sábado, 30 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por robo de Hostias consagradas en Nimes Francia 210319


Iglesias profanadas en Francia

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la oleada de profanaciones ocurrida en Francia en templos católicos el mes de marzo de 2019. De modo particular, en una de estas profanaciones, en el templo de Nuestra Señora de los Niños (Notre Dame de les enfants) en Nimes, un grupo de desconocidos “pintaron en su interior una cruz con excrementos humanos, saquearon el altar, destrozaron el Sagrario y robaron las hostias consagradas”. La información relativa a tan lamentables sucesos se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Un camino excelente para apreciar el valor infinito de la gracia es contemplar lo que Dios Trino hizo para adquirirla para nosotros[1]. Dios Padre pidió a Dios Hijo que se encarnase por obra de Dios Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre: he aquí una primera acción de Dios, que deja el trono de los cielos y no repara en los sublimes espíritus angelicales, para encarnarse en ese cielo en la tierra, en donde inhabitaba el Espíritu Santo, el seno virginal de la Madre de Dios. Ya la sola obra de la Encarnación, el hecho más grandioso jamás ocurrido en la historia de la humanidad, es un evento grandioso, realizado por Dios para conseguirnos la gracia, que merece toda nuestra admiración, nuestro asombro, nuestra honra, nuestro amor y nuestra adoración. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros, para que siempre demostremos nuestro amor y agradecimiento a tu Hijo Jesús por habernos conseguido la gracia santificante!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

¿Qué no hizo Dios para darnos la gracia? ¿Qué no dejó de hacer, para conseguirnos la gracia? No contento con humillarse por nosotros en la Encarnación, aunque si bien es cierto que esta humillación estuvo atenuada porque bajó del cielo del seno del Padre al cielo en la tierra que es el seno de la Virgen Madre, pero no por eso deja de ser humillación, el Verbo del Padre asumió en su Persona divina a nuestra naturaleza humana, siendo así como si un rey majestuoso asumiera la figura de un pordiosero. Es decir, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre y ocultó, por un milagro de su omnipotencia, la gloria con la que debía aparecer ante nuestros ojos, la misma gloria de la Epifanía y del Tabor, para poder sufrir la Pasión, porque si tenía su cuerpo glorificado, como le corresponde en la realidad, no podría haber sufrido la Pasión. Es decir, además de encarnarse, ocultó su gloria visible, para poder sufrir por nosotros la Pasión y Muerte en Cruz y así darnos la gracia.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

¿Qué de trabajos no evitó Dios encarnado para darnos la gracia?[2] Habiéndose hecho hombre sin dejar de ser Dios –para que nosotros, por la gracia, nos hiciéramos Dios por participación-, el Verbo Encarnado creció como niño, sujeto a una madre y un padre amorosísimos, pero también sufrió por nosotros la amenaza de muerte de Herodes, apenas nacido, con lo cual hubo de padecer también por nuestra salvación el exilio, para evitar la muerte que el rey Herodes quería propinarle, por envidia y por temor a ser desplazado en su reyecía. Así, incluso recién nacido, y siendo todavía Niño pequeño, el Verbo de Dios encarnado hubo de sufrir amenazas de muerte, exilio, pobreza y toda clase de privaciones, todo para conseguirnos la gracia. ¿No merece acaso todo nuestro reconocimiento, nuestra admiración, nuestra adoración y nuestro amor, en el tiempo y en la eternidad? ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, enséñanos a amar y adorar a tu Hijo Jesús en la Eucaristía, para así poder agradecerle continuamente el don de la gracia!

