Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo meditado del Santo Rosario en reparación por un atentado sufrido por un
crucifijo en la Iglesia de San Patricio en Watsonville, California, EE. UU., en
donde una mujer realizó un acto vandálico, tirando abajo una gran cruz de
madera. La información relativa al lamentable hecho se puede ampliar en el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Oh Buen
Jesús, yo creo firmemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Por la gracia, el alma es sublimada a un nivel intelectual
que está por encima de toda naturaleza y de tal manera que, por medio de la
misma, puede contemplar claramente a Dios[1]. La
gracia, que es participación en la naturaleza divina, concede al alma una
facultad intelectual superior a toda naturaleza creada y es de tan algo grado
esta facultad, que la vuelve capaz de ver, con la vista de la fe, a Dios. Dios es
un Ser perfectísimo y en esta perfección infinita se encuentra el hecho de ser
un Ser intelectual infinitamente más alto que cualquier inteligencia creada,
sea angélica o humana. A través de la gracia, el alma participa en la esencia
de Dios, con lo cual se vuelve, para el alma, algo connatural el poder
contemplar a Dios en sus misterios en esta vida y luego, en la otra, verlo cara
a cara en la visión beatífica, en la eterna bienaventuranza[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que no
deseemos conocer sino a Dios y sus infinitas perfecciones, con el conocimiento
que nos da la gracia!
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
quien posee la gracia, esta le sirve como la raíz y el primer principio por el
cual puede, sino comprender, al menos aprehender y aceptar los sublimes
misterios de Dios Trino en esta vida y, en la otra, puede contemplarlo cara a
cara, en la visión beatífica[3]. Así
como para las aves es el volar y el ciervo por naturaleza es ligero en su
andar, así para el hombre es natural raciocinar, pero con la gracia, este
raciocinio supera de tal manera a la naturaleza creada, que se vuelve capaz, en
esta vida, de conocer a Dios tal como Él se conoce a sí mismo y de contemplarlo
en su esencia el Reino de los cielos.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por
esta razón San Pablo “peso de gloria”, porque así como el peso de la piedra por
su naturaleza es atraída por la gravedad, así la gracia, por su naturaleza, la
gloria y es debida naturalmente por esta[4]. Al
comentar las palabras del Apóstol en 2
Cor 4, en las que dice: “Aquello que de presente es momentáneo y leve de
nuestra tribulación, obra en nosotros sobremanera con grande exceso un eterno peso
de gloria, dice San Diadoco (c. 21) que el Apóstol se refiere, no en relación
al premio último de la bienaventuranza, sino de la caridad en esta vida, a la
cual acompaña la gracia. Es decir, el Apóstol está hablando no de la otra vida,
sino de la renovación interior que se obra en esta vida a causa de la gracia. Y
esto sucede aun cuando las tribulaciones, humillaciones y pesares de esta vida
se hacen presente en la débil naturaleza humana y sobre todo cuanto más
afligidos están exteriormente. Y es por esto que dice: “Aun cuando nuestro
hombre exterior se corrompa, el que está en lo interior se renueva de día en
día y esto por la gracia y la caridad. La gloria no puede aumentar de día en
día, pero sí la gracia. ¡Oh María Santísima,
Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que obremos de tal manera que nuestra
gracia se vea constantemente en aumento!
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Un
autor[5]
afirma que la gracia se llama “peso de gloria” porque cuanta mayor gracia
tuviere en esta vida, mayor gloria poseerá en la otra y es esto lo único que
importa cuando el alma está delante de Dios. De esto también podemos colegir que
el estar el alma en gracia en esta vida y aunque no lo pueda contemplar cara a
cara porque eso es propio de la bienaventurana, es el equivalente al estar contemplando,
por la gloria, la esencia de Dios Trino en la eternidad. Quien no está en gracia,
es hallado “falto de peso” de gloria, tal como le sucedió al rey Baltasar, a
quien se le dijo, a causa de sus iniquidades: “Pesado te han en el peso, y
fuiste hallado que tenías menos”. La peor desgracia que puede sucederle a
alguien es ser hallado “falto de peso” en la gracia en esta vida, porque será
hallado sin gloria alguna en la vida eterna. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, intercede por nosotros para que nunca
seamos hallados faltos del peso de la gloria y que en esta vida vivamos
continuamente en estado de gracia!
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Ahora
bien, si hubiera un alma que hubiera cometido tantos pecados como pecados cometerá
el Anticristo, la gracia es de tal peso, que sirve de contrapeso a todas las
maldades que un alma pudiera cometer[6]. Si
tal alma consiguiera tan solo alcanzar un grado de gracia, por mínimo que sea,
este grado de gracia ínfimo pesaría tanto que no solo cancelaría todas sus
maldades, sino que le abriría las puertas del cielo en un instante. Dios nos
pesa por el peso de gracia que tengamos y si alguien, como el rey Baltasar, es
hallado falto de este peso de gracia, debe hacer todo el esfuerzo posible por
corresponder a la gracia de la conversión, la cual da Dios a todos, porque Él
quiere que “todos los hombres se salven”; de esta manera, teniendo alguien un
peso de gracia, por pequeño que sea, éste sirve para contrarrestar la multitud
de pecados que hubiera cometido. ¡Oh, Nuestra
Señora de la Eucaristía, intercede para que amemos tanto la gracia, que nunca
seamos hallados faltos de su peso!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Juan
Eusebio Nieremberg, Aprecio y
estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano de Sevilla, s. d. 66.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario