lunes, 31 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por ofensa contra la Navidad en EE. UU. por parte de secta satánica 241218



Escultura satánica que profana la Navidad llamada "Snaketivity", 
colocada en la municipalidad de Illinois, Estados Unidos.

          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el ultraje cometido contra la Navidad por parte de la secta satánica llamada “Templo Satánico” de Chicago. La profanación y ultraje del festejo navideño consistió en la colocación, en la rotonda de la municipalidad del Estado de Illinois, Estados Unidos, una estatua que representa al Demonio en el momento en que tienta a Eva para que cometa el pecado original. La blasfema pieza “artística”, que lleva el nombre de “Snaketivity”, fue puesta, a modo de burla blasfema contra el Nacimiento del Señor, junto al árbol de Navidad. La noticia relativa al triste evento se puede encontrar en el sitio: es.churchpop.com

          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Inicio del rezo del Santo Rosario meditado.

Primer misterio (misterios a elección).

          Meditación.

En el Evangelio, Jesús realiza una promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Puesto que Jesús no hace promesas en vano, esa promesa la cumplió. ¿De qué manera? Quedándose en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con el mismo Cuerpo, la misma Sangre, la misma Alma y la misma Divinidad con que se encuentra en el Reino de los cielos. Jesús no está en la Eucaristía como en un simple recuerdo o conmemoración: está en la Eucaristía con su Acto de Ser divino trinitario, con el mismo Acto de Ser con el cual se encuentra en el cielo. El Cristo Eucarístico es el mismo y único Cristo que es adorado en los cielos por ángeles y santos. La única diferencia que nos separa a nosotros de los ángeles y santos es que ellos contemplan al Cordero cara a cara en el cielo, mientras que nosotros lo contemplamos con los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe: no vemos a Jesús con los ojos del cuerpo porque está oculto a nuestros sentidos corporales por la apariencia de pan. La forma de cumplir su promesa de “estar todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo”, es por medio del Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es “el Emanuel”, el “Dios con nosotros” (Mt 1, 23)[1].

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Segundo Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

Aunque los ojos del cuerpo y los sentidos nos digan que la Eucaristía es solo un poco de pan, la fe de la Iglesia nos dice algo substancialmente distinto: la fe de la Iglesia nos dice que la Eucaristía es solo apariencia de pan y que en ella está Presente el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia, en su Magisterio, nos dice así: “la fe de la Iglesia es esta: que uno e idéntico es el Verbo de Dios y el Hijo de María, que padeció en la Cruz, que está presente en la Eucaristía, que reina en el Cielo”[2]. Por esta razón, para el cristiano que milita en la tierra y peregrina hacia la Jerusalén celestial, el estar de rodillas, adorando la Eucaristía, es el equivalente al estar delante del Cordero, viéndolo y adorándolo cara a cara, por parte de los ángeles y santos. Jesús se queda en Persona en la Eucaristía, con su Acto de ser divino trinitario y con su Humanidad glorificada, para acompañarnos todos y cada uno de nuestros días, para consolarnos en las penas, para fortalecernos en las tribulaciones, para alegrar nuestros días y para santificar nuestras vidas. Jesús en la Eucaristía nos acompaña y se queda en medio nuestro, siendo para nosotros el “Emanuel, el Dios con nosotros”.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Tercer Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

La Eucaristía es, literalmente, todo para el cristiano. Si el cristiano tiene la Eucaristía –si la adora, si comulga en estado de gracia-, no necesita nada más. La razón es que la Eucaristía es Dios en Persona y Dios, cuando ingresa en el alma por la comunión eucarística, o cuando irradia su gracia desde la Eucaristía en la adoración eucarística, extra-colma al alma con todo tipo de dones, pero, sobre todo, lo colma con su Presencia Personal. Y teniendo a Dios en el alma, que lo es Todo, el alma no necesita nada más. Muchos cristianos, al no hacer esta consideración, dejan de lado la Eucaristía y se derraman por el mundo buscando lo que el mundo no puede dar: alegría, paz, amor, sabiduría celestial, fortaleza. Se comportan como un hombre que, teniendo en su casa alimento para todo un año, deja de lado esos alimentos y sale a mendigar mendrugos de pan. San Agustín expresa esta verdad de la siguiente manera: “Dios, siendo Omnipotente, no pudo dar más; siendo Sapientísimo, no supo dar más; siendo riquísimo, no tuvo más para dar”. En la Eucaristía, Dios nos da su omnipotencia, su sabiduría, la riqueza de su divinidad y no por grados, sino que se nos da todo Él en Persona, sin reservarse nada. Por eso, quien tiene la Eucaristía, aunque no tenga nada humanamente hablando, lo tiene todo, y al revés también es cierto: quien lo tiene todo humanamente hablando, pero no tiene la Eucaristía, no tiene nada.

          Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Cuarto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

La Eucaristía es la plenitud del Amor de Dios. Quien se une a Jesús Eucaristía, se funde, por así decirlo, con su Sagrado Corazón Eucarístico y su corazón se ve colmado con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que arde en el Corazón de Jesús. Todo verdadero amor surge del Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y no hay verdadero amor si no es participación de este amor puro, santo, inmaculado, eterno y celestial. Dice San Bernardo: “La Eucaristía es el amor que supera a todos los amores del cielo y de la tierra”, y la razón es que es el Amor de Dios, que es infinito y eterno. Un hecho concreto nos habla de la grandeza del Amor de Dios contenido en la Eucaristía: “un día, un emir árabe, Abd-el-Kadre, yendo por las calles de Marsella en compañía de un oficial francés, se encontró con un sacerdote que llevaba el Santo Viático a un moribundo. El oficial francés se paró, se descubrió la cabeza y se arrodilló. El amigo le preguntó la razón de ese saludo. “Adoro a mi Dios que el sacerdote está llevando a un moribundo”, respondió el oficial. “¿Cómo es posible –dijo el emir- que podáis creer vos que Dios que es tan grande se vuelva tan pequeño y consienta en ir también a las buhardillas de los pobres? Nosotros los mahometanos tenemos una idea mucho más alta de Dios”. “Eso es porque vosotros –contestó el oficial- tenéis solamente una idea de la grandeza de Dios, pero no conocéis su Amor”[3]. Todo el Amor de Dios se contiene en la Sagrada Eucaristía y quien posee la Eucaristía, aun siendo humanamente el más miserable de los hombres, posee el Amor de Dios y, con el Amor de Dios, lo posee todo y nada más necesita.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

          Quinto Misterio del Santo Rosario.

          Meditación.

          Son los santos los que comprendieron, cabalmente, el hecho de que la Eucaristía es el Amor de Dios en su plenitud, que arde en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y se comunica al alma por la comunión. Santa Gema Galgani decía: “No puedo soportar el pensar que Jesús en la prodigiosa expansión de su amor se hace sentir y se manifiesta hasta en su última creatura con todos los esplendores de su corazón”. Porque no soportaba estar un instante sin el Amor Eucarístico de Jesús, Santa Gema deseaba también ser una “tienda de amor” en la que pudiera estar siempre Jesús Eucaristía; quería tener “un lugarcito en el copón”, para estar siempre con Jesús Eucaristía; quería llegar a ser “la bola de fuego del Amor” de Jesús[4]. Otra santa que vivía literalmente del Amor Eucarístico era Santa Teresita del Niño Jesús. Cuando estaba ya gravemente enferma, acudía a la Iglesia caminando penosamente para recibir a Jesús Eucaristía. Una mañana, después de la comunión, la encontraron agotada en su celda. Una de las Hermanas le hacía ver que no debía esforzarse tanto. Santa Teresita respondió: “¡Oh! ¿Qué son estos sufrimientos en comparación con una Comunión?”. Y puesto que no podía comulgar diariamente, como lo deseaba, puesto que en ese entonces no estaba permitido, decía a Jesús Eucaristía: “Quedaos en mí como en el Sagrario, no os alejéis de vuestra pequeña hostia”[5]. Ser un sagrario viviente de Jesús, ser una hostia viva, por participación al Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, como lo deseaban y lo eran los santos, debe ser el objetivo principal en la vida de todo cristiano.

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

          “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

          Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 15.
[2] S. S. Pío XII.
[3] Cfr. Manelli, o. c., 19.
[4] Cfr. Manelli, o. c., 20-21.
[5] Cfr. Manelli, o. c., 21.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a la catedral de Neuquén por horda de feministas 101218



