domingo, 5 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por ataque vandálico a cuatro iglesias en Roma 010816



Una de las cuatro iglesias vandalizadas en Roma.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el brutal ataque vandálico realizado por un hombre en Roma, durante el cual atacó a cuatro iglesias, provocando enormes destrozos y pérdidas de valor incalculable. La información relativa a tan lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Adoro Te devote, latens Deitas”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         En la Antigüedad, dice un autor[1], los hijos adoptados solían prodigar tanto cariño, amor y respeto a sus padres adoptivos, que superaban en ocasiones en mucho a los propios hijos naturales o biológicos, como forma de agradecimiento por el haberlos adoptados como hijos y quererlo como tales, siendo ellos de suyo en sí mismo seres extraños y no parientes de sangre. El agradecimiento de los hijos adoptivos se debía a que por la adopción, además del amor prodigado por los nuevos padres, recibían también título de herederos de los bienes de sus padres, esto es, casas y toda clase de bienes. Reflexionando sobre este hecho, ¿no deberíamos acaso nosotros comportarnos para con Dios, que siendo nuestro Creador y poseyendo Él una naturaleza divina, infinitamente superior a la nuestra, por la gracia santificante nos convirtió en hijos suyos muy amados, participantes de su naturaleza divina, hermanos de Dios Hijo y herederos del Reino? ¿No deberíamos acaso prodigarnos y deshacernos en acciones de gracia, de amor y adoración por tanto amor infinito demostrado para con nosotros?

         Silencio.    

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         Hablando precisamente de los hijos adoptivos, Casiodoro[2] dice: “Cuando los extraños con el vínculo de los ánimos se unen con parentesco, tanta es la fuerza que en este acto hay, que primero querrán morir que hacer algo que parezca de molestia y disgusto de sus padres”. Teniendo esto en cuenta, lo mismo deberíamos hacer nosotros, esto es, desear la muerte terrena, antes que ocasionar el más pequeño disgusto a nuestro Padre Dios, que con tanta liberalidad y amor nos ha convertido en hijos suyos, que cometer un pecado, porque por el pecado, sobre todo el mortal, se nos quita la gracia que nos convierte en sus hijos. Si no aborrecemos el pecado, no está completa nuestra acción de gracias a Dios por habernos adoptado como hijos suyos muy amados por el bautismo.

         Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

Debido al enorme don de amor que significa la gracia santificante, los hombres deberíamos preferir antes morir mil veces antes que ofender a Dios con un solo pecado mortal o un pecado venial deliberado y a esto tenemos obligación de amor –“amor con amor se paga”, dice el dicho-, y al habernos amado antes Él con Amor infinito, no podemos sino corresponderle con amor, demostrando que apreciamos la gracia concedida en el bautismo y al pie de la cruz, de adoptarnos como hijos suyos, deseando morir una y mil veces antes que ofenderlo con un pecado que disminuya o, peor aún, quite la gracia de nuestras almas.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

Los que están en gracia, dice un autor[3], por el hecho de ser hijos adoptivos de su Divina Majestad, tienen de modo especial –mucho más que el que no ha recibido la gracia inestimable del don de la filiación divina- de no dar a Dios disgusto ninguno con ningún pecado de ninguna clase, aunque no basta con esto, sino que están obligados –también por obligación de amor y agradecimiento- a esmerarse con todas sus fuerzas a dar contento a su Padre, obrando de tal manera de conservar la gracia, cuando se la tiene, y también de acrecentarla cada vez más, en la medida de lo posible. Si en algo debiéramos dar gracias a nuestro Dios, deberíamos dar las gracias a Dios de modo equivalente a la acción de gracias de millones de almas y de corazones, lo cual nos da una idea aproximada de cuánto debemos amar a Dios Trino y una forma de hacerlo es postrarnos ante Dios Hijo, Presente en la Eucaristía, continuamente, noche y día, para agradecer tan maravilloso don.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

El don de la gracia santificante es tan grande, que, como dijimos recién, nuestra acción de gracias y nuestro amor hacia Dios Trino debería ser tan grande como el equivalente al amor dado por millones de almas y corazones, al tiempo que deberíamos evitar, en lo más mínimo, no ya el pecado, sino la imperfección, para no dar disgusto a Nuestro Señor, de modo que Dios tenga siempre agrado de nuestro ser y nuestra conducta. Atalarico[4], nieto de su abuelo adoptivo, el emperador Justiniano, dijo: “Metedme en vuestra misma alma, pues que he alcanzado la herencia real; esto es lo que más estimo que el mismo señorío y reino, tener contento a tan grande emperador”. Similares palabras deberías decir a la Trinidad: “Señor, entrañarme en Vos quisiera y desentrañarme a mí por serviros; que más estimo tener contento a tan buen Padre, que el mismo reino de los cielos que por herencia me prometéis”. Es decir, más deberíamos desear mantener a Dios contento en todo, evitando siempre el pecado, para estar siempre en su seno, algo infinitamente más valioso y hermoso que el mismo Reino de los cielos.

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 151.
[2] Casiod., lib. 8, var. 1.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 151.
[4] Lib. 4, var. 2.

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