Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por una película
blasfema sobre Jesús de Nazareth. Para mayor información, consultar el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La fuerza de la gracia no sólo quita ese gran mal que es el
pecado, sino que lo quita y lo vence sin guardar proporción[1]. A
nivel humano, una medicina puede ser muy eficaz, pero si la cantidad de
medicamento es escasa y el mal es muy fuerte, no se observará efecto alguno. Sin
embargo, no sucede así con la gracia, porque aunque uno tuviera todos cuantos
pecados hicieron y harán los mayores pecadores del mundo, desde Caín hasta el
fin de los tiempos, la más mínima gracia bastaría para destruirlos a todos de
una vez, tal es su eficacia.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
La gracia destruye al pecado como si este no hubiera sido,
porque no sólo sana en la superficie, sino en lo interior y más profundo del
alma, de la cual no sólo le limpia, sino le arranca y destruye como si tal no
fuese, sin dejar culpa grave[2]. Por
eso dijo Dios por el profeta Isaías: “Lavaos, estad limpios, quitad de mis ojos
el mal que tenéis en vuestros pensamientos. Si fueran vuestros pecados como la
grana, se emblanquecerán como la nieve y si fueran colorados como la púrpura,
serán blancos como la lana. Porque así como la blancura no permite la mezcla de
ningún otro color, así la gracia no permite consigo mezcla de pecado mortal,
que no destruya y lave.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
El profeta Miqueas dijo: “Volveráse el Señor y se apiadará
de nosotros; depondrá nuestras maldades y arrojará en el profundo del mar todos
nuestros pecados”[3],
es decir, los echará donde más no aparezcan, sino que queden ahogados
eternamente. La eficacia de la gracia vence al pecado, porque una vez perdonado
el pecado, queda tan muerto y deshecho, que aunque torne el hombre a pecar,
jamás revivirá la culpa que una vez destruyó la gracia; pero aunque los
merecimientos que se hicieron en gracia se pierden por el pecado mortal que se
comete, si después torna uno a estar en gracia, reviven todos.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
David declaró esto vivamente diciendo: “Cuanto dista el
oriente del occidente, tanto puso Dios lejos de nosotros nuestras maldades”[4]. Porque
así como no hay en la tierra más distantes extremos que oriente y ocaso, así no
hay mayor extremo en el alma que de la gracia y el pecado. Porque amaneciendo
la luz de la gracia, deshace las tinieblas de los pecados y así como el día
destruye totalmente la noche, así el pecado mortal queda destruido por la
gracia.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
La fuerza de la gracia se manifiesta también en que ejecuta
su virtud no en un largo tiempo, sino en un instante. Porque así como un
medicamento es más eficaz cuanto en más breve tiempo tiene su operación, así
también la gracia, como no ha menester tiempo sino un momento, tiene inmensa la
virtud contra el pecado. Cuando con verdadero dolor dijo David: “Pequé contra
el Señor”[5],
reveló Dios al profeta Natán que le había perdonado sus pecados. Es decir, tan
pronto como David tuvo contrición en su corazón, ya Dios, por la gracia, lo
había perdonado y de un demonio se volvió en un instante como un ángel del
cielo[6].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 300.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 300.
[3] Cap. 7.
[4] Sal. 102.
[5] 2 Re.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 302.
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