lunes, 11 de febrero de 2019

Hora Santa en desagravio por profanación a la Catedral de Neuquén por abortistas feministas 080119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación sufrida por la Catedral de Neuquén por manos de un grupo de abortistas feministas. Por pudor y modestia -virtudes ausentes en el grupo mencionado- no colocamos las fotos relativas la indigno y penoso suceso. La información relativa a tan lamentable suceso se encuentra en el siguiente enlace:


          Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Uno de los fines por los cuales el cristiano existe en la tierra es la de glorificar el Nombre de Dios Uno y Trino, el Único Dios Verdadero. En efecto, en la Sagrada Escritura se dice: “Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6, 20). Por esta razón, el hombre ha de mantener su cuerpo como templo del Espíritu Santo, para glorificarlo no sólo con el alma, sino también con el cuerpo. Con el alma en gracia y con el cuerpo convertido en templo del Espíritu Santo por la acción de esa misma gracia, acompañado por la castidad y la pureza, el cristiano glorifica con todo su ser a Dios Trino, el Dios Verdadero y Único. Otro fin para el cual el cristiano está en esta vida es para salvar su alma y la de sus hermanos, uniendo su vida a la Pasión de Cristo, pero el de glorificar el Santo Nombre de Dios Trinidad no es un fin menor.

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Además de la pureza del cuerpo y de vivir en gracia, hay otra forma, según los santos, de glorificar a Dios y es el momento inmediato a la comunión eucarística. En efecto, cuando el alma comulga, su cuerpo, templo del Espíritu Santo, recibe en el corazón, convertido en altar viviente por la gracia, a Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios que entregó su vida por nuestra salvación, y allí lo adora y glorifica su Nombre. Es por esta razón que la comunión eucarística nunca debe ser hecha de forma distraída, mecánica, ausente: debe estar precedida por actos de profunda adoración y amor. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que adoremos y glorifiquemos, con el cuerpo y el espíritu y con todo nuestro ser, a nuestro Dios, que viene a nuestros corazones por la Eucaristía!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los santos nos enseñan que el momento que sigue a la comunión eucarística es un momento más que propicio para glorificar a Dios, puesto que Dios ha venido al alma, oculto en apariencia de pan, para ser adorado en nuestros corazones, que por la gracia son convertidos en otros tantos altares vivientes. Para hacer comprender la importancia del momento posterior a la comunión, San Felipe Neri hacía que los monaguillos siguieran, con sendas velas encendidas, a un hombre que salía apresurado de la iglesia después de cada comunión. En efecto, el hombre comulgaba distraídamente, sin darse cuenta de que albergaba, en ese momento, al Dios de los cielos, de majestad infinita, Cristo Jesús, y salía apresuradamente. El hecho de que San Felipe enviara a dos monaguillos a que lo siguieran, lo hizo darse cuenta del enorme tesoro que llevaba en su corazón, Jesús Eucaristía, y que su corazón, convertido en altar viviente, era de tanto valor en ese momento posterior a la comunión, que merecía ser escoltado por candelas encendidas. Aleccionado por el ejemplo del santo, el hombre no volvió a comulgar distraídamente, sino que ahora lo hacía con gran fervor y piedad y, sobre todo, con gran amor.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Aunque sea por cortesía humana, cuando se recibe a un huésped –y tanto más si es un huésped de honor-, se lo debe tratar con interés y respeto, de manera tal que el huésped no se sienta incómodo ante el anfitrión que, inquieto, busca desembarazarse de él para continuar con sus asuntos. Pues bien, si esto es así entre los seres humanos, ¡con cuánta mayor razón no lo será para el cristiano cuando el huésped de honor en el alma no es otro que el mismo Dios Encarnado, Jesús Eucaristía! En efecto, si a un huésped le debemos respeto y cortesía y esto demostramos cuando nos interesamos por atenderlo y conversar con él, con muchísima mayor razón, debemos prestar atención a la Presencia de Nuestro Señor Jesucristo en nuestras almas, por medio de la comunión eucarística. Jesús le decía a Santa Faustina que la mayoría de las veces, luego de ingresar en el alma por la Eucaristía, Él debía retirarse en silencio, sin poder haber dejado los tesoros de gracia que tenía para dar al alma, debido a que esta se encontraba totalmente distraída en sus asuntos mundanos. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que recibamos a Jesús Eucaristía con un corazón lleno de amor y que nunca lo dejemos solo luego de la comunión!

          Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los santos son quienes han comprendido, a la perfección, esta verdad: Jesús viene a nuestras almas por la comunión eucarística y desea ser recibido en nuestros corazones, convertidos en altares vivientes por la gracia y allí desea ser adorado. Por esta razón, los santos comulgaban con gran fervor y luego hacían una extensa acción de gracias a Jesús Eucaristía, por haberles concedido la gracia sin precio de su Presencia Eucarística. Así por ejemplo, San José Cottolengo vigilaba personalmente la confección de las formas para la Misa y ordenaba a la Hermana encargada de hacerlas: “Para mí, las formas hágalas gruesas porque necesito entretenerme un rato con Jesús y no quiero que las sagradas especies se descompongan pronto”. A su vez, San Alfonso María de Ligorio, llenaba el cáliz de vino hasta el borde para tener más tiempo en su cuerpo a Jesús. En esto de adorar la Presencia de Jesús en el corazón, la Virgen Santísima es ejemplo inigualable, pues Ella mejor que nadie, llevó siempre, día y noche, a su Hijo Jesús en su Inmaculado Corazón. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que en nuestros corazones arda siempre el amor a Jesús Eucaristía!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


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