Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la aprobación de la cruel e inhumana ley del aborto en Argentina. Para mayores detalles acerca de este horrible crimen, consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Postrado
a vuestros pies humildemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
De
la misma manera a como un alma en gracia es agradable a Dios, así el alma en
pecado es aborrecible a Dios. Es decir, aunque Dios es la Suma Bondad y la
Bondad Increada y el Amor en Sí mismo, no por eso deja de probar el más
absoluto aborrecimiento al alma que lo desprecia por causa del pecado. Afirma
un autor que “es tal el odio que Dios tiene al pecado, que después de haber
privilegiado con tan notables prerrogativas a su Santísima Madre, si al cabo de
la vida hallara en ella un solo pecado mortal, bastaría solo eso para
condenarla a eternos tormentos”[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Puede darnos una idea del odio que Dios tiene al pecado, que
basta con ver cómo en la Persona de su Hijo muy amado se castigó un pecado
ajeno –ya que su Hijo era Purísimo y no podía jamás pecar-, que fue el de Adán,
con atroces tormentos y penosísima muerte. El infinito Amor que tuvo Dios a su
Hijo no fue parte para disminuir el odio que tiene al pecado; y así, por serle
aborrecible la culpa hizo tan severa justicia en cosa que le agradaba tanto[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Para poder entender el odio que Dios tiene al pecado, no
vaciló Dios en pedirle a su Hijo que sufriera y padeciera una muerte humillante
y dolorosísima en una cruz, y todo por hacer que su Hijo expiara por un pecado
ajeno. También podríamos preguntarnos qué infinidad de castigos le habrían
correspondido a Adán y a los pecadores impenitentes, si el Hijo de Dios no
hubiera sufrido muerte tan cruel y dolorosa en la cruz.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Los hombres deberían reparar en cuánto odia Dios al pecado,
al contemplar con espanto aquello con lo que Dios castiga al pecador
impenitente: el lago de fuego eterno y los tormentos que le vienen agregados. Es
tan horrenda la malicia del pecado –aun el que se comete en un instante, con el
pensamiento-, que no se terminará la eternidad de dolores, con los que Dios
castiga a los impenitentes; es a esto a lo que obliga un pecado a Dios, porque
Dios, aun siendo infinitamente misericordioso, es también Justicia infinita y
es en virtud de esta Justicia que Dios se ve obligado a castigarlo, aun cuando
sean sus hijos los que lo cometen y los que sufren el castigo[3].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
La contemplación de las penas del Infierno debe llevar al
alma a estremecerse al ver cómo Dios castiga a sus creaturas, aun cuando sean
hijas suyas, a causa del pecado que no confiesa y del cual el alma no se
arrepiente[4]. Pero
también la contemplación del Hijo de Dios crucificado, sufriendo tan espantosa
agonía en la Santa Cruz, a causa del pecado ajeno, debe llevar a considerar
cuánto odia Dios al pecado y cuánto ama al pecador, que porque éste no se
condene eternamente en el Infierno, envía a su Hijo a morir en la Cruz,
expiando el pecado de los hombres.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.