lunes, 30 de diciembre de 2013

Hora Santa en honor a Santa María, Madre de Dios




Inicio: ingresamos en el Oratorio, pedimos la asistencia de nuestros Ángeles Custodios para recoger nuestros sentidos exteriores y nuestras potencias espirituales y para silenciar la mente, de modo de disponernos, con todo nuestro ser, alma y cuerpo, para la Adoración Eucarística. Le pedimos ayuda ante todo a la Virgen, Maestra y Modelo de Adoración Eucarística perfecta, puesto que Ella adoró, desde el instante mismo de la Encarnación, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su HIjo Jesús, alojado en su seno virginal y purísimo, por obra del Espíritu Santo. Ofrecemos esta Hora Santa, en el inicio del Año civil, en honor de Santa María, Madre de Dios, consagrando y depositando al mismo tiempo en su Corazón Inmaculado, toda nuestra vida, con su tiempo pasado, presente y futuro, y todos nuestros seres queridos, para que en el Año que se inicia lo vivamos en su totalidad bajo el amparo de su manto maternal. Que María Santísima, la Madre de Dios, dirija nuestros pasos en el seguimiento de su Hijo Jesús y haga que los días –pocos o muchos- que nos quedan sobre la tierra, sean todos vividos a la luz de la feliz eternidad del Reino de Dios.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Tantum ergo”.

Meditación

         La Virgen es la Mujer ante la cual el Dragón infernal y todas las legiones infernales juntas, retroceden con espanto ante la sola mención de su Nombre: es la Mujer del Génesis, que por orden divina aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua (cfr. Gn 3, 15), porque si la Serpiente triunfó sobre la primera Eva y, por medio de ella, sobre Adán y sobre toda la humanidad, ahora, a través de la Segunda y Definitiva Eva, triunfa sobre la Serpiente la Nueva Humanidad regenerada por la gracia divina, los hijos adoptivos de la Virgen; si en el Paraíso Adán y Eva cayeron por morder el fruto envenenado que les ofrecía la Serpiente, el fruto de la soberbia y de la rebelión contra Dios, ahora, por la Virgen, la humanidad puede saborear el fruto de la Redención, fruto que cuelga en el Árbol de la Cruz, fruto santo que es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, y así como en el Paraíso la Serpiente ofreció a Adán y Eva el fruto amargo del Árbol prohibido, la rebelión contra Dios, así la Virgen ofrece, para sus hijos amados, el Dulcísimo Fruto del Árbol de la Cruz, la Gracia Divina que enciende el alma en el Amor de Dios, Amor que lleva a la sumisión del alma a Dios por Amor, al punto de preferir el alma morir antes de ofender a Aquel a quien tanto ama; la Virgen es la Mujer del Apocalipsis (cfr. Ap 12, 1ss), que con dos alas lleva al desierto en sus brazos a su Hijo Dios recién nacido, salvándolo del río vomitado por las fauces del Dragón, símbolo de las impurezas del cuerpo y del alma y de las blasfemias y sacrilegios contra Dios. La Virgen que lleva a su Hijo a salvo del Dragón, en el desierto, es pre-figuración de su acción corredentora, cuando por la acción de la gracia Ella lleve a sus hijos adoptivos al desierto de la penitencia y de la oración, que los salvará del río impetuoso de impurezas de todo tipo en el que quiere sumergirlos el Dragón.
         Ante la Virgen, el Dragón y todas las potencias del infierno tiemblan de espanto, porque la Virgen les aplasta la cabeza con su pequeño piececito de mujer, que a pesar de ser pequeño, representa para el Dragón un peso aplastante, porque la Virgen le aplasta la cabeza con la fuerza y el poder de Dios, que le han sido participados en un grado desconocido a las creaturas, incluidos los ángeles.
         “Virgen Santísima, Madre Nuestra, concédenos la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado. Amén”.

         Silencio para meditar.

