Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en reparación por decapitación de imagen de la Virgen en Venecia, Italia. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Oh, Buen Jesús, yo creo firmemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
La
bienaventuranza –el estado de máxima felicidad del alma, para toda la
eternidad- comienza ya en esta vida terreno, por obra de la gracia, ya que la
gracia trae al alma al Amor de Dios, el Espíritu Santo y es este Amor Divino el
que causa al alma del justo el mayor estado de felicidad que jamás una creatura
pueda alcanzar[1].
Se puede decir que el estado de gracia, en esta vida terrena, es el anticipo
del estado de gloria en el que viven los bienaventurados por toda la eternidad.
De esto se sigue que no hay bien más preciado, ni puede haberlo para el hombre,
que la gracia santificante en esta vida terrena.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia es el mayor bien para el hombre en esta vida terrena, porque le procura
el grado de felicidad más próximo al de la gloria en la vida eterna. El Amor de
Dios, del que la gracia hace partícipe al alma del justo en esta vida, es la
máxima felicidad que un alma puede conseguir en estado de viador, pues le
asemeja y lo hace partícipe, por adelantado, del estado de contemplación en
éxtasis de amor en el que se encontrará por la eternidad, ante la Santísima
Trinidad. De aquí que no haya bien mayor que la gracia santificante de Nuestro
Señor Jesucristo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
bienaventuranza en la otra vida es la visión de la Santísima Trinidad, por el
intelecto y auxiliado por la luz de la gloria; la bienaventuranza en esta vida
no es acción del intelecto sino de la voluntad, porque se trata del amor tierno
con Dios Trino y es este amor el que lleva a la eterna bienaventuranza. Ahora bien,
en esta vida no se puede contemplar a la Trinidad como es en Sí y por Sí mismo[2],
pero sí hay un modo perfecto, en esta vida, de poseer a Dios y es por el Amor:
no por el amor meramente humano, sumamente imperfecto y limitado, sino por el mismo
Amor de Dios, el Espíritu Santo, que la gracia trae consigo al alma del justo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si
en esta vida no se puede contemplar a Dios Trino con el intelecto, como sí
sucede con los bienaventurados en la gloria, sí se puede, en cambio, amar a
Dios con el Amor del Espíritu Santo, por obra de la gracia, como lo aman los
bienaventurados en el cielo. De esta manera, cuando el alma en gracia parte de
este mundo, cambia en su conocimiento intelectual, que de oscuro pasa a ser
iluminado con la luz divina, pero no cambia en el amor, pues le sigue amando
como ya le amaba en esta vida terrena: el mismo acto de amor puede ser el de
esta vida y el de la otra; en uno y otro el alma ama a Dios Trino por Sí mismo
y en Sí mismo[3].
Y en esto consiste la bienaventuranza en esta vida, en el amar a Dios con el
Amor de Dios, el Espíritu Santo, el cual es traído al alma por la gracia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por
esta razón, es verdad lo que afirma un autor: que aunque nos falte todo –materialmente
hablando-, si no nos falta la gracia, no nos falta nada y también es al revés:
si lo tenemos todo –materialmente hablando-, pero no tenemos la gracia, es como
si no tuviéramos nada. Por la gracia poseemos a Dios Trinidad, que es el Sumo y
Eterno Bien y la suma de todos los bienes posibles e inimaginables y así, con
sólo la Trinidad en el alma, nos podemos considerar más que afortunados,
bienaventurados[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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