Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la quema de un Pesebre en
Toledo, España. Para mayor información acerca de este lamentable suceso,
consultar la siguiente dirección electrónica:
Canto inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La Comunión
espiritual es la reserva de vida y de amor eucarístico que está siempre al
alcance para las almas enamoradas de Jesús Eucaristía. A través de la comunión
espiritual se satisfacen los deseos de amor del alma que quiere unirse a Jesús,
su Amado Esposo[1].
La comunión espiritual es la unión entre el alma y Jesús Hostia. Es una unión que
es toda espiritual, pero no por eso deja de ser real, tan real como la unión
misma entre el alma y el cuerpo “porque el alma vive más donde ama que donde
vive”, dice San Juan de la Cruz.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
La comunión
espiritual supone la fe en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía y es
esto lo que lleva al deseo de la comunión sacramental, para agradecer el don de
la Presencia Real[2].
San Alfonso María de Ligorio lo expresa así: “Jesús mío, creo que estás en el
Santísimo Sacramento. Os amo sobre todas las cosas. Os deseo en mi alma. Ya que
ahora no puedo recibiros sacramentalmente, venid al menos espiritualmente a mi
corazón. Como si hubierais venido ya, os abrazo y me uno todo a Vos. No permitáis
que yo me separe ya de Vos”.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Dependiendo
de las disposiciones –fe, amor, piedad, estado de gracia- de quien desee
recibir a Jesús y se ve impedido físicamente de hacer, la comunión espiritual,
hecha con verdadero fervor, piedad y amor, produce los mismos efectos que la
comunión sacramental[3]. Pero
de todas las disposiciones, es la caridad con la que se desee recibir a Jesús
Sacramentado, la que más sobresale entre todas las disposiciones.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
A diferencia
de la Comunión Sacramental, que solo se puede realizar dos veces por día, la
Comunión espiritual se puede hacer cuantas veces se quiera, en el momento que
se quiera –incluso en plena noche- y también en el lugar que se quiera –puede ser
en un desierto, en un avión en vuelo, o en cualquier otra circunstancia-[4]. Si
no se puede hacer la Comunión sacramental, es conveniente hacer la Comunión
espiritual, de modo particular si se asiste a Misa. Cuando el sacerdote comulga
–y alguien asiste a Misa, pero no puede comulgar-, el alma también lo puede
hacer llamando a Jesús a su corazón. De ese modo, la Misa queda completa, con
sus tres aspectos: ofrecimiento, inmolación, comunión.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Sería una
gracia verdaderamente suprema –gracia que se debería invocar con todas fuerzas-
que en la Iglesia se llegara a realizar pronto el deseo del Concilio de Trento:
“Que todos los cristianos –católicos- comulguen en cada Misa que oyen” –y nosotros
agregamos, que lo hagan con amor, fe, piedad y devoción-, de tal manera que
quien pueda participar cada día en más Misas, pueda hacer también más
Comuniones espirituales, además de las sacramentales[5].
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 88.
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