Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el incendio sufrido por la
Santa Cruz en la ciudad de Salta, Argentina, a manos de hordas feministas. Para
mayor información acerca de este lamentable hecho, consultar el siguiente
enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La gracia santificante no sólo es preciosísima en sí misma,
por los bienes, virtudes y dones del Espíritu Santo que consigo trae, sino también
por los males que quita, porque cuanto es buena en sí y fértil para causar el
bien, es de la misma manera eficaz para destruir el mal. En el Libro de los Cantares
se compara el alma que está en gracia a “los ejércitos bien ordenados y
terribles”, por la fuerza que tiene contra sus enemigos[1].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
San Bernardo repara por qué siendo el alma una, se dice
semejante a tan grande multitud como la de una caballería militar: la causa es
que por las grandes fuerzas que tiene con la gracia, el alma se vuelve poderosa
como un ejército. Dice así el santo: “No te maravillarás, que siendo una el
alma se diga semejante a una muchedumbre de caballería, si adviertes cuán
grandes ejércitos de virtudes están en un alma santa, cuán grande es el orden
en sus oficios, cuán grande armería en sus oraciones, cuán grande fortaleza en
sus acciones, cuán grande terror en su celo; finalmente, cuánta continuación de
batallas con el enemigo y cuán numerosos sus triunfos”[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Sea por donde sea que se la considere, la gracia es buena:
buena por lo que es, buena por lo que causa, buena por los bienes que trae y
buena por los males que ahuyenta, que son los mayores de todos, pues son los pecados[3]. En
el orden natural, hay muchos medicamentos que se estiman mucho, aunque al gusto
son amarguísimos y al olfato violentos y sin embargo se buscan porque quitan
algunas enfermedades. Sin embargo, la gracia, es infinitamente más poderosa que
estos medicamentos y es así que quita suave y dulcemente los males más
terribles que afectan al hombre en esta vida, que son los pecados.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
A diferencia de los medicamentos terrenos y naturales, que
quitan sólo pocas enfermedades y esto a veces con gran dolor y a grandes dosis,
la gracia por el contrario quita, suave y dulcemente, el mayor mal –del que se
derivan todos los males-, que es el pecado; esto lo hace ya sea un átomo de
gracia que millones de grados, no dejando nada, ya que destruye todo lo malo y
esto lo hace de forma instantánea[4]. Si
no tuviera otra virtud, solo por esta sería algo estupendo y maravilloso,
porque no hay fuerza más eficaz contra el pecado, por el modo en que lo
destruye y aniquila.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
La
gracia quita el mayor de los males, aquel que es imposible curar, ni siquiera
uniendo las fuerzas de los hombres y de los ángeles. Para el pecado, sólo la
gracia es remedio y esto porque el pecado es un mal tan extraño, que en su
comparación no hay otro mal, ya que sólo de él se puede decir que es verdadero
mal. El mundo se engaña cuando estima por menos mal al pecado que a otras cosas
temporales. Por menos mal suelen estimar ofender a su Creador, que carecer de
un gusto de bestias, que pasar una pobreza, que sufrir una injuria, que padecer
una fuerte dolencia[5].
¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
nunca nada nos aleje de la gracia santificante!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Te vengo a pedir, oh Madre de Dios”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 293.
[2] Serm. 39 in Cantic.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 294.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 295.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 295.
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