         La Virgen María es la Creatura más admirable y hermosa jamás creada por la Santísima Trinidad, cuya Concepción sin mancha y cuya condición de ser al mismo tiempo Llena de Gracia, le mereció el ser elegida por la Trinidad para ser Madre de Dios, un prodigio inefable que asombra a cielos y tierra y que se engrandece al infinito cuando el alma se percata que la Madre de Dios es, además, Virgen, y que permaneció Virgen antes, durante y después del parto, como cuando un rayo de sol, que atraviesa un cristal, deja intacto al mismo antes, durante y después de pasar a través suyo. Por ser la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, la Virgen mereció recibir dos prodigios inefables, admirables, jamás vistos en el universo y que jamás se volverán a ver, que superan en hermosura y gracia a toda la Creación, y es el hecho de ser Virgen y a la vez Madre, y Madre no de un niño más entre tantos, sino del Niño Dios, de Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, para que los hombres, hechos niños por la inocencia de la gracia, fueran adoptados como hijos por Dios. Por ser Virgen y Madre de Dios, la Virgen es llamada también “Diamante celestial”, porque así como la roca cristalina que es el diamante, recibe, encierra y luego emite la luz –a diferencia de las otras rocas opacas que no pueden encerrar la luz-, así la Virgen y Madre recibe, encierra y emite sobre el mundo la luz eterna, Cristo el Señor, siendo de esta manera la Virgen figura tanto de la concepción virginal por la gracia, por parte de la Iglesia, de sus hijos adoptivos en el bautismo, y figura también de la Concepción virginal de la Eucaristía en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, prodigios todos obrados por el Santo Espíritu de Dios.
“Virgen, Tú que eres Madre de Dios y también Madre nuestra, intercede por nosotros para que, siendo iluminados por tu Hijo, Cristo, Luz eterna de Dios, vivamos siempre en gracia, hasta el momento de pasar de esta vida a la otra y así contemplar, por la eternidad, el Divino Rostro de Jesús. Amén”.

         Silencio para meditar.

La Virgen María es la Mujer al pie de la Cruz (Jn 19, 25-30), pero la Virgen no es una frágil madre que asiste impávida a su hijo que muere de muerte dolorosísima: es la Mujer que con su Dolor unido al sacrificio de su Hijo Jesús, salva al mundo; la Virgen al pie de la Cruz es la Madre de los Dolores, cuyo Corazón es traspasado por una espada que son cientos de miles, porque son los pecados de los hombres que con su malicia crucifican al Hijo de su amor. Al pie de la Cruz, la Virgen adora a la Santísima Trinidad, en la obediencia y cumplimiento fidelísimo del plan de salvación divino para los hombres; al pie de la Cruz, la Virgen ofrece su Hijo a Dios Padre, como Víctima por la salvación de los pobres pecadores, y con Él se ofrece Ella misma, porque ofrecer la vida de su Hijo es ofrecer su propia vida, porque su Hijo es su vida misma y sin su Hijo Ella muere de dolor; al pie de la Cruz, la Virgen asiste misericordiosamente a Dios Hijo que agoniza crucificado; al pie de la Cruz, la Virgen ama a Dios y a los hombres con el Amor que inhabita en su Inmaculado Corazón, Dios Espíritu Santo, y así Ella se hace partícipe del Triunfo definitivo, completo y absoluto del Amor Divino, que desde la Cruz vence para siempre a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, y destruye el odio que anida en el corazón humano desde la Caída Primigenia de los Primeros Padres; al pie de la Cruz, la Virgen renueva el doble prodigio de la Encarnación del Hijo de Dios, al convertirse, siendo Virgen y permaneciendo Virgen, en Madre de todos los hombres, por pedido expreso de su Hijo Jesús (cfr. Jn 19, 27), y es desde entonces que todo hombre que nace en este “valle de lágrimas” tiene a la Virgen por Madre amorosísima, que hará lo imposible por salvar su alma. La Virgen es la Madre de Dios, pero también es la Madre Nuestra, la Madre de los hijos adoptivos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica, que fuimos adoptados por Ella, por pedido divino, al pie de la Cruz.
La Virgen al pie de la Cruz, que con su dolor participa de la Pasión y de la corona de espinas de Jesús, es la misma Virgen que en los cielos es coronada con la luz y la gloria de su Hijo Jesús, corona que quiere compartir con sus hijos adoptivos en el Reino de Dios, y para que se hagan merecedores de la corona de luz, la Virgen les hace participar, aquí en la tierra, de la corona de espinas de Jesús, único modo de ser coronados de gloria en los cielos.
“Virgen María, Tú eres nuestra Esperanza, porque Dios te ha elegido para ser Madre nuestra; danos en esta vida, te lo pedimos, danos la gracia de estar arrodillados, a tu lado, al pie de la Cruz; danos la Corona de espinas de tu Hijo Jesús, danos de beber del Cáliz de sus amarguras, danos sentir sus mismas penas, para que participando de su Pasión y Muerte en Cruz, vivamos luego con Él en la felicidad eterna del Padre. Amén”.

         Silencio para meditar.

         La Virgen es la Medianera de todas las gracias, y si su Hijo se manifiesta públicamente con el signo de la conversión del agua en vino en Caná (cfr. Jn 2, 1ss), es porque la Virgen comienza su tarea pública de ser Medianera de todas las gracias precisamente en las Bodas de Caná. Esto quiere decir que los esposos de Caná recibieron el primer milagro público de Jesús, gracias a que en Caná la Divina Sabiduría había dispuesto que la Virgen se manifestara públicamente, por primera vez, como Mediadora de las gracias de su Hijo Jesús. Fue por la intervención intercesora y suplicante de la Virgen María que Jesús, Dios Hijo, obró el milagro de la conversión del agua en vino para alegrar la fiesta de los esposos, y esto lo hizo a pesar de que no tenía intención de hacerlo, como lo reflejan sus palabras: “¿A ti y a mí, qué, mujer?”, lo cual engrandece la intervención de la Virgen y le hace merecedora del título de Omnipotencia Suplicante, porque quiere decir que el pedido de la Virgen de un milagro a favor de los esposos fue recibido favorablemente no solo por Jesús, sino también por Dios Padre y por Dios Espíritu Santo, es decir, por la Santísima Trinidad en pleno. Esto quiere decir que no hay gracia, don, milagro, signo o prodigio, que Dios Uno y Trino quiera hacer y dar a los hombres, que no pase a través del Inmaculado Corazón de María, porque fue Dios Trino quien dispuso que toda gracia fuera concedida por intercesión de María y que ninguna gracia pase fuera de Ella.
“Virgen María, Tú eres la Medianera de todas las gracias; te suplicamos intercedas por nosotros, por nuestros seres queridos, y por todo el mundo, para que recibamos y hagamos fructificar todas las gracias que necesitamos para nuestra eterna salvación. Amén”.

         Silencio para meditar.

         La Virgen es Madre de Misericordia, y lo es por muchos motivos: ante todo, es Madre de Jesús, que es la Misericordia Divina encarnada, y lo es desde su Encarnación hasta su Muerte agónica en la Cruz, porque desde su Encarnación, lo alimentó, lo cuidó, lo protegió, y no solo durante la gestación, sino durante toda su niñez, adolescencia y juventud, y aun cuando Jesús era adulto, porque fue la Única que estuvo al pie de la Cruz, cuidando de su Hijo, mientras Él agonizaba por nuestra salvación.
La Virgen es Madre de Misericordia porque así como gestó, cuidó, alimentó, protegió, desde su Nacimiento hasta su Muerte, al Hijo de Dios, así lo hace con cada uno de sus hijos adoptivos, desde que nacen, hasta su paso de esta vida a la otra, acompañándolos en el Via Crucis y ayudándolos a llevar la Cruz hasta el Calvario, Puerta abierta al cielo.
La Virgen obró con su Hijo Jesús la Misericordia, y también hace lo mismo con cada uno de sus hijos, practicando las obras de misericordia corporales y espirituales. De esta manera, al ser Madre de Misericordia y al obrar Ella la Misericordia con su Hijo y con nosotros, nos enseña cómo debemos obrar la Misericordia si queremos entrar en el Reino de los cielos. Si en el día de nuestro juicio particular queremos escuchar la dulce voz de Jesús que nos diga: “Venid, benditos de mi Padre, al Reino de los cielos”, entonces debemos obrar la Misericordia para con nuestros hermanos, imitando a la Virgen, Madre de Misericordia.
“Virgen Santísima, infunde en mi pobre corazón el amor misericordioso a mis hermanos, para que obrando con ellos la caridad y la compasión, no pase a la vida eterna por la ira de la Divina Justicia, sino que merezca pasar al Reino de los cielos a través de la Divina Misericordia. Amén”.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

La Virgen es Corredentora porque ofreció a su Hijo en la Cruz por la salvación de los hombres, y en el ofrecimiento del Hijo se ofrecía toda Ella, sin reservarse nada para sí ni de sí misma, porque su Hijo era su Todo, su Vida, su Alegría, su Único contento, y al ofrecer a su Hijo y a sí misma por la salvación de los hombres, uniéndose al sacrificio redentor de su Hijo Jesús, se convertía en Corredentora, en Salvadora de los hombres asociada a su Hijo Jesús.
Por ser la Virgen Corredentora y por haberlo acompañado en el Camino Real de la Cruz, vendrá la Virgen acompañando a su Hijo al fin de los tiempos y estará a su lado cuando el Terrible Juez juzgue a toda la Humanidad; pero antes de esta venida, vendrá la Virgen para preparar los corazones de los hombres, para que reciban a su Hijo en su Segunda Venida, así como preparó la Gruta de Belén en su Primera Venida; luego de esto, sí, vendrá ya junto a su Hijo Jesús, cuando este juzgue al mundo, porque la Virgen estará al lado de Jesús para recibir, en las Puertas del cielo, a sus hijos amados, aquellos que fueron lavados con la Sangre del Cordero, aquellos que obraron la misericordia, aquellos que vivieron y murieron en gracia y que por eso merecieron la eterna bienaventuranza.
“Virgen Corredentora, Madre de Dios y Madre nuestra, concédenos la gracia de hacer fructificar los talentos recibidos de tu Hijo Jesús, al ciento por uno, para que merezcamos un día ser conducidos a la eterna Bienaventuranza, la contemplación cara a cara de las Tres Divinas Personas. Amén”. 

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra, y el mismo Señor Dios”.

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