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ya siendo hombre joven, hubo de dejar la casa paterna y despedirse, con todo el dolor del alma, de su Madre amantísima, porque debía comenzar su prédica pública y porque debía comenzar la etapa final de su misterio pascual de muerte y resurrección y es así que, con lágrimas en los ojos y con su Corazón Sagrado inmerso en el dolor, para conseguirnos la gracia, el Verbo de Dios encarnado abrazó a su Madre Santísima por última vez en la puerta de su casa en Nazareth y emprendió el viaje que lo llevaría a la Santa Cruz y a los Cielos, y todo para conseguirnos la gracia. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que unidos a ti en tu adoración continua al Santísimo Sacramento del altar, adoremos en espíritu y en verdad a tu Hijo Jesús en la Eucaristía!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Habiendo emprendido el camino de la predicación de la Buena Nueva, el Verbo de Dios hecho hombre hubo de sufrir trabajos, penas, sudores, cansancio[3], como si fuera un hombre más, aunque no lo era, y todo lo hizo teniendo en la mente y en el corazón un solo pensamiento, nuestro nombre particular y un solo deseo, darnos la gracia. Llegada la Hora de la Pasión, el Verbo de Dios se internó en el peligroso desierto para ayunar por cuarenta horas y enfrentar y derrotar al maligno en sus tentaciones, para darnos ejemplo; cuando comenzó su Pasión, recibió más de cinco mil azotes, que dejaron su Cuerpo convertido en una llaga viviente; fue coronado por burla con una corona de espinas; sufrió el dolor inenarrable de la crucifixión de manos y pies; sufrió la humillación de estar crucificado; sufrió hambre y sed en medio de sus tormentos en la Cruz; sufrió el abandono de sus discípulos, incluido el abandono aparente de su Padre, que lo llevó a exclamar “¿Por qué me has abandonado?”, aunque todos estos abandonos y sufrimientos estuvieron, de alguna manera, compensados por la Única que no lo abandonó, la Virgen Santísima, que al pie de la Cruz se convirtió en Nuestra Señora de los Dolores. Sufrió insultos estando en la Cruz y sufrió una agonía de tres horas, hasta que finalmente, consumada la Pasión y nuestra Redención, entregó con un grito su espíritu al Padre. Incluso después de muerto, su Cuerpo sufrió un último ultraje, al ser atravesado su Corazón por la lanza del costado romano, siendo su respuesta a este ultraje, como Dios misericordioso que es, el derramar sobre nuestras almas el océano infinito de su Amor Misericordioso, por medio del Agua y la Sangre que brotaron de su Corazón traspasado. Todo esto y más, mucho más, sufrió el Redentor para darnos la gracia santificante. ¿No hemos de agradecerle postrándonos ante su Presencia Eucarística, adorándolo en espíritu y en verdad y dándole gracias y amándolo, en el tiempo y en la eternidad?

 Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 108.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 109.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 109.

viernes, 29 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por profanación a la Iglesia Santa María dei Derelitti en Italia 220319



