viernes, 15 de abril de 2011

El Cordero de Dios es Jesús Eucaristía

El Cordero de Dios es Jesús Eucaristía

“Este es el Cordero de Dios” (cfr. Jn 1, 29-34), dice Juan el Bautista al ver pasar a Jesús. Mientras otros ven en Jesús solo al “hijo del carpintero”, Juan ve al Cordero de Dios, porque está iluminado por el Espíritu Santo.

“Este es el Cordero de Dios”, dicen los Reyes Magos y los pastores al adorar al Niño en Belén. Mientras otros ven a un niño con su madre y su padre, los Reyes Magos y los pastores adoran a Dios Hijo bajo la forma de un Niño, porque están iluminados por el Espíritu Santo.

“Este es el Cordero de Dios”, dice la Iglesia, al elevar la Hostia consagrada en el altar. Mientras otros ven solo un poco de pan bendecido, la Iglesia adora a Dios Hijo bajo la forma de un pan, porque está iluminada por el Espíritu Santo.

“Este es el Cordero de Dios”, debe exclamar cada fiel al recibir la Eucaristía. Mientras otros ven solo un ritual vacío, el cristiano debe pedir la iluminación del Espíritu Santo, para ver en la Eucaristía al Cordero de Dios, a Dios Hijo, al Niño de Belén, que viene al alma para donarnos su vida, su paz y su alegría.

jueves, 14 de abril de 2011

Significado místico de la efusión de sangre del Sagrado Corazón de Jesús


En la cruz, el Sagrado Corazón, traspasado por la lanza, deja escapar su contenido, y así la sangre se vierte desde su costado abierto.

Más allá de la piedad y de la devoción que esta muestra de amor del Hombre-Dios suscita, la efusión de sangre del Sagrado Corazón tiene un significado místico-real: llevada a cabo en el tiempo, la efusión de sangre es un símbolo de la efusión eterna del Espíritu Santo[1]. Así como la sangre se efunde desde el corazón del Hombre-Dios, simbolizando con esto la donación de su amor humano-divino, así el Espíritu Santo se efunde desde el corazón único del Padre y del Hijo, significando y realizando el don del Amor divino.

En otras palabras, al brotar la sangre del Corazón del Hombre-Dios, se simboliza con esto que el Hombre-Dios efunde su amor, porque en la sangre donada se va la vida, y la vida se dona por amor, pero a la vez, más allá del símbolo, en la realidad, con la sangre se efunde el Espíritu Santo, de modo que con la sangre que fluye del Corazón traspasado del Salvador se significa, de un modo místico-real, la efusión del Espíritu Santo en la sangre, por parte del mismo Jesús que cuelga de la cruz. En la sangre que brota del Corazón de Jesús, va el Espíritu Santo, y así, lo que es simbólico, pasa a ser real: si la efusión de sangre significa don de amor y de vida, con la sangre va también el Espíritu Santo, que es el Amor Increado y la Vida eterna de Dios.

A estos pensamientos nos debe llevar el contemplar la efusión de sangre de la cabeza de Jesús.


[1] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 199.

miércoles, 13 de abril de 2011

Hora Santa para crecer en la misericordia - La Adoración Eucarística debe traducirse en amor al prójimo -



Adoración Eucarística

“Cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre,

el otro está borracho” (1 Cor 11.21)

¿Cómo celebramos la Eucaristía?

La Adoración Eucarística, en donde el alma recibe el fuego del Amor divino que se desprende de Jesús Eucaristía, debe traducirse en compasión y misericordia para con el prójimo; en caso contrario, es tiempo perdido.

¡Tremendo daño se hace en la comunidad cristiana cuando no vivimos y celebramos la Eucaristía como el Señor y la Iglesia piden! ¡Cómo desvirtuamos la Cena del Señor cuando nos quedamos sólo en el ropaje externo y minucias vacías! ¡Cómo defraudamos al Señor cuando no prolongamos la Eucaristía en la vida y no trabajamos a favor de la comunión con los hermanos o en la atención a los más pobres y a los que sufren!

Estamos en tiempo de Cuaresma, Camino de conversión hacia la Pascua, tiempo de penitencia y escucha de la Palabra, llamada fuerte a practicar ayuno, oración y penitencia, como medios para dejarnos convertir enteramente por la fuerza del Espíritu y la luz de la Palabra. Hemos de gritar como el profeta Jeremías: “Hazme volver y volveré, pues tú eres mi Dios, Señor. Me alejé y después me arrepentí” (Jr 31, 18-19).

“El ejercicio o práctica de las virtudes es el medio que utiliza la Ascética cristiana para llevar a las almas a que den mayor gloria a Dios y obtengan la unión con Él”, decía nuestro Beato Manuel González. Añadía: “La gloria de Dios y la unión con Él, en definitiva, no tienen más enemigos ni obstáculos que nuestras pasiones desordenadas, nuestro egoísmo, con su familia de soberbia, lujuria, avaricia, etc., que son los salteadores de esa gloria y unión”.

