Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación de la Sagrada Eucaristía
ocurrida en la localidad de Huila, Colombia. Para mayores detalles acerca de
este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Tantum ergo, sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Afirma
un autor que “el hombre que peca se puede tener por peor que el demonio, pues
éste pecó contra su Creador, en cambio, el hombre que peca, lo hace contra su
Creador”[1] y
agregamos nosotros, contra su Redentor y contra su Santificador. En otras
palabras, el demonio se rebeló contra Dios sólo en cuanto Creador y así cometió
un solo pecado, en cambio el hombre que peca se rebela contra Dios triplemente,
en cuanto que Dios Trino es no sólo Creador del hombre, sino también su
Redentor y su Santificador, con lo cual podemos decir que el hombre peca tres
veces más que el diablo.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Es
más grave el pecado del hombre que el del demonio, por otras razones también:
el demonio pecó contra Dios, pero Dios no había usado su misericordia para con
el Ángel caído[2],
sin embargo, el hombre peca contra Dios, que lo perdona innumerables veces,
tanto al quitarle la mancha del pecado original en el Bautismo sacramental,
como cuantas veces el hombre acude al Sacramento de la Penitencia: por esto, el
demonio pecó una sola vez, mientras que el hombre lo hace infinidad de veces;
además, el demonio pecó sin haber visto a nadie condenarse, en cambio el hombre
peca sabiendo que hay quienes se han condenado en el Infierno por un solo
pecado mortal. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, apártanos del pecado como de la peste más mortífera!
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Se
puede afirmar, con toda certeza, como lo dice un autor, que “cuanto el alma
desprecia a Dios por el pecado, tanto más se hace ella despreciable”: en otras
palabras, hay una reciprocidad en el desprecio, cuanto más el alma desprecia a
Dios y peca, tanto más ella se vuelve despreciable, pero no porque Dios la
desprecie, sino porque el pecado, por sí mismo, la convierte en un ser
despreciable[3].
El alma, por el pecado, se vuelve un ser vil, abominable e infinitamente
despreciable, de ahí la imperiosa necesidad del cristiano de apartarse no sólo
del pecado mortal y del venial deliberado, sino de las ocasiones mismas de
pecar.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Cuanto
más el pecador desprecia a Dios, eligiendo libremente pecar y arrojar de sí la
gracia, el pecador tanto más se hace despreciable, execrable e incluso maldito,
porque el que no tiene la gracia no está en un estado intermedio entre la
justificación y la maldición: si no tiene la gracia, tiene en sí la maldición
que el pecado trae aparejada, inevitablemente[4]. Por
esta razón, cuanto más quiere quitar a Dios, tanto más se quita a sí mismo la
santidad que Dios le confería con la gracia y se reduce a un no ser sobre todo
no ser, convirtiéndose en un ser que es “nada mas pecado”.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
De
la malicia del pecado, se deduce el ser despreciable en que el pecado convierte
al pecador: teniendo delante de sí a Dios Uno y Trino, con su infinita bondad,
majestad, hermosura, amor e infinitas perfecciones, y teniendo la hermosísima
obligación de amar a la Trinidad por ser quien Es, Dios de infinita perfección
y hermosura, amor y misericordia, el pecador elige sin embargo la vileza y
bajeza del pecado, que lo aparta de Dios y de su Amor hermoso tanto más cuanto
más grave es el pecado[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, líbranos
de la ceguera del pecado y concédenos dar la vida antes que perder la gracia de
tu Hijo Jesús!
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