Una de las lamentables escenas de la profanación ocurrida en la Iglesia Santa María dei Deleritti en Venecia, Italia, el pasado 22 de marzo de 2019. La profanación consistió en la realización de un evento de moda, lo cual es absolutamente inapropiado e inadecuado, por la carga de mundanidad que conlleva, para ser realizado en el interior de una iglesia.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de la iglesia Santa María dei Derelitti en Venecia, Italia, el pasado 22 de marzo de 2019. La profanación consistió en que se realizó en el interior de la Iglesia una exposición de moda, con todo lo que de mundanidad conlleva un tipo de estos eventos. La información relativa al lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         El don de la gracia es tanto más admirable y apreciable cuando se considera qué y cuánto le costó a Dios en Persona adquirirla para nosotros[1]. Siendo en sí misma un don infinito, Dios la quiso conseguir para nosotros no simplemente pagando un precio infinito, sino que como la compró al precio de la vida de su Hijo Unigénito Jesucristo, quien nos la adquirió para nosotros en la cruz, lo cual equivale a decir que la compró a un precio varias veces infinito, dando por ella su Sangre Preciosísima y su Vida divina, padeciendo indecibles humillaciones y atroces dolores. Puesto que la Sabiduría divina adquirió la gracia para nosotros a tan alto precio, no es más que necedad y ceguera de parte nuestra el intercambiarla por bienes que, en comparación suya, no son más que polvo y barro.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El hombre, que vive “envuelto en tinieblas y en sombras de muerte”, por lo general ignora el precio altísimo al que fue conseguida la gracia para su propia salvación, que Dios no la consiguió para sí, sino para nosotros, para que fuéramos salvados de las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado, de la muerte y de las tinieblas vivientes que son los demonios. Para poder apreciar el don inestimable de la gracia, el hombre debe detenerse a considerar que, para adquirirla, no dejó Dios cosa por hacer, incluso hasta el desprenderse de Sí mismo. Como afirma un autor, para adquirirla, Dios llegó a lo sumo de su omnipotencia, de su sabiduría y de su bondad, con tal de que no nos viéramos privados de tan grande bien, de lo que se sigue cuán suma necedad es, de parte del hombre, desaprovechar la gracia, desestimarla y tenerla por tan poca cosa, que la intercambia por bienes que no son tales.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando se medita en lo que Dios hizo para conseguirnos la gracia, no puede el alma más que quedarse asombrada y estupefacta ante tanta grandeza de parte de Dios. Cuando Dios vio que la creatura que más amaba, el hombre, había perdido la gracia por un pecado –el pecado original de nuestros Padres Adán y Eva- y se había hecho al mismo tiempo indigna de recibirla de nuevo al haber ofendido a la Divina Justicia, se determinó satisfacer esta ofensa no a costa del hombre ni del ángel, sino a costa suya propia, haciendo todo lo que estuviera a su alcance –nada menos que Él, que es Dios todopoderoso- para que el hombre tuviera restituida su dignidad perdida. Y para lograr esto, no puso reparos ni se fijó en cuánto había de padecer; antes bien, lo aceptó con todo el Amor con el que un Dios de majestad infinita lo puede hacer y así decidió que el Verbo habría de encarnarse y sufrir su misterio pascual de muerte y resurrección.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Encarnación del Verbo, el hecho más grandioso que haya ocurrido jamás en la historia de la humanidad, ante el cual cualquier otro evento histórico queda reducido a la nada, lo hizo Dios para que el hombre se vea restituido en la gracia[2]. Es decir, lo primero que determinó Dios fue hacerse hombre, no ángel, para que el hombre se hiciera Dios por la gracia. Que Dios Padre pida a Dios Hijo que se encarne en el seno purísimo de María Virgen, por obra de Dios Espíritu Santo, no tuvo otro objetivo que el hombre recuperara la dignidad de la gracia. Así podemos ver cuán grande cosa es la gracia, cuando consideramos que el Inmudable se movió de su augusta y celestial silla y trono y, llevado por el Divino Amor, dejó el trono celestial para encarnarse en el seno virginal de la más agraciada doncella que la humanidad tenga memoria, María Santísima.

         Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En términos humanos, cuando un rey sale de sus posesiones para internarse en tierras extranjeras, es solo para tratar asuntos de suma importancia; ¡cuán importante será la gracia, pues por ella el Unigénito dejó el trono que en la eternidad tenía junto al Padre, para encarnarse en ese trono virginal que es el seno de María Santísima! Cuando se contempla que el Verbo Eterno de Dios, dejando de lado a los sublimes espíritus angélicos ingresa en este mundo terreno nuestro y en nuestra historia, inferior en un todo al tiempo en el que viven los ángeles –que se llama aevum-, siendo que nuestro mundo se llama, con toda justicia, “valle de lágrimas” y mazmorra de cautivos y así y todo el Verbo Eterno se reviste con ropas de esclavo, esto es, se une en su Persona divina a nuestra naturaleza humana, ¿no quedaría, quien contemplara esta sublime acción del Verbo, inmerso en la más completa admiración? Quien contemplara esta acción del Verbo, no podría menos que postrarse en adoración y acción de gracias, en el tiempo y en la eternidad, por tanto Amor.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, s. d., 108.
[2] Cfr. NIeremberg, ibídem, 109.