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por el ultrajante acto cometido en público por parte de un grupo de feministas, contra la Catedral de Neuquén.  La información pertinente sobre el denigrante acto a cargo de las neo-marxistas feministas se puede ver en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La excelencia de la gracia es tan alta, que nada puede compararse a ella y la razón es que por la gracia no es que se nos dona una virtud celestial, angélica –lo cual sería en sí mismo algo grandioso-, sino que se nos dona algo que supera toda capacidad de imaginación y de comprensión racional: nos hace participar de la naturaleza divina[1]. Es decir, por un lado, somos convertidos en hijos adoptivos de Dios, con la misma filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios, lo cual supera infinitamente a toda dignidad angélica; por otro lado, la gracia nos hace entrar en comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas, y esto significa que, así como con las personas humanas establecemos relaciones de amistad y amor, basadas en la razón y la voluntad, de la misma manera sucede con Dios, con cada una de las Tres Divinas Personas. A esta grandeza, inimaginable para el hombre –ser hijo y amigo de Dios Trino-, se le agrega el hecho de que la inteligencia o sabiduría con la que conocemos a Dios, es SU misma inteligencia y sabiduría y el amor con el que lo amamos, es SU mismo divino amor, y esto en virtud de la participación que la gracia nos permite tener de la naturaleza divina. No hay nada más sublime y grandioso que la gracia.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Un ejemplo tomado de la naturaleza nos puede ayudar a comprender la manera excelsa en la que la creatura participa de la naturaleza de Dios, por medio de la gracia. Tomemos como ejemplo al sol[2], alrededor del cual giran los planetas y, de modo particular, nuestro planeta tierra. El sol tiene virtudes por las cuales es causa de efectos en la tierra –por ejemplo, por la virtud del sol es que germinan las semillas, se evapora el agua-; además de esto, tiene virtudes o cualidades de las cuales no es efecto, sino que las posee en sí mismo, las que hacen al sol hermoso, como por ejemplo, la luz y la pureza y además hermosean a aquellos que se benefician de estas cualidades. Es decir, en el sol hay cualidades que son participadas en diverso grado por el planeta y las creaturas y por estas causa efectos admirables –el crecimiento de los vegetales, por dar un ejemplo-, mientras que hay otras cualidades, como la luz y la pureza, que están en el mismo sol y que hacen que el sol sea lo que es, una estrella resplandeciente, de luz diáfana y pura. De modo análogo sucede con Dios –uno de cuyos nombres es “Sol de justicia”-: en Dios hay infinitas virtudes, cuyas excelencias pueden ser participadas y causan efectos admirables en sus creaturas –las virtudes sobrenaturales que hacen que una persona sea santa-, mientras que hay otras virtudes que están en el mismo Dios, formalmente, siendo propias de su infinito, eterno y divino Ser y de su naturaleza divina -como el Acto de Ser divino, la Pureza, la Santidad, la Inocencia, etc.-, que son las que hacen que Dios sea Dios. La excelencia de la gracia radica en que hace que la creatura participe de la naturaleza de Dios, de modo excelente y supremo, en los atributos que están formalmente en Dios y hacen a su Ser divino infinito, perfectísimo, único, excelentísimo. Por la gracia, la creatura participa de las excelencias incalculables e inimaginables del Ser divino trinitario y esto hace a la gracia algo incomparablemente más valioso que todo el universo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La excelencia de la gracia, que hace que esta sea lo más valioso que hay en el universo, es que la gracia, según muchos autores, “hace que el alma participe del Ser de Dios, en cuanto es por su misma esencia, teniendo Ser de sí mismo: lo cual es principio y fuente de las perfecciones divinas y de la infinidad que en todas tiene”[3]. Dicho en otras palabras, la excelencia de la gracia radica en que no hace participar al alma solo de una cualidad de Dios, como por ejemplo, su Pureza Inmaculada –lo cual sería, en sí mismo, algo que haría al alma pura, con una pureza superior a la de los ángeles-, sino que hace que el alma participe de la raíz de todas las perfecciones de Dios, de aquello que hace que sus perfecciones sean perfecciones en acto y es el Ser divino trinitario. Así, el alma se adorna no solo con las virtudes mismas de Dios, sino que participa del Ser mismo de Dios, lo cual a su vez significa que el alma, en cierto sentido, se vuelve Dios, en el sentido de que se endiosa, se deifica por acción de la gracia. Por la gracia, entonces, es posible cumplir la perfección que Cristo nos pide el Evangelio: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto” (Mt 5, 48).

