jueves, 16 de mayo de 2019

Hora Santa en acción de gracias por el don del Bautismo Sacramental



Inicio: en nuestros días ha surgido un movimiento que se llama “Apostasía voluntaria”, un movimiento por el cual se anima a los católicos a renunciar al preciosísimo don recibido de lo alto, el bautismo sacramental que nos convirtió en hijos de Dios. Los postulados falsos sobre los que asientan los reclamos para apostatar se encuentran en el siguiente enlace: https://www.apostasia.com.ar/ Como creemos que muchas de estas personas no conocen lo que es la adopción filial, ofrecemos esta meditación, la Hora Santa y el rezo del Santo Rosario centrándonos en la gracia inmensa que significa el ser adoptados por Dios como sus hijos por medio del bautismo sacramental.

         Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos, llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

Al adoptarnos como hijos por medio del bautismo sacramental, Dios lo hace de modo libre y voluntario[1], es decir, elige a quién va a adoptar como hijo y esa es la razón por la cual fuimos bautizados en la Iglesia Católica. En otras palabras, nuestra condición de hijos adoptivos de Dios no se debe a la buena voluntad de nuestros padres, sino a la buena voluntad y al amor misericordioso de Dios, que no encontrando en nosotros sino solamente pecado y miseria, lo mismo nos eligió para adoptarnos como hijos suyos y ser herederos de su Reino. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que siempre nos postremos ante Jesús Eucaristía en acción de gracias por el don del bautismo sacramental!

Silencio. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         En nuestra adopción como hijos de Dios, nosotros no teníamos ningún mérito para merecer semejante distinción y sin embargo Dios nos eligió y nos concedió el don de ser hijos muy amados suyos por el bautismo[2]. Y al hacerlo, lo hizo libremente y también a gran precio, porque la gracia santificante que recibimos en el sacramento del bautismo y que nos convirtió en hijos adoptivos de Dios, fue obtenida al precio altísimo de la Sangre del Hijo de Dios derramada en la Cruz. Gran cosa es el bautismo, que nos demuestra el infinito amor que Dios nos tiene, por dos vías: porque nos elige libremente, sin que tengamos nosotros méritos algunos de nuestra parte, por un lado y por otro, porque la gracia con la que nos convierte en hijos suyos y herederos de su Reino, es una gracia obtenida al precio de la entrega de la Vida de su Hijo Unigénito en el Santo Sacrificio de la Cruz.

         Silencio. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         También en los derechos que adquirimos, cuando somos adoptados por Dios mediante el bautismo sacramental, se muestra la excelencia de la adopción divina por encima de la humana. En efecto, en la adopción humana, el hijo adoptado sólo tiene derecho a los bienes de fortuna y externos de su padre adoptivo; no tiene derecho sobre su persona ni a los bienes intrínsecos de su padre ni a su naturaleza: pero en cambio, los hijos adoptivos de Dios, nacidos a la vida de la gracia por el bautismo sacramental, tienen derecho “a los mismos bienes naturales y más íntimos de Dios, esto es, a su misma bienaventuranza, que es a la posesión de Dios mismo”[3].

         Silencio. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

         Cuando Dios prohija no es por defecto de hijo natural, como sucede con la adopción humana, en la que los padres, por lo general, acuden a la adopción, por la imposibilidad de engendrar hijos biológicos propios[4]. En la adopción divina la misma es totalmente voluntaria y libre, en el sentido de que Dios no tiene “falta de Hijo natural, ni su Hijo natural tiene falta de bondad” –como suele suceder entre los hijos de los hombres-, ni tampoco dejó de dar gusto a su Padre, ni al Padre le falta el Amor de su Hijo como para que lo busque entre los hombres, puesto que en su Hijo Unigénito Dios se complace más que en todo lo creado. Es decir, Dios adopta, a pesar de tener a su Hijo Unigénito y el Amor infinito e Increado que Éste le da, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y adopta movido no por necesidad alguna, sino por su gran liberalidad y misericordia; libremente quiere elegir a los hombres, desprovistos de todo mérito, por hijos suyos y esto no por falta de bondad de su Hijo natural, sino para que todos participáramos de la Bondad Increada de su Hijo muy amado, engendrado en su seno desde la eternidad.

         Silencio.  

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Dios adopta a muchos –muchísimos- hombres por medio del bautismo sacramental, para así poder complacerse más en su Hijo Unigénito, al tener, en los hombres adoptados, imágenes vivientes de su Hijo, al convertirlos la gracia en otros tantos cristos en los cuales derramar su Amor, el Espíritu Santo. En la adopción humana, por el contrario, el hombre que adopta hijos no puede darles su espíritu; en la adopción divina, al ser más excelente, Dios elige a sus hijos y les concede el espíritu de hijos, no de cualquier manera, sino “el mismo Espíritu del Hijo natural de Dios”[5], es decir, nos concede, con el bautismo sacramental, la misma filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Dios Hijo desde la eternidad. Esto es lo que significó el Apóstol Santiago cuando dijo que “voluntariamente nos engendró con la palabra de verdad”, esto es, “por medio y con el Espíritu de su Hijo natural”[6], que es el “Verbo Eterno y Palabra de Verdad del Padre, resplandor de su gloria y figura de su substancia”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 165.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 164.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 165.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 165.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 166.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 166.

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