lunes, 25 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por ofensa contra Cristo crucificado en Montreal, Canadá 230319


CRUCIFIX

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje sufrido por Nuestro Señor Crucificado en el ayuntamiento de Montreal, Canadá, del cual fue retirado por considerar que ya no era “necesario”, pues el hombre había “evolucionado”. La información relativa a tan triste suceso se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

          El hombre en la tierra está destinado, inevitablemente, a morir y esto como consecuencia del pecado original, puesto que fue entonces que perdió el don de la inmortalidad que Dios había concedido a la humanidad por medio de los Primeros Padres, Adán y Eva. Sin embargo, si bien es cierto que estamos destinados a la muerte terrena, Dios, que nos ama tanto, ha puesto remedio a este destino nuestro y lo ha cambiado por otro destino: de destino de muerte, por la Cruz de Cristo, lo ha convertido en destino de vida eterna. Y no es necesario morir en la muerte terrena para comenzar a vivir la vida eterna. Esta vida eterna nos viene incoada en la Eucaristía, pues la Eucaristía es Dios Hijo encarnado, que es la Eternidad en sí misma y Él nos comunica de su Vida eterna, cada vez que comulgamos. Por la Eucaristía, nuestro destino de muerte terrena se cambia y convierte en destino de Vida eterna.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Para el hombre viador, que es “nada más pecado”, según afirman los santos, la Eucaristía constituye el Bien Supremo[1] que jamás podría siquiera ser imaginado por el hombre. Si por el pecado nuestro cuerpo envejece, se enferma y muere, por la Eucaristía nuestro destino de muerte se convierte en destino de Vida divina. Así lo afirman los santos, como por ejemplo, San Gregorio Niceno: “Nuestro cuerpo unido al Cuerpo de Cristo –en la Eucaristía, N. del R.-, adquiere un principio de inmortalidad, porque se une al Inmortal”[2]. Porque recibe la Vida eterna incoada en la Eucaristía, nuestro cuerpo terreno, que está destinado a la muerte terrena, al comulgar, recibe en sí la inmortalidad y algo que es infinitamente más grande que la inmortalidad: recibe al Dios Inmortal y Eterno en Persona, Cristo Jesús.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          A medida que pasa el tiempo, la vida humana se va acortando, paulatinamente, puesto que el destino inevitable de todo ser humano es el de morir. Sin embargo, gracias al sacrificio de Jesús en la Cruz, en el Monte Calvario, nuestro destino de muerte ha sido trocado en destino de Vida y no porque vayamos a vivir más años en esta vida terrena, sino porque Jesús no sólo destruyó la muerte y el pecado en la cruz –además de vencer al demonio-, sino que nos concedió su vida, que es la vida misma de la divinidad, la Vida de Dios Uno y Trino. Y esta vida se nos comunica, participada, en forma anticipada, ya desde esta vida, en cada comunión eucarística. Por la Eucaristía, Jesús se nos dona y nos comunica su Vida divina, por lo que al comulgar nos hacemos poseedores, en germen, de la vida eterna, haciéndose realidad ya desde esta vida las palabras de Jesús en el Evangelio: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna” (Jn 6, 54). Al comulgar, es decir, al comer la Carne glorificada y la Sangre resucitada del Cordero de Dios, comemos y bebemos nuestra futura resurrección y glorificación, por la cual viviremos para siempre, como lo dice Jesús, también en el Evangelio: “El que coma este Pan vivirá para siempre” (Jn 6, 58).

          Silencio para meditar.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          El don de la Vida eterna, contenido y comunicado en la Eucaristía a las almas de los fieles que comulgan con reverencia, amor y adoración, es tan grande, que los mismos ángeles lo reconocen, haciendo reverencia a los cuerpos de quienes han fallecido en esta vida, habiendo recibido la Comunión Eucarística. Así lo afirma nada menos que un santo doctor, San Juan Crisóstomo[3]: “Por respeto a la divina Eucaristía, los Ángeles hacen guardia de honor en torno a los cuerpos de los elegidos que descansan en el seno de la tierra”. Y si en la tierra hacen reverencia al cuerpo muerto de los bautizados que en vida recibieron la Eucaristía, en el cielo, los Ángeles les tributan honor y reverencia por el mismo motivo, pues por la vida divina que recibieron de la Eucaristía, en el cielo los santos poseen mayor honra y gloria que los ángeles más poderosos.

          Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

          Muchos viven esta vida terrena con una perspectiva demasiado materialista, la cual les hace olvidar el destino de vida eterna al que Jesús nos llama, gracias a su misterio pascual de muerte y resurrección. En efecto, en el Evangelio, Jesús dice: “Yo Soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25). Estas palabras de Jesús deberían servir al cristiano para despegar su corazón de los atractivos de este mundo y comenzar a desear la unión con Cristo muerto en cruz y resucitado. Tanto si la vida es demasiado dura, como si transcurre sin mayores dificultades y sin tribulaciones, las palabras de Jesús deberían servir de consuelo, sea cual sea su estado de vida: si está cargado de tribulaciones, pensar que esta vida y sus tribulaciones pasa y que luego nos esperan las eternas alegrías del cielo; y si la vida es tranquila y sin dificultades, pensar de igual manera que esta vida terrena pasará tarde o temprano y que recién en el cielo, en la contemplación del Cordero y de Dios Uno y Trino, comenzarán las verdaderas alegrías que, por la misericordia de Dios, habrán de durar por la eternidad. De una u otra forma, Jesús Eucaristía es siempre consuelo, alegría y esperanza para el alma del cristiano. La actitud del cristiano, sea cual sea su estado de vida, debe ser la de los santos, cuyo único deseo era unirse a Jesús Eucaristía, como por ejemplo Santa Teresa de Ávila quien, moribunda, al ver acercarse al sacerdote que le traía el Santo Viático, con fuerzas sobrehumanas se incorporó y, con el rostro radiante de alegría, exclamó: “Señor, era ya hora de vernos”[4]. Desear unirnos a Jesús en la Eucaristía en esta vida y luego por toda la eternidad, en el Reino de los cielos, debe ser el único deseo de todo cristiano, sea cual sea su estado de vida terrena.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 79.
[2] Cit. en Manelli, o. c., 79.
[3] Cit. en Manelli, o. c., 79.
[4] Cit. en Manelli, o. c., 79.

domingo, 24 de marzo de 2019

Hora Santa en reparación por iglesias incendiadas en Francia 200319


Incendio en la iglesia de Saint-Sulpice de París

Iglesia de San Sulpicio en Francia, vandalizada y arrasada por el fuego.


