sábado, 18 de mayo de 2019

Hora Santa en reparación por el crimen del aborto, Ley de Nueva York 290119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el crimen del aborto en general y en particular por la ley del aborto sancionada en Nueva York, una de las leyes más crueles jamás pergeñada por la mente del hombre. Los detalles de esta cruel ley se encuentran en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Cuando un padre terreno adopta un hijo, se preocupa por darle, además del amor que fue lo que lo llevó a adoptarlo, el alimento para el cuerpo. En efecto, el hombre, compuesto por cuerpo y alma, necesita alimentos para sus dos componentes: alimentos corporales, materiales, para su cuerpo y alimentos espirituales para su alma. El hombre que adopta se preocupa, en primer lugar, de darle alimento para el cuerpo y también le da alimento para el alma, cada vez que le proporciona su amor de padre adoptivo. Cuando Dios Padre adopta un alma, convirtiéndola en hija adoptiva suya, también se preocupa por darle alimento y el primer alimento que le da es el más importante, el espiritual: además de darle el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que fue el que lo llevó a adoptar a esa alma como hija suya, Dios le da a su nuevo hijo adoptivo, por medio de la gracia, un alimento celestial, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, contenidos en la Sagrada Eucaristía[1].

          Silencio.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         A partir del momento en que Dios prohija un alma, por medio de la gracia le procura el sustento del Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo, la Eucaristía[2]. De hecho, el Bautismo es el sacramento que, al mismo tiempo que convierte al alma en hija adoptiva de Dios, la hace capaz de recibir ese alimento celestial, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este don de la Eucaristía supera todo lo que el hombre puede siquiera pensar o imaginar acerca del Amor que Dios tiene para con sus hijos adoptivos: dar como sustento de sus hijos adoptivos la propia Carne y Sangre de su Hijo natural, Cristo Dios, que es Dios como su Padre.

         Silencio.    

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         El hecho de recibir como alimento espiritual el Cuerpo y la Sangre de Cristo Dios, da la idea de la inmensa majestad y grandeza divinas comunicadas al alma con la divina filiación. En efecto, Dios da a sus hijos adoptivos, en vez de leche, como hacen los padres de la tierra con sus hijos pequeños, la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios y por pan, en vez del pan material, que es el que dan los padres de la tierra, Dios da a sus hijos adoptivos el Cuerpo de su Hijo Unigénito, más precioso y valioso y más puro que la infinidad de estrellas que pueblan el universo[3]. Quienes están en gracia, poseen una grandeza incomparable, infinitamente superior a la de los ángeles más poderosos, y por esta grandeza incomparable, merecen ser alimentados como hijos de Dios, con el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios.

         Silencio.    

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

         Es tan grande para los hijos adoptivos de Dios el don de recibir el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús, que al mismo Dios le pareció grandísimo. Por medio del Profeta Isaías[4], dice al alma santa: “Yo te pondré para soberbia de los siglos, gozo de generación y generación; tomarás la leche de las gentes y del pecho de los reyes”. Por “soberbia de los siglos”, dice un autor, se entiende la admiración que suscita la suma grandeza del hecho de ser hijos adoptivos de Dios, porque en todos los siglos, pasados y por venir, no se verá mayor honra y majestad con que un padre haya tratado a su hijo. Tampoco ha habido algo semejante en generaciones de generaciones, que haya proporcionado mayor gozo al alma que el ser adoptada como hija de Dios y, por añadidura, ser alimentada nada menos que con la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, sacrificado en el ara de la Cruz.

         Silencio. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

Por su misma naturaleza divina, el Amor de Dios como Padre celestial es infinitamente más grande que todo el amor que los padres humanos pudieran dar naturalmente a sus hijos, naturales y adoptados y este Amor infinito se demuestra en dos dones, incomparablemente grandiosos para las almas: el don de la gracia y el don del Cuerpo y la Sangre de Jesús[5]. Por la gracia, se puede decir que son más hijos de Dios los hijos por Él adoptados, que de sus propios padres biológicos; y por la Carne y la Sangre recibidos en alimento y sustento espiritual, son alimentadas estas hijas de Dios con un manjar suculento, celestial, superior en sabor y dulzura a cuanto manjar terreno pueda un hombre dar a su hijo. Al dar de comer el Cuerpo y la Sangre del Cordero, Dios se comporta con un Amor infinito, más grande que el amor con el que la madre terrena alimenta a sus hijos con su substancia, ya que el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús superan en grandeza a los alimentos terrenos infinitamente más que cuanto el cielo está separado de la tierra.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 168.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 168.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 169-170.
[4] 60, 15.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 170.


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