, a imágenes vivientes de Dios. Esta transformación no es meramente externa: es una transformación interna, interior, sobrenatural y la imagen que más nos sirve para entender de qué se trata, es la del fuego que, al penetrar en la madera, la convierte en brasa incandescente y a tal punto que se puede decir que la madera, por la acción del fuego, se transforma en el mismo fuego. Como dice un autor, “es como el sello con el que Dios imprime en nuestra alma la imagen de su naturaleza divina y de su santidad”. Así como el sello moldea la cera y deja impresa en ella su imagen, así el Espíritu Santo, sello del Amor de Dios en el alma, moldea el alma a imagen y semejanza de Dios, al hacerla partícipe de su naturaleza divina. Pero a diferencia del sello que imprime su forma en la cera, que para hacerlo es necesario que entre en íntimo contacto con ella, el Espíritu Santo no puede darnos su gracia sin dársenos Él mismo, y de ahí el nombre de Don de dones. Si la gracia es un don, el Espíritu Santo es el Don que hace posible el don de la gracia.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por la gracia viene a nosotros el Espíritu Santo e inhabita en nuestras almas, aunque también es cierto que es el Espíritu Santo el que debe venir primero a nosotros, para que nosotros poseamos la gracia. En la gracia y por la gracia poseemos al Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos da la gracia y por la gracia obtenemos no sólo más gracia, sino al Amor de Dios, el Espíritu Santo y esto es un misterio sobrenatural inefable, conseguido para nosotros al precio altísimo de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, crucificado por nuestros pecados. Por la gracia el alma se vuelve capaz no solo ya de gozar de los bienes creados, como toda creatura, sino que se vuelve capaz de gozar del Bien Increado en sí mismo, Dios Uno y Trino y “es ésta la misión invisible del Espíritu Santo al hacernos el don de la gracia santificante”[5], pero no obstante esto, junto con la gracia, el Espíritu Santo se nos dona Él mismo en Persona, de manera que pasamos a poseerlo como un bien de nuestra posesión personal. Otro aspecto a considerar es el modo de amar al Espíritu Santo por la gracia: no solo conocemos y amamos al Espíritu Santo y gozamos del Espíritu Santo, tal como se conoce y se goza y se ama a un objeto que no nos pertenece ni que no es inherente a nosotros, sino que la gracia nos capacita para conocer, amar y gozar del Espíritu Santo en sí mismo, en su misma substancia[6], porque la gracia hace que poseamos al Espíritu Santo en su Persona, en su Ser mismo de Dios. En otras palabras, la substancia divina no sólo es el objeto de nuestro gozo –tal como lo puede ser un objeto que no nos pertenece- sino que está presente en nosotros de un modo inefable, real e íntimo.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La forma en la que el Espíritu Santo está unido a nosotros por la gracia es equivalente a la unión que en el cielo tienen los bienaventurados con Dios: así como en la otra vida la visión beatífica de Dios es inconcebible sin la presencia real e íntima de Dios en el alma, así también en esta vida podemos amar a Dios de un modo sobrenatural, desde el momento en que está presente de la manera más íntima en nuestra alma, como objeto de nuestro amor[7]. Si en el cielo Dios es el objeto de la visión beatífica, en la tierra y por la gracia, Dios es el verdadero alimento de nuestra alma, a la cual está unido tan estrechamente, como lo está el alimento al cuerpo. También el amor sobrenatural de Dios es ya un verdadero abrazo espiritual por el que le tenemos, le poseemos y lo disfrutamos en lo más profundo del alma, como si fuera algo propio, de nuestra propia pertenencia. Entonces, en esta vida, el Espíritu Santo viene a nosotros de dos maneras: como el autor de la gracia y junto con ella y luego, en un segundo momento, es la gracia la que nos lleva y nos une a Él, pero de manera tal que gozamos de Él como algo que es de nuestra propiedad, porque nos pone en posesión del Espíritu Santo, de la naturaleza divina y de las otras divinas Personas, las del Padre y del Hijo.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 58.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.
[3] Cfr. Summa Theol., I. q. 38, a. 1; q. 43, a. 3.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem.
[5] Cfr. Summa Theol., I, q, 43, a. 3.
[6] Cfr. Scheeben, ibidem.
[7] Cfr. Scheeben, ibidem.