miércoles, 23 de abril de 2014

Hora Santa en acción de gracias por Pascuas de Resurrección


         Inicio: ingresamos en el Oratorio. Nos postramos ante el Rey de reyes, Jesús en la Eucaristía. Jesús es el Cordero de Dios, que con su Luz, que brota de su Ser trinitario divino, ilumina a la Jerusalén celestial y por eso es llamado en el Apocalipsis: “Lámpara de la Jerusalén celestial” (21, 23). Pero también para nosotros, que vivimos en el tiempo y peregrinamos hacia la Ciudad Santa, Jesús es nuestra luz y lo es desde la Eucaristía; Jesús Eucaristía nos ilumina con la luz de la gracia, de la fe y de la Verdad y el Cirio Pascual es símbolo de Cristo Luz divina que ilumina a la Iglesia y a las almas y cuya Luz eterna vence a las tinieblas, que no prevalecen, porque en la cruz han sido vencidas de una vez y para siempre. Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias al Cordero “como degollado” (Ap 5, 6) que, inmolándose en la cruz, venció a las Potencias del Infierno y nos abrió las Puertas del cielo al altísimo  precio de su Preciosísima Sangre; Él es el que estaba muerto y ahora está vivo y vive para siempre y ya no muere más, porque tiene las llaves de la vida y de la muerte; Él ha resucitado para no morir más, Él es nuestra Pascua; por El festejamos la Pascua de Resurrección, en el tiempo y en la eternidad y por eso ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias al Cordero de Dios, que vive y reina glorioso en los cielos y en la Eucaristía, porque por su cruento sacrificio en la cruz, nos obtuvo tan inmerecida dicha.

         Canto inicial: “Al despertar el sol pascual”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los sacrilegios, ultrajes e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Meditación

         Jesús, te damos gracias por Pascuas de Resurrección, porque “Pascuas” significa “Paso”, y Tú eres nuestro “Paso” al Padre. Por Ti, es que pasamos de esta vida a la vida eterna, de este valle de lágrimas, al seno eterno del Padre, que es dicha y felicidad eterna. Sólo Tú eres nuestra Pascua, nuestro Paso al Padre; nadie va al Padre si Tú no lo conduces; nadie conoce al Padre si Tú no lo das a conocer, porque sólo Tú lo conoces desde la eternidad, porque Tú fuiste engendrado por el Padre en la eternidad, entre esplendores sagrados. Jesús, Tú eres nuestra Pascua, Tú eres el Cordero Pascual, inmolado en el ara de la cruz, servido en el banquete pascual, la Santa Misa, tu Carne purísima, asada en el fuego del Espíritu Santo, es servida por el Padre en el Banquete escatológico de los hijos pródigos, y es acompañada por el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, tu Sangre derramada en la cruz y recogida en el cáliz del altar eucarístico, y todo el banquete se acompaña con las hierbas amargas de la tribulación, que no faltan a los verdaderos hijos de Dios. Oh Jesús, Cordero Santo del Dios Tres veces Santo, Tú eres nuestra Pascua, Tú eres nuestro Paso a la vida eterna, y porque nos granjeaste el Paso a la vida eterna a costa de tu Sangre Preciosísima, te damos gracias y te bendecimos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, los hebreos, en el Antiguo Testamento, recibieron la orden divina de teñir los dinteles y las jambas de las puertas de sus casas con la sangre del cordero pascual, para que el ángel exterminador, al pasar por esas casas, reconociera la sangre del cordero y no descargara sobre sus moradores la ira santa de Dios; mientras tanto, en el interior de las casas, los hebreos comían la cena pascual alrededor de la mesa, que consistía en cordero asado, pan ázimo sin levadura, hierbas amargas y vino. Con todo, no era la verdadera cena pascual, porque la verdadera Pascua eres Tú, oh Jesús: Tú eres el Verdadero Cordero Pascual, con cuya Sangre Preciosísima teñimos, no los dinteles y las jambas de las puertas de nuestras casas, sino nuestros labios, cuando bebemos tu Sangre Preciosísima, del cáliz del altar eucarístico, para que protegidos por esta adorabilísima Sangre, nos veamos protegidos y al abrigo de la ira del Padre; oh Jesús, Tú eres nuestra única y verdadera Cena Pascual, porque Tú te nos brindas como alimento pascual en la Santa Misa; en la Misa, nos deleitamos comiendo la deliciosa Carne de Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, tu Cuerpo resucitado; bebemos Vino exquisito, obtenido de la Vid triturada en la Vendimia de la Pasión, las heridas abiertas y sangrantes de tu Cuerpo y tu Costado traspasado por la lanza; saboreamos el Verdadero Maná caído del cielo, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, y a todo le agregamos un poco de hierbas amargas, las hierbas amargas de la tribulación, que no pueden faltar en el plato de un verdadero hijo de Dios, porque la tribulación es el sello de autenticidad de que la cruz proviene de Ti, porque Tú así lo dijiste: “El que haya dejado todo por el Evangelio recibirá el ciento por uno en esta vida en medio de las persecuciones y luego la vida eterna” (Mc 10, 28-31). Por todo esto, que es un don de tu infinita misericordia, oh Jesús Misericordioso, te adoramos y te bendecimos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú prometiste en el Evangelio, que habrías de prepararnos un reino, para que pudiéramos beber y comer en la mesa de ese reino tuyo: “Así como mi Padre me ha otorgado un reino, yo os otorgo que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino” (Lc 22, 29-30). Y esa mesa de ese reino tuyo que nos preparabas, oh Buen Jesús, para que comiéramos y bebiéramos, consistía en el banquete de la Cena Pascual, en el que, reunidos como Iglesia, comemos la Carne y bebemos la Sangre del Cordero Pascual, Jesús, el Cordero de la Alianza Nueva y Eterna. Cuando el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración: “Este es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre…”, las especies del pan y del vino se transubstancian por la potencia infinita del Espíritu Santo que pasa vehiculizado a través de la débil voz del sacerdote ministerial, que actúa in persona Christi, obrando de esa manera el prodigio más asombroso que pueda tener lugar en los cielos y en la tierra, dando cumplimiento a tu promesa de alimentarnos en la mesa de tu reino. Cada vez que nos alimentamos con tu Cuerpo y con tu Sangre, anticipamos ya, desde la tierra, la Pascua eterna que habremos de vivir en los cielos; cada vez que comulgamos tu Cuerpo y tu Sangre, exultamos de gozo porque pregustamos, en el Banquete Pascual que es la Santa Misa, las alegrías eternas que nos tienes reservadas en el cielo; cada vez que participamos de la Pascua semanal, que es la Santa Misa del Domingo, vivimos anticipadamente, estando todavía en la tierra, un poco del cielo que nos has ganado por el sacrificio de la cruz. Por esta Pascua eterna que nos has donado al precio de Sangre derramada en la cruz y donada sin medida por tus heridas abiertas y por tu Corazón traspasado, nos unimos a las alabanzas que te tributan tu Madre Santísima y todos los Coros Angélicos y te bendecimos, te damos gracias y te adoramos, Sagrado Corazón de Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, en el Antiguo Testamento, los hebreos celebraban la Pascua festejando el Paso milagroso por el Mar Rojo y la travesía por el desierto, el Éxodo hacia la Tierra Prometida, la Ciudad Santa, Jerusalén; en el Mar Rojo, Yahveh abrió las aguas milagrosamente al extender Moisés la vara sobre el mar; en el desierto, Yahveh los había librado de las serpientes venenosas al ordenarle a Moisés que fabricara una serpiente de bronce y la elevara en lo alto para que el que la mirara, quedara curado de las mordeduras venenosas; por último, Yahveh les dio maná del cielo, además de darles de beber agua cristalina brotada de la roca, y todo esto era lo que los hebreos festejaban en la Pascua, pero todos estos portentos y la misma Pascua hebrea solo eran figuras de la Verdadera Pascua, que eres Tú, oh Jesús, porque Tú, con los brazos extendidos en la cruz y con tu Corazón traspasado por la lanza, eres nuestra verdadera Pascua, nuestro verdadero Paso, nuestro verdadero Éxodo hacia la la Jerusalén celestial; Tú, con tu Corazón traspasado, de donde salen el Agua y la Sangre, eres el Mar abierto de la Misericordia Divina, por donde nosotros, los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, nos internamos para atravesar y llegar, seguros, sanos y salvos, a la Tierra Prometida, la Ciudad Santa, el seno eterno de Dios Padre; Jesús, Tú en la cruz, elevado en lo alto, eres la Medicina de Dios, para que todo el que Te vea, quede curado de su falta de amor y de fe; Tú, Hombre-Dios, con los brazos extendidos en la cruz, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, has sido elevado en lo alto por Dios Padre, para que todo el que te contemple, crea en Ti, Hombre-Dios, y creyendo en Ti, tenga vida eterna y se salve; Jesús, Tú, elevado en lo alto del Monte Calvario, eres nuestra protección contra las serpientes infernales, los ángeles caídos, porque tu Sangre Preciosísima ahuyenta a los seres malignos que solo desean nuestra eterna perdición; Jesús, Tú eres nuestra Verdadera Pascua, porque Tú en la Eucaristía eres el Verdadero Maná bajado del cielo: tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma, tu Divinidad, tu Amor Eterno de Hombre-Dios, que se nos brinda sin reservas en cada comunión y que nos alimenta en el desierto de la vida, en nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial; Jesús, Tú eres la Roca de la cual brota el Agua cristalina que sacia la sed de Dios que nuestras almas tienen desde que son creadas, y Tú las sacias con la gracia santificante que brota de tu Sagrado Corazón traspasado por la lanza del soldado romano, ya que el Agua y la Sangre que de tu Corazón brotaron como un manantial inagotable, se nos transmiten a través de los sacramentos de la Iglesia, y así recibimos de ellos un manantial de misericordia inagotable. Por esta Pascua que eres Tú mismo, oh Jesús Misericordioso, manantial inagotable de Misericordia Divina, te alabamos, te bendecimos, te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú, en el cielo, iluminas a los Ángeles y a los Santos con Tu propia luz, con la luz de tu Ser trinitario divino, con la luz que es  la luz del Padre y del Espíritu Santo, porque Tú con el Padre y el Espíritu Santo eres una misma e indivisa Trinidad. En el cielo, los Ángeles y Santos no se iluminan con luz de sol ni artificial, sino que se iluminan con la luz del Cordero, porque Tú, Cordero de Dios, eres la Lámpara de la Jerusalén celestial. Y aquí, en la tierra, en la Iglesia, nos iluminas con la luz de la fe, de la gracia y de la Verdad, y es eso lo que simboliza el cirio pascual. Cuando ingresamos en la Iglesia con el cirio pascual en la Noche de Pascua, y todo el templo está a oscuras, eso significa que Tú eres nuestra Luz y que sin Ti, Luz de Luz eterna, somos tinieblas y habitamos en tinieblas de muerte; significa que Tú eres el Dios Luz que iluminas las mentes y los corazones con la luz de la gracia, de la fe y de la Verdad, que eres Tú mismo, y que si Tú no nos alumbras, habitamos en las tinieblas y que las tinieblas nos invaden y por eso, cuando el sacerdote dice: “Lumen Christi”, el pueblo responde con el corazón: “Deo gratia”, porque damos gracias a Dios que nos ha enviado a Ti, Jesús, nuestra Luz, nuestra Única Luz. Y cuando el sacerdote entona el Pregón Pascual, hacemos nuestra la alegría celestial que hace vibrar nuestro ser desde su más profunda raíz, porque por tu triunfo en la cruz, no solo nos hemos visto libres de las tinieblas del pecado, de la muerte y del infierno, sino que nosotros, pobres mortales, hemos visto resplandecer la gloria de Dios sobre nosotros, y hemos sido revestidos de gloria divina, y por eso entonamos jubilosos un cántico de victoria, un cántico de triunfo en honor del Cordero degollado: Exulten por fin los coros de los ángeles,/exulten las jerarquías del cielo,/y por la victoria de Rey tan poderoso/que las trompetas anuncien la salvación./Goce también la tierra,/inundada de tanta claridad,/y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,/se sienta libre de la tiniebla/que cubría el orbe entero./Alégrese también nuestra madre la Iglesia,/revestida de luz tan brillante;/resuene este templo con las aclamaciones del pueblo/ Porque éstas son las fiestas de Pascua,/en las que se inmola el verdadero Cordero,/cuya sangre consagra las puertas de los fieles”. Amén.

         Meditación final

         Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, pero dejamos a los pies de María Santísima, Custodia del sagrario, nuestros corazones, para que estén siempre ante tu Presencia, día y noche. A Ella, Maestra de Adoración Eucarística, le confiamos nuestra intención de que nuestros pensamientos, deseos y acciones estén siempre fijos en Ti, y si nuestra debilidad, nuestra concupiscencia, o las tentaciones del mundo, nos llevaran a apartarnos de esta intención, haz que María Santísima, estrechándonos contra su Inmaculado Corazón, nos recuerde que sólo Tú, oh Jesús Eucaristía, eres la única razón de nuestro paso por esta vida terrena, de manera tal que, corregida nuestra desviación, seamos capaces de elevar encendidas jaculatorias y oraciones y de hacer meritorias obras de misericordia y todo tipo de sacrificios que nos conduzcan al cielo, a la unión contigo en la eternidad. Amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los sacrilegios, ultrajes e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: "Al Corazón benigno de María".



jueves, 10 de abril de 2014

Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa. La Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz y por lo tanto su valor es infinito e inapreciable. Una sola Misa tiene más valor que todo el Universo visible e invisible. Una sola gota del cáliz tiene más valor que todo el Universo visible e invisible, porque se trata de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios. No nos alcanzará no solo esta vida, sino toda la eternidad, para comprender el valor y penetrar siquiera una infinitésima parte del misterio de la Santa Misa con la cual fuimos redimidos. Nos postramos exteriormente, pero sobre todo nos humillamos y nos postramos interiormente, ante la Presencia sacramental de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Pedimos la asistencia de María Santísima, Maestra y Guía de los Adoradores Eucarísticos, para que nos enseñe y nos ayude a aquietar nuestro pensamiento, nuestra memoria, nuestra voluntad, nuestros sentidos externos, a fin de que todo nuestro ser se disponga en estado de oración para entrar en diálogo de amor con Jesús, el Dios de la Eucaristía.

         Canto de entrada: “Panis Angelicus”.

         Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María Santísima, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Meditación

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella, nosotros, seres limitados y mortales que vivimos en el tiempo, accedemos al Sacrosanto Sacrificio del Calvario, porque la Santa Misa es la representación, prolongación y actualización, por el misterio insondable del Espíritu, de tu sacrificio redentor en la cruz. En la Santa Misa no vemos tus heridas, ni percibimos el olor a sangre, ni escuchamos el golpear del martillo sobre los clavos que fijan cruelmente tus manos y tus pies al leño de la cruz; en la Santa Misa no percibimos, por los sentidos, la cruel y dolorosa realidad del Calvario, pero por un misterio insondable e incomprensible, esa misma realidad está presente, viva y actual, con sus frutos de redención, en el altar, en nuestro "hoy y ahora", para quienes asistimos a la Santa Misa, por la acción del Espíritu Santo. Por la acción prodigiosa del Espíritu Santo que sobrevuela sobre el altar eucarístico, el mismo y único sacrificio de la cruz, llevado a cabo hace veintiún siglos, se hace presente en nuestros días, mientras que los que hemos nacido en el siglo veintiuno, nos hacemos misteriosamente co-presentes al santo sacrificio del Calvario, por medio del santo sacramento del altar, para recibir con toda plenitud la totalidad de sus frutos redentores. El Espíritu Santo actualiza para nosotros el Santo Sacrificio del Calvario bajo las especies sacramentales, para que nosotros, que vivimos y existimos a veintiún siglos de distancia, seamos co-presentes y co-espectadores, por la fe y por el misterio de la liturgia eucarística, al Sacrificio Redentor del Monte Calvario. Por este don de tu infinita Misericordia, te bendecimos y te adoramos y te damos gracias, oh Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.




         Te damos gracias, Jesús, por la Santa Misa, porque por ella, podemos alimentarnos con un manjar exquisito, un manjar celestial, un manjar super-substancial, un manjar de ángeles, un manjar preparado especialmente para nosotros por el Padre celestial. La Santa Misa es el Banquete del Reino, es la Mesa Santa, a la que están invitados los hijos pródigos del Padre del cielo, los hijos que se habían extraviado y que han sido encontrados; los hijos que son la alegría del Padre; la Santa Misa es el Banquete y la Fiesta escatológica, la Fiesta de los Últimos Tiempos, la Fiesta celestial organizada por el Padre para celebrar que sus hijos, que se habían extraviado en los oscuros valles de la muerte y estaban a merced del siniestro Dragón del infierno, han sido rescatados sanos y salvos por el Buen Pastor, que con su cayado, el Leño ensangrentado de la Cruz, ha dado muerte al Lobo infernal y ha vencido para siempre a la Muerte y al Pecado y ha cargado sobre sus hombros a toda la humanidad llevándola, como Rey victorioso, a los cielos. Es para festejar este triunfo magnífico de su Hijo en la cruz, que asombra a cielos y tierra,  que el Padre organiza el Banquete escatológico, la Santa Misa, para expresar su alegría que no tiene fin, porque sus hijos, los hombres, han sido rescatados. Y es así que es el mismo Padre quien sirve la Mesa Santa y sirve para sus hijos un manjar exquisito: la Carne de Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; Pan de Vida eterna, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna, servido en el cáliz del altar eucarístico. Por habernos invitado a nosotros, hijos pródigos e indignos, a tan inmerecido Banquete celestial, te damos gracias, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella tenemos acceso al Verdadero Maná, el Maná caído del cielo, la Eucaristía. Nosotros, que viajamos por el desierto de la vida, peregrinando hacia la Jerusalén celestial, desfallecemos de hambre y de sed, porque hemos salido de Egipto, el mundo, y ya no nos alimentamos de “carne y cebolla”, como lo hacía el Pueblo Elegido en la esclavitud, es decir, las vanidades del mundo, porque hemos sido liberados por tu gracia santificante, pero en este peregrinar hacia Ti, Morada Santa, necesitamos alimentarnos para no desfallecer y ese alimento nos lo proporciona nuestro Padre del cielo y es la Eucaristía, el Verdadero Pan del cielo, tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad. “El que coma de este Pan vivirá para siempre” (Jn 6, 50), dijiste en el Evangelio, Jesús, y nosotros, por tu gran Amor, nos alimentamos de este Pan y recibimos en cada Eucaristía tu Vida eterna, incoada, la misma Vida eterna que luego será desplegada en nuestras almas y cuerpos inundándonos de gloria divina, de alegría, de amor, de dicha, de paz, de felicidad, incontenibles, inenarrables, inagotables, imposibles siquiera de ser imaginados y todo esto por eternidades de eternidades, y todo gracias a tu Sacrificio en cruz. Y todas estas alegrías inconmensurables, todas estas dichas inabarcables, todas estas felicidades que nos esperan por eternidades sin fin, las recibimos, todas juntas, en cada Eucaristía, en cada simple comunión eucarística, porque todas estas alegrías están contenidas en tu Sagrado Corazón Eucarístico, y todas las quieres derramar en nuestras almas, de ser posibles, todas juntas y de una sola vez, con el solo propósito de hacernos felices. Pero, oh Buen Jesús, somos nosotros, pobres ciegos a tu Amor, los que ponemos barreras infranqueables y muros de contención a tu Amor, el Amor que quieres derramar en cada comunión eucarística, y es así que te ves obligado, la inmensa mayoría de las veces, a retirarte apesadumbrado, con las llamas de tu Amor que abrasan tu Sagrado Corazón, porque nuestros fríos e indiferentes corazones nada quieren saber de coloquios de amor contigo. Virgen María, Madre amantísima, Tú que sí sabes de coloquios de amor con Jesús, enséñanos a amar a tu Hijo Jesús en la Eucaristía y haz que nuestro corazón sea como la hierba seca, de modo que al comulgar, combustione y arda al instante, al contacto con las llamas de Amor del Sagrado Corazón. Amén.


