Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por el acto vandálico sufrido por un Pesebre en Italia. Para mayor información
acerca de este lamentable incidente, consultar la siguiente dirección
electrónica:
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Con relación a la Comunión espiritual, el Padre Pío de
Pietralcina daba el siguiente consejo a una hija espiritual suya: “A lo largo
del día, cuando no te dejan hacer otra cosa, llama a Jesús, incluso en medio de
tus ocupaciones, con un gemido resignado del alma y Él vendrá y se quedará
unido siempre con el alma mediante Su gracia y Su santo amor. Con el espíritu
vuela al sagrario cuando no puedas hacerlo con el cuerpo y allí desahoga los
deseos ardientes y abraza al Amado de las almas mejor que se te hubiera dado si
lo hubieras recibido sacramentalmente”[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Debemos aprovechar de continuo el don de la Comunión
espiritual, sobre todo en los momentos de prueba o de abandono. En efecto, ¿qué
puede ser más precioso que la unión con Jesús Hostia mediante la Comunión
espiritual? Este santo ejercicio puede llenar de amor una jornada que por
alguna circunstancia se encuentra demasiado atribulada; puede hacernos vivir
con Jesús en un abrazo de amor, dependiendo de nosotros hacerlo todas las veces
que queramos, hasta incluso no interrumpirlo casi nunca[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Santa Ángela de Mérici tenía ferviente y devota pasión
por la Comunión espiritual. No solo la hacía ella con frecuencia y animaba a
hacerla, sino que llegó a dejársela en herencia espiritual a sus hijas para que
la practicaran perpetuamente[3]. Otro
santo que vivía de las Comuniones espirituales es San Francisco de Sales: su
propósito era hacer al menos una Comunión espiritual cada cuarto de hora y el
mismo propósito lo había hecho San Maximiliano María Kolbe desde joven.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
El beato Andrés Beltrami es otro ejemplo: él ha dejado
una breve página de su diario íntimo que es un pequeño programa de vida vivida
en Comunión espiritual ininterrumpida con Jesús Eucaristía. Este santo decía
así: “Dondequiera me encuentre pensaré con frecuencia en Jesús en el
Sacramento. Fijaré mi pensamiento en el Santo Sagrario incluso cuando me
despierte de noche, adorándolo desde donde me encuentre, llamando a Jesús en el
Sacramento, ofreciéndole las acciones que esté haciendo. Instalaré un hilo
telegráfico desde el estudio hasta la Iglesia, otro desde la habitación, un
tercero desde el comedor y con la frecuencia que pueda enviaré mensajes de amor
a Jesús en el Sacramento”[4].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Los santos se han servido con mucho interés y devoción
de la Comunión espiritual, para dar salida al caudal de amor hacia Jesús
Eucaristía contenido en sus corazones[5]. Santa
Francisca Javiera Cabrini decía: “Cuanto más Te amo, menos Te amo, porque más
querría amarte. No puedo más con esto… ensancha, ensancha mi corazón”. Santa Bernardita,
en los períodos en que no se despertaba por la noche, llegó a pedirle a una
compañera que la despertase, con el objetivo de hacer una Comunión espiritual: “Porque
querría hacer la Comunión espiritual”.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 91.