Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo
Rosario meditado en reparación por las declaraciones heréticas del sacerdote
jesuita Thomas Reese, negando el dogma de la transubstanciación, basándose en
el banal argumento de que “es muy difícil de explicar/entender”. Este argumento
es tan absurdo que, si lo llevamos a la práctica cotidiana, entonces deberíamos
suprimir todo lo que sea difícil de entender o explicar. En otras palabras, si vamos
a suprimir o cancelar todo lo que no los niños y jóvenes no entiendan, entonces
tenemos que suprimir la luz del sol, porque es muy difícil de hacer comprender
a los niños y jóvenes los fenómenos de fusión y de fisión termo-nucleares que
se producen en el sol. Para mayores detalles acerca de estas lamentables
declaraciones, consultar el siguiente enlace:
https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=40307
Canto
de entrada: “Sagrado Corazón, eterna alianza”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
El dogma de la transubstanciación constituye el núcleo
central de la Santa Fe Católica; sin transubstanciación, no hay Iglesia Católica.
Con relación a este dogma, refiriéndose a la conversión–transformación obrada
en la Eucaristía dice
así el Papa Benedicto XVI: “Para explicar esta
transformación, la teología ha acuñado la palabra “transubstanciación”, palabra
que resonó por primera vez en esta basílica, durante el IV Concilio
Lateranense [1215], del que se celebrará el octavo centenario dentro de
cinco años. En esa ocasión, se introdujeron en la profesión de fe las
siguientes palabras: “su cuerpo y sangre están contenidos verdaderamente en el
sacramento del altar, bajo las especies del pan y del vino, pues el pan
está transubstanciado en el cuerpo, y la sangre en el vino por el
poder de Dios (Denz, 802)”[1].
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
La
misma doctrina de la transubstanciación eucarística que se declara en forma
dogmática el Concilio de Trento (1551), es la misma que Pablo VI confiesa en la
primera parte de la encíclica Mysterium fidei (3-IX-1965): “La
transubstanciación eucarística “es una realidad que con razón denominamos
“ontológica”. Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había
antes, sino una cosa completamente diversa. Y esto no únicamente por el
juicio de fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida
la substancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de
Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies. Bajo
ellas, Cristo, todo entero, está presente en su realidad física, aun
corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en un lugar”.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Esta
fe dogmática en la transubstanciación es la misma fe que Pablo VI, en contraste
sobre todo con la enseñanza herética del Catecismo holandés,
confiesa solemnemente en el Credo del Pueblo de Dios (30-VI-1968,
nn.24-26) y es también la misma fe profesada por Benedicto XVI en la
exhortación apostólica Sacramentum caritatis (22-II-2007): “En
este horizonte se comprende el papel decisivo del Espíritu Santo en la
Celebración eucarística y, en particular, en lo que se refiere a la
transubstanciación. … Es muy necesario para la vida espiritual de los fieles
que tomen más clara conciencia de la riqueza de la anáfora [plegaria
eucarística]: junto con las palabras pronunciadas por Cristo en la última Cena,
contiene la epíclesis, como invocación al Padre para que haga
descender el don del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en
el cuerpo y la sangre de Jesucristo (n. 13)”.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Los
santos de todos los tiempos de la Iglesia, han profesado siempre la fe en la
transubstanciación, al punto de entregar sus vidas por la Eucaristía. Dice así San
Ignacio de Antioquía (+107): “La Eucaristía es la carne de
nuestro Salvador Jesucristo, que padeció por nuestros pecados, y a la que el
Padre por su bondad ha resucitado” (Cta. a Esmirniotas 7, 1). A su
vez, San Cirilo de Jerusalén (+386) afirma; “Con plena seguridad
participamos del cuerpo y sangre de Cristo, porque en figura de pan se
te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre” (I, 470).
“No los tengas, pues como mero pan y vino, porque son cuerpo y
sangre de Cristo, según la afirmación del Señor (I, 473)”. San Gregorio de Nisa (+394):
“Y esto lo da [en la Eucaristía] transformando (transelementando)
en aquel [cuerpo mortal] la naturaleza de las apariencias (I, 653)”. San
Ambrosio de Milán (+397) sostiene: “Cuantas veces nosotros recibimos los
sacramentos, que por el misterio de la oración sagrada se transfiguran en
carne y sangre, anunciamos la muerte del Señor (1Cor 11, 26) (I, 536)”. “Este
pan es pan antes de las palabras sacramentales; pero una vez
que recibe la consagración, de pan se hace carne de Cristo (I,
541)”. “Os dije que antes de las palabras de Cristo lo que se ofrece se llama
pan; tan pronto como se han pronunciado las palabras de Cristo, ya no se llama
pan, sino cuerpo (I, 568)”.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Por último, quienes no entienden cómo se produce, pero sí
creen firmemente en la transubstanciación -esto es, en la conversión del pan y
del vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, de
manera que en la Eucaristía no ven un simple trocito de pan bendecido, sino la
Presencia Real, Verdadera y Substancial del Rey de reyes y Señor de señores-,
son los satanistas y por eso se afanan, noche y día, para robar Hostias consagradas
para luego profanarlas en las misas negras. Tal vez debería el Padre Reese
llegarse por la secta Templo Satánico, para que sean ellos quienes le hagan
entender que la Santa Fe de la Iglesia Católica en la transubstanciación, si
bien es difícil de explicar, es fácil de creer.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre Francisco.
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