Hora Santa y rezo del Rosario meditado en acción de gracias por la Santa Misa

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella podemos beber, en nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial por el desierto del mundo, un agua cristalina y fresca que brota milagrosamente de una Roca hendida por el golpe de la lanza, tu Sagrado Corazón traspasado: así como el Pueblo Elegido bebió agua cristalina y fresca en su peregrinar hacia la Tierra Prometida cuando Moisés golpeó con su bastón sobre la roca y comenzó a brotar agua milagrosamente (cfr. Núm 20, 1-13; 21 4-9), así nosotros, en la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, bebemos de tu Costado traspasado, de donde brota Sangre y Agua, la gracia santificante que sacia nuestra sed de Dios por medio de los sacramentos. En la Santa Misa se renueva, de modo incruento, bajo las especies sacramentales, el Santo Sacrificio del Calvario, en el cual tu Sagrado Corazón fue traspasado dejando escapar, como un torrente inagotable de misericordia, la Sangre y el Agua que nos comunican la gracia santificante en los sacramentos. Por esta Sangre y Agua que sacia nuestra sed de Dios, que brota de tu Sagrado Corazón traspasado, y al cual podemos acceder por el don de la Santa Misa, te damos gracias, oh Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella se renueva el Santo Sacrificio de la cruz, que nos protege de nuestro enemigo mortal, la Serpiente Antigua, Satán, que nos acecha en nuestro peregrinar por el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial, para inyectarnos el veneno mortal de la soberbia y hacernos caer en pecado mortal, porque quiere que compartamos su destino de eterna condenación. Así como el Pueblo Elegido, en su caminar hacia la Tierra Prometida, fue acechado y atacado por innumerables serpientes venenosas, símbolo y figura de los demonios, así también nosotros somos acechado y atacados por los demonios, los ángeles caídos, que buscan nuestra eterna perdición, pero de igual manera, así como ellos tuvieron el auxilio divino, que consistió en que Moisés fabricó una serpiente de bronce y la elevó en lo alto para que todo aquel que la viera quedara curado milagrosamente de la mordedura de las serpientes venenosas, así también nosotros tenemos una ayuda celestial, sobrenatural, que consiste en la contemplación del Hijo del hombre, Jesús crucificado, elevado en lo alto del Monte Calvario, porque todo el que lo contempla, recibe la gracia de la conversión del corazón, y esto sucede también en la Santa Misa, en la ostentación eucarística, cuando se contempla la Eucaristía, porque en el misterio de la liturgia se renueva el Santo Sacrificio de la cruz, de modo que asistiendo a Misa se asiste al Calvario y contemplando la Eucaristía se contempla, en el misterio de la liturgia, el misterio de la cruz. Esta es la razón por la cual, cuando el Nuevo Pueblo de Dios, que peregrina por el desierto de la historia y de la vida hacia la Jerusalén celestial y sufre las acechanzas de la Serpiente Antigua, al contemplar y adorar la Eucaristía elevada sobre el Nuevo Monte Calvario, el Altar Eucarístico, recibe la gracia de la curación del alma, la gracia de la conversión y así llegar a la Morada Santa, el seno del Padre Eterno. Por esto, oh Buen Jesús, que es un don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos, te alabamos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Meditación final

         Jesús, debemos ya retirarnos. Hemos ofrecido esta Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa. Hacemos el propósito de aprovechar cada Santa Misa como si fuera la última, sabiendo que Tú cuentas los pasos que damos para ir a Misa, como si fueran los pasos dados para ir al cielo, porque ir a Misa es ir al Calvario y el Calvario es la Puerta al cielo. Te pedimos, Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que hagas que tu Madre Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, dirija siempre nuestros pasos en dirección a la Santa Misa, el Calvario, la Puerta al cielo, amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María Santísima, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


         Canción final: “Tiembla la tierra y llora”.

jueves, 3 de abril de 2014

Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio de la Cruz


         Inicio: ingresamos al oratorio. Hacemos silencio, exterior e interiormente; nos encontramos ante el Cordero de Dios, el Rey de reyes, el Rey de cielos y tierra, que reina majestuoso desde la Eucaristía, desde su trono en la custodia. Jesús en la Eucaristía nos habla en el silencio, en lo más profundo de nuestro ser, de ahí la necesidad del más profundo silencio interior y exterior, para poder escuchar su voz. Pedimos la asistencia maternal de María Santísima y de nuestros ángeles custodios para que nuestra humilde oración se eleve hasta el trono del Cordero en los cielos. Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio de la Cruz.

         Oración inicial: Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo. Te pido perdón, por los que no creen, no esperan, no Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de vuestro muy amado Hijo y Señor Nuestro Jesucristo, Presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, en Vos confío”.

