domingo, 5 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por versión blasfema y pro aborto del Padrenuestro feminista 020519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la blasfemia que implica el invento de pun “padrenuestro” feminista, abortista y pro-ideología de género, con el cual se ofende gravemente a Dios Nuestro Señor. El texto de la blasfema oración se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Adoro Te devote, latens Deitas”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Acerca de lo que sea la justificación que por la gracia obtiene el cristiano, dice así el Concilio Tridentino[1]: “Que es una traslación de aquel estado, en el que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de hijos de Dios por el segundo Adán Jesucristo, Salvador nuestro”. Es decir, el Magisterio de la Iglesia nos afirma esta maravillosa verdad: por medio de la gracia, nuestras almas, de hijas del primer Adán, el que cometió el pecado original, se convierten, por el segundo Adán Jesucristo, en hijas adoptiva de Dios y por lo tanto, en herederas del Reino de Dios. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que seamos siempre conscientes del gran don que significa la gracia de la filiación divina recibida en el bautismo, para que siempre demos gracias a Dios por habernos adoptados como hijos suyos muy amados!

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         El estado en el que el alma –toda alma- que nace en este mundo es estado de esclavitud, porque todos somos descendientes del primer Adán, el que junto con Eva cometió el pecado original, instigado por la Serpiente Antigua y destinando así a toda la humanidad, perdida la gracia, a la eterna condenación[2]. El estado en el que queda el alma cuando recibe la gracia, es un estado diametralmente opuesto, por cuanto no solo le es quitado el pecado original sino que se le concede la gracia de la filiación adoptiva, por la cual el hombre es adoptado como hijo de Dios y convertido en heredero del Reino. Se trata de un estado de libertad, de vida divina, de vida nueva, la vida de los hijos de Dios. Es decir, por la gracia, el hombre pasa de una suma desdicha a la suma dicha, gozo y alegría divina[3].

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         Imaginemos, dice un autor[4], a un hombre condenado a morir, al que le fuera perdonado el castigo y se viera libre de él, cuán contento estaría y cuánto más lo estaría si se viera, apenas perdonado su castigo, convertido en hijo de un poderoso rey y heredero de su reino. Pues bien, esto es lo que sucede espiritualmente con los que, estando en pecado, reciben la gracia de la absolución de sus pecados y juntamente la gracia que los convierte en hijos adoptivos de Dios: de estar condenados a ser esclavos de Lucifer para siempre, pasan a la libertad de los hijos de Dios. Es decir, los que antes eran nada, sino solo esclavos y miserables, ahora por la gracia se convierten en hijos de Dios y herederos suyos, de modo real y no metafóricamente[5].

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

         Si ser siervo de un gran señor es para un hombre desposeído una gran dicha, cuánta mayor es la dicha del cristiano, que pasa de ser esclavo de las pasiones y el pecado y desposeído de todo bien, a ser hijo de Dios con derecho a sucesión, es decir, con derecho a las posesiones celestiales de este Dios tan magnífico. No hay mayor bien para el hombre que recibir la gracia, pues con esta deja de ser un esclavo y un desposeído, para ser en Cristo hijo de Dios y heredero del Reino, teniendo el alma en gracia derecho a los bienes de Dios que, entre otras cosas, comprende las inimaginables dulzuras y alegrías del Reino celestial[6].

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Dice San Cipriano[7]: “Nunca admirará las obras de los hombres quien se conociere que es hijo de Dios. Abátese a sí mismo de la cumbre de su generosidad quien después de Dios puede admirar otra cosa”. Es decir, no hay cosa más grande para admirar y dar gracias que la gracia de ser hijo de Dios adoptivo. Los hijos de Dios, convertidos en tales por la gracia, no lo son sólo de nombre, sino propiamente hablando, porque han recibido la gracia de la filiación divina, con la cual el Hijo de Dios es Dios Hijo desde toda la eternidad. Con relación a las otras creaturas, que no tienen la gracia, sólo de modo impropio y general se pueden decir que tienen a Dios por Padre, pero no lo son realmente, porque no tienen la gracia de la divina filiación: Dios es Padre sólo de los justos, es decir, sólo de los que poseen la gracia santificante, pues sólo estos pueden ser llamados con toda propiedad “hijos de Dios adoptivos”[8]. Esto, como dice un autor, es digno de toda consideración y de acción de gracias a Dios Uno y Trino, por tener tanta misericordia con nosotros, para que “no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino para que lo seamos realmente”[9], por la gracia.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


[1] Sess. 6, cap. 4.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 150.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[6] Cfr. Nieremberg, o. c., 150.
[7] Lib. De Spectaculis.
[8] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[9] Cfr. 1 Jn 3.

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