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         De estas consideraciones acerca de la excelencia de la gracia se comprende la razón por la cual los santos verdaderamente despreciaban el mundo, porque comparadas con la gracia, las más grandiosas riquezas materiales no son, o, lo que es lo mismo decir, son nada[4]. En efecto, comparadas con la gracia, todas –absolutamente todas- las riquezas de la tierra –oro, plata, cobre, diamantes, etc.- y no solo de la tierra, sino de infinitos planetas como el planeta tierra, no valen lo que el más mínimo grado de gracia. La razón es que las riquezas materiales, que son valiosas en sí mismas, no pueden, de ninguna manera, obrar en el alma lo que obra la gracia, esto es, hacer al alma partícipe no solo de las virtudes excelentísimas y perfectísimas que hay en Dios, sino del Acto de Ser mismo de Dios, por lo que el alma, por la gracia, se enriquece infinitamente, al participar de la riqueza inestimable del Ser divino trinitario. La gracia tiene, en sí, un se preciosísimo y divino, por hacer participar excelentísimamente al alma del Ser de Dios[5].

          Silencio para meditar.      

        Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.   

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Sólo Dios Es de sí mismo y por sí mismo, desde siempre y para siempre; sólo Dios fue siempre, es y será, por la eternidad y por esta razón, su nombre es “El que es” y por eso Él se llama a sí mismo: “Yo Soy el que Soy”[6] –y porque está en la Eucaristía con su Ser divino trinitario es que nos dice, desde la Eucaristía: “Yo Soy el que Soy”-. Nadie es, sino es por participación del Ser de Dios y sólo Dios Es, con su Acto de Ser divino trinitario, desde toda la eternidad, el Ser Purísimo y Perfectísimo en sí mismo. De Dios todos tienen necesidad de participar de su Ser, para ser y existir; en cambio, Dios no necesita de nada ni de nadie, para Ser desde toda la eternidad y continuar siendo por eternidades de eternidades. Porque Dios Es desde toda la eternidad y porque Él, al crear las cosas, las hizo participar de su Ser, es que las cosas son y por eso mismo, todo el universo –visible e invisible- depende de Él para ser. Dios es el Ser eterno e inmutable y su Ser es perfectísimo e infinito. Por esto mismo, cuando se comparan las cosas con Dios, estas no son. Así dice San Bernardo[7]: “Dios es lo que es: es su mismo ser y el ser de todas las demás cosas. Él mismo es para Sí y para todas las cosas y por esto Él es por cierta manera solo”. “Dios es solo, porque en su comparación los demás no es: ni los elementos son, ni el cielo es, ni el hombre es, ni el Ángel es, ni cuanto tiene ser y vida en la naturaleza es, ni toda la naturaleza junta es. Lo cual, como lo considerase David, dijo a Dios: “Mi substancia toda es como la misma nada delante de Ti; y aun todo hombre viviente es la mayor vanidad del mundo” (Sal 38)”[8]. Por la gracia, Dios nos saca de la nada de nuestra naturaleza humana, para hacernos ser partícipes de su Ser divino trinitario y por eso no hay nada más excelente que la gracia.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 51.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 52.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 53.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 53.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. Éx. 3.
[7] Lib. 5, De Consid.
[8] Cfr. Nieremberg, ibidem, 55.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por árbol de Navidad satánico en California 031218



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la presencia de un árbol de Navidad satánico, levantado en California, EE. UU., el pasado 03 de diciembre de 2018. Incluso puede verse cómo, en lugar de la estrella de Belén, se encuentra la cabeza del ídolo demoníaco Baphomet. La información relativa al penoso hecho se encuentra en los siguientes enlaces:



         Canto inicial: “Tu scendi dalle stelle”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Para darnos una idea acerca de la grandeza de la gracia, debemos considerar que su grandeza trasciende toda perfección de cualquier naturaleza creada o creable, llegando a la perfección de la naturaleza divina. Si consideráramos, por ejemplo, que Dios le concediese a sólo una alma de todas las que Él creó, la infusión del don de la gracia –esa misma gracia que se administra por los sacramentos, comenzando por el bautismo-, todas las creaturas del universo quedarían admiradas por la belleza de esta alma; los querubines se humillarían; los serafines, de la más encumbrada naturaleza, la reconocerían con veneración; los tronos y las dominaciones hincarían ante esta alma sus rodillas, reconociendo en esta dignidad de la gracia infundida en el alma, que la hace participar de la naturaleza divina, de grado infinitamente superior a su naturaleza angélica, es decir, la reconocerían como incomparablemente mayor y mejor que su propia naturaleza angélica[1]. Todo el resto de las creaturas racionales e intelectuales, estarían admiradas por aquel divino estado al que habría sido encumbrada dicha creatura humana. Ahora bien, esto es lo que produjo en el Ángel caído una envidia tan grande, que su soberbia no pudo con él y terminó por rebelarse contra Dios, por no inclinar él, un ángel, sus rodillas, ante el alma de un hombre en gracia.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         La grandeza que encierra la gracia que la Santa Madre Iglesia otorga a los hombres, convirtiéndolos en hijos adoptivos de Dios por el Bautismo sacramental, es tan grande, que los más grandes Doctores y Padres de la Iglesia encuentran incluso dificultad para expresar semejante grandeza, aunque lo hacen, tanto como lo permite el idioma humano. Así, por ejemplo, San Dionisio Areopagita[2] que la grandeza de la gracia es tal, que levanta a quien la tiene a un estado divino, comunicándole una vida divina. En el mismo sentido dice San Máximo[3]: “Es propio de la gracia dar a las creaturas la divinidad; la cual gracia, con luz sobrenatural, ilustra a la naturaleza y por la excelencia de su gloria la constituye sobre sus propios términos”, es decir, por sobre sus límites naturales. Santo Tomás[4] dice que la gracia “deifica y endiosa” el alma. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca jamás elijamos los bienes del mundo antes que el bien infinito de la gracia!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         A la grandeza de la gracia otorgada libre y gratuitamente por Dios al alma, gracia por la cual el alma es divinizada, se le agrega el modo en el que es conferida. Dicen los autores que no es otorgada al modo como se otorgan las honras mundanas, por merecimientos o logros, sino por libre don gratuito de Dios. Además, a diferencia de las honras mundanas, que sólo afectan extrínsecamente, sin tocar en lo más mínimo el ser y la naturaleza del hombre, la gracia hace partícipe al alma de tal manera de la naturaleza divina, que la endiosa, lo cual quiere decir que su ser y su naturaleza divina se vuelven partícipes del ser y la naturaleza divina de Dios, es decir, la gracia endiosa intrínsecamente a la creatura. Es un don que inhiere, no en lo exterior y superficial, sino en su ser más profundo, elevándolo a la unión con el Ser de Dios, de manera que el alma viene a tener por la gracia lo que Dios tiene por naturaleza, es decir, santidad y majestad divina. Así dice Santo Tomás: “Aquello que está en Dios substancialmente, se obra accidentalmente en el alma que participa la divina bondad”[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que el don libremente otorgado de la gracia divina, que deifica nuestras almas, sea conservado por nosotros como el don más preciado, al punto de dar la vida antes que perderlo!

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

La forma en la que la gracia hace participar al alma de la naturaleza divina, endiosándola, la describen los santos con distintos ejemplos, como San Atanasio, que lo explica con la semejanza de un licor precioso y aromático, que pega su olor a quien ungen con él, comunicándole las mismas calidades de fragancia y suavidad. Así como en una caja en donde se ha colocado un ámbar, aunque no tenga en ella la substancia del ámbar, tiene los mismos accidentes, como el aroma, el perfume, la suavidad y así también la persona en quien por medio de la gracia se recibe el Espíritu Santo aunque en substancia no sea ella Dios, queda con unas propiedades divinas y accidentalmente se obra en ella lo que en Dios está substancialmente. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestra alma quede impregnada de la gracia, el perfume, el aroma, la santidad y la majestad de la gracia recibida en los sacramentos, para que así nos veamos unidos a la naturaleza de Dios del modo más excelso e íntimo que jamás pueda concebirse!

         Silencio para meditar. 
     
        Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.   

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

Otro ejemplo de San Atanasio es el del sello, para declarar lo mismo, parafraseando a San Pablo, quien afirma de los que han recibido la gracia como de quienes “han sido sellados con el Espíritu Santo”. Dice así San Atanasio: “Sellados de esta manera, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina”. La razón es que, así como el sello imprime en la cera toda su figura, la cual, quedándose en substancia cera, tiene todo cuanto estaba en el sello, así también una creatura que recibe la gracia, quedándose creatura, recibe una forma divina y se hace deiforme y viva imagen del Creador y figura de su bondad y santidad. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestra pobre alma de creaturas pecadoras, queden marcadas con el sello del Espíritu Santo, para que al ser reconocidas por el Rey de los cielos como la firma de su Hijo Jesús, no nos desprecie, sino antes bien, nos tenga como bien preciado de su propiedad!

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Niemeyer, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 46.
[2] Cap. 3, Eccles. Hierarch.
[3] Cent. 1, Cap. 76.
[4] 1, 2, q. 112, art. 1.
[5] 1, 2, q. 110, art. 2, ad. 2