Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por las lamentables y heréticas conclusiones elaboradas por el “Sínodo Alemán”,
el cual, con honrosas excepciones, se aleja irremediablemente de la comunión de
fe con la Santa Iglesia Católica. Recordamos a los jerarcas alemanes y a
cualquiera que esté de acuerdo con sus ideas heréticas, lo enseñado dogmáticamente
por el Concilio de Trento y que es válido hasta el Día del Juicio Final: “Si
alguno niega que por la remisión completa y perfecta de los pecados se pida, al
penitente, como casi materia del sacramento de la penitencia, estos tres actos:
la contrición, la confesión y la satisfacción… sea anatema” (Denz. 1704).
Canto
de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
La
Sagrada Eucaristía, es decir, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada por amor
a todos y cada uno de nosotros, es lo más valioso que posee la Iglesia
Católica, en este mundo y en la vida eterna. Nada hay más valioso, glorioso, sublime,
majestuoso, digno de ser amado y de dar la vida por ella, que la Sagrada Eucaristía.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Son
los santos de todos los tiempos los que nos enseñan el amor a la Eucaristía: cuando
Santa Margarita María Alacquoque abandonó el mundo para consagrarse a Dios en
el convento, hizo un voto privado y lo firmó con su sangre: “Todo por la
Eucaristía; nada para mí”. Es inútil tratar de describir el amor abrasador de
la Santa por la Eucaristía. Cuando no podía recibir la Sagrada Comunión, se
deshacía en ardientes expresiones de amor tales como estas: “Deseo tanto
recibir la Sagrada Comunión que, si tuviera que caminar descalza por un sendero
de fuego a fin de obtenerla, lo haría con indecible gozo”[1]. Aprendamos, aunque sea
mínimamente, de los santos, su inmenso amor por la Sagrada Eucaristía.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Santa
Catalina de Siena decía frecuentemente a su confesor: “Padre, tengo hambre; por
el amor de Dios, déle a esta alma su alimento, su Señor en la Eucaristía”. Y otra
de sus confidencias: “Cuando no puedo recibir a mi Señor, voy a la Iglesia y ahí
volteo a verlo y lo veo de nuevo… y esto me sacia”. La santa nos enseña a hacer
lo que se llama la “Comunión espiritual”, la cual es igualmente de válida que
la Comunión sacramental, cuando no hay posibilidades de realizarla a esta
última.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Santa
Bernardita Soubirous, durante su larga y penosa enfermedad, expresó una vez la
felicidad que sentía en sus horas de insomnio porque no podía unirse a Jesús en
el Santísimo Sacramento y señalando una pequeña Custodia dorada que tenía en
frente sobre una cortinita en torno a su lecho, decía: “Verla me da el deseo y
también la forma de inmolarme, cuando advierto mejor el aislamiento y el
sufrimiento”. Esto se llama “ejercicio del corazón”[2] y sucede cuando Jesús nos
invita, con el Amor de su Sagrado Corazón, a acompañarlo en su dolor y en su
soledad del Calvario.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor que “la voluntad debe ejercitarse, traduciendo a la vida cotidiana las
lecciones divinas de la Eucaristía”[3] y, agregamos nosotros,
transmitiendo el Amor inefable que del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús
recibimos cada vez que comulgamos. En efecto, ¿de qué serviría descubrir el
valor infinito de la Eucaristía (con la meditación), para tratar de amarla (con
la Santa Comunión), si luego no nos aplicamos a vivirla? Es decir, ¿de qué
sirve tomar conciencia del valor de la Eucaristía y comulgar, si luego no
trasladamos, a nuestros prójimos, el Amor del Sagrado Corazón recibido en la
Eucaristía?
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré, y la
contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre Francisco.
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