         Meditación

         Te damos gracias, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, derrotaste a nuestro Enemigo Mortal, Satanás, el Príncipe de las Tinieblas, el Seductor, el Príncipe de la Mentira, el que engañó a Nuestros Padres, haciéndonos perder el Paraíso y condenándonos al destierro. Te damos gracias, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, Tú, el Hombre-Dios, te ofreciste como carnada, y así la Bestia del Infierno, atraída por el señuelo de la debilidad aparente de tu Humanidad, pretendiendo dar muerte al Hombre-Dios, fue vencida para siempre en el Árbol de la Cruz y es por eso que ahora y para siempre la humanidad te agradece y te ensalza por siglos sin fin, porque al precio de tu Preciosísima Sangre la libraste del Dragón infernal. Jesús, te agradecemos, te adoramos, te bendecimos, y en acción de gracias y de adoración, te ofrecemos tu mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, porque por tu Sacrificio en Cruz, las puertas del Infierno jamás triunfarán sobre tu Iglesia y aún más, el poder divino que fluye de la Santa Cruz es tan inmensamente poderoso, que se hace sentir con toda su magnífica potencia, hasta en el más último resquicio del más recóndito rincón del Infierno, de modo que la Bestia infernal, Satanás, aúlla enloquecido de terror ante la vista de la Santa Cruz, y esa es la razón por la cual los santos, unidos a la Santa Cruz, nunca tuvieron nada que temer, mientras que el que se aparta de la Cruz, se une al mismo Infierno. Jesús, te damos gracias, porque por tu Santo Sacrificio de la Cruz, derrotaste al Enemigo de la humanidad, la Bestia del Infierno, Satanás y lo venciste para siempre, por eso decimos: “Que la Cruz sea siempre mi Luz”. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por el Santo Sacrificio de la Cruz, porque por él no solo nos vimos libres de la muerte, sino que tuvimos acceso a la Fuente de la Vida eterna, tu Costado traspasado, tu Sagrado Corazón, el Manantial de Gracia inagotable que vivifica al alma con la vida misma de la Trinidad. Por tu Santo Sacrificio y Muerte en Cruz, nuestra muerte ya no es muerte, sino paso a la vida eterna, porque nuestra muerte ha sido muerta en tu muerte y muriendo nuestra muerte en tu muerte, hemos recibido tu vida, que es vida eterna, muriendo en Ti, vivimos y ya no volvemos a morir nunca más. Por eso, Jesús, morir en Ti es vivir, porque al morir Tú en la Cruz, diste muerte a nuestra muerte, al infundir tu vida en nuestra muerte, haciéndonos vivir en un admirable intercambio: muriendo Tú en la Cruz, nos dabas vida eterna, para que nosotros, muriendo a la vida terrena y de pecado, viviéramos la vida nueva de la gracia y de la gloria, la vida de resucitados, en tu compañía, para siempre, en los cielos. Jesús, Tú has muerto en la Cruz, para descender con Tu Alma gloriosa al Reino del Hades y rescatar a los justos que esperaban al Redentor para poder ir al cielo, pero también has muerto en la Cruz para conducir a toda la humanidad al cielo, porque solo Tú eres nuestra Pascua, nuestro “paso” de este mundo al cielo, porque nadie más que Tú eres el Camino que conduce al Padre; nadie más que Tú conoce al Padre y solo va al Padre aquel a quien Tú lo conduces por el camino de la cruz. Jesús, te adoramos y te damos gracias, porque al morir en el Santo Sacrificio de la Cruz, venciste a la muerte, nos abriste la Fuente de la Vida eterna, tu Sagrado Corazón traspasado, y nos abriste los brazos en la Cruz para llevarnos al Padre Eterno. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias porque por tu Santo Sacrificio de la Cruz, destruiste el pecado. Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: antes de subir a la cruz, tomaste sobre tus espaldas los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, de manera que cuando tu Preciosísima Sangre comenzó a correr sobre tu Cuerpo Santísimo, debido a la multitud de heridas, flagelos, latigazos, puntapiés y golpes de todo tipo que se abatían sobre ti en la Pasión, esos pecados fueron lavados y destruidos para siempre, para siempre, de manera tal que los hombres quedaron limpios e inmaculados gracias a Ti, a tu sacrificio, a tus heridas abiertas, a tus golpes, a tus dolores, a tu Sangre Preciosísima, a tus lágrimas, y a también a los dolores y lágrimas de tu Madre y, finalmente, a tu Muerte. Los hombres quedamos limpios e inmaculados gracias a tus heridas abiertas; gracias a tu Sangre derramada; gracias a tus dolores desgarradores; gracias a tus humillaciones infinitas; gracias a las lágrimas de tu Madre; gracias a las penas sin fin de tu Sacratísimo Corazón, participadas y compartidas hasta la última gota por el Inmaculado Corazón de María; y por todo esto, oh Cordero bendito de Dios, por haber destruido nuestros pecados al altísimo precio de tu Sangre y de tus lágrimas, y de las lágrimas y el dolor del Inmaculado Corazón de María, nosotros nos postramos en acción