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los ataques vandálicos sufridos por una docena de iglesias en Francia en Marzo de 2019. La información pertinente a tan lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Muchos hombres desean honores, fama, riquezas, bienes terrenos y viven y se desviven por ellos, haciendo lo que está a su alcance –no siempre de forma lícita- para conseguirlos. Muchos hombres desean el aplauso del mundo, la honra que los hombres se dan mutuamente entre sí; desean ser estimados, tenidos en cuenta, y que todos hablen de ellos. También estos hacen lo que está a su alcance para conseguir los aplausos humanos y no siempre lo que hacen o el medio por el que lo consiguen, es lícito. Si estos hombres meditaran un poco, se darían cuenta, por un lado, de lo caduco e inútil que es lo que desean; por otro lado, se darían cuenta que la Iglesia, por medio de la gracia, les concede un bien espiritual infinitamente mayor que los que ellos buscan y que les provoca una satisfacción y una paz espiritual que aquellos no pueden nunca proporcionar.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Como afirma un autor[1], quien está en gracia posee en sí al Espíritu Santo y con este tan ilustrísimo huésped, ¿quién, en su sano juicio, desearía alguna otra cosa que no sea sólo tenerlo a Él, que es el Amor de Dios? Y si algún hombre no está en gracia, sólo tiene que ponerse a considerar cuán fácil ha dispuesto Dios las cosas para que el Divino Amor haga de cada corazón un nido en donde vaya a reposar la Dulce Paloma del Espíritu Santo: sólo hace falta la gracia de la contrición y una buena confesión sacramental, y el corazón se ve convertido en un nido viviente en donde el Espíritu Santo va a hacer su nido, así como las palomas hacen sus nidos en los tejados. ¡Oh, cuánta vanidad en el mundo, cuánta vanidad de vanidades, que hacen que el Divino Amor no sólo no sea amado, sino ignorado y despreciado e intercambiado por bienes terrenos que son polvo y nada en su comparación!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Quien está en gracia y posee en sí al Espíritu Santo, dicen los más renombrados autores, debe procurar a este Divino Huésped agraderle y para ello no son necesarias ni cosas lujosas ni acciones extraordinarias: bastan pensamientos puros, deseos santos y obras de misericordia y este Huésped Divino ya se da por satisfecho. Esto, sumado a un horror y una detestación del pecado, bastan para que el Amor de Dios permanezca en el alma del agraciado, sin querer salir de allí, tomando a esa alma como propiedad suya y haciendo que el alma lo tome a Él, el Amor de Dios, como algo de su propiedad.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Quien está en gracia y por lo tanto posee en sí al Espíritu Santo, ¿no habrá de dedicarle, al menos unos minutos por día, para contemplarlo, para elevarle unas oraciones de adoración y alabanza, para declararle su acción de gracias por haberlo elegido para ser su hospedero y para amarlo como Él se merece, es decir, con todas las fuerzas de las que se es capaz?[2] ¿Podría alguien, teniendo a tan Ilustre Huésped, el Espíritu Santo, dejar pasar todo un día, sin dedicarle siquiera una mirada, una contemplación, una jaculatoria de amor, adoración y agradecimiento? ¿Podría alguien que aloja en su corazón al Amor de Dios, hacer alguna obra que no sea del agrado del Amor de Dios, sino obras contrarias al Él? ¿No se comportaría acaso como un mal hospedero, como un desconsiderado para con su Huésped de honor, dándole un trato que no corresponde a su divina dignidad? ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca pasemos por alto la Presencia en el alma de tan Hermoso Huésped y procuremos su contento no unos minutos ni una hora, sino todo el día, todos los días, para que este Huésped que es el Amor de Dios, permanezca siempre en nuestros corazones!

         Silencio para meditar.  

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Si son los santos quienes nos dan ejemplo de cómo tratar a tan Sublime Huésped, lo es mucho más la Santísima Virgen María, cuya alma, cuerpo y corazón estuvieron llenos del Espíritu Santo desde su misma concepción Inmaculada. Por eso mismo, imitemos en su trato a la Madre de Dios; imitémosla en el cuidado que Ella tuvo en cuidar y servir no solo a su Hijo, sino al Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Los ojos, el alma, el corazón y todo su ser estaban permanentemente postrados ante su Divina Presencia, adorándolo día y noche y amando a Dios Trino con el mismo Amor con el que se aman el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Parafraseando a San Epifanio[3], digamos así: “¡Oh alma, que tienes en ti al Espíritu Santo, al Dios al que no pueden contener los cielos; al Dios que es la luz eterna: si te conocieras, cómo te estimarías, cómo procurarías adornar tu vida, más limpia que los cielos, más pura que los ángeles y más ardiente que los serafines!”.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 106.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 105.
[3] In Serm. De V. Jaud.