Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la ofensa y
ultrajes cometidos contra la Inmaculada Concepción por parte de un grupo
feminista en Italia. Para mayor información, se puede consultar el siguiente
enlace:
Canto inicial: “Tantum ergo Sacramentum”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Aunque existieran otros males verdaderos aparte del pecado,
el pecado será siempre el mayor mal de los males, por lo que excede a los demás
y porque es causa de los demás[1]. Según
los filósofos y Padres de la Iglesia, el mal es privación de un bien. Así San
Juan Damasceno: “No es el mal otra cosa que privación de bien, como las
tinieblas son privación de la luz”[2]. Y
San Agustín dice: “Ninguna es la naturaleza del mal, sino la pérdida del bien
tomó nombre de mal”[3].
Y así sucede en el alma, cuando se encuentra privada de la gracia, sumo bien:
reina el pecado, sumo mal.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Así como es el mal que se adquiere con el pecado, así es el
bien que se pierde cuando se pierde la gracia. Si hacemos contabilidad de los
bienes que se pierden con lo que el mundo llama “males”, y los comparamos con
los bienes espirituales –y materiales- que perdemos con el pecado, veremos que
la pérdida de bienes a causa del pecado es incontablemente mayor que la
provocada por los denominados “males”, pues no hay punto de comparación entre
el mal que es el pecado y los males que ocasionan los males terrenos[4].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Podemos decir que la pobreza es privación de riquezas; la
ignorancia, de honra; la muerte, de la vida y todos sus gustos. Ahora bien, las
riquezas temporales, que son caducas y perecederas, son nada en comparación de
las riquezas eternas y seguras de las que priva el pecado. Así, la honra y
gloria mundana es nada respecto de la gloria celestial de que priva el pecado;
la vida temporal es nada respecto de la vida espiritual, de que priva el pecado
y así con todas las riquezas, honras, gustos y vida de este mundo, son nada
respecto de Dios, de quien priva el pecado[5].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El
pecado es un monstruo horrendo y pestilente, que se lleva todo el bien del
alma. Es un mal infinito, que priva del bien infinito. Nada tiene que ver Dios,
del cual nos priva el pecado, con el estiércol de las riquezas temporales, de
las cuales priva la pobreza y con los demás bienes miserables del mundo, que
quitan los otros males. Dios excede infinitamente a todo bien y así, al pecado
que nos priva de todo bien, hemos de considerarlo como mal infinito que excede
a todo otro mal. En Dios están todos los bienes: gran mal es el que priva de
tantos bienes. Todo mal es el que priva de todo bien y ése mal es el pecado[6].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
El pecado es mal de los males, porque fue causa de todos los
males. Un solo pecado de Adán fue tan pestilente, que infectó a todo el mundo e
introdujo cuantos males hay en el mundo: necesidades, guerra, hambres, dolores,
enfermedades, pestes, injusticias, corrupción de la naturaleza y muerte[7]. Los
miles de millones de muertos que alberga la tierra, son fruto de un solo
pecado, el pecado original, con el cual se introdujo la muerte para el hombre. Esto
nos debe llevar a considerar cuán grande es el pecado y cuán grande e infinito
es el bien de la gracia que el pecado nos priva, para hacer el propósito de
estar dispuestos a perder la vida, antes que cometer un solo pecado, mortal o
venial deliberado.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 297.
[2] Lib. 2, De Fide, cap. 4.
[3] Lib. 11, De Civit., cap. 9.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 297.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 297.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 298.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 298.
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