El Sagrado Corazón del Hombre-Dios late en la Eucaristía con
la fuerza vital de un doble amor, la del amor divino substancial de la Trinidad
y la del amor humano de Jesús. Con este doble amor, con el que nos ama
personalmente a cada uno de nosotros, se encuentra Jesús existiendo
espiritualmente, invisiblemente, gloriosamente, en la Eucaristía, y es este
doble amor el que nos infunde en nuestras almas, derramándolos desde lo más
profundo de nuestro ser, cada vez que consumimos la Eucaristía.
Por el misterio de la unión hipostática, el Corazón humano
de Jesús está unido íntimamente al Corazón único de Dios, por lo que su Corazón
humano, que existe, divinizado, glorioso e invisible en la Eucaristía, posee,
además del amor humano perfecto –porque Jesús en cuanto hombre es perfecto-, el
amor de la Trinidad, es decir, el Amor substancial del Padre y del Hijo, el
Amor espirado por el Padre y co-espirado por el Hijo, el Espíritu Santo.
Por eso en la
Eucaristía, Cristo nos ama con un doble amor: con el amor substancial del ser
divino, el Espíritu divino de Amor, y con el amor que como ser humano perfecto
posee desde la Encarnación.
Desde la
Eucaristía Cristo nos ama con su amor humano y con su amor humano divinizado
quiere hacernos partícipes e incorporarnos, a través de la incorporación a Él, a
su Humanidad sacramentada, y donarnos la corriente de vida y de amor divino que
circula entre las Personas de la Trinidad.
La unión que
Cristo pretende con nosotros, la unión que Él intenta en nosotros con Él y en
Él y con Él a la Trinidad, no es meramente moral, psicológica, imaginaria. Es
una unión real, substancial, de nuestras almas con Él y en Él con la Trinidad. Ante
tal maravilloso don de Cristo, nosotros podríamos preguntarnos: ¿no son sólo
simples consideraciones y deseos nuestros? ¿es posible realmente semejante don?
Sì. Es posible,
la unión intentada por Cristo entre nosotros y Él y en Él con la Trinidad, es
una unión real y no meramente moral, porque el Corazón Eucarístico de Cristo es
la más excelsa expresión de las relaciones trinitarias y, al mismo tiempo, la
más maravillosa prolongación ad extra
de estas relaciones intratrinitarias por estar este Sagrado Corazón unido
íntimametne, indisolublemente, al Corazón del Verbo, Corazón único de las tres
Personas divinas. A través del Corazón eucarístico de Jesús y por medio de él,
nos llega a nuestras almas el amor trinitario porque en él están presentes las
Personas de la divinidad, las cuales se aman eternamente con el amor
substancial divino.
A través del
Corazón eucarístico de Jesús, se prolongan, en el tiempo y en el espacio, sobre
el altar primero –y en el alma después- las relaciones de amor de las Personas
divinas; en otras palabras, el amor con el cual las divinas Personas se aman en
la eternidad, está contenido en su plenitud substancial, en el Corazón
eucarístico de Jesús, y desde allí este caudal de amor se nos comunica a
nuestras almas.
Por eso el dono
del amor divino substancial, que se nos ofrece en cada comunión eucarística, no
es una simple consideración de la teología, sino una asombrosa, maravillosa y
misteriosa realidad.
Sin embargo, el
amor del Corazón eucarístico de Cristo no se detiene ni se contenta sólo con
donarnos la vida intratrinitaria y la corriente de amor que circula al interno
de esta divina comunión de Personas. Quiere no sólo darnos el don del amor
divino –con cuya posesión el alma, según los místicos, moriría de amor sino
fuera sostenida por la gracia divina-, sino también hacernos parte de ese mismo Amor substancial, quiere que nosotros y
el Amor hipostático, seamos una sola cosa,
un solo espíritu. Quiere
introducirnos y hacernos parte de la vida intratrinitaria, lo cual significa
hacernos parte de la alabanza, la glorificación, la alegría eterna que Él como
Unigénito, en el Espíritu de Amor, otorga al Padre por la eternidad.
En la
Eucaristía, Cristo prolonga su generación eterna desde el Padre, continúa su
Encarnación en el seno de la Virgen, renueva su Pasión dolorosa, existe
glorioso y resucitado, está sentado en su trono de gloria por los siglos sin
fin; en la Eucaristía, Cristo es eternamente generado por el Padre, prolonga su
Encarnación en el tiempo, se encuentra presente, glorioso, resucitado y tres
veces santo, en el seno glorioso del Padre, del cual fue generado.
En la
Eucaristía, el Corazón Eucarístico de Cristo, el Hombre-Dios, por el Espíritu
Santo que inhabita en Él, proporciona alabanzas, gloria, amor y adoración a
Dios Trino por toda la eternidad. A esta alegría suya, eterna, sin límites,
tenemos acceso en cada comunión eucarística; en cada comunión eucarística, como
un anticipo en el tiempo de lo que será la alegría eterna, nos hacemos parte
del Corazón Eucarístico de Jesús que en cada latido suyo adora a Dios en un mar
infinito de alegría infinita.