jueves, 9 de mayo de 2019

Hora Santa pidiendo por los cristianos perseguidos en África 090519



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa pidiendo por el eterno descanso de los cristianos perseguidos y asesinados por su fe, así como también en reparación por la destrucción de casi quinientas iglesias cristianas –protestantes  y católicas- a manos de extremistas musulmanes, en el transcurso de unos pocos años. El informe detallado acerca de estas persecuciones a cristianos se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         En el Primer Mandamiento de la Ley de Dios se manda amar por tres veces: a Dios, al prójimo y a uno mismo: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Este amor de sí, en quien está en gracia, lejos de ser un amor egoísta, es un amor agradecido, porque quien está en gracia se reconoce como lo que es, como el hijo no ya de un gran rey y señor, sino del mismo Dios, por lo que su dignidad y nobleza son altísimas, infinitamente más altas que las de los ángeles más poderosos. Amarse a sí mismo no por sí mismo, sino porque Dios nos ha adoptado como hijos suyos y nos ha convertido en sagrarios vivientes, portadores de la Divinidad, es algo que todo cristiano debe hacer siempre y en todo momento.

          Silencio.   

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

El que está en gracia, dice un autor[1], “conózcase a sí mismo y reverénciese a sí mismo y repita muchas veces en su interior: “Hijo de Dios soy, no tengo que hacer obras del diablo, sino obras de Dios; soy hijo de Dios, no tengo que rebajarme a gustos de bestias, sino que debo gozarme en los bienes celestiales, el primero de todos, la Sagrada Eucaristía; soy hijo de Dios y por lo tanto no debo buscar ni el aplauso ni la honra de los hombres, que comparados con la gloria de Dios son como humo que se lleva el viento; soy hijo de Dios y debo procurar siempre y en todas partes sólo la gloria de Dios; soy hijo de Dios, por eso en mi corazón no hay ni debe haber más lugar que sólo para el Amor de Dios”.

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

Quien está en gracia, debe amarse a sí mismo, luego de amar a Dios y al prójimo por amor a Dios, porque precisamente, su alma está en gracia y contiene en sí al Dios Tres veces Santo, al que los cielos no pueden contener. Quien está en gracia, debe amarse a sí mismo y decir: “Hijo de Dios soy y respecto de mi dignidad las riquezas del mundo son estiércol; soy hijo de Dios y respecto de esta honra, es degradarme pensar siquiera en desear la honra y la gloria mundanas; soy hijo de Dios y por eso mismo, mi dignidad real y divina no me permiten rebajarme a deleites viles; soy hijo de Dios en el tiempo y lo debo continuar siendo por la eternidad, por lo que debo mantener, conservar y acrecentar la gracia en todo lo que de mí dependa”[2].

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

Este pensamiento acerca de la grandeza de la dignidad que posee el alma por ser hija de Dios por la gracia, debe servir de escudo frente a las tentaciones del demonio y de la carne[3]. Por ejemplo, si es la gula la que tienta, se debe responder: “Soy hijo de Dios, mi alimento es el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná descendido del cielo, ¿y voy a rebajarme en consentir un apetito corporal y vil? Soy hijo de Dios y Dios es mi Dios, que se me brinda en la Eucaristía, por lo que no debo considerar a mi vientre como a un dios, pues sería degradarme en mi condición de hijo amado y adoptivo de Dios”[4].

Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Afirma un autor[5] que cuando a un alma en gracia la acometa la tentación de la carne, debe responder: “Hijo de Dios soy, y mi alimento es la Carne santa del Cordero de Dios, contenida en la Eucaristía, ¿cómo entonces me voy a rebajar a hacerme esclavo de las bajas pasiones? Cuando el demonio tiente con ambiciones y honores mundanos, el alma en gracia debe responder: “Soy hijo de Dios y heredero del cielo y la gloria de Dios es mi gloria; ¿cómo voy a poner en riesgo esta grandísima gloria, para convertirme en hijo de Lucifer? ¿Qué necesidad tengo del aplauso y honra de los hombres, si me basta y sobra la gloria de Dios de la cual por la gracia participo? La gloria de los hombres, comparada con la gloria de Dios, es humo y solo humo, que se disipa con el viento. Y si el demonio tienta con comodidades y riquezas, el alma debe responder: “La única gloria que deseo y anhelo y amo con todas las fuerzas de mi ser, es la gloria de la Santa Cruz de Jesús”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Un día al cielo iré”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 155.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 155.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 155.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 155.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c., 155.

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