¡En marcha, hermanos, es tiempo de conversión! ¡Deja que el Señor te convierta, te cambie la mente y el corazón, te haga criatura nueva, te regenere en esta Cuaresma 2011! “Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo” (2 Cor5,16). Vivir con autenticidad la Eucaristía exige conversión continua, que se concreta en un amor enorme a la verdad y la belleza de la Liturgia, y una entrega total a los más pobres y solitarios, porque en ellos a Cristo: “Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino con verdad y con obras” (1Jn 3, 17-18).

La Palabra de Dios nos denuncia:

El Apóstol Pablo está lleno de dolor por la división que reina en la comunidad de Corinto y la incapacidad de compartir los bienes unos con otros. Parece probable que antes de la celebración de la Cena del Señor había una comida fraterna. En ella hay de todo menos fraternidad. Los más ricos y holgados de tiempo y dinero llegaban antes a la reunión y banqueteaban espléndidamente. Los esclavos, o los trabajadores del puerto, o los más pobres, cuando llegaban a esa comida (¿supuestamente?) fraterna, se encontraban sólo con las migajas. Pablo denuncia esta realidad con toda firmeza. Escuchemos su palabra en 1Co 11, 17-22):

“Al prescribiros esto, no puedo alabaros, porque vuestras reuniones causan más daño que provecho. En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra asamblea hay divisiones entre vosotros; y en parte lo creo; realmente tiene que haber escisiones entre vosotros para que se vea quiénes resisten en al prueba”.
“Así, cuando os reunís en comunidad, eso no es comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre el otro está borracho”.
“¿No tenéis casa donde comer y beber?¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los que no tienen? ¿Qué queréis que os diga? ¿Qué os alabe? En esto no os alabo”.

El dolor que nos trasmite san Pablo ha de ser el nuestro. Todavía hoy hay muchas desigualdades entre los que participamos en la Mesa del Señor. Todavía hoy la división, la competitividad, la desconfianza, la indiferencia ante el que sufre se da en el seño de la comunidad cristiana.

El Señor nos llama a una profunda conversión. Comulgar a Cristo cada día o cada domingo ha de conducirnos a sentir con obras y desprendimiento que el que sufre o está hambriento es mi hermano: “El replicará: . Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna” (Mt 25, 45-46).

Hagamos Examen de Conciencia de nuestra manera de celebrar la Eucaristía:

¿Cómo preparo y celebro la Eucaristía? ¿Me dejo transformar por el Señor resucitado? ¿Vivo a fondo cada gesto y palabra del Misterio eucarístico? ¿Verdaderamente creo y digo: ? ¿Prolongo la Eucaristía en la vida, entregándome a los más necesitados?

¿Me duelen mis comportamientos anticristianos cuando no contribuyo a crear fraternidad y familia de hermanos como católicos que participan del mismo Banquete de Amor que yo? ¿Entrego por completo a Cristo, como Él se entrega por mí y en mí, en cada Sacrificio eucarístico?

Escuchemos la voz del Papa Benedicto XVI, en el libro-entrevista :

“La Iglesia se hace visible a los hombres en muchas cosas, en la acción caritativa, en los proyectos de misión, pero el lugar donde más se la experimenta realmente como Iglesia es en la liturgia. Y eso es correcto de ese modo. En definitiva, la Iglesia tiene el sentido de volvernos hacia Dios y de dar a Dios en el mundo.
La liturgia es el acto en el que creemos que Él entra y que nosotros lo tocamos. Es el acto en que se realiza lo auténtico y propio: entramos en contacto con Dios. Él viene a nosotros, y nosotros somos iluminados por Él” (pág. 163).
Completemos esa escucha de Benedicto XVI en la exhortación :

El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor. Los cristianos han procurado desde el principio compartir sus bienes (cf. Hch 4, 32) y ayudar a los pobres (cf. Rm 15, 26)” (SaCa 90b).
El cuidado de la Liturgia es el arte de celebrar rectamente, la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles, en obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud (cf. SaCa 38), es inseparable de un trabajo audaz, intrépido y valiente por denunciar todas las situaciones de injusticia que asolan la faz de la tierra y colaborar al máximo con las instituciones internacionales, estatales o privadas que se esfuerzan por el cese o la disminución en el mundo del escándalo del hambre y la desnutrición en los países en vías de desarrollo (cf. SaCa).

