En el Sermón de la Montaña
(cfr. Mt 5, 1-12), Jesús proclama las
bienaventuranzas, es decir, las condiciones espirituales y existenciales que
permiten al alma ingresar al Reino de los cielos. Las Bienaventuranzas
proclamadas por Jesús son radicalmente distintas a las bienaventuranzas
proclamadas por el mundo: el mundo declara felices a los que poseen bienes
materiales, a los que todos reverencian con honores mundanos, a los que poseen
la sabiduría y la ciencia mundanas, a los que no sufren, a los que disfrutan
del mundo y de sus atractivos.
Las bienaventuranzas de Jesús
son radicalmente distintas a las bienaventuranzas del mundo y quien desee ser
feliz –esto es lo que significa “ser bienaventurado”, el ser feliz, que es la
aspiración íntima presente en lo más profundo de todo ser humano-, debe ansiar
subir a la cruz, que es en donde se cumplen todas las bienaventuranzas: solo en
la cruz, en Cristo, se cumplen todas las bienaventuranzas, ya que Él es el
perseguido por la justicia, es quien tiene hambre y sed de justicia, Él es el que
obra la misericordia. Las bienaventuranzas se cumplen y se viven y se cumplen
en la cruz, pero también al pie de la cruz, por eso María es la Primera
Bienaventurada, antes incluso que su Hijo que muere en la cruz. Ser
bienaventurado entonces quiere decir participar de la vida del Hombre-Dios, y quien
desee ser una luminosa imagen suya en un mundo en tinieblas no tiene otro
camino que el camino de la cruz.
Pero además de las
bienaventuranzas de Cristo, hay otra bienaventuranza, proclamada por la Esposa
del Cordero, la Iglesia, no desde la Montaña, sino desde el altar, y es la
bienaventuranza de quienes han sido invitados al banquete del Cordero Pascual: “Bienaventurados
los invitados al banquete celestial”[1]. Felices
los que son invitados a comer la carne del Cordero del Apocalipsis. Jesús
proclama las bienaventuranzas, la Iglesia proclama otra bienaventuranza que
contiene y resume las bienaventuranzas de Jesús: “Felices los invitados al
banquete celestial”.
Es decir, los bienaventurados
son quienes participan de la cruz de Cristo pero son también quienes se alimentan
de la carne del Cordero Pascual, la Eucaristía. Es realmente una
bienaventuranza, porque la Eucaristía no es pan, sino el mismo Cristo en
Persona, que es el origen y el motivo de la alegría y de la bienaventuranza del
cristiano, en esta vida y en la otra.
La participación y la unión
con el Hombre-Dios Jesucristo es el culmen de la alegría del cristiano, que se
dará en su plenitud en la otra vida, pero comienza ya aquí en la tierra, en el
convite del altar, en el banquete celestial, en el manjar reservado a los
dioses, la carne del Cordero Pascual.