de gracias, con el corazón contrito y humillado, reconociendo nuestra nada y nuestra miseria, y te ofrecemos tu mismo Sacratísimo Corazón Eucarístico y el Corazón Inmaculado de María en acción de gracias, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te damos gracias, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, nos concedes la gracia de ofrecer al Dios Verdadero, el Dios por quien se vive, Dios Uno y Trino, la Santísima Trinidad, el Sacrificio Perfectísimo, el Sacrificio agradabilísimo, el Sacrificio de suave perfume, el Único Sacrificio verdaderamente digno de su majestad infinita, el Cordero “como degollado”, el Cordero de los cielos, el Cordero Inmaculado y Santo, el Cordero ante el cual los Ángeles no osan levantar la mirada, tanta es su majestad y potestad. Te damos gracias, oh Jesús, porque por tu Santo Sacrificio en la Cruz, nosotros, pobres seres humanos, limitados e imperfectos, que vivimos en el tiempo, poseemos un don de valor incalculable, con el cual podemos homenajear, agasajar y adorar a la majestad infinita de la Santísima Trinidad, de la manera como tal divinidad se merece, porque nada digno hay en los cielos y en la tierra que pueda agradar a la Santísima Trinidad, sino el Santo Sacrificio de la Cruz -y la Virgen de los Dolores que está al pie de la Cruz-, y puesto que decidiste ofrecer el Sacrificio de la Cruz para salvarnos y pusiste a nuestra disposición sus santos frutos, nosotros lo ofrecemos en adoración a la Santísima Trinidad, ofreciéndole tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y por ello te adoramos y te damos gracias, oh buen Jesús, y te bendecimos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te bendecimos y te adoramos, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, podemos alimentar el espíritu por la Adoración Eucarística, porque por la transubstanciación operada en la consagración eucarística por el sacerdote ministerial, Tú te quedas entre nosotros en la Sagrada Eucaristía, y así podemos nosotros venir a adorarte en la Eucaristía, a hacerte compañía, a contarte nuestras penas y nuestras alegrías, a adorarte en silencio, a preguntarte cómo es el cielo y la eternidad que nos espera, a pedirte nuestra conversión y la de nuestros seres queridos, a pedirte que nos salves de la eterna condenación, a suplicarte que nos salves, a hablarte como a un amigo, como a un hermano, como a un padre, a confesarte nuestros miedos, nuestros fracasos y nuestros triunfos, nuestros temores y nuestras esperanzas, y nuestros deseos de compartir el cielo para siempre en Tu compañía, en compañía de tu Madre, de tus santos, de tus ángeles, y de nuestros seres queridos que ya han partido y que esperamos que, por tu infinita Misericordia, estén ya contigo. Te bendecimos, Jesús, porque gracias al Santo Sacrificio de la Cruz, podemos alimentar nuestras almas con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, al renovarse este Santo Sacrificio cada vez, incruentamente, en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. Cada vez que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración, sobre el altar eucarístico se produce el milagro de los milagros, la obra más prodigiosa que puedan contemplar cielos y tierra: el Padre y el Hijo espiran, por intermedio del sacerdote ministerial, el Espíritu Santo, sobre las especies eucarísticas, obrando la conversión de estas en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo, de modo que sobre el altar ya no hay más substancia de pan y vino, sino la substancia humana glorificada de Jesús de Nazareth, unida a la Persona Divina del Verbo de Dios, es decir, la Humanidad glorificada, Cuerpo y Alma glorificados y resucitados de Jesús de Nazareth, unidos hipostáticamente, personalmente, al Verbo de Dios, el Hijo Eterno de Dios Padre, ocultos bajo aquello que a los sentidos corporales parece ser pan pero ya no es más pan, sino la Eucaristía, el Pan de Vida Eterna, el Pan Transubstanciado por las palabras de la consagración. Por todo esto, oh buen Jesús, te bendecimos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos para cumplir con nuestros deberes de estado, pero deseamos permanecer en tu Presencia. Para ello, confiamos nuestros corazones a María Santísima, Guardiana del Sagrario, y le pedimos que los custodie y los estreche contra su Inmaculado Corazón, y que no permita que amores mundanos y profanos los aparten del propósito que hacemos de mantenernos en tu Amor. Bendito, alabado y adorado seas, oh Jesús, Cordero de Dios, por tu Divina Misericordia, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Oración final:Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo. Te pido perdón, por los que no creen, no esperan, no Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de vuestro muy amado Hijo y Señor Nuestro Jesucristo, Presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canción final: “Tiembla la tierra y llora”.