Meditemos las palabras de nuestro beato Manuel González:

“La Liturgia es la Iglesia viviendo su Fe, su adoración, su amor. El Culto es el cuerpo visible de la Religión, y la Liturgia es su expresión, su gesto, sus modales, su palabra.
Es Dios, por medio de su Cristo, llamando, acogiendo, trabajando, uniéndose al alma; es el alma, dejándose modelar por el divino buril para poder ser hecha miembro del Cuerpo místico de Cristo, piedra de su Iglesia, oveja de su rebaño, hija de Dios, hermana del Primogénito Jesús, participante de su vida y de su gracia y coheredera de su gloria” [].
“Ese es el primer paso, asociarse a Cristo, entrar en compañía con Él. Enamorarse de Él, quererlo con toda el alma, y ¿queréis que os lo diga de una vez? ¡Chiflarse de amor por el Corazón de Jesucristo! Ni más ni menos”.
“¿Podéis explicarme cómo en poco más de tres años se funda y sostienen un Centro Católico con más de quinientos obreros, con su Caja de Ahorros y su Monte de Piedad; escuelas gratuitas para mil, entre niños y adultos de uno y otro sexo; un barrio obrero, una panadería económica, una biblioteca ambulante, obras de Catecismo, dos talleres de ropa para pobres, una Granja Agrícola Escolar, dos iglesias en barrios extremos, obras moralizadoras de presos, Secretariado del pueblo…? Es que allí se ha empezado por Él, por Ella”.
En D. Manuel son inseparables el amor a Dios y a los necesitados, las horas largas de adoración eucarística delante del Sagrario y la Acción Social Católica. En palabras suyas: “Es un viaje de ida y vuelta, que empieza, el de ida, en Cristo y termina en el pueblo, y empieza en el pueblo, el de vuelta, y termina en Cristo”. ¡Qué claro lo manifiesta! ¡Con qué convencimiento lo ejecuta! ¡Qué amor de Cristo, en Él y con Él, irradia en todo lo que pone en marcha! Pero siempre arrancando de Cristo, que en la Eucaristía es fuente y cima de la vida cristiana: “Dios, en las obras hechas por su gloria, no premia el fruto recogido, sino el trabajo empleado”.

Oración final:

Señor Jesús, Eucaristía viviente,
fuente y origen de toda forma de santidad,
sigue llamándonos a la plenitud de vida en el Espíritu,
para que el modo de nuestro beato Manuel González,
sepamos celebrar con devoción este santo Misterio
y, a la vez, nos ofrezcamos a Ti y por Ti,
al trabajo por la comunión eclesial
y el servicio silencioso a los más pobres.
Cristo Sacramentado, que cada tiempo de adoración,
ante tu Presencia real y sacramental,
postrados a tus pies, en culto agradable a tus ojos,
vivamos una auténtica espiritualidad eucarística,
que nos conduzca a la donación total de nuestra vida.
Alabado y bendito seas, Señor nuestro.

lunes, 4 de abril de 2011

Por la sangre que brotó de su Cabeza coronada de espinas, nuestros pensamientos deben ser santos


La Madre de Dios relata a Santa Brígida cómo fue la coronación de espinas de su hijo Jesús: “…le pusieron la corona de espinas y se la apretaron tanto que la sangre que salía de su augusta cabeza le tapaba los ojos, le obstruía los oídos y le empapaba la barba al caer[1]. Continúa: “Entonces la corona de espinas, que habían removido de Su cabeza cuando estaba siendo crucificado, ahora la ponen de vuelta, colocándola sobre su santísima cabeza. Punzó y agujereó su imponente cabeza con tal fuerza que allí mismo sus ojos se llenaron de sangre que brotaba y se obstruyeron sus oídos”.

Luego es el mismo Señor Jesucristo quien relata la coronación de espinas: “Cuando mi cabeza sangraba por todas las partes desde la corona de espinas, aún entonces, y aunque mis enemigos se apoderasen de mi corazón, también, antes que perderte, dejaría que lo hiriesen y lo despedazasen. Por ello serías muy ingrata si, en correspondencia a tanta caridad, no me amases. Si mi cabeza fue perforada y se inclinó en la cruz por ti, también tu cabeza debería inclinarse hacia la humildad. Dado que mis ojos estaban ensangrentados y llenos de lágrimas –a causa de la sangre que brotaba de su cuero cabelludo herido por las espinas-, tus ojos deberían apartarse de visiones placenteras. Si mis oídos se obstruyeron de sangre –a causa de la sangre que brotaba de su cabeza herida por las espinas- y oí palabras de burla contra mí, tus oídos tendrían que apartarse de las conversaciones frívolas e inoportunas”.

La mancha de sangre del Oratorio nace en la cabeza, para que nuestros pensamientos sean santos; recorre la frente, para que brille en nosotros la luz de la gracia; recorre su ojo, para que nuestros ojos contemplen a Cristo crucificado en el prójimo más necesitado; se agolpa en la nariz y en los labios, para que el cuerpo y sus sentidos sean templo del Espíritu.

Dice luego Nuestro Señor a Santa Brígida: “Demando más servicios de ti que de otros porque te he dado una mayor gracia”. Demandará muchos más servicios de nosotros, porque nos ha concedido en el Oratorio una gracia infinita.


[1] Cfr. Libro 7 - Capítulo 15.