Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por el cobarde asesinato de un sacristán católico en Algeciras, España, a manos
de un terrorista musulmán, integrante armado de la “yihad” islámica. Para
obtener mayores detalles acerca de este infame asesinato de un integrante del
Islam, consultar el siguiente enlace:
Canto
de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Si
hay algo que caracteriza a nuestro mundo de hoy es la falta de alegría, de una
alegría verdadera, sana, que perdure, que no sea fugaz. Si acudiéramos a la
Sagrada Comunión todos los días, obtendríamos alegría, pero no una alegría
cualquiera, sino a la Alegría Increada en Sí misma, Diso Hijo encarnado,
Jesucristo. No en vano Santa Teresa de los Andes dijo: “Dios es Alegría
infinita”. Si comulgáramos en gracia todos los días, nuestros días en la tierra
tendrían la alegría que es el anticipo de la Vida Eterna.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Ahora
bien, la Sagrada Comunión -diaria, en lo posible-, no solo es fuente de alegría:
también es surgente inagotable de todo lo que nuestras almas necesitan en la
vida de todos los días: la Eucaristía es Fuente Increada y eterna de amor, de
fuerza, de luz, de paz, de serenidad[1] y de toda clase de
virtudes de las que estemos necesitados. Al menos por conveniencia -lo óptimo
es comulgar por amor al Amor de los amores-, comulguemos todos los días.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Si
hay algo que no puede comprenderse, en nuestros días, es que los católicos -al
menos la mayoría de ellos-, cuando tienen algún problema, o cuando necesitan
ayuda de orden moral, espiritual, acuden literalmente a cualquiera -incluidos y
en primer lugar, a los enemigos de Dios- para que les brinde algún tipo de
ayuda y no se dan cuenta que todo, absolutamente todo lo que necesiten, lo
tienen al alcance del corazón. Basta recibir a Jesús Eucaristía con el corazón
purificado por la gracia del Sacramento de la Penitencia, y Jesús comenzará a
obrar indefectiblemente.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El
mismo Jesús nos alienta y nos anima, desde el Evangelio, a recibirlo
cotidianamente, como alimento super-substancial del alma, cuando dice: “Si
alguno tiene sed, venga a Mí y beba” (Jn 7, 37). Si alguien lo recibe -en
gracia, con amor, con piedad-, el desierto de su corazón se convertirá en “fuente
de agua viva” que “brotará hasta la eternidad” (cfr. Jn 4, 14). ¿Por
qué? Porque el Sagrado Corazón de Jesús es la Fuente de la Gracia Increada y
quien lo reciba en la Comunión, será sumergida en esa Fuente de Vida eterna. Si
alguien nos ofreciera darnos todos los días una fortuna en oro, acudiríamos
dichosos, todos los días, a recibir esa fortuna. ¿Acaso no vale la Eucaristía
más que todo el universo creado, el visible y el invisible? Entonces, ¿por qué
no acudimos a recibir al Pan de los Ángeles?
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Santo
Tomás Moro, Gran Canciller de Inglaterra, muerto mártir por oponerse al cisma
anglicano, oía Misa todas las mañanas y comulgaba. Algunos intentaron advertirle
que esa asiduidad lo colocaba en el centro de la mira de los enemigos de Dios y
de la Iglesia y que además no era conveniente que un laico inmerso en los asuntos
del Estado comulgara todos los días. Pero el santo respondía: “Vosotros me
oponéis todas las razones que a mí, en cambio, me convencen más para recibir la
Comunión todos los días. Mi disposición es grande y con Jesús aprendo a recogerme.
Las ocasiones de ofender a Dios son frecuentes y yo todos los días saco fuerzas
de Él para alejarlas. Necesito luces y prudencia para despachar asuntos muy
difíciles y todos los días puedo consultar a Jesús en la Comunión: Él es mi
gran Maestro”[2].
El Gran Canciller se postraba ante el Rey de reyes, Jesús Eucaristía, y de Él
recibía la luz, la inteligencia, la prudencia y la fortaleza para los delicados
asuntos que debía afrontar en tiempos tan difíciles para la Iglesia Católica.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre Francisco.
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