Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la quema de la puerta de una
iglesia en Lyon, Francia. Para mayor información acerca de este lamentable
hecho, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La causa de todo mal cuanto hay en la tierra es el pecado,
pues el pecado es el mal de los males y por él se causa todo mal[1]. Un
solo pecado cometido por nuestros padres, bastó para derramar sobre el mundo y
la humanidad entera una cantidad incontable de calamidades, corrupción,
desgracias, enfermedades, dolencias, latrocinios, violencias y desdichas, porque
cuanta ha habido y habrá desde que Adán pecó hasta que se acaben los hombres,
todos nacen en el mismo veneno.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Cuantos pecados hay en el mundo, todos son efectos de un
mismo pecado, el pecado original, porque no se puede decir de esta pestilencia,
sino que es la causa de tantas penas y culpas[2]. Pues
aunque son tan sin número las penas de la vida, son más las culpas y todas,
penas y culpas, brotaron del pecado. Un solo pecado cometido por nuestros
padres en el Paraíso, bastó para que se derramaran sobre el mundo y la
humanidad una avalancha incontenible de males y esto es para ponderar de cuánto
mal sea el pecado.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
No hay monstruo más horrendo que el pecado, ni el demonio
tiene otra deformidad sino la que el pecado le concedió[3]. El
alma debe temblar de sólo pensar que pueda pecar, pues con el pecado se le
quita la gracia y se le viene encima toda clase de incontables males, unos
peores que otros. Quien ama a su alma, la guardará de todo pecado y hará todo
lo que esté a su alcance para mantenerse fuera de esta pestilencia. Demostraría
no estar en sus sanos cabales quien, sabiendo todo lo que el pecado le trae, no
dudaría así mismo en pecar y continuar pecando.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
A
éste monstruo tan grande y fuerte que es el pecado, hay sólo una forma de
vencerlo y destruirlo y es por la gracia[4].
Este enemigo es fortísimo, pero todavía es más fuerte la gracia que lo destruye
y prevalece sobre él. Ambos actúan de forma contraria: mientras el pecado mata
al hombre, la gracia lo vivifica. Mientras el pecado lo deforma, la gracia lo
hermosea. Con razón dijo David de sus pecados, que “como peso muy grave se
habían agravado sobre él”. Así sucede con el pecador, que se sacude de encima
el yugo suave del Redentor, la Santa Cruz y se pone en cambio el peso del
pecado: mientras el yugo del Redentor lo alivia porque le quita los pecados, el
pecado sólo aumenta el peso de sus maldades.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
La gracia es tan poderosa, que destruye esta inmensa
calamidad que es el pecado, y lo hace tan fácilmente como la espuma se deshace
por un soplo[5].
La gracia levanta al hombre caído; la gracia resucita al que estaba mortalmente
separado de Dios por el pecado; la gracia alivia al que estaba oprimido. Todo esto
puede la gracia, por ser santidad de Dios que se derrama sobre la creatura, con
la cual se hace agradable a Dios aquel quien la tiene. La gracia arrasa con los
pecados mortales con los que se encuentra, porque quita todos los males con la
potencia de Dios.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 298.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 298.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 299.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 299.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 299.
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